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sábado, 1 de febrero de 2025
Un robo casi perfecto
Era un día común y corriente, miércoles. No tenía ganas de hacer mucho, pero el dinero no se iba a robar solo. Había cuentas que pagar, comida, un alquiler, los vicios, etcétera. Siempre quise robar un banco y tenía uno en la mira desde hacía tiempo. Sobre una calle no muy poblada, a las afueras de la gran ciudad. Algo sencillo, sin complicaciones. Uno de esos robos que se hacen en minutos, con poca planificación, pero con la esperanza de que el destino sea un poco generoso, aunque no lo sea nunca.
Mi compañero estaba más nervioso que un cura en un jardín de infantes. Pero confiaba en él, era un buen compañero.
- ¿Todo bien? – le pregunté para asegurarme.
- Bien, hagámoslo rápido.
- Dejalo encendido. – dije, refiriéndome al auto.
- Entendido.
Me bajé del coche, decidido, con un pañuelo negro que me cubría el rostro, gafas y una gorra también negra. Entré al banco con la mochila vacía y la pistola en la mano. No pensaba en nada más que en llenar esa mochila con billetes y salir a la calle antes de que alguien se rajara un pedo. Los clientes me miraron como si estuviera pidiendo un favor. A ninguno le sorprendió mucho. Pero les faltó un poquito de imaginación.
- ¡Todos al suelo! —grité, sabiendo que en situaciones como esa la gente no suele discutir mucho. En mi mente, la escena estaba repleta de acción, música épica y cámaras lentas. Pero en la realidad, era más como un tipo con cara de culo apuntando a otros tipos, todo muy mundano.
A un cajero le apunté directamente al rostro.
- ¡Vos, pibe, meté todo en esta mochila! —le ordené.
El tipo no paraba de temblar. Me daba un poco de lástima, pero no era el momento para empatizar con el personal bancario.
Estaba tan concentrado en mi misión, que casi ni noté a los tipos al fondo, mirando desde su mesa de café. Pero ya no importaba. Ya tenía la mochila llena y era hora de salir. Claro, todo parecía perfecto hasta que, al abrir la puerta para salir, me di cuenta de que el auto no estaba. En su lugar, solo estaba mi compañero, desesperado y con cara de idiota.
- ¿Qué pasó? – dije – ¿Y el coche?
- Me lo robaron.
- ¿¡Qué!? ¿Cómo que te robaron el auto?
- Me lo robaron. Vino un tipo con una pistola y me apuntó a la cabeza.
- Pero era un auto de mierda.
- Este un barrio de mierda.
- ¡La puta madre! —murmuré.
Me quedé ahí, parado en medio de la vereda con la mochila llena de dinero, como un pelotudo. Miré a la calle. Nadie. No sabía qué hacer. El único plan que tenía era ir a buscar el coche, pero ya nos llevaba demasiada ventaja.
- ¿Qué hacemos, Ramón? – me preguntó Carlos, ansioso.
Empezamos a correr por la avenida. Luego doblamos a la derecha y seguimos corriendo por una calle estrecha, luego doblamos por un callejón y corrimos más. Las sirenas se escuchaban a lo lejos.
Y ahí estábamos, a punto de mandarnos una cagada de proporciones épicas, hasta que vi una puerta entreabierta en un edificio cercano. Estaba iluminado con luces rojas, todo muy cutre, pero ¿qué carajo? No tenía otra opción.
- ¡Por acá! – grité y nos metimos.
Entramos corriendo, sin pensar. Recorrimos un pasillo que nos llevó hasta otra puerta, también la atravesamos, y terminamos por encontrarnos con cámaras, cables, un equipo de sonido, una consola, personas, luces y una rubia despampanante semidesnuda sobre una cama de dos plazas.
- ¿Qué es esto, Ramón? – murmuró Carlos.
- Callate.
La gente parecía normal. Todos se dieron vuelta para vernos. Un tipo bajito y con lentes de sol comenzó a gritarnos.
- ¡Al fin! – exclamó – Los estábamos esperando.
Nos miramos con mi compañero. No entendíamos nada.
- ¿Pasaron por maquillaje?
- No – contesté.
- Bueno, me imagino que al menos pasaron por la ducha, ¿no?
De nuevo nos miramos con mi compañero.
- Bueno, no hay tiempo. Desvístanse y acérquense a Karen.
Ambos estábamos inmóviles. El tipo bajito y de gafas negras, sin perder el ritmo, nos acercó a la cama con una sonrisa estúpida.
- ¡Genial! ¡La química está perfecta, chicos! ¡Desnudos!
Los miembros del equipo nos desvistieron y quedamos desnudos frente a ella. Entonces el tipito de gafas se acercó a nosotros y nos miró las vergas con detenimiento. Luego se dirigió a uno de los miembros del equipo.
- Se suponía que eran dos pijones, ¿qué me trajiste, Santiago?
Intenté decir algo, pero no pude. Ella nos observaba, sonriendo.
- ¿Tienen frío, muchachos? – dijo.
- Bueno, da igual. ¡Acción!
¿Acción? ¿Qué acción?
La mujerona esta se nos tiró encima, y ahí estábamos los tres, enredándonos, mientras el tipito de gafas gritaba frases como “¡Más pasión!” y “¡Más intensidad!”.
La situación no paraba de empeorar. ¿Qué mierda estábamos haciendo? Mi cómplice, al lado mío, miraba el techo con cara de “¿Por qué no me quedé en casa viendo tele?”, pero al mismo tiempo, con una sonrisa que no podía evitar.
Ella comenzó por los dos al mismo tiempo. Lo hacía como una profesional. Se metía las dos pijas en la boca, escupía, lamía, succionaba y nos miraba a los ojos con cara de puta, reclamando la leche.
De repente, en el mejor momento, se escuchó un grito que me hizo volver a la realidad.
- ¡Basta! ¡¿Qué carajo hacen esos tipos ahí?!
Al instante, la puerta se abrió y los verdaderos actores entraron. Dos tipos altos, musculosos, aceitados y con dos matafuegos entre las piernas. El director nos miró como si fuéramos una plaga.
- ¿Quiénes son ustedes? – dijo.
Ella todavía sostenía mi verga con una mano y la verga de mi compañero con la otra. Nos quedamos en silencio.
- ¡Son unos impostores! ¡Fuera! ¡Esto es un desastre! —gritó, empujándonos con manos rápidas, como si fuéramos ratas.
Escuché las sirenas cerca y pisadas que parecían provenir del exterior. Era la policía. Como no había más remedio, nos levantamos y salimos corriendo del set a toda velocidad.
Salimos a la calle, con las sirenas de la policía taladrándonos el cerebro. Lo único que podíamos hacer era correr. Corrimos desnudos por las calles de la ciudad, como si fuéramos dos tipos sin rumbo, sin futuro. El aire frío me cortaba la piel, pero no podía parar. Las sirenas estaban cada vez más cerca.
Mi compañero, jadeando a mi lado, me miró y soltó:
- ¿Qué carajo acaba de pasar?
- No sé, amigo, pero al menos tenemos la plata, no? Eso es lo importante.
- ¿La tenés vos? – dijo, mirándome.
- ¿No la tenés vos?
- ¡No!
- ¡La puta madre!
Las sirenas insistían a nuestro alrededor. Es encontraban cada vez más y más cerca. Llegamos hasta la ruta, desierta.
- ¿Por qué tanto revuelo por un banco de mierda? – dijo mi compañero.
- No sé, amigo. Vos corre.
Corrimos, sin mirar atrás, sin saber qué nos esperaba, qué nos pasaría. Solo corríamos. Y con eso ya era suficiente.
Germán Villanueva
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