Translate

sábado, 16 de mayo de 2020

El mundo que se olvida del mundo olvidado

Estábamos en mi coche, era de noche, hacía frío. Ella lloraba y yo también. Se respiraba tristeza, angustia, soledad, dolor. A veces pienso que mi vida fue demasiado corta y, a comparación de otras personas, viví muy poco. No conozco muchos lugares. Nunca fui de viajar mucho, nunca tenía dinero para eso. Me concentré en el día a día, en conseguir un trabajo de mierda, dejarlo o que me echen, en conocer chicas, en emborracharme. Muchas veces siento que desperdicié mi vida, que podría haber hecho muchas cosas más. Tal vez, si lo hubiera hecho, no la hubiera conocido y nunca me hubiera dejado y yo no estaría escribiendo esto ahora.

Ahí estaba ella y ahí estaba yo. Solíamos ser felices, lo sé. Sé que ella se cansó de mí, pero sé que me amó con todo su corazón, sé que alguna vez lo hizo, porque vi cómo su corazón se rompió al decirme…

- No quiero estar más con vos.

- ¿Ya no me amas? – le dije, llorando.

- No es eso, es que…

- ¿Qué? – exclamé, pero ella no dijo nada – Decime lo que te pasa, por favor, no puedo seguir con ésta tortura. No sé qué querés de mí. Me está matando todo éste proceso. – ella seguía allí, mirando a la nada misma, llorando – Si vas a hacerlo, hacelo de una vez.

Y lo hizo.

Aquella noche volví a casa rodeado por una absurda y nociva oscuridad. Me acosté en mi cama, me cubrí con la frazada y lloré. Mi corazón estaba roto. Mi amor se había ido, para siempre. Demasiadas lágrimas.

Pasó un año cuando recibí una carta. Se iba a casar. Me reí y tiré la carta a la basura. Todavía la recuerdo, pero ella parece haberme olvidado. No me sentía bien. Fui al baño y vomité. Estuve así unos días, entonces decidí ir al médico.

- Es normal que se sienta así. – me dijo – No es fácil superar una pérdida.

- Se va a casar…

- Lo siento mucho… pero yo soy médico clínico. Creo que debería ver a un psicólogo.

- No, yo sé lo que necesito.

- ¿Qué cosa?

- Un trago.

Decidí ir a un bar y me pedí un whisky. Había una televisión prendida. Eterno Resplandor de una Mente sin Recuerdos. Ahí estaba Jim Carrey, sufriendo por Kate. ¿Por qué será que es tan difícil el amor? ¿Por qué será que es tan difícil enamorarse? Necesitaba aire. Salí de allí y caminé un poco por la calle. Era viernes por la noche. Había chicas con faldas cortas, riendo y bebiendo. Se veían felices. ¿Lo serán? ¿Realmente serán tan felices como demuestran ser? ¿Qué importa? Todos tienen su mierda, pero ahora están borrachas, pensé. Está bien. No se puede pensar constantemente en la mierda que nos rodea o nos invade por dentro. ¿Qué es esto? ¿Un puto circo? ¿Somos animales o qué? ¿Por qué no podemos dejar de sentir por un rato?

Deseo olvidarla. Quiero olvidarla.

- Me temo que eso no es posible. – me respondió el médico.

- Tiene que haber un método – dije – Ya sabe, como en la película.

- ¿Qué película? ¿Y por qué sigue viniendo aquí? Le dije que vaya a ver a un psicólogo.

- ¿Escuchó hablar de Alexander Pope?

- ¿Quién?

- “Qué feliz es el hombre inocente sin delito…”

- No entiendo de que…

- “… el mundo que se olvida del mundo olvidado…”

- Señor Villarreal, usted necesita un psicólogo…

- “… el eterno resplandor de una mente sin recuerdos…”

- ¿Cómo dijo? ¿El eterno qué…?

- “… se cumplen las oraciones y se rechazan los deseos.”

- ¿Terminó?

- Tiene que haber una manera de sacarla de mi mente.

- Empiece por un psicólogo, caballero. Yo soy médico clínico.

El doctor no pudo hacer mucho por mí, así que decidí ir a ver a una curandera. No creía en los psicólogos.

Era un viejo edificio en el centro. Toqué timbre y me abrieron la puerta. Tomé el ascensor hasta el piso 5 y allí me recibió una señora, también vieja. Todo era viejo allí. La puerta rechinaba, el suelo estaba sucio, había un gato casi muerto sobre un sofá. Me senté sobre aquel sofá y mi culo se hundió más de lo que esperaba. Había olor a desidia. La vieja se sentó en otro sofá individual frente a mí.

- ¿Qué es lo que necesita? – dijo, encendiendo un cigarrillo.

- Necesito olvidar a una persona.

- ¿Olvidar?

- Sí, me dijeron que usted hacía éste tipo de trabajos.

- Bueno, lo he hecho alguna vez, hace mucho tiempo.

- ¿Olvidar?

- No es fácil olvidar.

- ¿Puede ayudarme?

- Lo voy a intentar. Recuéstese.

Me recosté sobre el sofá. El gato pareció revivir y se fue de allí, asustado. La vieja comenzó a decir unas palabras raras y luego me hizo un par de preguntas.

- ¿Por qué? – me dijo.

- ¿Por qué, qué?

- ¿Por qué quiere olvidarla?

- Necesito paz mental.

- ¿Crees que olvidándola vas a conseguir paz mental?

- Puede ser. No sé. Lo único que sé es que su recuerdo me causa dolor. Mucho dolor. No quiero ese dolor. No me sirve.

- Tal vez puedas sacarle algún provecho a ese dolor.

- ¿Cómo?

- Escribiendo, tal vez.

- ¿Escribiendo?

- Sí, ¿no sos escritor?

- Supongo.

- ¿No estás escribiendo ahora?

- Sí.

- Y estás usando ese dolor para escribir esto, sea lo que sea.

- Puede ser, no estoy seguro.

- No hay más vino, ¿verdad?

- Se terminó hace rato.

- ¿Cenaste?

- No.

- ¿No te duele la espalda?

- Un poco.

- ¿Qué tal un cigarrillo y a la cama?

- Es una buena idea. Tengo sueño. Quiero dormir. Dormir durante horas, días, años.

- Nunca la vas a olvidar y eso es bueno, ¿sabes por qué?

- ¿Por qué?

- Te sirve.

- No entiendo… ¿Para qué? Ya no está.

- Ella está. Está viva en tu mente.

- Y en mis recuerdos todavía estamos juntos.

- Por siempre.

- Riendo.

Me fui de allí más calmado. Llegué a casa. Era tarde. Tal vez sea bueno cerrar mis ojos ésta vez. Me deslicé hasta la cama. Era pobre. Estaba vivo. Recordé su sonrisa y aquello me alegró un poco. ¿Soñaré ésta noche? Espero que no.