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jueves, 26 de octubre de 2023

Perdido: Capítulo 9

Otro desconocido


Llegué a la casa indicada. Me quedé estacionado frente a la puerta, encendí un cigarrillo y esperé. No hubo nada raro durante todas aquellas horas. Pasaron las horas. La botella de whisky estaba por la mitad y sólo me quedaban dos cigarrillos. Decidí encender uno y guardarme el otro para el camino de vuelta. Observé y seguí esperando en la oscuridad. Entonces vi llegar un coche a la puerta de la casa. Parecía una pareja de adolescentes. Se quedaron unos minutos frente a la casa. Se besaron. Hubo un toqueteo. El chico intentó algo, pero la muchacha lo detuvo. Luego le dio un beso de despedida y bajó del auto. Era una joven rubia, llevaba un vaquero azul, camisa blanca y zapatillas rojas. El muchacho esperó a que la chica entrara a su casa. Una vez que entró, éste se fue. Más gente, pensé. Perfecto. Esto cada vez se pone mejor. Puto Ricardo.

Se encendieron un par de luces en la casa y luego de unos minutos, se apagaron. Decidí escabullirme. No podía esperar más. Puse el silenciador a mi pistola y me dirigí hacia el portón. Trepé y caí del otro lado. Una vez adentro, me deslicé sigilosamente hasta la entrada. Entonces, oí los ladridos de un perro. Me di vuelta. Era un rottweiler, feroz. Corrió hacia a mí, dispuesto a devorarme. Pude verlo en sus ojos. Estaba sediento de sangre. Saltó encima de mí, pero logré darle un tiro en el pecho antes de que cayera sobre mí. Se quedó quieto. Ya no ladraba. Vi que la luz de la entrada se encendió y alguien salió por la puerta principal. Me escondí detrás de un arbusto.

- ¡Roko! – exclamó un tipo en bata – ¿Qué pasa, amigo? ¿Dónde estás?

El tipo siguió caminando en dirección al jardín donde se encontraba Roko. Me aproximé sigilosamente por detrás de él y puse mi pistola en su nuca.

- Roko está muerto. – dije. El tipo se quedó inmóvil. – Date vuelta. – El tipo comenzó a darse la vuelta – Despacio – dije.

Le vi la cara. Era Luca. Estaba más viejo que la foto que me había dejado Ricardo, pero era él. No había dudas. Se me quedó mirando.

- ¿Te manda Ricardo? – dijo seriamente.

- Silencio.

- Puedo darte el doble de lo que él te pagó.

- No me vengas con eso.

- Por favor – dijo –, tengo una hija.

- Por eso vine.

- ¿Para matarla? – dijo el tipo, alterado.

- No.

- ¿Qué vas a hacer con ella?

- Nada.

- No voy a dejar que se la lleves a ese hijo de puta. Vas a tener que matarme.

- No es personal.

- No entiendes.

- No hay nada que entender.

- Por favor…

Le di un tiro en medio de las cejas. El tipo cayó al suelo. Otra víctima, pensé. Otro desconocido.

Me di media vuelta y entré en la casa. Hice un pequeño recorrido. Living, comedor, cocina, baños, escaleras, habitaciones. Llegué a una puerta que tenía colgado un cartel que decía “SARA” y otro que decía “Stay Away”. Tomé el picaporte y abrí la puerta. La luz del pasillo iluminó parte de la habitación. Allí, en la cama, estaba Sara, durmiendo, cubierta por la luz del pasillo y mi sombra. Me acerqué a ella y contemplé una larga cabellera rubia esparcida por la almohada. Las curvas de su cuerpo cubiertas por las sábanas confirmaron mi sospecha. Sara ya no era una niña. Me quedé viéndola. No era una niña, pero tampoco una mujer. Me acerqué a ella. En ese momento se despertó. Al verme, pegó un grito ensordecedor. Levanté mi pistola y apunté a su cara.

- ¿Quién eres? – dijo asustada – ¿Dónde está mi papá? ¡Papá! ¡Papá!

- Silencio. – dije – Tu papá no va a venir.

- ¿Quién eres?

- Nadie.

Hubo un silencio. Ella miró detrás de mí.

- ¿Y ella? – dijo.

- ¿Ella…?

La vi a los ojos, estaban puestos en alguien más. Advertí otra sombra junto a la mía. Me di vuelta, lentamente. Era ella, la morocha de la moto.

- Baja el arma… – dijo, apuntándome con una pistola 9 milímetros con silenciador –… ahora. – Hice lo que me dijo y bajé mi pistola. – Despacio, vaquero.

- Debí imaginarlo.

- ¿Ah, sí?

- Puto Ricardo…

- El jefe dijo que no serías capaz de hacerlo.

- Todavía no hice nada. – repliqué. Observé que tenía un maletín en la mano izquierda. Era mi maletín, con mi dinero. – Eso es mío – agregué.

- Ya no te necesita.

- Nunca me necesitó. – dije – Ni tampoco a vos.

Había tensión. Sara, detrás de mí, no emitía un solo sonido; la morocha con su pistola me observaba atentamente, tenía miedo, pude sentirlo. De repente, un gato pasó entre sus piernas. Ella bajó su mirada. Fue un segundo. En cuanto se distrajo, levanté mi pistola y le inserté un disparo en medio de los ojos. El gato salió corriendo. Se desplomó como un costal de papas, dejando un hermoso y joven cuerpo sin vida en el pasillo de aquel ridículo lugar. Novata, pensé, no se puede confiar en ellos.

La muchacha se asustó aún más y se alejó de mí, arrastrándose hasta un rincón de la habitación.

- No me hagas daño, por favor… – dijo, aterrorizada.

- Tenemos que irnos.

- ¿A dónde?

- Lejos… – dije.



Continuará...