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domingo, 27 de agosto de 2023

Perdido: Capítulo 6

Un último trago


Él entró muy tranquilo por la puerta después de uno de sus guardaespaldas. Se dirigió a mi mesa. Iba de traje negro, como siempre. Todavía le quedaba algo de pelo en la cabeza, no mucho, y eso hacía que su frente pareciera más amplia. Aquellos lentes, pensé, nunca se los quitaba. No quería que nadie viera aquella cicatriz en el ojo izquierdo que alguna vez me había enseñado como prueba de su oscuro pasado y su experiencia. Se acercó a paso lento con su maletín y se sentó frente a mí. Sonrió perversamente y puso el maletín sobre la mesa. Uno de sus hombres se quedó en la puerta del restaurante y otro se sentó en la barra. Estaban armados y me lo hicieron saber sutilmente. Supongo que también saben que estoy armado, pensé, y si no, deberían.

- Ha pasado tiempo. – dijo.

- No creí que vendrías.

- ¿No?

- Pensé que mandarías a Santiago.

- Santiago murió el mes pasado.

- ¿Qué le pasó?

- Se cayó sobre una bala. – dijo, riendo levemente – Sabes cómo es éste negocio.

- El trabajo está hecho. – dije, tratando de cambiar de tema.

- Lo sé. Nunca dudé.

- ¿Tenés el dinero?

- Tengo algo mejor.

En ese momento lo supe. No quería saber lo que había dentro de ese maletín, pero presentía que, inevitablemente, lo sabría. La mesera se acercó. Él pidió un café y yo un whisky. La mesera tomó nota y se fue algo nerviosa.

- La bebida te va a matar. – dijo él.

- ¿Por qué viniste?

- No quería que hubiera intermediarios ésta vez.

- ¿Qué es eso? – dije, refiriéndome al maletín que estaba en medio de nosotros.

- Digamos que es una especie de retiro.

- El trabajo se hizo…

- Tarde.

- Se hizo. – repliqué.

- Tarde. – insistió – Sin embargo, para que veas que soy un hombre comprensivo te traje esto.

- Sólo quiero mi dinero, Ricardo.

- Kilian – dijo –, ambos sabemos que esos veinte mil no van a pagar tu deuda.

Suspiré. Observé a sus guardaespaldas. El de la barra me miraba de reojo, parecía muy tranquilo. El de la puerta llevaba gafas y su cara no expresaba nada. Ambos parecían dos soldados sin pasado, androides sin vida, cosas. Pelo corto, afeitados al ras, cuerpos grandes y fornidos, frialdad. Iban de traje negro también, aunque, a diferencia de Ricardo, éstos llevaban camisas blancas.

La mesara se aproximó a la mesa. Dejó el café frente a Ricardo y el whisky frente a mí. Se retiró sin emitir un solo sonido. Había un clima tenso en el aire. Decidí encender un cigarrillo.

- ¿Qué hay en el maletín? – pregunté.

- Como te dije – replicó, agregando azúcar a su café –, es un retiro. Un último trabajo y listo. Tu deuda queda saldada.

- ¿De qué se trata?

- Un hombre. Trabaja para mí. Bueno, trabajaba.

- Ajam… – inhalé un poco de humo y bebí un trago de whisky.

- Me robó. Y bueno – dijo, bebiendo un trago de café –, ya sabes lo que le pasa a la gente que me traiciona. Pero no tengo que recordártelo.

Bebí otro trago de whisky. Observé a los dos guardaespaldas. Luego a la camarera, la cual estaba como oculta detrás de la barra, y al barman, el cual seguía muy tranquilo, leyendo el diario.

- ¿Nombre? – dije.

- Se llama Luca. – dijo él. Abrió el maletín y sacó una foto que me pasó. Observé la foto. Parecía un tipo común. De unos cuarenta años, ojos marrones, castaño, nariz prominente, un poco de barba. Nada que me indicara nada. – Ahora debe tener unos cincuenta y pico. Al parecer se encuentra viviendo en Castelldefels. Tiene un pequeño bar en la playa. Es casado…

- No necesito saber nada más. – lo interrumpí.

- Olvidé con quién estaba tratando – dijo sonriendo. Entonces dio vuelta el maletín y lo abrió. Frente a mí había una gran cantidad de euros en billetes de 100. – Esto salda tu deuda.

- ¿Cuánto hay?

- Cien mil.

Había algo que no me cerraba. Era demasiado para un pobre infeliz como aquel tipo. Fue entonces cuando Ricardo lo mencionó.

- Hay algo que tiene éste tipo.

- ¿Qué cosa? – dije, pensando en lo obvio que era éste hijo de puta.

- No es una cosa. – entonces sacó algo de su bolsillo y me lo enseñó. Era una foto de una niña. Tendría unos diez años. Rubia, ojos verdes. Estaba sonriendo, se veía feliz, inocente. La foto parecía vieja, estaba en muy mal estado – Se llama Sara.

- Ricardo…

- ¿Qué?

- Sabes que no hago esas cosas. Ni mujeres ni niños. Esa es la regla.

- Sabía que me dirías eso. – cerró el maletín y me lo entregó – Kilian… nos conocemos desde hace años, ¿verdad?

- Sí.

- No te estoy pidiendo un favor. Es un trabajo. El último trabajo.

- Ricardo…

- No quiero recordarte que todavía estás en deuda conmigo. No me obligues a repetirlo.

La expresión de Ricardo cambió. Ya no se veía amable y cordial como al principio. Conocía esa expresión. No estaba muy contento. Observé a los guardaespaldas. Me estaban mirando fijamente, amenazándome. Sostuve mi pistola. Podría irme ahora mismo, pensé. Podría reventarle los huevos a Ricardo por debajo de la mesa y abrirme paso a los tiros. Podría volver a ser un fugitivo, no sólo del estado, sino de la mafia. Podría ocultarme en las sombras, otra vez. No es fácil esa vida. 

Un último trabajo, pensé. Pero esto no es lo mío. No soy un asesino de niñas. ¿Qué podía hacer? ¿Por qué una niña? Es tan sólo una niña. Algo en mi interior me impulsó a preguntárselo. Pero me detuve. No podía hacer eso. No quería hacer más preguntas. No era una sabia decisión involucrarse en los asuntos de la mafia. Dudar no es bueno en éste negocio. Si no lo hacía yo, alguien más lo haría, y yo terminaría bajo tierra con aquella niña.

Observé a Ricardo. Sonreí falsamente. Solté mi pistola.

- El último trabajo. – dije, terminando aquel whisky.

- Así me gusta. – dijo él, posando una gran sonrisa – Salud.



Continuará...

miércoles, 16 de agosto de 2023

Perdido: Capítulo 5

Al honor lo enterraron hace rato


Me adentré en la ruta decidido a desaparecer. Encendí un cigarrillo y respiré profundo, dejando todo atrás. Es imposible escapar del pasado, Kilian. Lo intentaste alguna vez, pero no funcionó. Nunca funciona.

Me dieron una dirección. Era un restaurante al costado de la ruta. Un lugar de mala muerte. Conduje varios kilómetros antes de hacer mi primera parada. La camioneta necesitaba gasolina. Llegué a una estación de servicio y cargué. Intenté no hacer contacto visual con nadie. Había una chica en moto frente a mí. Tenía una buena figura. Imaginé cosas. Había pasado tiempo desde la última vez. Apenas sobreviviste la última vez, Kilian. Las mujeres eran un problema para mi estilo de vida. Llegué al punto en el que ya no estaba dispuesto a correr el riesgo. Una mujer puede hacerte volar o llevarte a lo más profundo del infierno, con la misma facilidad.

Me miró. Tenía una mirada penetrante. Era morocha, de ojos verdes. Parecía italiana. Tenía unos labios prominentes, carnosos, y un cabello largo que caía sobre sus voluptuosos pechos.

- Es peligroso fumar aquí, vaquero. – dijo con un acento extranjero.

- Ya me voy.

- Más te vale. – contestó, posando una sonrisa. Tenía una gran sonrisa – O voy a tener que echarte.

- No hay necesidad.

Intenté no sonreír, pero había pasado tiempo desde la última vez y ella estaba ahí y lucía bien y, probablemente, también oliera bien. No hice nada. Aquellas épocas habían quedado atrás. Terminé de cargar y me dirigí al local a pagar. Compré una botella de whisky y un paquete de cigarrillos. Cuando volví, ella seguía allí. Me subí a la camioneta y encendí el motor. Me guiñó un ojo y me regaló una mirada final. Arranqué y la dejé atrás.


Seguí mi camino, rumbo a aquel restaurante de mierda. Pasaron horas antes de que pudiera encontrarlo. Estaba alejado. Fumé un cigarrillo tras otro. Nadie hablaba de ningún asesinato en la radio. Supuse que era una buena noticia. Hice varios kilómetros. Había campo, casas y animales, al costado de la ruta. Cada tanto aparecía alguna persona. Divisé dos chicas rubias, con mochilas enormes a sus espaldas, haciendo dedo. Las ignoré. Alguien se detendría, tarde o temprano alguien siempre se detiene.

Encontré el restaurante. Estacioné al lado. Observé a mí alrededor antes de bajar de la camioneta. No había nadie. La mañana estaba terminando. Bajé y me dirigí a la puerta de aquel antro. Adentro estaba oscuro. El lugar parecía abandonado y olía mal, como a perro mojado e insecticida barato. Había un cuadro de Lennin detrás de la barra y el barman estaba leyendo un diario, parecía deprimido. Me senté en una mesa y se acercó una camarera.

- Buen día. – dijo.

- Buen día.

- ¿Va a desayunar?

- Sí, un café y… – dije, observando la carta –… unos huevos revueltos.

- Enseguida.

La mesera se llevó la carta y desapareció. El barman me miraba con sospecha y desprecio, supuse que miraba así a todo el mundo. Lo ignoré. Esperé allí un rato. Se hacía la hora. Encendí un cigarrillo y seguí esperando. De repente apareció la mesera con una bandeja. Me dejó el café y los huevos delante de mí. Al irse le miré el culo. Había pasado demasiado tiempo, volví a pensar. Bebí el café y me comí los huevos. Todo estaba asqueroso. Encendí otro cigarrillo y seguí esperando. En un momento, un coche negro estacionó delante del restaurante, justo al lado de mi camioneta. Era él. Venía a cerrar el trato. Traía un maletín y dos tipos lo acompañaban. Se acercaron a la entrada. Observé al barman tratando de matar una mosca y a la camarera detrás de la barra, mirándome con intriga. Yo tenía la pistola a mi lado, por si acaso. Nunca se sabe. Al honor lo enterraron hace rato.



Continuará...

martes, 8 de agosto de 2023

Perdido: Capítulo 4

Un silencio rotundo


La policía intentó hallarme, pero fue inútil. Era de noche y el bosque era espeso y profundo, y yo era astuto y rápido y sabía moverme en la oscuridad. Me oculté entre las sombras y me fui escabullendo hasta donde había dejado mi camioneta. Intenté recordar el camino, pero no fue fácil. Podía escuchar a los perros de la policía y veía las luces de sus linternas entre los árboles detrás de mí. No eran muchos, ni siquiera tenían intenciones de adentrarse en lo profundo del bosque, y yo sabía que, aunque lo hicieran, no me encontrarían.

Finalmente, llegué hasta el lugar. Allí estaba mi vieja Ford, justo donde la había dejado. Me subí y saqué una caja de cigarrillos que siempre guardaba en la guantera. Encendí uno. Me quedé allí, al costado de la ruta, viendo cómo una helada mañana se abría paso entre los árboles y el camino. Todavía no se veía el sol, pero la suave luz del alba se hizo presente. Me quedé allí un rato, observando a las ardillas, la ruta desolada, los árboles y las montañas a lo lejos. Era hora de partir. Parecía como si la naturaleza me estuviera observando. Hice mi trabajo, ahora tenía que irme.

Hice un par de kilómetros y en el camino, un coche patrulla pasó a mi lado. Éste se dirigía al pueblo, pero al verme, se dio la vuelta y comenzó a seguirme. Intenté ignorarlo. Entonces, encendió la sirena. Me detuve a un costado y puse mi mano derecha en la pistola que se encontraba al lado de mi asiento. El tipo estacionó detrás de mí, se bajó del coche y se aproximó, a paso lento.

- Buen día. – me dijo.

- Buen día. – respondí a secas.

- Apague el motor, señor. Por favor.

- Claro.

Apagué el motor. Entonces el tipo soltó:

- Documentos y licencia, por favor.

Busqué en la guantera y luego en mi billetera. Le di la documentación. El tipo se quedó analizando los documentos y luego levantó la mirada. Era joven, inexperto. Tenía un grano enorme en la punta de la nariz. Me daba asco. Me molestaba.

- ¿Qué hace tan lejos de casa? – me preguntó.

- Estoy de viaje.

- ¿Negocio o placer?

- Placer.

- Ajam…

El joven se quedó viéndome. No podía ver sus ojos por sus gafas, pero sentí su mirada. Sospechaba. Moví mi mano lentamente hasta la pistola. Estaba dispuesto a todo. Intenté disimular mis movimientos. Hubo un silencio rotundo. Clavé mis ojos en los vidrios espejados de sus gafas, aunque a veces me desviaba hacia su grano. Era asqueroso. Estaba dispuesto a matarlo allí mismo. No sólo por su impertinencia, sino porque no me gustaba su presencia, su existencia. Era una mosca en la sopa, una piedra en el zapato. El joven policía comenzó a darse cuenta lo que podría llegar a pasar si es que seguía con su juego. Estábamos solos en la ruta, a kilómetros de distancia del pueblo más cercano. Pude observar su expresión, su inexperiencia, su indecisión. Pude sentirlo. Tenía miedo. Lo sabía. Sabía quién era yo. Matar policías era un problema, pero no sería mi primera vez.

De repente, el joven policía tragó saliva y me devolvió los documentos. Estaba temblando.

- Que tenga un buen día, señor. – dijo, con una voz tensa y nerviosa.

- Gracias. – dije, dejando mi pistola.

En cuanto volvió a su coche, me marché. Sabía que irían tras de mí. Tenía que alejarme de aquel pueblo lo más rápido posible y eso hice.



Continuará...

jueves, 3 de agosto de 2023

Perdido: Capítulo 3

Entre los pinos y en el oscuro bosque


Cerró la puerta después de entrar. Intentó encender la luz pero no pudo. Corté los cables. Encendí un cigarrillo y el click de mi encendedor le indicó mi posición. Luego el fuego iluminó mi cara.

- Buenas noches, Sam. – dije.

- ¿Qué? ¿Quién habla? ¿Quién eres? – exclamó asustado.

- ¿Sabes, Sam…? – dije, exhalando un poco humo. Algo en mí me decía que no lo hiciera, pero no pude evitarlo –… No suelo compartir mi identidad con nadie, pero como ya no tiene mucho sentido, voy a decirte quién soy, para que te quedes tranquilo. Me llamo Kilian y soy un asesino.

- ¿Un asesino? – dijo Sam, echándose para atrás. Intentó abrir la puerta, pero sus piernas no podían moverse y sus manos eran torpes.

- Escuchame, Sam. No estoy de humor. No tiene sentido que corras. No hagas más difícil mi trabajo, ¿sí?

- ¿Tu trabajo? No entiendo.

- Claro que sí, Sam. – dije, mirándolo a los ojos – Sabías lo que te esperaba. Sabías que no podrías escapar de tu pasado. Sabías que, tarde o temprano, alguien vendría a buscarte.

- ¿Cómo…?

- ¿Cómo lo sé? – dije. Sam no dijo nada – Porque todos lo saben.

- Pero... yo...

- No sirven de nada las palabras, Sam. La verdad es que no me importa tu vida, ni lo que hayas hecho. No soy un juez, sólo un verdugo. Y soy muy bueno en lo que hago.

- Pero… pero...

- No soy un buen hombre, Sam. Pero éste no es mundo para los buenos hombres.

- ¿Quieres dinero? – dijo, ridiculizándose – Puedo darte dinero. Tengo algo…

- Basta ya, hombre. Al menos podrías tener lo huevos de morir dignamente.

- ¿Quién te manda? ¿Quién es tu jefe?

- ¿Jefe? – dije, sonriendo y sacando mi pistola. Pude sentir cómo latía fuertemente su corazón. Estaba desesperado. – Yo no tengo jefes, Sam.

- Por favor… – balbuceó, con lágrimas en los ojos – Por favor, piedad. ¡Piedad!

Sam se puso de rodillas, implorando por su vida. Estaba acostumbrado a aquello, incluso me daba pereza tener que pasar siempre por lo mismo.

- Sólo soy el mensajero, Sam. – apunté.

- Por favor... – cerró los ojos.

- Hasta luego.

¡BAM!

Sam cayó al suelo, sobre su propio charco de meo y sangre, y allí se quedó. La bala entró por su ojo izquierdo y se adentró en sus sesos. La sangre manchó las paredes y la alfombra. Sam no volvió a moverse, nunca más. Me acerqué al teléfono de la cómoda y marqué el número. Alguien atendió.

- El trabajo está hecho – dije – Tengan listo el resto en dos días.

Colgué.

La sangre del estúpido Sam se esparció rápidamente a su alrededor. Mejor me voy, pensé, antes de manchar mis botas.

En el pasillo me crucé con la recepcionista del hotel. Se veía bien. Necesitaba una mujer. Había pasado tiempo desde la última vez. Ya no recordaba cómo se sentía. Aunque la última mujer casi me mata. Tal vez sólo necesito algo de paz. Un trabajo como el mío puede alejarte demasiado de la realidad. 

Ella me vio a la cara con los ojos abiertos como dos faroles azules. Observó mi pistola y dejó salir un pequeño gemido de terror, luego se hizo a un lado. Pude oler su miedo. No dije nada y seguí caminando hasta la salida. Entonces escuché un grito proveniente de la habitación de Sam. Supongo que habrá visto el regalito que le dejé.

Debía irme. Salí por la puerta principal. La nieve comenzó a caer de pronto. No será fácil encontrar el camino con tal panorama, pensé. Todavía no se oían las sirenas. Me adentré entre los pinos y en el oscuro bosque.

La noche llegó a su fin.



Continuará...