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martes, 31 de diciembre de 2019

Sereno

Ya no sabía qué hacer, si no pagaba el alquiler, Elsa, la casera, me echaba. Elsa me dijo cierta noche: “O me pagas o te vas.” Fue honesta y brutal. Salí corriendo a comprar el diario. SE BUSCA SERENO PARA CASA QUINTA, decía el anuncio. Llamé al número.

- Hola. – dijo un hombre.

- Hola… – contesté –… llamo por el anuncio, el de sereno.

- Ah, sí. ¿Le parece si arreglamos una entrevista?

- Sí, claro.

El tipo me citó al día siguiente a su casa quinta. Había un perro allí, un rottweiler. Se me tiró encima antes de que pudiera tocar el timbre, por suerte estaba el portón en medio de nosotros. Un tipo salió se asomó desde la puerta de entrada.

- ¿Qué tal? – dijo.

- Sí, vengo para la entrevista de sereno.

- Ah, sí. Un segundo.

El tipo fue a atar a su perro asesino, luego abrió el portón y entré. El perro estaba alejado y atado, por mi culpa le pusieron una cadena en el cuello, pensé, él lo sabía y se me quedó mirando.

- Pase. – dijo el hombre.

Entré, era una casa quinta normal. Una piscina enorme, mucho verde, un par de árboles y una arquitectura gótica. Parecía un poco vacío allí dentro.

- Bueno… – dijo el tipo – Siéntese por favor.

- Gracias.

Nos sentamos en una mesa grande, muy grande. Todo allí era bastante grande. Había un chimenea cerca y dos sillones en el living. Supuse que nos encontrábamos en el comedor. El tipo estaba vestido de traje y parecía venir del siglo pasado. Tenía grandes patillas y largos bigotes, era raro.

- Bueno – dijo – ¿Tiene alguna experiencia como sereno?

- No, la verdad es que necesito el trabajo.

- Está bien, tampoco es muy difícil. Es sólo por el fin de semana.

- Perfecto.

- Serían unos 2.000 pesos, ¿está bien?

- Sí, muy bien.

- Bueno, todo bien entonces, ¿nos vemos mañana?

- Sí.

- Necesito una garantía de confianza, ¿trajo la fotocopia del documento como le pedí?

- Sí, claro.

Le di la fotocopia. El tipo la observó unos 3 segundos y la guardó en su saco. Luego se levantó y me dio la mano.

- Bueno, lo espero a las 9.

- Bueno, a las 9 entonces.

- Bien. – dijo el tipo – Sígame.

Me dio un pequeño recorrido por la casa. Era una mansión enorme. Me llevó hasta el cuarto de huéspedes, o sea, mi cuarto. Me gustó. Era espacioso, tenía una ventana amplia que daba al patio y una cama de dos plazas, y hasta un escritorio. Nos dirigimos a la puerta.

Fue una entrevista corta y concisa, pensé. Me agradó.

- Disculpe – le dije – ¿Su nombre?

- Ah, discúlpeme. Me llamo Gabriel Sosa.

- Bueno, Gabriel, un gusto.

- Igualmente, Leonel, hasta mañana.

Qué fácil, pensé. Salimos de la casa y nos dirigimos al portón. Me estaba yendo y el tipo me detuvo.

- Oiga – dijo – También tiene que cuidar a Roko.

- ¿Roko?

- Mi perro.

Miré al perro, él me miró. Había algo entre nosotros, una especie de odio mutuo. Nunca me agradaron mucho los perros. Supongo que era porque un ovejero alemán casi me saca el ojo de pequeño y me quedó el trauma.

- ¿Tiene algún problema con eso? – dijo el tipo.

- No, ningún problema.

- Bueno, lo espero mañana entonces.

- Hasta mañana.

Al día siguiente me levanté y cargué un bolso con varias cosas. Entre ellas ropa, cigarrillos y mi computadora. Quizá sucedía un milagro y decidía escribir alguna puta cosa, pensé, lo cual no estaría mal, ya que se supone que soy escritor.

Llegué cinco minutos antes. Toqué timbre pero nadie me atendió. Roko se me vino encima, otra vez, como una bestia sedienta de sangre humana. El tipo salió de la casa unos momentos después y volvió a atar a Roko. Luego volvió y abrió la puerta.

- Escúcheme… – dijo.

- Sí.

- … Hay suficiente comida en la heladera.

- Bueno.

- Le pido que ni se le ocurra invitar a nadie a mi casa.

- Está bien.

- Y hay que darle de comer a Roko, sólo por la noche.

- Bien.

- Acá está la mitad del pago, la otra mitad se la doy cuando vuelva.

- Bueno.

- Y otra cosa…

- Sí.

El tipo se me acercó y con tono un poco perturbador, me dijo:

- No vaya a curiosear por ahí. – Su expresión fue un poco siniestra, como advirtiéndome algo. Me quedé mirándolo – ¿Entendido? – dijo.

- Sí, sí, no hay problema.

- Bien.

Me dio las llaves, se subió a su coche y se fue. Entré y ahí estaba Roko, mirándome, resentido. Me odiaba el hijo de puta. Me dirigí a la casa y me recosté sobre el sillón. ¿Cómo había terminado yo viviendo en la casa de un ricachón? Busqué algo para comer en la heladera. Encontré jamón y queso y me hice un sándwich. Lo bajé con vino y me fumé un cigarrillo. Luego fui hasta mi habitación, subiendo las escaleras. Era una casa antigua, muy antigua. Los escalones chillaban. Llegué al primer piso y allí había un largo pasillo. Todo tenía un aroma algo tétrico. Al final del pasillo estaba la habitación de huéspedes. Entré y me recosté en la cama. Me quedé dormido casi al instante.

Me desperté a eso de las 4 de la tarde. Bajé y abrí otro vino. Mientras lo bebía, podía ver cómo Roko caminaba y caminaba, sin quitarme la mirada de encima. Ese perro de mierda, pensé, podría embriagarlo, tal vez así nos llevemos mejor. Decidí reservar el alcohol para mí.

Salí al patio y me acerqué a la piscina, hacía calor. Caminé hacia Roko con mi vaso de vino en la mano. Su mirada era perversa.

- Te desataría, pero tengo miedo que me comas. – dije en voz alta.

Di un trago de vino, me di vuelta y caminé hacia la casa. Entonces escuché la cadena de Roko y sus pasos. Volteé la cabeza y vi cómo el hijo de puta se me venía encima. La cadena lo detuvo a pocos centímetros de mí, casi me destroza, pensé. Estuvo muy cerca.

Estaba muy aburrido. Quisiera invitar a alguien, o hacer una fiesta, pensé. Pero no tenía a nadie a quien invitar, ni amigos, ni novia, ni conocidos, ni zorras. Nada. Las horas pasaban lentamente. Me recosté en el sillón y terminé la botella de vino. Estaba algo ebrio. Se hizo de noche y prendí algunas luces. Estaba fresco y me acerqué a la chimenea. Encendí el fuego y escuché un ruido, como unos pasos. Provenían de arriba. Tal vez había alguien, algún asesino o algún ladrón. Fui a ver. Subí las escaleras, lentamente. Los escalones chillaban demasiado. Un paso a la vez. Todavía se oían los pasos. PUM, PUM, PUM, PUM.

- ¿Hola? – dije.

El ruido cesó. Tal vez fue mi imaginación, pensé. Tal vez fue el vino. Me quedé allí, contemplando la nada misma. Cuando decidí regresar al sillón, volví a escuchar los pasos.

- ¿Qué carajo…? – me pregunté en voz alta.

Había alguien en la puta casa, estaba seguro. Bajé a la puerta principal y garré un paraguas que andaba por allí. Volví a subir, violentamente, como empoderándome de la situación.

- ¿Quién está ahí? – dije – ¿Hola?

Escuché unos ruidos en el baño.

- ¿Quién es? – exclamé, molesto – ¡Responde, hijo de puta!

Fui hasta al baño, me acerqué lentamente. Estaba preparado para lo peor. La puerta estaba cerrada. Puse mi mano en el picaporte y la abrí rápidamente. No había nada. Revisé todo el lugar, pero nada. Había una pequeña ventana, pero era demasiada pequeña como para que entrara una persona por allí. Volví abajo y busqué en la heladera algo de comida. Me hice unos fideos con salsa boloñesa. Abrí otra botella de vino.

El agua hervía, metí los fideos, mientras seguía bebiendo aquel costoso vino. Cuando estaba por sentarme a comer, algo me llamó la atención en la ventana. El reflejo de una niña subiendo las escaleras me hizo cagar encima.

- ¡Ey! – dije.

Me estaba volviendo loco. Me di vuelta y la vi. La seguí hasta el final de las escaleras, luego dobló hacia el pasillo y la perdí.

- ¿Qué mierda…?

Estaba alucinando. Sentí miedo. Esto no puede ser, me repetía una y otra vez. Tal vez fue el vino. Ese vino de mierda. No estaba acostumbrado al vino de categoría. Quizá me había pegado mal.

Volví a la mesa y seguí comiendo. Comí lo que pude. Me quedé pensando en la situación y tratando de convencerme de que lo que había visto no era real.

Lavé los platos, encendí un cigarrillo y apoyé mi culo en el sillón. Prendí la tele y me quedé viendo una película de John Wayne. De repente, mientras Johnny le disparaba a alguien, escuché una risa. Era la risa de una niña y provenía de arriba. Intenté olvidarlo y terminé el vino. Estaba alucinando. Tenía que beber más. Seguro este viejo tacaño tiene una colección de vinos en algún lado, pensé.

Dejé la botella y recorrí un poco la casa. Era gigantesca. Había unas grandes ventanas, cubiertas de unas largas cortinas, que dejaban ver todo el jardín.

- ¿A dónde guardaría un viejo ricachón su colección de vinos? – me pregunté.

Seguía hablando en voz alta para no sentirme tan solo. Había una puerta al lado de las escaleras. La abrí. Parecía ser el sótano. Estaba todo oscuro allí adentro. Prendí la luz y bajé. En ese momento pensé en que si llegaba a aparecer la pendeja esa de nuevo, directamente se me saldría la mierda del culo. Miré a mí alrededor y ahí estaba lo que andaba buscando. Cuatro estantes llenos de botellas. Busqué la mejor. Jamás había oído de aquella marca, pero era un Malbec de 1992, gran cosecha.

Cuando estaba subiendo las escaleras se cortó la luz y, de repente, la puerta del sótano se cerró de golpe. Me quedé allí atrapado con el vino en la mano.

- ¡Mierda! – dije.

Corrí hacia las escaleras, no podía ver nada. La botella casi se me cae al tropezar con uno de los escalones. Llegué hasta la puerta. Forcejeé. No podía abrirla.

- ¡La puta madre! – exclamé en voz alta.

Entonces escuché una voz del otro lado.

- Te dije que no curiosees…

Era la voz del viejo. Sentí que el corazón se me detuvo por un instante. Sentí una parálisis momentánea. Me puse blanco, como los dibujitos. No puede ser, pensé. Estoy loco.

Intenté abrir la puerta, nuevamente. Se abrió y salí. No podía ver nada. Fui a buscar mi teléfono celular y alumbré el camino con su la pantalla. Decidí irme de allí. Preparé el bolso. Metí el Malbec del ´92 allí. Cuando abrí la puerta de entrada allí estaba Roko, suelto y hambriento. Comenzó a correr hacia mí. Sus gruñidos eran como gruñidos provenientes del mismo infierno, asesinos. Quería matarme, quería sacarme las tripas y tragarse mi sangre y luego digerirme y cagar mis restos por ahí. Pude cerrar la puerta justo a tiempo, dejándolo afuera. Me estaba volviendo loco allí adentro. Intenté salir por la puerta de atrás, pero Roko también estaba allí. Era rápido el hijo de puta. Casi entra de no ser por mi reacción, la cual fue un poco más rápida que la suya. Sin embargo, el hijo de puta logró morderme la mano al intentar dejarlo afuera. Estaba muy nervioso y el corazón me latía a mil. Se oían pasos arriba y la risa de una niña. Todo estaba oscuro y una bestia asesina me rodeaba. No sabía qué hacer. Decidí abrir el Malbec y bebérmelo en medio de toda aquella situación.

Tenía la mano herida, fui al baño, me la lavé y me puse una venda. Decidí hacer una llamada de auxilio, pero no tenía señal en mi teléfono.

- ¡La puta que me parió! – dije en voz alta – ¿¡A dónde mierda estoy!? ¡Viejo hijo de puta!

Me quedé en el sillón, sentado, mientras escuchaba pasos arriba y alguna que otra risa. Me estaba volviendo loco. Me terminé el vino.

- ¡¿A dónde estás viejo de mierda?! – dije – ¡Estás acá, ¿no?, hijo de puta, pervertido, enfermo!

Debía salir de esa casa, pero el problema era el perro. Tenía que drogarlo o matarlo. Pero no había droga, no había nada. Quizá pueda ser más rápido que él y atravesar el jardín sin que me vea. Era muy arriesgado.

- ¡Comida! – me dije en voz alta – Le puedo dar la comida y mientras come, me voy.

Busqué la comida del perro de mierda ese. Preparé un plato y se lo tiré por una ventana que se encontraba al lado de la puerta trasera.

- Roko… – dije, llamándolo – ¡Vení, Roko. Vení, perro de mierda!

No venía, el muy hijo de puta. Me quedé esperando a que se acercara a comer. Se acercó segundos después. Visualizó la comida y empezó a comer.

- Muy bien, perrito de mierda, muy bien.

Me moví lentamente y fui por mi bolso. Me acerqué a la puerta principal y la abrí suavemente, pero algo pasaba. No se abría.

- ¿Qué mierda pasa? – dije.

No podía abrir la puerta. Lo intenté una y otra vez, hasta le di un par de patadas, pero nada.

- Yo me voy a ir de acá, ahora mismo.

Agarré una silla y la estrellé contra la ventana. Estalló. Los vidrios saltaron para todos lados. Me estaba yendo, pero de repente vi a Roko, estaba allí, observándome como un demonio. Volví a la casa, Roko me siguió.

- ¡Encima que te di de comer, hijo de puta!

Me metí en el baño, pero la puerta tampoco se abría. Subí por las escaleras y casi me alcanza. Le tiré con el bolso y lo retrasé un poco. Abrí la puerta de la habitación al final del pasillo y la cerré rápidamente. Escuché cómo Roko se estrelló contra la puerta, fuertemente. No podía respirar, casi vomitó mi corazón allí mismo.

- ¡Hijo de puta! – le grité.

Jamás había odiado tanto a un perro. No podía hacer más nada.

Estaba sobre la cama, pensando. Tal vez podría escapar por la ventana. Agarré las sábanas y até los extremos de cada una entre sí. Tal vez pueda hacer una especie de soga con esto, pensé. Acerqué la cama a la ventana y até un extremo de la soga hecha de sábanas a una pata de la cama. Me aseguré de que estuviera bien atada. No era muy larga, pero resistiría la caída. Comencé a bajar de a poco, pero allí abajo, estaba Roko, esperándome.

- ¡Hijo de puta! ¡Dejame ir!

Empecé a subir para volver a la habitación, pero la ventana se cerró de golpe. Me quedé allí colgado, entre la ventana cerrada y Roko. Comencé a notar que la sábana se estaba rompiendo. No resistiría mucho más. Decidí romper la ventana de un codazo y volví a la habitación. Estaba otra vez allí. Me dirigí rápido hasta la cocina, antes de que llegara Roko. Bajé las escaleras, agarré un cuchillo y lo esperé allí.

- ¡Dale, hijo de puta! ¡Vení!

El perro llegó con toda su furia. Me miró con ira y se me vino encima. Saltó con furia hacia mí, pero lo recibí con un cuchillazo en el pecho. Logró morderme el hombro. Me lastimó, yo seguí apuñalándolo hasta que no pudo luchar más. Quedó allí en medio de la cocina, muerto. Lo peor había pasado, tal vez el dueño se enojaría un poco, pero no me importaba.

Fui al baño, la puerta se abrió esta vez. Me lavé el cuello y cuando levanté la mirada, un escalofrío recorrió mi cuerpo al ver que, detrás de mí, había una niña con el cuello cortado, desangrándose. Me di vuelta, con miedo, no quería ver. No había nadie. Nadie. Ninguna niña. Ningún cuello. Ninguna sangre.

- ¡¿Qué carajo pasa acá?! – exclamé.

Fui a buscar mi bolso y ya me iba, cuando escuché a alguien golpeando la puerta del sótano.

- ¡Ayuda! ¡Ayuda! – decía.

Era la voz de una mujer y parecía bastante desesperada. Fui hasta allí y abrí la puerta, pero no había nada ni nadie. Me quedé aterrado. Las piernas no me funcionaban bien. Agarré mi bolso y alguien me tocó el hombro. Casi me desmayó del susto. Volteé para ver y allí estaba, era un tipo grande.

- ¿Quién sos? – dijo.

- ¿Qué…?

El tipo se quedó mirándome, parecía estar esperando una explicación. Yo estaba helado.

- Soy… el sereno.

- No, yo soy el sereno. – dijo él – ¿Quién sos vos?

- El señor Gabriel Sosa me contrató, soy el sereno.

- ¿Gabriel Sosa?

- Sí.

- Ah…

El tipo cerró sus ojos y parecía que sabía algo.

- ¿Qué pasa? – pregunté.

- Me dijeron que cada tanto pasaba esto, pero la verdad nunca pensé que… – dijo.

- ¿Qué cosa?

- Gabriel Sosa mató a su esposa y a su hija hace años aquí, y después se suicidó. Nunca encontraron los cuerpos de la mujer y la hija. Dicen que las enterró en el sótano, pero nunca aparecieron. Cada tanto algún que otro sereno encuentra a un tipo que cree que es el verdadero sereno contratado por Sosa.

- Pero a mí me contrató el señor Sosa. Yo lo vi y hablé con él y hasta me dio la mano.

El tipo se reía de mí.

- Me voy. – dije.

- Espera. – dijo el tipo – ¿Quién va a pagar todo esto?

- ¿Qué cosa?

- La ventana rota, el perro muerto.

- ¿Me estás jodiendo?

- No. Voy a llamar a la policía. No te muevas.

Le di un empujón al tipo mientras hacía la llamada y me fui de allí, como escapando de una prisión.

Nunca más volví a aquella casa y dejé de buscar trabajo por un tiempo, eso significó que la vieja Elsa me echara. Jamás volví a ver a Elsa, por suerte. Quizá todo fue un sueño. Quizá pueda escribir un mejor cuento, pensé. Pero ya era tarde.


miércoles, 2 de octubre de 2019

Nadie lo sabe

Mi cuerpo era una carga, como si llevara una mochila de mí propio ser. Al mismo tiempo, me sentía vacío por dentro. Lo único que podía encontrar en aquella mochila era vómito y sangre. Me pesaban los ojos, la mandíbula, la cabeza, los brazos. No podía dar ni un paso.


Me desperté. Abrí los ojos, lentamente. La cama estaba deshecha. Me senté en una silla y me quedé observando la cama. Recordé a mi madre cuando me decía: “La cama es el reflejo de la persona”. Mi cama era un desastre. Quizá mi cama nunca estaba hecha porque dormía demasiado últimamente. No encontraba motivación en nada. Por aquellos días solía salir a caminar y me quedaba sentado en el banco de alguna plaza, observando a la gente y fumando. Tal vez veía pasar a una hermosa mujer y me imaginaba cómo sería. Siempre pensé que cuanto más buena estuviera una mujer, más loca tendría que estar. Así que intentaba evitar ese tipo de mujeres, porque al principio todo suele ser perfecto, pero al final terminan jodiéndote la vida.

Aquel día no me sentía diferente. Sentía que el tiempo se movía más rápido que yo. Mi cabeza estaba en otro lado. Me puse de pie. Di un paso al frente. La habitación se movía, yo no. Sentí que la habitación se hacía pequeña. Sonreí. ¿Todavía estaba borracho? Eso parece. No quería vomitar. Me acerqué a la ventana. No me quedaba mucho en aquel departamento. Debía dos meses de alquiler y el dueño ya estaba cabreado.

Entonces escuché los gritos de la pareja de al lado.

- ¡DEJAME VIVIR EN PAZ, HIJO DE PUTA!

- ¡VOY A DEJARTE VIVIR EN PAZ, PERO EN LA CALLE! ¡PUTA DE MIERDA!

- ¡MORÍTE INFELIZ DE MIERDA!

- ¡PUTA DE MIERDA! ¡VAS A VER DE LO QUE SOY CAPAZ!

- ¡NO! ¡SOLTAME MARICÓN!

Se escucharon unos golpes. Cosas que se rompían. Peleaban todo el tiempo, a cualquier hora. Uno no necesitaba un despertador con estos dos. Nunca quise meterme. Un par de veces tuve la intención, pero siempre me pareció que a ella le gustaba ese rollo. Es muy raro. Las personas son raras.

- ¡¿ESO ES TODO LO QUE TENÉS?! ¡SOS UN PUTO!

- ¡AHORA VAS A VER, ZORRA DE MIERDA!

- ¡PUTITO! ¡PUTITO!

Ellos eran felices así, al igual que algunos son felices viviendo siempre la misma rutina. Trabajando de 8 a 5. Por lo menos éstos hacían lo que querían, eran libres, no estaba atados a nada ni a nadie y la pasaban bien así.

Fui al baño, me lavé la cara y bebí largos tragos de agua. Volví a la cama y me recosté. Los ruidos se detuvieron y las náuseas desaparecieron repentinamente. Nadie gritaba. Los pájaros cantaban y se escuchaba ese particular sonido de verano de las cigarras. Hacía calor y no podía dormir. Entonces puse mis manos en mis pelotas y traté de cerrar los ojos para no volver a abrirlos nunca más. El sol de la tarde era como un somnífero. Me relajé y volví a soñar.

La verdad es que no me gustaba mi vida y lo peor de todo es que no hacía nada para cambiarla, porque… ¿para qué hacerlo? Nada tiene sentido. Pero aquello estaba comenzando a afectarme negativamente y lo sentía en mi cuerpo y en mi alma.

Esa noche bajé al bar que se encontraba al lado de mi edificio. Me senté en la barra y pedí una cerveza. El barman me conocía, no me cobraría por aquella botella. Mientras observaba a las personas, especialmente a las chicas, pensaba en que la depresión o el simple hecho de sentirme una mierda no me llevaría a ningún lado. Así que esa noche decidí hacer lo que se me daba mejor, emborracharme e intentar acostarme con alguna chica. Siempre me gustó aquel juego, el juego de la seducción. Era como una energía que recorría mi cuerpo y me recargaba. No importaban los resultados, sólo estar ahí y ser parte del juego.

Decidí ir por la chica más sexy, pero ésta me rechazó, luego fui por otra y también me rechazó. Volví a la barra y el barman me dio una cerveza.

- Yo invito. – me dijo, guiñándome un ojo.

Sabía que aquella cerveza se debía a que el tipo había sido testigo de mis fracasos y sólo sintió lástima por mí. Está bien, pensé, un premio consuelo perfecto. Bebí aquella cerveza con angustia, luego bajé mi mirada y me quedé contemplando a la gente. Me sentía mejor, no tenía idea de por qué. Me sentía confiado. Tres rechazos es lo mismo que dos, pensé. Bienvenido de vuelta al juego, Leo.

Esa noche dormí con una chica. No recuerdo su nombre, sólo su llanto después de haber tenido un orgasmo. Me dijo que se sentía estúpida y sola. Ambos estábamos ebrios y la entendí, y en ese mismo instante entendí todo lo demás. Porque todos nos sentimos estúpidos y tristes. Todos. Entendí que aquello que me pasaba a mí les pasaba a todos. Tal vez no con tanta frecuencia como a mí, pero todos sufrimos. Al final, nadie está solo, todos somos igual de miserables aunque a algunos se les noté más o menos. La verdad es que nadie tiene la respuesta para vivir una vida plena y feliz. Todos están en busca de aquello, pero nadie sabe en dónde está la felicidad. Es sólo un espejismo. Lo que nos mantiene realmente vivos es la esperanza.

viernes, 3 de mayo de 2019

No digas nada


- ¡Escribís sobre mujeres y no sabes un carajo de mujeres! – dijo mientras subía su pantalón.

- Puede ser, pero no sé mucho más de lo que sabe nadie.

- ¿Qué?

- Nada.

- Siempre con esas frases de mierda.

Suspiró, enfadada. Tal vez yo tenía razón. Tal vez ella no sabía nada, ni siquiera de ella misma. Tal vez yo no sabía absolutamente nada, era lo más probable. Tal vez nadie sabía nada de nadie, ni siquiera del que más creían saber.

- Me voy.

- Más te vale que no vuelvas más.

- Sos un asco. – dijo – Me das asco.

- Yo también te amo.

- ¡Hijo de puta!

Dio un portazo y se fue. El sonido de sus tacos altos fue disminuyendo a medida que se alejaba de mí. Se había ido. Iba a volver, yo lo sabía y ella también, o tal vez no.

Esa noche salí. Fui al bar de siempre. Estaba lleno de humo y putas y borrachos. Allí me sentía bien. Cada tanto había una pelea y era magnífico. A veces yo era el protagonista de alguna de ellas.

Pedí una cerveza y me senté en la barra.

- ¿Cómo estás, Leo? – me preguntó José, el barman.

- Como siempre…

- Luchando.

- Sí, perdiendo.

Después de un par de cervezas escuché una voz familiar y alguien que me tocó el hombro.

- Te dije que se te veía de nuevo por acá te iba a matar.

Me di vuelta y allí estaba, era Mario, el ex novio de la que me acababa de dejar.

- No me acuerdo de eso. – contesté.

Mario era un tipo robusto, de bigotes y pelo largo. Siempre estaba vestido de cuero y llevaba una remera de los Ramones que tendría más años que los mismísimos Ramones. Pero yo no tenía miedo. ¿Cómo podía tenerle miedo a ese tipo? Era un cavernícola, un ignorante, un tipo que no tenía nada más que sus puños y sus ridículos bigotes.

- Otra vez haciéndote el gracioso. – dijo – Te voy a partir la cara.

- Mucha charla y poca acción.

Me miró, sorprendido. La gente no sabe cómo actuar ante respuestas que no esperan recibir. Pero Mario sí lo supo. En ese instante me dio un derechazo directo en la mandíbula. Caí al suelo y sonreí. Me gustaba ir a un bar y cagarme a trompadas. Era mi estilo de vida. Por desgracia esa no era mi noche. Mi chica me había dejado, Mario había dado el primer golpe, yo estaba en el suelo y me estaba cagando. Pero me levanté y logré darle un gancho en la pera. No se la espero. Mi boca sangraba y la de él también. Comenzamos. Mario se movía de un lado a otro y me decía cosas como: “Te voy a romper el culo”.

Yo me reía y esperaba. Con el paso de los años uno aprende a esperar. De repente dio el primer golpe, pero yo estaba atento, lo esperaba. Lo esquivé y logré darle un golpe seco en el estómago. Se quedó sin aire. Comencé a reírme y me quedé parado frente a él, riendo.

- ¿Qué pasa, bigote? ¿Te quedaste sin palabras?

Miré al público que habíamos generado. Observé a una mujer, una que no había visto antes. Tenía el pelo corto, por los hombros, ojos grandes y labios rojos, como el fuego. Llevaba una blusa y una minifalda y ese escote y esas piernas. Era un infierno y estaba ardiendo. Sonrió y me distraje. Mario me trajo de vuelta a la tierra con un recto en la nariz. Logró romperla. Caí al suelo, derrotado. Sí no me hubiera distraído, pensé.

Me sacaron del bar y después de un par de minutos logré ponerme de pie y caminé hasta casa. Cuando llegué descorché una botella de vino que había reservado para una noche especial, prendí un cigarrillo y me senté en la oscuridad. Durante aquella época me la pasaba yendo a los bares y emborrachándome.

Intentaba escribir algo nuevo, algo fresco y renovador. Sabía que no era especial, aunque siempre lo creí, todos lo creen. Necesitaba escribir una novela, una novela que me llevara a algún lugar. Necesitaba dar el golpe, me aterraba la idea de no lograrlo nunca y ser infeliz toda mi vida. Sólo me interesaban dos cosas, ella y mi sueño de ser escritor. Mientras tanto me emborrachaba hasta más no poder y me cogía a cualquier puta que pasara frente a mí. La vida es dura para un soñador, no se pude vivir de un sueño. Y lo más probable es que nunca llegue a conseguirlo, pensaba, a veces, y seguía bebiendo, ahogado en una depresión constante y desesperante.

Escribí un par de poemas aquella noche que me dejó y bebí un par de botellas de vino y me quedé dormido en el suelo. Tuve una pesadilla. Estaba yo en un cuarto vacío. Había una ventana y ahí estaba ella y sus ojos me miraban fijamente y no supe qué decir.

- Nadie te ama. – decía – Nadie te ama. Nadie te ama. Nadie te ama.

- Yo te amo. – contesté.

- No amas a nadie. No amas a nadie – repitió – Nunca amaste a nadie, ni siquiera a vos mismo.

No podía salir de allí y escuchaba su voz una y otra vez que me taladraba la cabeza y me volvía loco. Al final desperté y no pude volver a dormir.

Pasaron cinco días y ella volvió. La extrañé mucho. Siempre hacía lo mismo y sabía que sus partidas lograban romperme el corazón y yo la dejaba entrar, siempre la dejaba entrar, pero estaba enamorado.

- Extrañaba tu olor. – dije.

- ¿Puedo pasar? – dijo ella.

- No.

- ¿No me querés más?

- No, nunca te quise.

- ¿Qué…?

- Te amo.

lunes, 1 de abril de 2019

Cojo, luego existo

Arreglamos para encontrarnos en un bar en el centro. Era un viejo amigo. Yo había conseguido un empleo que me proporcionaba buena cantidad de dinero por poco tiempo de trabajo y eso me daba el suficiente tiempo para escribir. Así que estaba bien y con mucho tiempo para hacer cualquier cosa.

- Vamos a tomar unas cervezas y ver algunos culos. – dijo él.

- Claro – contesté.

- Nos vemos en el bar de la otra vez.

- ¿Cuál?

- El de la otra vez.

- ¿Cuál de la otra vez?

- Ese del que te echaron. – dijo, sonriendo.

- Ah – dije, creyendo recordar –, ese bar.

Me interesaba eso de tomar unas cervezas y ver algunos culos con mi viejo amigo Ariel, como solíamos hacer antes de que se casara con aquella perra que lo convirtió en un puto monje. Yo no lo podía creer. La mujer le cortó las bolas y creo que fue literalmente así. Eso nunca me pasaría a mí, pensé, ingenuamente. Uno no puede asegurar nada, las mujeres son poderosas y los hombres somos débiles ante ellas. En ese tiempo yo salía con una chica, se llamaba Catalina. Era una historia interesante, ya que Catalina era mi ex novia del secundario, mi primer amor, la chica a la que le arrebaté su virginidad y toda la cosa. Catalina y yo estuvimos separados por un período de seis años, un día la encontré sola en un negocio y decidí entrar al negocio y hablarle. Me disculpé con ella por cómo habían terminado las cosas. Ella se mostró muy madura al respecto, yo le pedí su teléfono y comenzamos de nuevo. Estaba enamorado, o al menos eso creía.

Cuando llegué al bar, me acerqué a la barra y pedí una cerveza. No había señales de Ariel, así que lo esperé allí, en la barra. Miré a mí alrededor y había varias mujeres hermosas. No, Leo, ahora sos hombre de una sola mujer, no podés caer en la tentación. Había culos despampanantes y faldas cortas, piernas bronceadas y fibrosas, escotes colosales y tetas, tetas, tetas por todos lados. Todo parecía estar puesto ahí como para hacerme morder el palito, o, mejor dicho, hacerme morder algo más. ¿A dónde me trajo éste hijo de puta? Pensé. Tal vez la monogamia no sea algo natural. Vi pasar una despampanante morocha junto a mí. Claramente la monogamia es anti natural, pensé. Le vi el culo y pensé en dios, fue una de las pocas veces que pensé en dios.

- ¿Qué estás mirando? – dijo Ariel, tocando mi hombro por detrás.

- Ey, viejo, ¿cómo estás?

- Bien, ¿y vos?

- Bien, ¿a dónde carajo me trajiste? Este lugar está lleno de mujeres.

- Sí, está bueno, ¿no?

- No lo recordaba así.

- Es que cambió de dueño.

- Estoy enamorado, Ariel. Esto no es justo. ¿Viste a todas esas chicas?

- Sí, las vi. – dijo Ariel, mirando a su alrededor.

Me quedé contemplando a todas ellas. Todas parecían tan radiantes y llenas de vida.

- ¿Tan viejos somos? – dije.

- ¿A qué te referís?

- Los tiempos cambiaron, Ariel.

- Somos dos jóvenes con suerte, Leo.

- Sí… – dije, observándolas pasearse frente a mí, cual sirenas –… mucha suerte.

Algunas de ellas me miraban, muchas con desprecio, pero la mayoría me sonreía. Las mujeres suelen detectar a los hombres comprometidos y se sienten atraídas por ellos, pensé. Creo que es todo una cuestión de química. Tengo la teoría de que las mujeres huelen la desesperación.

- Vámonos a la mierda. – dije.

- ¿Por qué? – preguntó Ariel, desentendido.

- Éste lugar es pura fachada, pura fantasía. Un lugar decorado con perras de éste calibre no puede ser bueno, no puede ser real. Es una ilusión.

- ¿No puede ser bueno? ¿Qué tiene de malo?

- No sé, los precios, por ejemplo.

Terminé mi cerveza y huimos de aquel lugar. Antes de llegar a la puerta me encontré con una vieja amiga, un polvo de una época pasada.

- Leo. – dijo ella.

- Laura. – dije, posando una sonrisa falsa.

- ¿Qué haces por acá?

- Ya me iba.

- ¿Ya?

- Sí.

- ¿No te querés quedar un rato? – dijo.

- No, gracias. Ya nos íbamos.

- Dale – insistió – Tomate la última conmigo.

El tiempo que pase con Laura me sirvió para conocerla muy bien, era una de esas arpías chupa sangre. Le gustaban las cosas caras y los hombres con billeteras gordas. Podías ser el amante perfecto, el más romántico y una fiera en la cama, pero si no tenías efectivo, no eras más que una cucaracha. Recuerdo la primera vez que salimos, ella pidió un trago tras otro. A mí me pareció un poco extraño. “Espero que piense pagárselos ella”, pensé. Pero no fue así. Le pagué al camarero y cuando nos estábamos yendo el tipo vino a buscarme, diciéndome que no había pagado todos aquellos tragos que Laura se había bebido. Tuve que pagar, afortunadamente tenía dinero en ese momento, pero me quedé en cero. Después me la cogí con furia y rabia, y jamás volví a verla, hasta ese día.

- No, ya me voy, estoy cansado. – dije.

- Está bien, llamame y nos vemos otro día, cuando estés con más pilas.

- Seguro.

Salimos de aquel lugar y nos dirigimos a mi casa. Había un pack de Budwaiser, esperándonos.

- Mira esa tipa – dijo Ariel, señalando a una chica que se acercaba con su perro.

El perro la llevaba a ella y la hacía caminar torpemente y sus tetas se movían de un lado a otro. Era un gran espectáculo.

- Sí, la vi varias veces. – dije – Debe ser nueva en el barrio.

- Qué buena que está.

- ¿Te das cuenta que parecemos desesperados?

- ¿Por qué lo decís?

- Ambos estamos de novio y parecemos dos púberes pajeros y vírgenes.

- Puede ser. – dijo sin prestarme mucha atención – Mirala, mirala.

La mujer pasó por al lado nuestro y el perro se acercó a olerme la pierna. Ella me sonrió, siempre que me veía me sonreía. Usaba calzas apretadas y una musculosa. Tenía cara de traviesa o al menos con esa cara me miraba y me dejaba pensando. El perro me lamió el pantalón, ella me lo quitó de encima.

- ¡Lila! – le dijo – Basta.

Tiró de la correa y siguieron caminando. Me di vuelta y le miré el culo, como solía hacer siempre. Luego vi su cabello, una brisa lo levantó y zarandeó de un lado a otro. Era un espectáculo.

- Me gustaría una chupada de esa perra – dijo Ariel.

- Primero tendrías que sacarla a paseas una o dos veces, mínimo.

- Ja, ja, ja, me gusta, pero no sé, tiene cara de idiota.

- ¿Cara de idiota?

- Sí, cara de idiota.

- ¿Y qué querés, a Stephen Hawking para que te chupe la pija?

- No, pero su cara me desconcentraría. – afirmó.

- ¿Qué buscas? ¿Una charla filosófica o una mamada?

- ¿Cuál será su filósofo favorito? – preguntó Ariel, riendo – ¿Sócrates? ¿Nietzsche? ¿Schopenhauer?

- Tenía cara de Descartes. Cojo, luego existo.

Llegamos a casa y Ariel comenzó a hablar de su novia y sus suegros, yo lo escuchaba pero al mismo tiempo pensaba en que tal vez las mujeres también pensaban lo mismo que nosotros y hablaban de los hombres como nosotros hablábamos de ellas. No sé, tal veían a un tipo y pensaban “¿qué tan grande será su verga?” o cosas así. Supuse que así sería, tal vez para no sentirme tan mal como representante del género masculino. Al fin y al cabo todos somos animales y nos pasan cosas.

Ariel se fue antes de lo esperado. Al parecer la novia lo necesitaba. Me dejó allí, en la terraza, bebiendo solo. Aquella lata de cerveza ya estaba caliente, la dejé y agarré otra. Encendí un cigarrillo y vi cómo se apagaba la noche.

lunes, 4 de marzo de 2019

Ella

Ella era rebelde, atrevida, espontánea, simpática, cariñosa, ella era una chica libre. Se llamaba Diana, tenía 25 años, me llevaba dos años. Solía decirme “chiqui”, no me molestaba. Nos habíamos conocido por internet. Hablamos un par de veces pero no nos habíamos visto hasta aquel día en el que tuve que ir a Capital a ver la presentación de un libro erótico. Le dije que la presentación sería cerca de su casa y que tal vez podríamos vernos. Dijo que sí.

Nos reuniríamos en una esquina a eso de las 7 de la tarde. Llegué temprano y mientras la esperaba, compré una cerveza. Me la tomé y luego prendí un cigarrillo, luego otro y otro. Estaba ansioso por conocerla. Finalmente divisé a una mujer a lo lejos. La mujer tenía una buena figura, no estaba seguro si era ella. Entonces la mujer sacó su celular y de repente mi teléfono sonó. Era ella.

- ¡Hola! – dijo abrazándome.

- Hola ¿cómo estás?

- Bien, ¿vos?

- Muy bien.

Diana era alta, casi más alta que yo, su pelo era negro como el café al igual que sus ojos y su piel era blanca, como las nubes. Llevaba un piercing en la nariz, y su boca y cejas mostraban exactamente cómo se sentía. Su cuerpo era único, uno de los mejores que había visto y aunque todavía me faltaba verla desnuda, parecía prometedor. Tenía el tamaño justo de tetas, un culo de película y unas piernas largas, me daban ganas de apretarlas y envolverme con ellas.

Fuimos a aquella aburrida presentación que por suerte se terminó rápido. Nos besábamos cada tanto, mientras la autora y la editora comentaban cosas respecto a la novela. Sus besos estaban cargados de lujuria, nuestras lenguas se llevaban muy bien. Cuando terminó aquel espectáculo decidimos ir a un bar a tomar una cerveza.

Mientras caminábamos, noté que todos los hombres la miraban. Diana era una mujer que paraba el tránsito, maravillosa, un deleite para las miradas de los hombres e incluso muchas mujeres. Era muy hermosa y su forma de caminar hacía notar su personalidad. Era fuerte y decidida, eso atraía a los hombres. Me sentía poderoso caminando junto a ella. En un momento agarró mi mano y me miró.

- ¿Todo bien? – dijo sonriendo.

- Sí… todo bien.

En el camino hablamos de muchas cosas. Me contó varias historias.

- A mi ex no se le paraba y un día me dijo que tenía una sorpresa para mí…

Su ex era un drogadicto que lo único que hacía era drogarse y hacer estupideces como la que me contó esa tarde.

- Lo esperé en la cama con la concha húmeda, habíamos estado haciendo el juego previo. Me dijo que cerrara mis ojos abriera las piernas, lo hice. Entonces sentí algo duro ahí abajo. Cuando me asomé para ver qué era, descubrí que el hijo de puta me estaba metiendo su 45.

- ¿Te estaba metiendo una pistola en la concha?

- Sí, encima gatilló.

- Por suerte no estaba cargada.

- La verdad que fue suerte, el hijo de puta era capaz de hacer cualquier cosa.

- ¿Y qué hiciste?

- Me levanté, insultándolo y tiré toda su cocaína por el inodoro. Casi me mata, entonces me fui y jamás volví a verlo.

La mujer tenía carácter y eso me gustaba mucho. Nadie podía pasarla por encima. Quería cogérmela allí mismo. Nos besamos y le toqué una teta.

Cuando llegamos al bar pedimos una cerveza y seguimos hablando. Comenzó a hacerme preguntas. Me había contado muchas cosas, quería saber algo de mí.

- ¿Así que sos un chico honesto?

- Sí.

- Bueno, seamos honestos. El otro día me toqué pensando en vos.

- ¿Ah, sí? ¿Y qué pensaste?

- No sé, tengo una idea de vos que me excita.

- ¿Qué idea?

- Sos un tipo que sabe lo que quiere, decidido y muy seguro de sí mismo.

- Puede ser.

- No me cagues la fantasía – dijo riendo.

- Claro que no.

- ¿Y vos qué pensás de mí?

- Pienso que sos una mujer muy hermosa y me gusta como sos. Me gusta tu carácter y tus ganas de vivir.

- Sos muy lindo – dijo mientras acariciaba mi rostro.

- Me gustan tus ojos y cada vez que te beso, se me pone dura.

- Sos muy tierno, me acaramelas. Decime perra o algo así.

Me acerqué a ella y nos besamos. Nuestras lenguas estaban bailando y nuestras bocas se rozaban una y otra vez. Se me puso dura y comenzó a tocármela por arriba del pantalón. Yo froté su vagina sobre su ajustado jean.

Pensé que Diana estaba cerca de ser la mujer perfecta para mí, muy cerca. Podríamos convertirnos en una pareja rebelde, violenta y antisocial. Podríamos convertirnos en los nuevos Bonnie y Clyde e ir por el mundo robando bancos y matando policías y emborrachándonos cada noche. Sería una vida rápida, una pasión fugaz. Me gustaba su personalidad. Tal vez estábamos hechos el uno para el otro. A los dos nos fascinaba el caos, el sexo y no soportábamos a la gente.

- Basta – dijo alejándome – quiero cogerte.

- Tendríamos muy buen sexo vos y yo.

- Seguro. Dicen que cuando uno besa bien, coge bien y me gustan demasiado tus besos.

- ¿Por qué no vamos a tu departamento?

- Ya te dije, tengo que irme, voy a llegar tarde.

La besé de nuevo, fue un beso lujurioso, muy lujurioso.

- Basta, no me tientes, no vamos a coger hoy.

- Espero verte de nuevo.

- Obvio, eso es seguro. No voy a dejarte así y no voy a quedarme así. No sería justo para ninguno de los dos.

Llegó la hora, pagué la cerveza y mientras ella estaba parada sobre la barra hablando con su amigo el barman, yo me acerqué a ella y apoyé mi miembro contra su culo y besé su cuello, ella gimió un poco, se dio vuelta y me besó en la boca. La acompañé hasta la parada del colectivo. Su colectivo llegó muy rápido.

- Ahí está – dijo – Chau lindo.

Me besó y se fue.

Me dirigí al subte, tenía un largo camino hasta casa. Seguía pensando en ella y en lo bien que lo hubiéramos pasado cogiendo. Sin duda alguna me haría una paja al llegar.

Pasó una semana y debía presentar mi primera novela en San Telmo, pero antes hice una parada en el departamento de Diana. Estaba totalmente ebrio, pero lo disimulaba bastante bien.

Nos acostamos en la cama y abrí una lata de cerveza que traía conmigo. Hablamos un poco, la conversación no tenía mucho sentido. Parece que ella me había invitado sólo para coger y yo había aceptado. Por momentos parecía que estaba con una prostituta que sólo quería cumplir con su trabajo e irse, pero Diana no era así, Diana era una diosa y yo estaba en su cama, como esperando el milagro. Terminé la mi cerveza y comenzamos a besarnos. Se sacó aquel short de jean y la remera, empecé a lamerle las tetas. Tenía un piercing en el pezón derecho. Después bajé hasta su vagina, también tenía un piercing ahí. Luego de un rato ella me acostó boca arriba y sacó una especie de crema que me pasó por la verga.

- ¿Qué es eso? – pregunté.

- Es como una pasta, para darle sabor.

La colocó sobre mi verga y comenzó un estupendo trabajo. La chupaba estupendamente. Yo estaba al palo, entonces le dije que montara su culo sobre mí.

- Ey, mirá que yo me cojo a una docena de pibes por semana. Mejor cuidate.

La miré y sonreí. Se la metí igual, no me importaba. Comenzamos una gran batalla sexual. El alcohol comenzó a afectarme y no estaba funcionando. Le daba con fuerza, quería esmerarme para que pudiera llevarse una buena impresión de mí, pero ella no estaba muy entusiasmada que digamos. Decidí ponerme el preservativo. Mi estómago me daba vueltas y en ese momento ocurrió. Mi verga no estaba funcionando, no quería saber más nada. Intenté animarme, pero nada. Me levanté de la cama y fui al baño. Una vez allí, vomité. Volví al cuarto.

- Demasiado alcohol linda. Será la próxima.

- No importa… - dijo decepcionada.

Le molestó, se le veía en la cara. Estaba más distante y fría. Yo no me sentía muy bien y me fui de allí.

Pensé que no volvería a verla. Pero antes de irme a dormir, me llegó un mensaje: “Que descanses chiqui, ya nos vamos a ver. Un beso.”

El tiempo se fue con ella y jamás volví a verla. Pero a veces pienso en ella y en lo que pudo haber sido. Había potencial.

martes, 26 de febrero de 2019

De zapatos y otros gángsters

Me vi los zapatos aquella mañana antes de ponérmelos. Estaban hechos mierda, eran una mugre, daban lástima. Los tenían desde hacía ya varios años, tantos años que ya no podía ni recordar. Es increíble cómo pasa el tiempo, pensé mientras me miraba los pies. Podría haber hecho algo mejor con mis pies y mis piernas, siempre fui un gran corredor, delgado y de piernas fibrosas, en vez de eso sólo las usé para caminar, ir de acá para allá, como todos.

Me levanté, eran como las diez de la noche. Hacía un par de días que había llegado a aquel barrio. Era un barrio ricachón en Palermo. Me había mudado allí con una mujer que conocí una noche en un bar. Estábamos ebrios, ella me dio una oportunidad, a pesar de no tener ni un peso o siquiera un suelo a dónde caer muerto. Le di duro aquella noche, realmente me esforcé. Quería hacerle pasar un buen rato, pensé que, quizás así pudiera ganarme su confianza o su cariño y lo hice. Le gustó y me quedé allí en el departamento que le había regalado su padre. Pero siempre me aburrió la rutina. No podía estar mucho tiempo en ningún lugar. Habían pasado ya casi dos semanas y decidí irme. Teníamos buen sexo, pero, a pesar de que yo ya estaba aburrido, algo raro pasaba. Ella quería deshacerse de mí, lo presentía, pero no podía decírmelo y cada vez que lo intentaba, teníamos sexo, y luego se olvidaba. Hacía ya tres noches seguidas que ella había estado volviendo a las 5 de la mañana. Era obvio que se estaba cogiendo a otro, pero se ve que no era alguien que la dejaba realmente satisfecha, porque cuando se despertaba lo primero que hacía era tirarse encima de mí.

Se había ido esa noche y habíamos discutido antes de su partida. Me dijo cosas como que me muera y la mierda de siempre. Estaba enamorada, lo sabía, se notaba en sus ojos, por eso no me echaba. Nos llevábamos bien, la pasábamos bien, teníamos muy buen sexo. Sin embargo, ya había sido suficiente. Yo la quería, pero no sentía amor. Hacía mucho no sentía amor por nadie.

Le escribí una carta antes de irme, que decía algo como: “Perdón, pero esto no va a funcionar. Te quiero.”

Llegué a aquel bar esa noche, un bar de por ahí. Tenía plata para un par de cervezas, algo que había tomado prestado de Laura. Un último recuerdo.

- Una cerveza – le dije al barman, acercándome a la barra.

El tipo me guiñó el ojo y fue por mi cerveza. Mientras tanto miré un poco a mi alrededor, me di cuenta que no pertenecía a ese lugar. No importa, pensé, me voy a beber las cervezas que quiera y después me voy a ir a la mierda.

De repente llegó un tipo arrogante, con lentes oscuros, reloj de oro, cadenas de oro, saco rojo y pantalones blancos. Caminaba muy despreocupado, como si fuera el dueño de todo lo que tocaba y miraba. El suelo, las ventanas, el barman, las mujeres, el alcohol, yo, todo era suyo. Al tipo lo acompañaba una tremenda perra, una de esas mujeres sacadas de algún concurso de belleza o algo así. La tipa tenía un vestido negro muy apretado el cual marcaba toda su increíble figura. Nada le faltaba, tetas, culo, cintura, piernas, todo estaba en el lugar correcto y del tamaño perfecto. El tipo se sentó en una mesa cerca de mí con toda su asquerosa altanería y su deliciosa perra. Lo miré y algo me llamó la atención. Sus zapatos. No suelo mirar los zapatos de los hombres, tampoco los de las mujeres, aunque ellas tienen sus piernas y aquello te lleva hasta allí o hasta otro lado. En fin, los zapatos del tipo eran brillantes, mientras que los míos estaban sucios y daban pena. Tenían como un detalle dorado y no tenía cordones, y parecían de piel de cocodrilo o algo así.

El tipo pidió un whisky y prendió un habano.

- ¿Qué mirás? – me dijo de repente.

- ¿Yo? – dije.

- Sí, vos. No me mires.

- Yo miro lo que quiero.

- Ey… – me dijo el barman cerrando sus ojos con una expresión de miedo.

- ¿Qué dijiste? – respondió el tipo, levantándose y acercándose a mí.

No era muy alto y me di cuenta que sólo era un viejo ricachón. Comencé a pensar que estaría bueno romperle la cara. No sé por qué, pero tenía ganas de meterme en problemas. Quizá lo de Laura me había afectado.

- ¿Sabés con quién estás hablando? – dijo.

- Me importa un carajo.

El tipo abrió sus ojos como si hubiera visto un fantasma o le hubiera metido un palo en el culo. Realmente no se lo esperaba. Se creía el jefe, el dueño de todo. Pero no era mi jefe y mucho menos mi dueño.

- Estás muerto, flaco. – dijo posando una sonrisa asesina.

Su amenaza no me intimidó. Le di un derechazo y cayó al suelo, con todo aquel metal, oro y plata que traía encima. La gente se quedó petrificada ante aquella situación. Todos eran muy blanditos en ese barrio, pensé. Nadie dijo nada. La perra se acercó al tipo para asistirlo. Yo terminé mi trago y me fui, pero antes me llevé sus zapatos y dejé allí los míos. Lo que me llamó la atención es que el tipo se quedó allí en el suelo, riéndose.

Me alojé en una habitación barata aquella noche. Pagué con lo que me quedaba, lo cual no era mucho, nunca era mucho, pero era suficiente. Mi estómago me dolía, el hambre comenzó a afectarme gravemente. Me saqué mis nuevos zapatos y los dejé allí, al costado de la cama. Fumé un par de cigarrillos y me acosté. Horas después me despertó alguien que tocó mi puerta. Parecía ser alguien muy enojado. Me levanté y abrí. Dos gorilas me empujaron y me sentaron de culo en el suelo.

- Los zapatos. – dijeron.

- ¿Qué?

No entendía nada.

- Los zapatos.

Entonces me di cuenta. El tipo que había golpeado era algún mafioso, uno de esos hijos de puta que tienen gorilas trabajando para ellos. Les di los zapatos y uno se acercó a la puerta. Después de eso apareció el dueño de los zapatos. Me miró, sonriendo. Sacó una pistola y la puso en mi cabeza.

- No sabes con quién te metiste. – dijo.

- Eh, Tony –dijo uno de los grandulones – Calmate.

- ¿Qué dijiste? – exclamó Tony, furioso.

Ahora era Tony contra uno de sus grandotes.

- No me digas que me calme, hijo de puta. – dijo apuntando al grandote con su pistola – ¿¡Entendiste!?

- Sí, Tony. Perdón.

- Más te vale… imbécil.

Tony se dio vuelta y volvió a apuntarme.

- Estás jodido, hijo de puta. Me humillaste enfrente de mi mujer, te burlaste de mí y me robaste los zapatos. Unos zapatos que valen más que tu miserable vida.

- Disculpa, Tony – le dije al loco hijo de puta.

- Disculpa, las pelotas. Vas a pagar.

- Está bien – dije, entregado – Matame, no me importa.

Tony puso su pistola sobre mi cabeza y estuvo así unos segundos, pero no disparó.

- No voy a matarte. – dijo.

- ¿De verdad?

- No, pero te vas a acordar de mí.

Tony les dijo a sus matones que me agarren de los brazos. Uno de cada brazo. Me sostuvieron frente a él y éste comenzó a golpearme con todas sus fuerzas. Tenía una buena derecha, pero si no hubiera sido por sus anillos, hubiera resistido un poco más. Me dio duro al punto que me desmayé. Desperté en un hospital. Me dolía todo.

Me levanté de la cama, busqué mis zapatos, no tenía. Me había quedado sin los zapatos de Tony y tampoco tenía los míos. Ya no tenía zapatos.

Volví a acostarme y pensé en que tal vez fue mala idea abandonar a Laura. Miré por la ventana y vi un grupo de perros alzados persiguiendo a una perra. La perra cruzó la calle y los demás perros la siguieron, sólo uno se quedó en la vereda, no pudo cruzar por los coches. En un momento quiso cruzar, pero casi muere al intentarlo así que se quedó quieto. La perra se alejó con los demás y éste perro se quedó solo, viendo los coches pasar frente a él y viendo cómo su perra se perdía por las calles. Miró a su alrededor, pensó en cruzar nuevamente, pero se dio por vencido. Finalmente se fue por ahí, buscando algo más. Mujeres, todas nos afectan de alguna u otra manera.

martes, 1 de enero de 2019

Memorias de una Resaca

Estoy tirado en el medio de la nada, con una botella de vino en la mano. Un vino barato, un vino que me hacía sentir peor de lo que estaba antes de beberlo, pero igual me lo terminé. Mi estómago ruge, mi cabeza se parte. Tengo una resaca fatal. El sol me pega en los ojos, debo cerrarlos casi completamente para poder ver algo. Me siento en el cordón y me quedo mirando la calle. Entonces una sensación horrible sube desde mi estómago vacío hasta mi ardiente garganta gastada de humo de cigarrillo, me inclino un poco y despido un denso vómito. Mi boca se llenó de porquerías que había comido la noche anterior. Mierda, qué asco. Es el precio de una borrachera.

Un tipo pasó por al lado mío.

- ¡Vago! – me gritó – ¡Andá a trabajar!

No le contesté. Estaba bastante metido en mis asuntos. Además no sabía a dónde estaba. Aunque sus palabras me hicieron acordar a mi padre y a sus interminables y aburridos sermones. Vomité de nuevo.

Intenté reincorporarme y levanté la vista. Observé al tipo que me había gritado, lo vi alejándose. Estaba vestido de traje, iba hablando por teléfono y llevaba un portafolio negro. Supongo que era un empresario a algo parecido. Nunca podría imaginarme siendo empresario, pensé. Prefería levantarme por la mañana en la calle vomitando y tratando de recordar las locuras por las que había pasado que cumplir con un horario, obedecer a un jefe sádico y toda esa mierda. Odiaba todo ese mundo de enfermos por el dinero. Seguro su corbata es más cara que mis zapatos.

El mundo es injusto, pensé, pero qué puede hacer uno. Es difícil encajar en la sociedad, por lo menos para mí. Soy problemático, lo admito, pero se me hace imposible entender algunas cosas.

Seguía tirado en el cordón. Me sentí mejor. Siempre me hizo bien escupir mis demonios. Prendí un cigarrillo, el último que me quedaba. Entonces pasó un viejo.

- Eso es veneno. – dijo el viejo.

- Yo sé lo que envenena. – contesté, inhalando el humo, para luego lidiar con una toz que casi me deja sin aire.

El viejo se fue riendo. Yo seguí intentando recordar algo de anoche.

Fue el cumpleaños de una vieja amiga, bueno, una conocida… una tipa con la que me acostaba de vez en cuando. Su nombre era Mariana. Mariana era morocha, de estatura mediana, veintitrés años, piernas largas y ojos verdes. La conocí en un bar de mala muerte. Ambos estábamos despresados por sentir algo, cualquier cosa. Le invité una cerveza y ahí empezamos. Estuvimos meses de un lado a otro. Yendo y viniendo. Amándonos y odiándonos. Pero siempre volvíamos el uno al otro. Ella solía irse más a menudo, yo solía esperarla, y me emborrachaba, intentando apaciguar el dolor, intentando olvidar. Pero había mucho para olvidar. Demasiado.

Fui a su casa esa noche. Vivía sola en un pequeño y apestoso estudio en el Raval.

- ¡Leo, te acordaste! – dijo en cuanto me vio.

- Por supuesto.

Había pasado un tiempo desde la última vez.

Llevé una botella de vino, aunque yo ya estaba algo entonado. Nos bebimos la botella y luego fuimos a la cama. Mariana era un polvo maravilloso pero también era una gran conversadora, como todas, supongo. Hablamos de muchas cosas. Era una chica simple, pero valiente y con un carácter indomable. Me gustaba y yo a ella. Decía que yo había nacido para ser un alma libre y que ella no sería capaz de atarme a nada, ni siquiera al amor.

Abrimos unas cervezas y seguimos conversando. Me contó que había conseguido un trabajo de mesera en un bar. Luego comenzamos a divagar. Ella tenía el sueño de ser bailarina clásica, tal vez se le cumpliría algún día, como mi sueño de ser escritor. Aunque, la verdad, ella estaba más cerca de ser bailarina exótica que clásica y probablemente yo estaba más cerca de ser un alcohólico que alguna vez lo intentó a un escritor exitoso. Los sueños se van volando, se pierden, como las palabras en el viento, las hojas en otoño y la lluvia en el océano.

Después de un rato llegó una amiga de ella. No recuerdo su nombre, pero trajo dos botellas de vino. De repente éramos nosotros tres. Mariana era una chica muy abierta en cuanto al sexo, al igual que su amiga, por eso es que no me sorprendió cuando comenzaron a besarse. Yo estaba en el sofá, bebiendo vino y observando la escena, imaginándome cosas. Mariana me agarró de la mano.

- Vení. – me dijo.

Nos metimos en su habitación, pero yo estaba demasiado cansado, hambriento y ebrio como para encarar cualquier cosa, así que cuando me recosté en la cama, simplemente, perdí el conocimiento. No recuerdo haberme acostado con la amiga, tal vez porque nunca lo hice, lo que sí recuerdo es que ellas estaban haciendo cosas, todo tipo de cosas y después de un rato tuve que irme. Creo que fue porque vomité sobre su gato o algo así. La verdad es que no sé si era un gato o un muñeco porque no lo vi moverse en toda la puta noche. La cuestión es que Mariana se puso como loca y me echó. Fue algo raro, pero al menos pude llevarme una botella de vino.

Eran las 5 de la mañana y tenía hambre, no tenía un duro y estaba en la calle. Caminé hasta mi hogar, estaba cerca de mi preciosa cama pero estaba muy borracho como para caminar. Decidí sentarme en algún lugar a beber lo que quedaba de aquel vino. No tenía ganas de pensar en mañana. La vida no tenía mucho sentido cada vez que me ponía a pensar en ello. Todo es una versión de otra cosa. Contemplé la idea del suicidio, mientras miraba como la noche se escondía tras los primeros rayos de sol de la mañana.

Me sentía viejo, aunque no era tan viejo. Algunos podrían decir que seguía siendo joven. Pero mis rodillas habían comenzado a dolerme, las resacas duraban más, las cosas habían dejado de tener sentido, me conmovían las pequeñas cosas, y la inútil sensación de que ya era tarde para todo, me invadía de vez en cuando.

Me senté en el cordón de la vereda y apoyé mi cabeza allí. Estaba muerto de sueño, sólo iba a descansar un rato, sólo un rato.

Entonces el sol me despertó. Estaba tirado en la vereda con una botella de vino en la mano. Un vino barato, un vino que me hacía sentir peor de lo que estaba antes de beberlo, pero igual me lo terminé.

Quería ser escritor, quería explotar, quería incendiar el mundo entero con mi furia, quería llegar hasta lo más profundo de cualquier mujer, quería escupir el rostro de todo el puto sistema y partirle la cara a algún puto patriota. Quería beber hasta morir. Quería probarme a mí mismo que seguía vivo y era real. Quería irme y no volver, pero estaba cansado. Demasiado cansado.

Ya estaba amaneciendo. Me acosté y me quedé allí, mirando al cielo. Dos palomas cogiendo, las hojas de los árboles, las nubes, el sol, lo de siempre.