Translate

lunes, 1 de abril de 2019

Cojo, luego existo

Arreglamos para encontrarnos en un bar en el centro. Era un viejo amigo. Yo había conseguido un empleo que me proporcionaba buena cantidad de dinero por poco tiempo de trabajo y eso me daba el suficiente tiempo para escribir. Así que estaba bien y con mucho tiempo para hacer cualquier cosa.

- Vamos a tomar unas cervezas y ver algunos culos. – dijo él.

- Claro – contesté.

- Nos vemos en el bar de la otra vez.

- ¿Cuál?

- El de la otra vez.

- ¿Cuál de la otra vez?

- Ese del que te echaron. – dijo, sonriendo.

- Ah – dije, creyendo recordar –, ese bar.

Me interesaba eso de tomar unas cervezas y ver algunos culos con mi viejo amigo Ariel, como solíamos hacer antes de que se casara con aquella perra que lo convirtió en un puto monje. Yo no lo podía creer. La mujer le cortó las bolas y creo que fue literalmente así. Eso nunca me pasaría a mí, pensé, ingenuamente. Uno no puede asegurar nada, las mujeres son poderosas y los hombres somos débiles ante ellas. En ese tiempo yo salía con una chica, se llamaba Catalina. Era una historia interesante, ya que Catalina era mi ex novia del secundario, mi primer amor, la chica a la que le arrebaté su virginidad y toda la cosa. Catalina y yo estuvimos separados por un período de seis años, un día la encontré sola en un negocio y decidí entrar al negocio y hablarle. Me disculpé con ella por cómo habían terminado las cosas. Ella se mostró muy madura al respecto, yo le pedí su teléfono y comenzamos de nuevo. Estaba enamorado, o al menos eso creía.

Cuando llegué al bar, me acerqué a la barra y pedí una cerveza. No había señales de Ariel, así que lo esperé allí, en la barra. Miré a mí alrededor y había varias mujeres hermosas. No, Leo, ahora sos hombre de una sola mujer, no podés caer en la tentación. Había culos despampanantes y faldas cortas, piernas bronceadas y fibrosas, escotes colosales y tetas, tetas, tetas por todos lados. Todo parecía estar puesto ahí como para hacerme morder el palito, o, mejor dicho, hacerme morder algo más. ¿A dónde me trajo éste hijo de puta? Pensé. Tal vez la monogamia no sea algo natural. Vi pasar una despampanante morocha junto a mí. Claramente la monogamia es anti natural, pensé. Le vi el culo y pensé en dios, fue una de las pocas veces que pensé en dios.

- ¿Qué estás mirando? – dijo Ariel, tocando mi hombro por detrás.

- Ey, viejo, ¿cómo estás?

- Bien, ¿y vos?

- Bien, ¿a dónde carajo me trajiste? Este lugar está lleno de mujeres.

- Sí, está bueno, ¿no?

- No lo recordaba así.

- Es que cambió de dueño.

- Estoy enamorado, Ariel. Esto no es justo. ¿Viste a todas esas chicas?

- Sí, las vi. – dijo Ariel, mirando a su alrededor.

Me quedé contemplando a todas ellas. Todas parecían tan radiantes y llenas de vida.

- ¿Tan viejos somos? – dije.

- ¿A qué te referís?

- Los tiempos cambiaron, Ariel.

- Somos dos jóvenes con suerte, Leo.

- Sí… – dije, observándolas pasearse frente a mí, cual sirenas –… mucha suerte.

Algunas de ellas me miraban, muchas con desprecio, pero la mayoría me sonreía. Las mujeres suelen detectar a los hombres comprometidos y se sienten atraídas por ellos, pensé. Creo que es todo una cuestión de química. Tengo la teoría de que las mujeres huelen la desesperación.

- Vámonos a la mierda. – dije.

- ¿Por qué? – preguntó Ariel, desentendido.

- Éste lugar es pura fachada, pura fantasía. Un lugar decorado con perras de éste calibre no puede ser bueno, no puede ser real. Es una ilusión.

- ¿No puede ser bueno? ¿Qué tiene de malo?

- No sé, los precios, por ejemplo.

Terminé mi cerveza y huimos de aquel lugar. Antes de llegar a la puerta me encontré con una vieja amiga, un polvo de una época pasada.

- Leo. – dijo ella.

- Laura. – dije, posando una sonrisa falsa.

- ¿Qué haces por acá?

- Ya me iba.

- ¿Ya?

- Sí.

- ¿No te querés quedar un rato? – dijo.

- No, gracias. Ya nos íbamos.

- Dale – insistió – Tomate la última conmigo.

El tiempo que pase con Laura me sirvió para conocerla muy bien, era una de esas arpías chupa sangre. Le gustaban las cosas caras y los hombres con billeteras gordas. Podías ser el amante perfecto, el más romántico y una fiera en la cama, pero si no tenías efectivo, no eras más que una cucaracha. Recuerdo la primera vez que salimos, ella pidió un trago tras otro. A mí me pareció un poco extraño. “Espero que piense pagárselos ella”, pensé. Pero no fue así. Le pagué al camarero y cuando nos estábamos yendo el tipo vino a buscarme, diciéndome que no había pagado todos aquellos tragos que Laura se había bebido. Tuve que pagar, afortunadamente tenía dinero en ese momento, pero me quedé en cero. Después me la cogí con furia y rabia, y jamás volví a verla, hasta ese día.

- No, ya me voy, estoy cansado. – dije.

- Está bien, llamame y nos vemos otro día, cuando estés con más pilas.

- Seguro.

Salimos de aquel lugar y nos dirigimos a mi casa. Había un pack de Budwaiser, esperándonos.

- Mira esa tipa – dijo Ariel, señalando a una chica que se acercaba con su perro.

El perro la llevaba a ella y la hacía caminar torpemente y sus tetas se movían de un lado a otro. Era un gran espectáculo.

- Sí, la vi varias veces. – dije – Debe ser nueva en el barrio.

- Qué buena que está.

- ¿Te das cuenta que parecemos desesperados?

- ¿Por qué lo decís?

- Ambos estamos de novio y parecemos dos púberes pajeros y vírgenes.

- Puede ser. – dijo sin prestarme mucha atención – Mirala, mirala.

La mujer pasó por al lado nuestro y el perro se acercó a olerme la pierna. Ella me sonrió, siempre que me veía me sonreía. Usaba calzas apretadas y una musculosa. Tenía cara de traviesa o al menos con esa cara me miraba y me dejaba pensando. El perro me lamió el pantalón, ella me lo quitó de encima.

- ¡Lila! – le dijo – Basta.

Tiró de la correa y siguieron caminando. Me di vuelta y le miré el culo, como solía hacer siempre. Luego vi su cabello, una brisa lo levantó y zarandeó de un lado a otro. Era un espectáculo.

- Me gustaría una chupada de esa perra – dijo Ariel.

- Primero tendrías que sacarla a paseas una o dos veces, mínimo.

- Ja, ja, ja, me gusta, pero no sé, tiene cara de idiota.

- ¿Cara de idiota?

- Sí, cara de idiota.

- ¿Y qué querés, a Stephen Hawking para que te chupe la pija?

- No, pero su cara me desconcentraría. – afirmó.

- ¿Qué buscas? ¿Una charla filosófica o una mamada?

- ¿Cuál será su filósofo favorito? – preguntó Ariel, riendo – ¿Sócrates? ¿Nietzsche? ¿Schopenhauer?

- Tenía cara de Descartes. Cojo, luego existo.

Llegamos a casa y Ariel comenzó a hablar de su novia y sus suegros, yo lo escuchaba pero al mismo tiempo pensaba en que tal vez las mujeres también pensaban lo mismo que nosotros y hablaban de los hombres como nosotros hablábamos de ellas. No sé, tal veían a un tipo y pensaban “¿qué tan grande será su verga?” o cosas así. Supuse que así sería, tal vez para no sentirme tan mal como representante del género masculino. Al fin y al cabo todos somos animales y nos pasan cosas.

Ariel se fue antes de lo esperado. Al parecer la novia lo necesitaba. Me dejó allí, en la terraza, bebiendo solo. Aquella lata de cerveza ya estaba caliente, la dejé y agarré otra. Encendí un cigarrillo y vi cómo se apagaba la noche.