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lunes, 4 de marzo de 2019

Ella

Ella era rebelde, atrevida, espontánea, simpática, cariñosa, ella era una chica libre. Se llamaba Diana, tenía 25 años, me llevaba dos años. Solía decirme “chiqui”, no me molestaba. Nos habíamos conocido por internet. Hablamos un par de veces pero no nos habíamos visto hasta aquel día en el que tuve que ir a Capital a ver la presentación de un libro erótico. Le dije que la presentación sería cerca de su casa y que tal vez podríamos vernos. Dijo que sí.

Nos reuniríamos en una esquina a eso de las 7 de la tarde. Llegué temprano y mientras la esperaba, compré una cerveza. Me la tomé y luego prendí un cigarrillo, luego otro y otro. Estaba ansioso por conocerla. Finalmente divisé a una mujer a lo lejos. La mujer tenía una buena figura, no estaba seguro si era ella. Entonces la mujer sacó su celular y de repente mi teléfono sonó. Era ella.

- ¡Hola! – dijo abrazándome.

- Hola ¿cómo estás?

- Bien, ¿vos?

- Muy bien.

Diana era alta, casi más alta que yo, su pelo era negro como el café al igual que sus ojos y su piel era blanca, como las nubes. Llevaba un piercing en la nariz, y su boca y cejas mostraban exactamente cómo se sentía. Su cuerpo era único, uno de los mejores que había visto y aunque todavía me faltaba verla desnuda, parecía prometedor. Tenía el tamaño justo de tetas, un culo de película y unas piernas largas, me daban ganas de apretarlas y envolverme con ellas.

Fuimos a aquella aburrida presentación que por suerte se terminó rápido. Nos besábamos cada tanto, mientras la autora y la editora comentaban cosas respecto a la novela. Sus besos estaban cargados de lujuria, nuestras lenguas se llevaban muy bien. Cuando terminó aquel espectáculo decidimos ir a un bar a tomar una cerveza.

Mientras caminábamos, noté que todos los hombres la miraban. Diana era una mujer que paraba el tránsito, maravillosa, un deleite para las miradas de los hombres e incluso muchas mujeres. Era muy hermosa y su forma de caminar hacía notar su personalidad. Era fuerte y decidida, eso atraía a los hombres. Me sentía poderoso caminando junto a ella. En un momento agarró mi mano y me miró.

- ¿Todo bien? – dijo sonriendo.

- Sí… todo bien.

En el camino hablamos de muchas cosas. Me contó varias historias.

- A mi ex no se le paraba y un día me dijo que tenía una sorpresa para mí…

Su ex era un drogadicto que lo único que hacía era drogarse y hacer estupideces como la que me contó esa tarde.

- Lo esperé en la cama con la concha húmeda, habíamos estado haciendo el juego previo. Me dijo que cerrara mis ojos abriera las piernas, lo hice. Entonces sentí algo duro ahí abajo. Cuando me asomé para ver qué era, descubrí que el hijo de puta me estaba metiendo su 45.

- ¿Te estaba metiendo una pistola en la concha?

- Sí, encima gatilló.

- Por suerte no estaba cargada.

- La verdad que fue suerte, el hijo de puta era capaz de hacer cualquier cosa.

- ¿Y qué hiciste?

- Me levanté, insultándolo y tiré toda su cocaína por el inodoro. Casi me mata, entonces me fui y jamás volví a verlo.

La mujer tenía carácter y eso me gustaba mucho. Nadie podía pasarla por encima. Quería cogérmela allí mismo. Nos besamos y le toqué una teta.

Cuando llegamos al bar pedimos una cerveza y seguimos hablando. Comenzó a hacerme preguntas. Me había contado muchas cosas, quería saber algo de mí.

- ¿Así que sos un chico honesto?

- Sí.

- Bueno, seamos honestos. El otro día me toqué pensando en vos.

- ¿Ah, sí? ¿Y qué pensaste?

- No sé, tengo una idea de vos que me excita.

- ¿Qué idea?

- Sos un tipo que sabe lo que quiere, decidido y muy seguro de sí mismo.

- Puede ser.

- No me cagues la fantasía – dijo riendo.

- Claro que no.

- ¿Y vos qué pensás de mí?

- Pienso que sos una mujer muy hermosa y me gusta como sos. Me gusta tu carácter y tus ganas de vivir.

- Sos muy lindo – dijo mientras acariciaba mi rostro.

- Me gustan tus ojos y cada vez que te beso, se me pone dura.

- Sos muy tierno, me acaramelas. Decime perra o algo así.

Me acerqué a ella y nos besamos. Nuestras lenguas estaban bailando y nuestras bocas se rozaban una y otra vez. Se me puso dura y comenzó a tocármela por arriba del pantalón. Yo froté su vagina sobre su ajustado jean.

Pensé que Diana estaba cerca de ser la mujer perfecta para mí, muy cerca. Podríamos convertirnos en una pareja rebelde, violenta y antisocial. Podríamos convertirnos en los nuevos Bonnie y Clyde e ir por el mundo robando bancos y matando policías y emborrachándonos cada noche. Sería una vida rápida, una pasión fugaz. Me gustaba su personalidad. Tal vez estábamos hechos el uno para el otro. A los dos nos fascinaba el caos, el sexo y no soportábamos a la gente.

- Basta – dijo alejándome – quiero cogerte.

- Tendríamos muy buen sexo vos y yo.

- Seguro. Dicen que cuando uno besa bien, coge bien y me gustan demasiado tus besos.

- ¿Por qué no vamos a tu departamento?

- Ya te dije, tengo que irme, voy a llegar tarde.

La besé de nuevo, fue un beso lujurioso, muy lujurioso.

- Basta, no me tientes, no vamos a coger hoy.

- Espero verte de nuevo.

- Obvio, eso es seguro. No voy a dejarte así y no voy a quedarme así. No sería justo para ninguno de los dos.

Llegó la hora, pagué la cerveza y mientras ella estaba parada sobre la barra hablando con su amigo el barman, yo me acerqué a ella y apoyé mi miembro contra su culo y besé su cuello, ella gimió un poco, se dio vuelta y me besó en la boca. La acompañé hasta la parada del colectivo. Su colectivo llegó muy rápido.

- Ahí está – dijo – Chau lindo.

Me besó y se fue.

Me dirigí al subte, tenía un largo camino hasta casa. Seguía pensando en ella y en lo bien que lo hubiéramos pasado cogiendo. Sin duda alguna me haría una paja al llegar.

Pasó una semana y debía presentar mi primera novela en San Telmo, pero antes hice una parada en el departamento de Diana. Estaba totalmente ebrio, pero lo disimulaba bastante bien.

Nos acostamos en la cama y abrí una lata de cerveza que traía conmigo. Hablamos un poco, la conversación no tenía mucho sentido. Parece que ella me había invitado sólo para coger y yo había aceptado. Por momentos parecía que estaba con una prostituta que sólo quería cumplir con su trabajo e irse, pero Diana no era así, Diana era una diosa y yo estaba en su cama, como esperando el milagro. Terminé la mi cerveza y comenzamos a besarnos. Se sacó aquel short de jean y la remera, empecé a lamerle las tetas. Tenía un piercing en el pezón derecho. Después bajé hasta su vagina, también tenía un piercing ahí. Luego de un rato ella me acostó boca arriba y sacó una especie de crema que me pasó por la verga.

- ¿Qué es eso? – pregunté.

- Es como una pasta, para darle sabor.

La colocó sobre mi verga y comenzó un estupendo trabajo. La chupaba estupendamente. Yo estaba al palo, entonces le dije que montara su culo sobre mí.

- Ey, mirá que yo me cojo a una docena de pibes por semana. Mejor cuidate.

La miré y sonreí. Se la metí igual, no me importaba. Comenzamos una gran batalla sexual. El alcohol comenzó a afectarme y no estaba funcionando. Le daba con fuerza, quería esmerarme para que pudiera llevarse una buena impresión de mí, pero ella no estaba muy entusiasmada que digamos. Decidí ponerme el preservativo. Mi estómago me daba vueltas y en ese momento ocurrió. Mi verga no estaba funcionando, no quería saber más nada. Intenté animarme, pero nada. Me levanté de la cama y fui al baño. Una vez allí, vomité. Volví al cuarto.

- Demasiado alcohol linda. Será la próxima.

- No importa… - dijo decepcionada.

Le molestó, se le veía en la cara. Estaba más distante y fría. Yo no me sentía muy bien y me fui de allí.

Pensé que no volvería a verla. Pero antes de irme a dormir, me llegó un mensaje: “Que descanses chiqui, ya nos vamos a ver. Un beso.”

El tiempo se fue con ella y jamás volví a verla. Pero a veces pienso en ella y en lo que pudo haber sido. Había potencial.