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viernes, 28 de abril de 2023

La papa asesina

Vivíamos en el Born, el epicentro de Barcelona, era un barrio ruidoso y lo supimos desde el principio. Sin embargo, el alquiler era barato y el barrio no estaba mal. Nos quedaríamos allí una temporada. Estábamos recién llegados de Madrid, y yo ya había vivido en Barcelona pero mi novia no había tenido el placer, o el disgusto. Sin embargo, éramos felices allí. El dinero no sobraba y mi trabajo como músico callejero no era algo muy estable, pero ella había empezado a estudiar, al mismo tiempo que comenzó a dar clases de yoga en la playa, y nos sentíamos bien. Teníamos nuestros problemas, como todos, pero había amor y con eso nos alcanzaba.

Cierta noche, me encontraba yo en la cama, con insomnio. Alejandra no tenía problemas para dormir, simplemente apoyaba su cabeza en la almohada y comenzaba a soñar. A veces se despertaba por alguna pesadilla, pero con la misma facilidad con la que se despertaba, se volvía a dormir. Entonces allí, estaba yo, sin poder pegar un ojo. Era viernes y el barrio era un movimiento constante de energúmenos y ostentosos personajes. Uno más despreciable que otro. Pero había uno en particular. Un hijo de puta que solía pasar con su skate cada puta noche. Aquella maldita patineta hacía un escándalo cada vez que se deslizaba por aquella calle adoquinada. De más está decir que lo odiaba profundamente. Todas las noches lo mismo y yo sabía que aquella noche no sería la excepción. Estaba seguro que pasaría tarde o temprano por mi calle, así que, entre tanto alboroto de viernes por la madrugada, me dirigí hacia la heladera y tomé una papa podrida del fondo del cajón de las verduras y me dispuse a esperar al engendro sobre ruedas. Me asomé al balcón y prendí un cigarrillo. Tenía la papa en la mano. Estaba dura y fría por los efectos de la nevera.

Pasó un rato y el tipo no aparecía. Habíamos tenido sexo con Alejandra esa noche, pero eso no me detuvo a la hora de ver cómo la vecina de enfrente salía de la ducha media desnuda. Fue un espectáculo que alimentó el morbo en mi interior durante unos segundos. Me sentí un pervertido, aunque yo no tenía la culpa de que ella estuviera en pelotas con la ventana abierta y ella tampoco tenía la culpa de andar en bolas por su casa. No había nada de malo en nada, pensé, y seguí fumando. De repente, ella se acercó a la ventana y clavó su mirada en mí, algo avergonzada y molesta a la vez. Entonces cerró la ventana y hasta ahí llegó el show. Yo me terminé mi cigarrillo y, de pronto, escuché el estruendoso ruido de aquellas ruedas que se aproximaban a la vuelta de la esquina. Era él.

Se apareció por la izquierda, como siempre. Tenía una oportunidad y la aproveché. Lancé la papa podrida con todas mis fuerzas y le di al tipo en la cabeza. Éste perdió el equilibrio y se golpeó violentamente contra una pared. Terminó en el suelo. Entré en pánico y me escondí rápidamente dentro de mi casa. Las luces estaban apagadas y no quise prenderlas. Me sentía mal, como si hubiera hecho algo grave, pero con la potencialidad de convertirse en algo peor.

Me fui a la cama, nervioso, y me quedé allí, suspirando y más despierto que antes. Alejandra no se enteró de nada. Sólo se dio vuelta sobre sí misma, cuando me uní a ella. Después de un rato, escuché un coche afuera y me percaté de las luces azules que entraban por la ventana. Era la policía. Mierda, pensé. La cagué. No era mi intención cagarla así, pero lo había hecho. Quizá lo mejor sea confesar, pensé. Aunque me contradije casi al instante. Lo mejor va a ser que me quede en la cama, sin mover un músculo y esperando a que todo pase.

Al día siguiente, me despertó Alejandra.

- ¿Qué pasa? – le pregunté. Se veía algo alterada.

- Es la policía – dijo – Quieren hablar con nosotros.

- ¿Sobre qué?

- No sé. Parece que hubo un incidente anoche. Levantate.

Ella volvió al living. Yo me incorporé segundos más tarde. Había un detective acompañado por un policía. El detective tenía algo en una bolsa.

- Buen día. – dije.

- Buen día. – respondieron ellos - Necesitamos hacerles unas preguntas, sólo serán unos minutos.

- Está bien – contesté nervioso - ¿Puedo ir al baño primero?

- Claro que sí.

Pasé al baño. Meé y me lavé los dientes y las manos. Todavía podía sentir en el olor a papa podrida en mi mano derecha. Me lavé bien las manos y me uní al interrogatorio. Me senté en el sofá junto con Alejandra y comenzaron las preguntas.

- ¿Escucharon algo anoche? – preguntó el detective.

- No. – dijo Alejandra.

- No. – dije yo.

- Hubo un incidente.

- ¿Qué pasó? – preguntó Alejandra.

- Un chico que paseaba en patineta perdió el equilibrio anoche y se desnucó al caer.

- Qué fuerte. – dijo Alejandra.

- ¿Y eso qué tiene que ver con nosotros? – pregunté.

- Encontramos esto en la escena – dijo el detective mostrando la bolsa. Allí dentro estaba la papa asesina.

Cuando la vi, el corazón comenzó a latirme fuerte. Intenté controlar mis emociones y mi cuerpo. Noté que los policías que observaban atentamente. No moví un solo músculo y continué diciendo:

- ¿Una papa?

- Sí – contestó el detective –, creemos que ésta patata es la responsable del crimen.

- Alguien la tuvo que haber lanzado desde uno de los balcones de esta calle. – agregó el policía.

- ¿Tienen idea de quién pudo haber sido? – dijo el detective.

- No. – respondimos nosotros.

- ¿Recuerdan que estaban haciendo anoche entre la 1 y las 3 de la madrugada?

- Yo estaba durmiendo – dijo Alejandra. Luego todos me miraron a mí.

- Ella dormía y yo salí un segundo a fumarme un cigarrillo al balcón, como suelo hacer y luego volví a la cama. Pero no vi nada raro.

- ¿Absolutamente nada?

- No. – respondí – Nada.

- La vecina de enfrente asegura haber visto a un hombre de éste edificio que la estaba observando mientras salía de la ducha.

- ¿Ah, sí?

- Sí, y la descripción del sujeto encaja con la suya.

- Bueno – dije algo avergonzado –, tal vez la vi cuando estaba fumando, ¿pero eso qué tiene que ver?

- Recién dijo que no vio nada raro.

- Bueno, nada raro que pudiera asociarse a lo que pasó.

Los tipos hicieron un minuto de silencio. Me miraron, como sospechando algo. Luego se miraron entre ellos y se despidieron. Tuve la extraña sensación de que no se fueron muy convencidos.

Al cerrar la puerta tras su partida, Alejandra me miró furiosa.

- Qué tragedia, ¿no? – comenté.

- ¿Así que estabas espiando a la vecinita de enfrente?

- ¿Qué? – dije – No, no fue así…

- ¿Ah, no? ¿Y cómo fue entonces? ¿Te estabas haciendo una paja mientras la mirabas?

Tal vez tendría menos problemas si hubiera admitido haber lanzado la papa, pensé.

martes, 4 de abril de 2023

Una tarde de verano cualquiera

Cierto día, salí a tocar la guitarra con la intención de ganar algo de dinero. Por aquel entonces no tenía trabajo y tampoco tenía intenciones de conseguirme uno. Tocando la guitarra en la calle ganaba más de lo que podía ganar siendo camarero en cualquier restaurante. Pero no pretendía mucho de aquel día. Mi voz no estaba en muy buen estado, pero era domingo, el mejor día de la semana para salir y, además, milagrosamente, no tenía resaca. Me preparé y salí. Había un bar frente a mi edificio. Probé suerte. Comencé con Bob Dylan y seguí con Andrés Calamaro. Había un tipo que no dejaba de mirarme con cierta admiración. Al parecer le gustaba lo que estaba escuchando. Cuando terminé, el tipo me hizo un gesto con la mano, llamándome.

- Siéntate - me dijo - ¿Quieres una cerveza?

- Me gustaría - dije yo -, pero tengo que seguir. Me quedan un par de cuadras todavía.

- ¿Tocarías ahora en el hospital por 50€?

- Claro. - dije sin pensarlo demasiado.

La verdad que 50 euros era a lo máximo que podía aspirar aquel día y si lograba hacerlo en un solo show, era una ganga.

El tipo terminó su cerveza y caminamos hasta el hospital San Pau. No estábamos lejos. En el camino me dio los 50€. Los guardé y escuché su historia.

- ¿Hay un evento en el hospital? - pregunté con ingenuidad.

- No. Está mi mujer.

- Oh…

- Tiene cáncer.

- Uh...

- Hace tres años estamos luchando. Nos conocemos desde los 16 años, imagínate. Ahora tenemos 40 y tres hijos. Ayer fue el cumpleaños del mayor, y ella sufrió un episodio. -dijo, sollozando y posando una falsa sonrisa de simpatía extraña.

No quise preguntar sobre el episodio. El tipo siguió con su relato.

- Hace poco el cáncer hizo metástasis. Pero yo no pierdo la esperanza, ¿sabes?

- Es lo último que se pierde.

- Exacto.

- Va a salir todo bien. Mi primo tuvo cáncer el año pasado… - le dije, pero no lo pensé en ese momento. No podía decirle que mi primo había muerto, no habría sido muy esperanzador escuchar eso -… Y salió adelante – mentí.

- Claro. Se puede. - afirmó el tipo - Lo importante es la buena energía y yo creo que esto le va a gustar.

- ¿Se puede tocar en el hospital?

- No lo sé.

- Bueno, no importa.

Llegamos hasta el hospital. Entramos por la puerta principal, subimos hasta el primer piso y caminamos hasta el cuarto donde se encontraba la dama en cuestión. Cuando entramos, ella estaba sentada junto a la ventana, viendo hacia la nada. Al verme, se sorprendió. Posó una gran sonrisa que no pudo contener hasta que me fui.

- ¿Qué es esto? – dijo, incorporándose.

- Una sorpresa para ti – dijo su marido, con una sonrisa tímida.

El tipo grabó todo el show. Supongo que conservará aquel vídeo hasta el fin de los tiempos, pensé. Nunca lo sabré. Sólo fui alguien que pasó por aquella sala una tarde de verano cualquiera, cantó un par de canciones y se fue.

La situación me afectó. Cuando me marché, pensé en Ariel, mi primo. Me pregunté por qué se lo había mencionado a aquel desconocido. Supongo que fue la empatía que habló por mí. Hacía justo un año que se había muerto, pero las casualidades no existen, ¿no?

Necesitaba un trago. Una cerveza fría. Caminé y caminé, el sol era abrumador y las rodillas me estaban matando.

Me pregunté qué habrá pasado con ella. Me pregunté qué habrá pasado con él.