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domingo, 4 de abril de 2021
Juan y Carlos
Me di cuenta que mi vida no tenía sentido. Tenía 40 años y nada más que eso. Sólo acumulaba años y alcohol. Las mujeres me odiaban y los hombres me despreciaban. Ni yo mismo me soportaba. Estaba desempleado y viviendo en una habitación de mala muerte, sin ningún futuro. La única mujer que me había amado alguna vez se había ido hacía años y yo todavía seguía pensando en ella, como si hubiera sido ayer. Tenía un sueño que fracasó y una mujer que se cansó de mí, al igual que todos los demás.
Un día decidí, decidí terminar con mi vida, pero fue entonces cuando conocí a este tipo. Recuerdo nuestro primer encuentro. Él estaba sentado sobre la barra en este bar, un bar oscuro y lleno de pobres miserables. Me acerqué a la barra y pedí un whisky. Él estaba tomando lo mismo. Se me quedó viendo y levanté mi vaso, brindando a la distancia con mi nuevo colega. Luego pedí otro whisky y él también. Entonces se acercó a mí y pude verlo más de cerca. Su cara me parecía bastante familiar. Tenía ojos cansados. Se veía igual de mal que yo, o peor. Su mirada, al principio, me generó una sensación extraña, como si estuviera viendo en mi interior, dentro de mi alma.
- ¿Qué pasa? – le pregunté.
- Juan. – me dijo, dándome la mano.
- Carlos. – contesté, estrechándola.
De la nada, este extraño sujeto comenzó a reír. Se reía en mi cara, como burlándose de mí. Lo observé con desprecio, pero luego entendí que no se estaba riendo de mí, sino de lo absurdo de la vida, tal vez. Su risa me alegró el día y, de a poco, fue divirtiéndome al punto que comencé a reír con él. El bar se inundó de carcajadas. Todos nos veían como si estuviéramos locos, pero nosotros seguíamos riendo. No podíamos parar. Lo intentamos, pero no podíamos. Nuestras vidas eran miserables, pero nosotros reíamos y seguíamos bebiendo. No sabía nada de aquel sujeto, y él tampoco me conocía en lo más mínimo, pero teníamos algo en común. La risa.
Nos quedamos en aquel apestoso bar bebiendo y riendo hasta altas horas de la madrugada. El bar cerró y nos fuimos de allí, riendo.
Supuse que lo encontraría la noche siguiente en aquel mismo bar, pero no. Me decepcioné al no encontrarlo allí. Fui la noche siguiente después de esa y tampoco estaba. Volví a pensar en el suicidio, pero sonreí al verme al espejo. Era una idea absurda, pero no tan absurda.
Una noche, volví al bar y allí lo vi. Estaba en la barra. Me acerqué a él y pedí dos vasos de whisky.
- Uno para mí y otro para mi amigo. – le dije al barman.
El tipo se quedó viéndome, confundido.
- ¿Qué espera? – le dijo Juan.
El tipo sirvió dos vasos de whisky, los bebimos de una sola vez y enseguida comenzamos a reír. JAJAJAJAJA, JAJAJAJAJA, JAJAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJAJA, JAJAJAJAJA, JAJAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJAJA, JAJAJAJAJA, JAJAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA.
Era algo que parecía no acabar nunca. Intenté controlarme, pero estaba llorando de la risa. No podía más. Nadie reía en aquel antro, aparte de nosotros. Brindamos y reímos toda la noche, hasta que el bar cerró y volvimos a casa.
Los domingos por la noche. Ese era el día. Nos encontrábamos todos los domingos por la noche en aquel apestoso bar y reíamos y bebíamos. La bebida nos mantenía unidos. La risa nos distraía. Poco a poco, nuestros encuentros se transformaron en rutina y esa rutina nos devolvió la alegría de vivir. Éramos felices riendo y bebiendo. Nada podía detener nuestra euforia cuando nos veíamos. La vida era simple.
Una noche, unos tipos se acercaron a nosotros y nos dijeron: “Locos de mierda”. Recuerdo haberme reído en sus caras justo antes de que nos dieran una golpiza. Mientras nos pegaban en el suelo, Juan y yo seguíamos riendo. La vida era un chiste para nosotros. Esa noche, después de que alguien me diera una patada en la cabeza, me desmayé.
La golpiza había sido grave. De repente me encontré en una cama grande, herido. El lugar era brillante y enorme y estaba solo. Decidí volver a dormir.
Horas más tarde, me despertó una mujer.
- Buen día, ¿cómo se encuentra hoy? – me dijo.
- ¿Dónde está Juan?
- ¿Dónde cree que está?
- No sé. ¿Está bien?
- ¿Usted cómo se encuentra?
- Bien, un poco adolorido.
- Si usted está bien, él está bien.
- ¿Puedo verlo?
- Claro, después de que responda algunas preguntas.
La mujer comenzó a preguntarme cosas. Yo no entendía de qué hablaba. Pensé en que si no encontraba a Juan, me volvería loco. La tipa se fue algo decepcionada por las respuestas que le di y me dejó solo en aquella oscura pero brillante habitación.
Esa noche volví a contemplar el suicidio desde mi cama y lloré. Hacía tiempo no lloraba. De repente, desde la oscuridad, apareció Juan con una botella de whisky. Me sirvió un trago y comenzó a reír. Se veía mal y eso era aún más gracioso. Ambos reímos a carcajadas. Nadie podía pararnos. Nadie.
Volvió a la noche siguiente y la siguiente. Me visitaba todas las noches y me daba whisky y reíamos hasta quedarnos dormidos. Luego se iba y volvía aquella extraña mujer.
- ¿Te parece divertido lo que te pasó?
- No.
- Me dijeron que te reís todas las noches.
- A veces.
- ¿De qué te reís?
- De la vida.
- ¿Qué tiene de gracioso la vida?
- Todo…
La mujer me dejó solo y yo me quedé esperándolo. Las horas pasaban y él no venía. Se hizo de día y me quedé dormido. No vino aquella noche.
La noche siguiente tampoco apareció. Temí que le hubiera pasado algo. Tal vez lo habían encontrado. Tal vez estaba en problemas. Me preocupé por él y lo odié, al mismo tiempo.
- ¿Cómo estás hoy?
- Mal.
- ¿Por qué?
- Por la vida.
- ¿Qué te hace sentir mal de la vida?
- Todo…
Entonces lo vi por la ventana. Me saludó. Traía una botella de whisky en la mano. Levantó la botella, brindando conmigo a la distancia, y le dio un trago. Comenzó a reírse a carcajadas. Yo dejé salir una pequeña risa.
- ¿Qué es tan gracioso?
- Es que… ja, ja, ja… Me hace reír.
- ¿Quién?
- Mi amigo.
- ¿Juan…?
- Sí. ¿Lo conoce?
- Sí… lo conozco.
- Es muy gracioso.
- Sí, lo es.
- Ni siquiera lo conozco. Quiero decir, no sé nada de su vida, pero… ja, ja, ja.
- Entiendo, y cuénteme, ¿qué lo hace tan gracioso a Juan?
- No sé… Es fácil no ver lo que uno no busca, doctora.
La tipa se fue y yo me quedé viendo a Juan por la ventana. Seguía bebiendo y riendo. Entonces abrió la ventana y me pasó la botella. Estiré mi mano, pero no pude alcanzarla. Me moría de ganas de beber un trago.
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