Un último trago
Él entró muy tranquilo por la puerta después de uno de sus guardaespaldas. Se dirigió a mi mesa. Iba de traje negro, como siempre. Todavía le quedaba algo de pelo en la cabeza, no mucho, y eso hacía que su frente pareciera más amplia. Aquellos lentes, pensé, nunca se los quitaba. No quería que nadie viera aquella cicatriz en el ojo izquierdo que alguna vez me había enseñado como prueba de su oscuro pasado y su experiencia. Se acercó a paso lento con su maletín y se sentó frente a mí. Sonrió perversamente y puso el maletín sobre la mesa. Uno de sus hombres se quedó en la puerta del restaurante y otro se sentó en la barra. Estaban armados y me lo hicieron saber sutilmente. Supongo que también saben que estoy armado, pensé, y si no, deberían.
- Ha pasado tiempo. – dijo.
- No creí que vendrías.
- ¿No?
- Pensé que mandarías a Santiago.
- Santiago murió el mes pasado.
- ¿Qué le pasó?
- Se cayó sobre una bala. – dijo, riendo levemente – Sabes cómo es éste negocio.
- El trabajo está hecho. – dije, tratando de cambiar de tema.
- Lo sé. Nunca dudé.
- ¿Tenés el dinero?
- Tengo algo mejor.
En ese momento lo supe. No quería saber lo que había dentro de ese maletín, pero presentía que, inevitablemente, lo sabría. La mesera se acercó. Él pidió un café y yo un whisky. La mesera tomó nota y se fue algo nerviosa.
- La bebida te va a matar. – dijo él.
- ¿Por qué viniste?
- No quería que hubiera intermediarios ésta vez.
- ¿Qué es eso? – dije, refiriéndome al maletín que estaba en medio de nosotros.
- Digamos que es una especie de retiro.
- El trabajo se hizo…
- Tarde.
- Se hizo. – repliqué.
- Tarde. – insistió – Sin embargo, para que veas que soy un hombre comprensivo te traje esto.
- Sólo quiero mi dinero, Ricardo.
- Kilian – dijo –, ambos sabemos que esos veinte mil no van a pagar tu deuda.
Suspiré. Observé a sus guardaespaldas. El de la barra me miraba de reojo, parecía muy tranquilo. El de la puerta llevaba gafas y su cara no expresaba nada. Ambos parecían dos soldados sin pasado, androides sin vida, cosas. Pelo corto, afeitados al ras, cuerpos grandes y fornidos, frialdad. Iban de traje negro también, aunque, a diferencia de Ricardo, éstos llevaban camisas blancas.
La mesara se aproximó a la mesa. Dejó el café frente a Ricardo y el whisky frente a mí. Se retiró sin emitir un solo sonido. Había un clima tenso en el aire. Decidí encender un cigarrillo.
- ¿Qué hay en el maletín? – pregunté.
- Como te dije – replicó, agregando azúcar a su café –, es un retiro. Un último trabajo y listo. Tu deuda queda saldada.
- ¿De qué se trata?
- Un hombre. Trabaja para mí. Bueno, trabajaba.
- Ajam… – inhalé un poco de humo y bebí un trago de whisky.
- Me robó. Y bueno – dijo, bebiendo un trago de café –, ya sabes lo que le pasa a la gente que me traiciona. Pero no tengo que recordártelo.
Bebí otro trago de whisky. Observé a los dos guardaespaldas. Luego a la camarera, la cual estaba como oculta detrás de la barra, y al barman, el cual seguía muy tranquilo, leyendo el diario.
- ¿Nombre? – dije.
- Se llama Luca. – dijo él. Abrió el maletín y sacó una foto que me pasó. Observé la foto. Parecía un tipo común. De unos cuarenta años, ojos marrones, castaño, nariz prominente, un poco de barba. Nada que me indicara nada. – Ahora debe tener unos cincuenta y pico. Al parecer se encuentra viviendo en Castelldefels. Tiene un pequeño bar en la playa. Es casado…
- No necesito saber nada más. – lo interrumpí.
- Olvidé con quién estaba tratando – dijo sonriendo. Entonces dio vuelta el maletín y lo abrió. Frente a mí había una gran cantidad de euros en billetes de 100. – Esto salda tu deuda.
- ¿Cuánto hay?
- Cien mil.
Había algo que no me cerraba. Era demasiado para un pobre infeliz como aquel tipo. Fue entonces cuando Ricardo lo mencionó.
- Hay algo que tiene éste tipo.
- ¿Qué cosa? – dije, pensando en lo obvio que era éste hijo de puta.
- No es una cosa. – entonces sacó algo de su bolsillo y me lo enseñó. Era una foto de una niña. Tendría unos diez años. Rubia, ojos verdes. Estaba sonriendo, se veía feliz, inocente. La foto parecía vieja, estaba en muy mal estado – Se llama Sara.
- Ricardo…
- ¿Qué?
- Sabes que no hago esas cosas. Ni mujeres ni niños. Esa es la regla.
- Sabía que me dirías eso. – cerró el maletín y me lo entregó – Kilian… nos conocemos desde hace años, ¿verdad?
- Sí.
- No te estoy pidiendo un favor. Es un trabajo. El último trabajo.
- Ricardo…
- No quiero recordarte que todavía estás en deuda conmigo. No me obligues a repetirlo.
La expresión de Ricardo cambió. Ya no se veía amable y cordial como al principio. Conocía esa expresión. No estaba muy contento. Observé a los guardaespaldas. Me estaban mirando fijamente, amenazándome. Sostuve mi pistola. Podría irme ahora mismo, pensé. Podría reventarle los huevos a Ricardo por debajo de la mesa y abrirme paso a los tiros. Podría volver a ser un fugitivo, no sólo del estado, sino de la mafia. Podría ocultarme en las sombras, otra vez. No es fácil esa vida.
Un último trabajo, pensé. Pero esto no es lo mío. No soy un asesino de niñas. ¿Qué podía hacer? ¿Por qué una niña? Es tan sólo una niña. Algo en mi interior me impulsó a preguntárselo. Pero me detuve. No podía hacer eso. No quería hacer más preguntas. No era una sabia decisión involucrarse en los asuntos de la mafia. Dudar no es bueno en éste negocio. Si no lo hacía yo, alguien más lo haría, y yo terminaría bajo tierra con aquella niña.
Observé a Ricardo. Sonreí falsamente. Solté mi pistola.
- El último trabajo. – dije, terminando aquel whisky.
- Así me gusta. – dijo él, posando una gran sonrisa – Salud.
Continuará...
Observé a Ricardo. Sonreí falsamente. Solté mi pistola.
- El último trabajo. – dije, terminando aquel whisky.
- Así me gusta. – dijo él, posando una gran sonrisa – Salud.
Continuará...