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miércoles, 1 de marzo de 2023

El Suicidio de un Escritor - Parte I

Recuerdo que sucedió después de una cirugía de urgencia a la que tuve que enfrentarme para no morir. En ese entonces no tenía trabajo, era pobre y me estaban por desahuciar de aquella inmunda pensión.

Desperté en medio de un pasillo. Estaba sobrepasando la anestesia y todo era muy confuso. Escuchaba las voces de los médicos que me habían atendido. Todos se movían de un lado a otro.

- Ya se terminó – dijo uno de los doctores.

- ¿Todo bien? – pregunté, mientras intentaba mirarlo bajo los efectos de la anestesia.

- Estuvo cerca, pero salió todo bien.

- Me alegro. – me sentía adolorido – ¿Dónde estoy? – pregunté.

- En el quirófano. Enseguida te vamos a trasladar a tu habitación.

Sentí cómo se movió la camilla. Me estaban arrastrando, como a un cadáver. Lo último que recuerdo fue estar sentado en una silla, escribiendo un cuento corto que no iba a ningún lado, cuando de repente, uno de esos terribles dolores de estómago comenzó a torturarme nuevamente. Caí al suelo a causa de la intensidad del dolor y sentí cómo se me revolvían las entrañas. Fue el peor de todos los dolores que había sentido en mi vida. Hacía tres años que era víctima de ésta perversa e intensa maldición. No sabía qué era lo que me causaba aquel malestar y nunca me molesté en ir al doctor. Hasta que aquel día, caí rendido sobre aquella inmunda cama de aquella inmunda pensión barata. Me desmayé, ignorando mi destino. Horas más tarde aparecí en el hospital. Alguien habrá llamado a una ambulancia, pensé.

- El alcohol… – dijo un tipo, mientras ingresaba a la habitación con una pequeña libreta en la mano – El alcohol fue la principal causa de éste problema. Claro que la comida chatarra y la grasa en exceso también colaboraron para que esto suceda.

- ¿Quién es usted? – dije.

- Perdón, Leonel. – dijo – Yo soy el doctor que te operó. Me alegro de que hayas podido quedarte con nosotros.

- ¿Me estaba yendo? – pregunté.

- La verdad es que estuviste más del otro lado que de éste.

- Mierda…

- Sí, vas a tener que cuidarte a partir de ahora.

- ¿Cuánto tiempo voy a estar acá?

- Mañana a la mañana ya vas a poder irte.

- Bueno.

- ¿Vivís solo?

- Sí.

- Tenes que hacer reposo durante 30 días. Y tenés que hacer dieta durante tres meses. Nada de alcohol, ni cigarrillos, ni comida grasosa. Te espero en diez días para sacarte los puntos. Tampoco podés moverte mucho. Más tarde, si querés, podés hacer una pequeña caminata por la habitación y ésta semana sólo líquidos. Tenemos que ir integrando de a poco los alimentos.

- Está bien.

- Bueno, eso es todo. Un placer – dijo, estrechando mi mano.

Volví a la pensión y tomé la última cerveza que me quedaba. Mientras bebía aquella fría cerveza, me quedé contemplando mí alrededor. Aquel lugar era un sucucho, una cueva donde se hospedaban sólo las ratas de la ciudad, como yo. Decidí que tenía que irme de allí y cambiar mi vida.

Me mudé a una pequeña habitación en un viejo y mugriento edificio en Buenos Aires. Le di un adelanto a Montoya, el dueño del edificio. Era un adelanto de un viejo trabajo que tuve y lo último que me quedaba en la billetera. El viejo dejó que me quedara. Creo que se apiadó de mí.

El dolor era intenso los primeros días. Al parecer, mi vesícula estuvo a punto de explotar, a causa de una acumulación de piedras o cálculos biliares, como quieran llamarlo, y tuvieron que sacármela en una operación de urgencia. No me quedó otra más que enfrentarme al duro reposo.

Los días pasaban lentamente y como no tenía nada más que hacer, comencé a escribir. Escribí muchos cuentos y algunos poemas, pero quería empezar con una novela. Tenía pensado que ésta nueva novela tendría que ser diferente. Quería escribir algo fresco y así captar a una joven generación de lectores que, en cierto punto, pudieran sentirse identificados con mis historias. Pero no sabía de qué podría tratarse. No tenía idea. No se me venía nada a la mente y el hambre y el dolor no me dejaban pensar bien.

No podía parar de pensar en aquel comentario que me hizo el doctor que me extirpó la vesícula. “La verdad es que estuviste más del otro lado que de éste”. Escuchar eso me afectó. No me importaba morir. Hasta había intentado suicidarme alguna que otra vez. Pero me llamó la atención estar a punto de morir y esa idea me estaba volviendo un poco paranoico. ¿Y si en realidad tenía que morir? ¿Y si muero mañana y no hice nada con mi vida? Es verdad que la muerte juega con nosotros cada día, ¿por qué no jugar nosotros con ella?

Me sentía suicida, pero al mismo tiempo pensaba en que los dioses me habían dado otra oportunidad. Una segunda vida. Una vida para aprovechar, para hacer algo. Pero no podía hacer nada. Sólo quería emborracharme, coger y escribir.

Pasaron treinta días y logré escribir una novela corta. Era lo más grande que había hecho en mi vida. La envié a varias editoriales, y esperé pero ninguna me respondió. Pasaron días, semanas, meses y nada.

Conseguí trabajo en una carpintería. Era algo simple. Cortar madera, llevarla de un lado a otro, acoplar las piezas de los muebles, pintar y limpiar el taller cada tanto. Aquello me dio el dinero suficiente como para pagarle algunos meses de retraso a Montoya. Todo iba bien, pero la rutina comenzó a afectarme. Me sentía vacío por dentro.

El transporte público me deprimía. Subir a un colectivo, hacer unos kilómetros, observar a tantos otros pobres infelices como yo. Bajar y tomarme el subte. Subir, bajar. Llegar al trabajo. Trabajar. Comer sólo una banana a mediodía. Después volver a tomar el subte y el colectivo. Observar a la gente, volver a casa, comer alguna cosa, emborracharme y dormir. Y al otro día lo mismo. Mi cabeza estaba por explotar.

¿Qué mierda es lo que busca el ser humano en éste mundo? Hay que adaptarse a éste infernal sistema, ¿para qué? ¿Sobrevivir? ¿Solamente eso? ¿Podemos llegar a ser tan miserables como para conformarnos con el simple hecho de sobrevivir? Un perro sobrevive, un gato sobrevive, un pájaro, una hormiga, hasta una puta cucaracha sobrevive. ¿Nosotros también?

El miedo nos impulsa. Nos tenemos miedo a nosotros mismos, al mundo que hemos creado, al sistema que hemos diseñado durante siglos, a morir solos, al cambio, a arriesgarnos.

No toleraba a mi jefe. Me hablaba mal, era cabrón y lo odiaba. Solamente me faltaban dos meses para quedar en cero con Montoya. Pero me gustaba el alcohol. Era un alcohólico y el dinero se me escapaba fácilmente de las manos.

Me emborraché el lunes. Al día siguiente también y el miércoles falté a causa de la resaca. El jueves me enteré que estaba despedido. Pero el dinero que me dieron por haberme despedido fue de mucha ayuda para sobrevivir. Sí, sobrevivir.

Ese mismo fin de semana intenté suicidarme con una pistola que había conseguido a través de un conocido, Manuel. Manuel no era un tipo confiable, pero podías pedirle cualquier cosa y él se encargaba de conseguírtelo. Drogas, armas, dinero, putas. ¿Qué más se le puede pedir a un hombre así?

Era una 22. La puse en mi boca, saqué el seguro y cerré los ojos. Grité con todas mis fuerzas.

- ¡HIJO DE PUTA!

No pude hacerlo. La dejé sobre la cama y volví a escribir mientras miraba por la ventana hacia el edificio de enfrente. Allí había una mujer desnuda, exhibiéndose ante todos, pero, sobre todo, ante mí. Era realmente hermosa y pensar que podía haberme perdido de eso al volarme los sesos me hizo sentir culpa por no saber apreciar las maravillas de la naturaleza. Me quedé viéndola y me masturbé. Me hacía falta una mujer. Me hacía falta un contacto físico. Acabé en mi mano derecha y me quedé contemplándola mientras subía su tanga con delicadeza desde sus tobillos hasta sus caderas.

Me acosté en la cama y cerré mis ojos. Siempre pensé que me quedaba poco tiempo en éste mundo, pero no podía irme, no sin haber cumplido mi sueño. Mientras tanto, seguía mendigando por trabajos horrendos y miserables. Seguía enfrentándome a la cruda realidad, seguía sin ser nadie, seguía sin tener nada.

Como era común en mí, con el tiempo me dejé llevar por mis impulsos egoístas y mi autosatisfacción. Botella tras botella, cigarrillo tras cigarrillo, resaca tras resaca, muerte y renacimiento. La soledad me sentaba bien, pero descubrí que también podía ser muy dañina. La soledad es el mejor amigo y, al mismo tiempo, el peor enemigo del hombre.

Años atrás había publicado una novela que no llegó a nada y luego nadie me dio una oportunidad. Pero la última novela que había escrito y en la cual confiaba mucho y había dejado mi vida en ella, nadie logró verla. Me decepcioné mucho por eso, la verdad es que estaba bastante ilusionado, tal vez demasiado. A veces es en vano ilusionarse.

El trabajo comenzó a escasear en Buenos Aires. Ya tenía 35 años y me había convertido en un depresivo. Volví a pensar en el suicidio. Algunas noches, después de beberme una botella entera de whisky, abría el cajón donde guardaba la pistola y me quedaba viéndola. Otras noches, cuando me sentía más triste, la tomaba entre mis manos y hasta la llevaba a mi sien y me quedaba pensando y aquel sentimiento de culpa volvía a invadirme, y devolvía la pistola a su lugar y dormía y soñaba con un futuro mejor.

Había pasado tiempo desde aquella operación de vesícula y los intensos dolores no volvieron a aparecer. Al principio pensé que era algo psicológico, pero luego, después de la ecografía, supe que tenía que sacarme esa mierda de ahí. Sin aquel órgano, supuse que ahora, mi hígado tendría que soportar todo. El vino barato y la cerveza fuerte no ayudaban mucho, pero es que no podía evitar beber. El alcohol era como una especie de salvación para mí. Lo que no te mata te hace más fuerte y fue ahí cuando lo supe, después de la operación. Me he vuelto más fuerte, pensaba. Sin embargo, la crisis mental que tenía en la cabeza no podían extirparla.

Conocí a una chica, se llamaba Sofía. Era hermosa y muy simpática y se fijó en mí, a pesar de que yo no podía ofrecerle nada. Quería ser actriz y como todos los artistas, tenía sueños y sus sueños eran parecidos a los míos. Pero ella era joven y estaba llena de vida. Comenzamos a vivir juntos al poco tiempo de habernos conocido y era genial. Jamás el amor había generado tanto en mí. Pero los meses fueron pasando y el lazo que tenía con ella, cada vez era más débil. Peleábamos frecuentemente y ella no podía tolerar verme mientras yo me autodestruía.

- No puedo creer que sigas emborrachándote cuando sabes que no podés hacerlo. – me decía – Te hace mal.

- De algo hay que morirse.

- Sos un egoísta de mierda.

- ¿Por qué?

- Porque sólo pensás en vos.

- El momento nos llega a todos, nena.

- ¿No podés hacerlo por mí?

- Perdón, pero es mi naturaleza.

- Te amo. – dijo, llorando – No quiero que te mueras.

- Yo también te amo. Perdón.

La entendía, pero ella no me entendía a mí. Siempre preferí vivir intensamente, aunque eso cueste vivir poco tiempo. No quería llegar a viejo con una vida aburrida y monótona como la de la mayoría de las personas. Eso no era para mí. Pero Sofía quería eso para ella. La amaba, la amaba con toda mi alma, pero esa no era la vida que yo había elegido. No podía permitirme eso y traicionar mis principios. Jamás me lo perdonaría. Los gustos hay que dárselos en vida y yo pensaba darme todos los gustos. Siempre fui así y así seré hasta que la muerte me alcance.

Había llegado al punto en el que pensaba que la vida no tenía sentido. Nada me incentivaba a hacer algo con ella. No era conformista y no me gustaba quedarme con el sólo hecho de tener un trabajo de 8 horas, no llegar a fin de mes, tener hijos, una casa, una hipoteca, deudas, papeles, burocracia, mascotas, obligaciones, estudiar, reunión familiar en las fiestas, navidad, nietos, plan de ahorro, cuotas, mierda y más mierda. No, así no sería mi vida, jamás. Antes que eso prefería volarme los sesos y lo seguía pensando.

Mi relación con Sofía terminó poco a poco. Fuimos prácticamente inseparables durante un largo tiempo, pero así son esas cosas. Ella quería algo para su vida, algo que yo no podía darle. Era el mismo problema de siempre, mis ideales contra los de los demás. Teníamos metas absolutamente diferentes y eso no nos proporcionaba un futuro. Decidimos terminar, nuevamente, pero seguimos viéndonos de vez en cuando. Fue difícil.

Comencé a acostarme con otras mujeres, ella tal vez hacía lo mismo con otros hombres, pero no me gustaba pensar en ello. Existía una mínima esperanza de volver, pero nada era seguro.

Un día me habían despedido de un trabajo que también duró poco tiempo, y fui a buscar a Sofía a su trabajo. Nos dirigimos a mi departamento, preparamos unos fideos con salsa y cenamos. Hablamos de la vida y nos reímos de viejas anécdotas. Adoraba su compañía, era única. Ambos sentíamos que podíamos ser nosotros mismos cuando estábamos juntos. Más tarde fuimos a la cama y echamos un polvo increíble. El sexo con ella era absolutamente perfecto, salvaje, tierno, abrumador y deleitoso, simplemente indescriptible. Ella lograba hacerme sentir completamente libre de toda preocupación.

De repente, me dijo que lo nuestro ya no podía seguir.

- Perdón – dijo – pero esto ya no puede seguir. Tenemos que continuar con nuestras vidas y solamente vamos a poder hacer eso si nos separamos. Es la verdad y lo sabes.

- ¿La verdad? – dije, desconcertado – ¿Estás terminando conmigo? Después de todo esto… pensé que…

- ¿Qué… que podríamos seguir así para siempre?

- … Que teníamos algo especial…

Típica frase estúpida, pensé. Tan obvio y miserable.

- Yo también, pero lo que tenemos son objetivos distintos. Vos querés una vida bohemia y yo quiero establecerme. Ya no tenemos 20 años, Leo.

Suspiré profundamente, no podía creerlo.

- ¿Estás saliendo con alguien, no?

- ¿Qué?

- ¿Te lo cogiste?

- ¿Ves? Siempre pensás en eso. Es lo único que tenés en la cabeza.

- ¿Sí o no?

- No podés ser tan…

- ¡¿Sí o no?!

- ¡Sí! Estoy saliendo con alguien y sí, me lo cogí. Y yo sé que vos haces lo mismo.

- Necesito estar solo.

- Leo…

- Ya está, Sofía. Andate.

Ella llamó un uber y se fue como a las 2 de la mañana. La despedí con un beso, un beso que tendría que mantener y recordar hasta nuestro próximo encuentro o hasta la próxima vida. La extrañaría y mucho. Tal vez estaba esperando algo que nunca pasaría, pero es difícil comenzar a vivir en carne propia algo que jamás imaginaste que sucedería.

Pasaron los días y seguía sin verla. Es increíble cómo pasa el tiempo, parecía como si hubiese sido ayer el día en que la conocí, pensé. Todo pasó tan rápido y no me di cuenta. No planté bases para un futuro y ahora estaba parado sobre una montaña de mierda inestable que no podía mantener ni a la más mínima esperanza.

Me moría por dentro. Estaba pasando y no podía asumirlo. No podía dejarla ir. La amaba demasiado, pero ella tenía razón. Ambos sabíamos que queríamos diferentes vidas y ella fue capaz de tomar la decisión final. Yo no hubiese podido, aunque intenté hacerlo alguna vez, pero sin éxito. Lo raro es que siempre pareció que ella estaba más enganchada con la relación que yo, pero a veces las cosas no son lo que parecen ser.

Sentía un vacío intenso en mi interior. Tenía que seguir solo pero ya estaba acostumbrado. Sin embargo, una de las pocas motivaciones que tenía para seguir, ya no estaba, ella. Aparte de ser mi fiel compañera y amante, siempre me apoyó en todo. Siempre fue la única que me apoyó con mi sueño de ser un gran escritor. Es más, siempre dijo que tenía un talento especial y que el mundo merecía conocerlo. Luego me platicaba acerca de mi estúpido comportamiento y decía que si me moría el mundo jamás me descubriría. Era una forma de incentivarme para alejarme del alcohol. Pero en algo estaba equivocada. Tal vez, cuando muera, me reconozcan, como a muchos les pasó. Siempre pensé que la teoría del poeta maldito iba bien conmigo. Todo puede ser.

La computadora estaba prendida aquella noche en la que Sofía partió. Me senté frente a ella. Tal vez pueda escribir algo, pensé. En cuanto comencé a tipear algunas palabras, se cortó la luz y ya no había más batería. Me quedé allí en la oscuridad. Pobre infeliz.

Los días pasaban. Ya no podía soportar vivir en miserables cuartos, cagarme de hambre, tener que trabajar para algún hijo de puta en un horrendo lugar, estar sin ella y cada vez más lejos de mi sueño. Por eso es que un día, después de haberlo pensado varias veces y durante toda mi vida, decidí suicidarme.




Continuará...

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