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viernes, 8 de diciembre de 2023

Por las noches no se ve


En la oscuridad

la vista es nula,

las palabras brotan

como hormigas,

y los pensamientos

se van quedando ciegos,

sordos, mudos.



El rincón

de una habitación barata,

de algún barrio sin nombre

puede convertirse

en una buena compañía

a la hora señalada,

y una buena compañía

puede convertirse en polvo

en cualquier momento.



Un impertinente rayo de sol

se abre paso

por la ventana,

y, sin pedir permiso, me golpea,

me indica que todavía sigo vivo,

que no escaparé tan fácilmente de todo,

ni de la lluvia de la tarde,

ni la densa niebla de la noche,

ni de nada.



Y por las tardes

siento la nostalgia de otro día perdido,

de otro día pasado,

y me pesa,

cómo me pesa...



... la tarde de domingo

envuelve mis entrañas

ahorcando mi alma

y llevándome directo a la lona,

y a veces caigo,

pero siempre me levanto,

aunque también

suelo preguntarme

hasta cuándo

seré capaz de hacerlo.



Por las noches no se ve

y la oscuridad es más lúgubre,

y los pensamientos más ruidosos,

y la soledad más cruel

y el veneno de tus palabras

me sigue torturando

sin piedad,

sin descanso,

sin sentido.



Sé que ya no te importa

lo que diga,

mucho menos lo que escriba,

pero quiero decirme

a mí mismo

que todavía queda algo

de aquel tipo simple

que alguna vez fui

y que sonreía

sin motivo,

sin intereses,

sin pena ni gloria,

sin razón,

pero con el corazón

y sin memoria.




Germán Villanueva

miércoles, 29 de noviembre de 2023

Ratas

Los ocupas son como ratas. Uno no puede descuidarse. Es muy común en Barcelona, una ciudad que cada vez es más decadente. La policía no hace nada. La ley es así, pero yo vivo fuera de la ley desde hace tiempo. Por eso es que, cuando la ley no es capaz de dar una respuesta, me llaman. Soy un tipo duro, sí, pero no siempre ha sido así. Uno no nace duro, se hace. 

Hace rato que ya vivo alejado de todo. Pero la gente que me conoce sabe de lo que soy capaz. Mis servicios no son muy económicos, pero mi eficacia es indiscutible. Estoy acostumbrado a este tipo de cosas. La verdad es que yo no tengo una inclinación, no me importa un carajo nada. Sólo hago mi trabajo, y soy muy bueno en lo que hago.

Estos tipos llevaban allí metidos unos cuantos meses. Habían convertido el departamento en un nido de ratas y comenzaron a vender droga, entre otras cosas. La policía seguía sin hacer nada, como siempre, y el propietario estaba harto. Me contactó un domingo por la noche y me explicó la situación. El lunes viajé al centro de Barcelona, a El Born, para cumplir con el acuerdo. Eran las 7 de la mañana y me encontré con el propietario en un café. Me dio el dinero y las llaves del edificio, y después de aquel cortado, partí hacia el lugar en cuestión. Hacía frío, pero igual me quedé afuera del edificio un rato, observando, fumando, evaluando la situación. El propietario me contó que habían llegado a un acuerdo al principio. Les dio siete mil euros para que se vayan y se fueron, pero volvieron. Luego de varios intentos del propietario por recuperar su hogar y de varias agresiones más sufridas por parte de aquellas ratas, el tipo se dió por vencido. “Y la policía no hace nada”, me repetía. Yo ya sabía que la policía no hacía nada. Es parte del juego, supongo. Pero para eso estoy yo.

Entré al edificio. Era un cuarto piso. Subí las escaleras, tranquilamente. Piso por piso. Llegué al cuarto. Toqué la puerta. Nadie me atendió. Entonces toqué el timbre. Demasiado ruido, pensé. Pero ya estaba allí. Alguien abrió la puerta. Era una tipa de pelo azul. Tenía cara de dormida, como si se hubiera pasado la noche entera metiéndose coca.

- ¿Sí? – dijo y se quedó mirándome de arriba abajo. Parecía estar a punto de vomitar.

- Tienen que irse. – les dije.

- ¿Qué? – respondió confundida – ¿Quién coño eres, tío? Vete a tomar por culo.

Después de eso, cerró la puerta. Primer strike, pensé. Golpeé la puerta nuevamente y ésta vez me abrió un tipo tatuado. Tenía tatuajes en todos lados y los dientes podridos. Tenía aspecto de pandillero y se dirigió a mí como tal.

- ¿Quién coño eres? – dijo altanero – Si no te vas de aquí te voy a sacar a los golpes.

- O se van por las buenas, o voy a tener que…

- ¿Qué? ¿Qué vas a hacer, gilipollas? – insistió – Llama a la policía. Yo vivo aquí, subnormal. Vete a tomar por culo.

De nuevo me cerró la puerta en la cara. Segundo strike. Entonces golpeé nuevamente. Saqué mi pistola de debajo de mi chaqueta y de nuevo abrió la puerta. Esta vez iba armado con un cuchillo y me amenazó.

- O te vas a te saco las tripas, hijo de puta. – dijo.

Apunté mi pistola a su estómago, pero no pareció crear el efecto esperado. Me atacó y, sin pensarlo dos veces, disparé. El tipo se echó para atrás con cara de sorprendido y cayó al suelo, tocándose la herida. Estaba sangrando. La tipa de pelo azul se asomó a la escena. Vino hacia mí, corriendo y gritando, con un palo de amasar en la mano. La eliminé antes de que pudiera tocarme. El tipo intentó decir algo, pero lo silencié con un balazo en la cabeza. No había vuelta atrás. Después de eso, un perro intentó atacarme. Escuché sus pasos y sus ladridos. Fui más rápido. Lo esquivé y le atiné un par de tiros en la espalda. Quedó tieso al igual que los dueños. Recorrí el departamento. Había un negro grandote durmiendo en un colchón en el suelo. El lugar estaba destruido. Había olor a putrefacción y nada parecía estar bien. Desperté al negro y éste me vio a los ojos, luego vio mi pistola. Estaba aterrado. No podía dar marcha atrás. Me llevé el dedo índice a la boca y le hice una seña para que guardara silencio. El negro me hizo caso y no emitió sonido alguno. Apunté mi pistola a su cabeza y le volé la tapa de los sesos. La sangre manchó las paredes gastadas. Seguí recorriendo el lugar. No había nadie más allí. La pistola tenía silenciador, pero debía abandonar la escena cuanto antes. No era seguro quedarse mucho tiempo.

Los dejé allí, con la puerta abierta y la sangre esparciéndose a su alrededor. “El que mal anda, mal acaba”, decía mi viejo. Yo sé que ando mal, y sé que en algún momento llegará mi hora, pero hasta entonces, alguien tiene que encargarse de sacar a las ratas de la ciudad. Encendí un cigarrillo y me fui caminando tranquilamente por aquellas entretejidas calles. Las calles de lo que alguna vez fue mi barrio, pero ya no más. Ya no más.




Germán Villanueva

martes, 7 de noviembre de 2023

La espera de un hombre ridículo

Ahí estaba yo, en otra entrevista de trabajo, esperando. Esperaba a que terminaran de entrevistar a otro candidato mientras veía un partido de padel entre cuatro viejos bastante entusiasmados. El puesto era para recepcionista en un club de padel. Tenía sueño. No había podido dormir bien y no estaba acostumbrado a madrugar. Intenté distraerme escuchando un poco de Johnny Cash, pero mientras esperaba comencé a sentirme ridículo, nuevamente. Me he sentido ridículo en varias situaciones, pero nunca me sentí tan ridículo como cuando iba a una entrevista laboral por un trabajo que realmente no quería. Era el colmo del ridículo para mí. Todo lo ridículo que puede ser un hombre está ahí, en esos quince o veinte minutos, entre la espera y la entrevista, entre la expectativa y la realidad, entre la continuación de la desesperada búsqueda o el tortuoso trabajo. Ahí estaba yo, entre lo absurdo y lo ridículo, esperando. Siempre esperando. Iba bien vestido. Todo de negro, salvo por la camisa que era blanca. Había recortado mi barba y llevaba el pelo corto. Tenía pinta de buen empleado. Si no lo era, pensé, al menos tendría que parecerlo. El club era grande, con un techo alto, bastante espacioso y contaba con cuatro canchas de padel bien cuidadas. Nada que ver a las canchas de padel de mi antiguo barrio en Tortuguitas a las que solía ir cuando era chico. El padel ya pasó para mí, al igual que el tiempo. Sólo quedan los recuerdos. Ahora tengo el tobillo fisurado y he perdido mi entusiasmo por alguna parte a través de los años. He perdido aquella intensidad que alguna vez me caracterizó, y no me di cuenta cuándo fue, pero así fue, y no pude hacer nada para evitarlo. Sigo sin saber qué hacer. Seguí esperando.

Los cuatro viejos lo daban todo. Parecían estar jugando por algo más que un simple punto, tal vez jugaban por dinero o por alguna mujer. Se veía en cada golpe, en cada pelota que corrían, en cada gota de sudor que derramaban sobre la cancha. Luego pensé: a veces olvido que el orgullo también puede ser algo motivador por lo cual partirse el culo. La simplicidad de las cosas.

Finalmente vi pasar al otro sujeto por delante de mí. Luego me llamó la entrevistadora. Me senté frente a ella. La entrevista salió bien, pero debía irme cuatro días a Dublín y tuve que decírselo. No pareció gustarle que le haya hecho perder el tiempo de esa manera. No había nada que hacer. No le di mucha importancia y me fui de allí sin esperanzas. Camino a casa me topé con una editorial. Toqué timbre y me atendió un viejo medio cascarrabias y algo confundido. Le pregunté sobre la editorial pero no tenía idea. Me dijo que su socio se encargaba de eso. Le pregunté sobre el tema de la publicación y me dijo: "¿Qué parte de "no tengo idea" no te quedó claro?" Luego cerró la puerta. Decidí continuar mi camino. 

Bajé por aquella calle, derecho a la entrada del metro de la línea 4. En el metro de vuelta, le envié un mensaje a la editorial, intentando recuperar las esperanzas. Volví a casa, sin empleo, sin una promesa de empleo, sin una editorial, sin una promesa de publicación, sin comida en la heladera, pero con una novela entre manos en la que me puse a trabajar inmediatamente. Pero primero, necesitaba dormir un poco.




Germán Villanueva

lunes, 6 de noviembre de 2023

Perdido: Capítulo 10

Informe de la policía: Sábado 10 de enero
Agente López


Llegamos junto con el agente Ramírez a la casa de Luca Ricci, en Castelldefels, el sábado 10 de enero a las 4 de la madrugada.

Recibimos una llamada de una vecina que había visto algo extraño en la casa de Luca Ricci. Según la vecina que llamó, ella escuchó ladrar al perro de los Ricci y después vio cómo un hombre salía de la casa cargando un bulto. Luego, el hombre se fue, dejando el portón abierto.

Para cuando llegamos no había nadie en la escena. Encontramos el portón de la casa abierto y el cuerpo de Luca Ricci a metros de la entrada principal, con un tiro en la cabeza. No muy lejos estaba también el cadáver de su perro, Roko (según su placa), también con un tiro en la cabeza. Eran balas de una pistola 9 milímetros. Creemos que llevaba un silenciador, por eso no es escuchó ningún disparo. Parecía un trabajo hecho por un profesional.

Ingresamos a la casa y recorrimos la planta baja. No hallamos nada allí. Sólo algunas huellas de zapatos, de un hombre talla 42, aproximadamente. Según la descripción de la vecina y las huellas, creemos que el asesino pudo haber sido un hombre de entre 1,75 a 1,80 de altura. Subimos al primer piso y allí estaba el cadáver de Mónica Fabbri también con un tiro en la cabeza. Mónica tenía 32 años y, según las investigaciones, se encontraba desaparecida desde hacía diez años. Además de Mónica, no había nadie más en la casa. No había rastros de Sara Ricci, pero claramente estuvo allí. Asumimos que el sospechoso secuestró a Sara Ricci. Seguimos inspeccionando la casa, pero no encontramos nada más. 

Más tarde reportamos la desaparición de Sara Ricci y el homicidio de Luca Ricci alrededor de las 4.30 de la madrugada.

Creemos que este homicidio y secuestro tienen una conexión directa con lo que pasó en la propiedad de Ricardo Leone la noche del lunes 12 de enero (dos días después) donde se halló el cuerpo del ya mencionado Ricardo Leone, Francesco Bianchi, Mateo Rossi, Leonardo Esposito, Lorenzo Romano, Leonardo Giordano, Mateo Lombardi, Antonio Mancini, Andrea Ferrari, Mario Conte, Mauricio Caruso, Antonio Rinaldi, Leonardo Santoro, Daniel Messina y Lorenzo Giordano.

Al parecer, Luca Ricci y Ricardo Leone eran antiguos socios, pero su sociedad terminó cuando Luca Ricci decidió mudarse a Barcelona junto con Sara Ricci. Luca Ricci y Ricardo Leone llevaban un prostíbulo en Madrid. Allí también vendían cocaína, marihuana, heroína, éxtasis, metanfetamina y xanax.

Según varios relatos de testigos y documentos hallados en la propiedad de Ricardo Leone, éste también estaba implicado en el tráfico de niños y la trata de blanca. Creemos que Sara Ricci pudo haber sido una de las tantas víctimas de estas operaciones.

En la propiedad de Ricardo Leone se encontraron todo tipo de pruebas de estos delitos y se procedió a allanar el prostíbulo en Madrid. Allí encontramos los cuerpos maltratados, pero con vida, de Antonela Amato, Sabrina Rodríguez, Iryna Shevchenko, Anna Kovalenco, Lisa Johnson, Tamara Savchenko, Fiona Koval y Olena Yvanova.

Podemos asegurar, según la pruebas, que el asesino de Luca Ricci, secuestrador de Sara Ricci y principal sospechoso (actual fugitivo) fue el mismo autor de los homicidios de los ya mencionados: Ricardo Leone, Francesco Bianchi, Mateo Rossi, Leonardo Esposito, Lorenzo Romano, Leonardo Giordano, Mateo Lombardi, Antonio Mancini, Andrea Ferrari, Mario Conte, Mauricio Caruso, Antonio Rinaldi, Leonardo Santoro, Daniel Messina y Lorenzo Giordano. Aún no hay pruebas ni pistas de su identidad y se desconoce su paradero.

Sara Ricci aún sigue desaparecida.




FIN

jueves, 26 de octubre de 2023

Perdido: Capítulo 9

Otro desconocido


Llegué a la casa indicada. Me quedé estacionado frente a la puerta, encendí un cigarrillo y esperé. No hubo nada raro durante todas aquellas horas. Pasaron las horas. La botella de whisky estaba por la mitad y sólo me quedaban dos cigarrillos. Decidí encender uno y guardarme el otro para el camino de vuelta. Observé y seguí esperando en la oscuridad. Entonces vi llegar un coche a la puerta de la casa. Parecía una pareja de adolescentes. Se quedaron unos minutos frente a la casa. Se besaron. Hubo un toqueteo. El chico intentó algo, pero la muchacha lo detuvo. Luego le dio un beso de despedida y bajó del auto. Era una joven rubia, llevaba un vaquero azul, camisa blanca y zapatillas rojas. El muchacho esperó a que la chica entrara a su casa. Una vez que entró, éste se fue. Más gente, pensé. Perfecto. Esto cada vez se pone mejor. Puto Ricardo.

Se encendieron un par de luces en la casa y luego de unos minutos, se apagaron. Decidí escabullirme. No podía esperar más. Puse el silenciador a mi pistola y me dirigí hacia el portón. Trepé y caí del otro lado. Una vez adentro, me deslicé sigilosamente hasta la entrada. Entonces, oí los ladridos de un perro. Me di vuelta. Era un rottweiler, feroz. Corrió hacia a mí, dispuesto a devorarme. Pude verlo en sus ojos. Estaba sediento de sangre. Saltó encima de mí, pero logré darle un tiro en el pecho antes de que cayera sobre mí. Se quedó quieto. Ya no ladraba. Vi que la luz de la entrada se encendió y alguien salió por la puerta principal. Me escondí detrás de un arbusto.

- ¡Roko! – exclamó un tipo en bata – ¿Qué pasa, amigo? ¿Dónde estás?

El tipo siguió caminando en dirección al jardín donde se encontraba Roko. Me aproximé sigilosamente por detrás de él y puse mi pistola en su nuca.

- Roko está muerto. – dije. El tipo se quedó inmóvil. – Date vuelta. – El tipo comenzó a darse la vuelta – Despacio – dije.

Le vi la cara. Era Luca. Estaba más viejo que la foto que me había dejado Ricardo, pero era él. No había dudas. Se me quedó mirando.

- ¿Te manda Ricardo? – dijo seriamente.

- Silencio.

- Puedo darte el doble de lo que él te pagó.

- No me vengas con eso.

- Por favor – dijo –, tengo una hija.

- Por eso vine.

- ¿Para matarla? – dijo el tipo, alterado.

- No.

- ¿Qué vas a hacer con ella?

- Nada.

- No voy a dejar que se la lleves a ese hijo de puta. Vas a tener que matarme.

- No es personal.

- No entiendes.

- No hay nada que entender.

- Por favor…

Le di un tiro en medio de las cejas. El tipo cayó al suelo. Otra víctima, pensé. Otro desconocido.

Me di media vuelta y entré en la casa. Hice un pequeño recorrido. Living, comedor, cocina, baños, escaleras, habitaciones. Llegué a una puerta que tenía colgado un cartel que decía “SARA” y otro que decía “Stay Away”. Tomé el picaporte y abrí la puerta. La luz del pasillo iluminó parte de la habitación. Allí, en la cama, estaba Sara, durmiendo, cubierta por la luz del pasillo y mi sombra. Me acerqué a ella y contemplé una larga cabellera rubia esparcida por la almohada. Las curvas de su cuerpo cubiertas por las sábanas confirmaron mi sospecha. Sara ya no era una niña. Me quedé viéndola. No era una niña, pero tampoco una mujer. Me acerqué a ella. En ese momento se despertó. Al verme, pegó un grito ensordecedor. Levanté mi pistola y apunté a su cara.

- ¿Quién eres? – dijo asustada – ¿Dónde está mi papá? ¡Papá! ¡Papá!

- Silencio. – dije – Tu papá no va a venir.

- ¿Quién eres?

- Nadie.

Hubo un silencio. Ella miró detrás de mí.

- ¿Y ella? – dijo.

- ¿Ella…?

La vi a los ojos, estaban puestos en alguien más. Advertí otra sombra junto a la mía. Me di vuelta, lentamente. Era ella, la morocha de la moto.

- Baja el arma… – dijo, apuntándome con una pistola 9 milímetros con silenciador –… ahora. – Hice lo que me dijo y bajé mi pistola. – Despacio, vaquero.

- Debí imaginarlo.

- ¿Ah, sí?

- Puto Ricardo…

- El jefe dijo que no serías capaz de hacerlo.

- Todavía no hice nada. – repliqué. Observé que tenía un maletín en la mano izquierda. Era mi maletín, con mi dinero. – Eso es mío – agregué.

- Ya no te necesita.

- Nunca me necesitó. – dije – Ni tampoco a vos.

Había tensión. Sara, detrás de mí, no emitía un solo sonido; la morocha con su pistola me observaba atentamente, tenía miedo, pude sentirlo. De repente, un gato pasó entre sus piernas. Ella bajó su mirada. Fue un segundo. En cuanto se distrajo, levanté mi pistola y le inserté un disparo en medio de los ojos. El gato salió corriendo. Se desplomó como un costal de papas, dejando un hermoso y joven cuerpo sin vida en el pasillo de aquel ridículo lugar. Novata, pensé, no se puede confiar en ellos.

La muchacha se asustó aún más y se alejó de mí, arrastrándose hasta un rincón de la habitación.

- No me hagas daño, por favor… – dijo, aterrorizada.

- Tenemos que irnos.

- ¿A dónde?

- Lejos… – dije.



Continuará...

martes, 19 de septiembre de 2023

Perdido: Capítulo 8

Un viejo amigo


Fue un largo y solitario camino hasta Barcelona. Por momentos tuve la impresión de que alguien me seguía. Al principio era una moto, luego un coche negro. Cuando llegué a la autopista los perdí. Aunque mi cabeza estaba entre el camino y mis pensamientos. Hacía tiempo no sentía dudas. No son buenas en éste negocio. La última vez que tuve dudas casi pierdo la vida. Pero el hijo de puta de Ricardo me tenía agarrado de los huevos hace ya tiempo. Supongo que es el precio que hay que pagar.

Decidí pasar por el bar de un viejo amigo en el centro. Había vivido hacía años en Barcelona. No me gustaba. Demasiados turistas, demasiada humedad. Dejé la camioneta en un garaje y caminé. Todavía era de día. Tal vez el bar esté cerrado, pensé. Caminé y caminé. Aquellas calles, el olor a meo en cada callejón, la basura, la ropa colgada en los balcones. Estaba de vuelta. Cuando llegué al bar, estaba cerrado. Decidí caminar un poco y me detuve en una plaza. Encendí un cigarrillo y me quedé observando a la gente. Nada extraño. Nadie me seguía.

Se hizo tarde. Pasó la hora. Decidí encarar para el bar. Cuando llegué, estaba abierto. Intenté divisar a mi amigo, pero en lugar de eso vi a un pendejo idiota que ni siquiera me saludó al entrar. La gente va perdiendo todo.

- Un whisky doble. – dije.

- ¿Una mica més?

- Mejor no le hables en catalán a éste – dijo un tipo saliendo de la cocina –, o corres el riesgo de terminar en la parrilla.

- ¿Todavía tenés parrilla, viejo maricón? – dije.

- Claro. No hay nada como el asado argentino.

- Amén.

- ¿Black Label?

- Como siempre.

- Algunas cosas nunca cambian, ¿no?

- Nunca – dije – ¿Cómo estás, Pedro?

- No tan mal como vos, viejo. ¿Qué haces por acá?

- Paré a tomar algo. – el pendejo puso un vaso de whisky frente a mí – Tengo que cargar combustible.

- ¿Tenés hambre?

- Podría comer.

Pedro me sirvió un vaso grande de Malbec y unas cuantas aceitunas. Luego puso frente a mí un generoso plato de carne. Entraña, con algo de ensalada y un pedazo de pan. Estaba delicioso.

- Hacía tiempo no comía algo tan bueno. – dije.

- Me alegra.

- Gracias.

- No hay nada que agradecer.

Pedro se quedó mirándome. Sentía que podía escuchar sus pensamientos. Lo miré. Tenía una barba prominente, una panza con un kilometraje abultado y un par de ojos tristes.

- ¿Qué pasa? – dije.

- Seguís en el negocio, ¿no? – me preguntó.

- Sí, sigo. – Pedro negó con la cabeza como en señal de desaprobación – No te preocupes. Éste es mi último trabajo.

- Hace años te escucho decir eso.

- Ya estoy cansado, Pedro. Estoy viejo.

- Los años no vienen solos, amigo.

- No siento que sean los años los que pesan.

- Me imagino.

- No tengo por qué explicártelo a vos, viejo amigo.

- Eso fue hace tiempo.

- Algunos pueden dejar el pasado atrás. Y algunos… Bueno, a algunos nos cuesta más.

- Algunos sostuvieron la mano del diablo durante bastante tiempo.

- Es una buena manera de decirlo.

- ¿Sabes cuál es tu problema? – dijo Pedro, sirviéndome más vino – Tenés que reconciliarte con la vida, amigo.

- La vida no quiere reconciliarse conmigo. – dije, bebiendo un trago de vino.

- Hay que aprender a perdonarnos, Kilian.

- ¿Eso hiciste vos?

- Eso hago. Todas las noches.

Después de recargar energías, saludé a mi viejo amigo y seguí mi camino. Me deseó suerte. Necesitaría más que eso.

Ya era de noche. Volví al garaje, pagué las horas y partí hacia mi destino. Había mucho que perdonar. Tal vez demasiado.



Continuará...

lunes, 11 de septiembre de 2023

Perdido: Capítulo 7

Esto es un robo


Hice varios kilómetros antes de parar en aquella estación de servicio al costado de la ruta. Mi camioneta y yo necesitábamos combustible. No había nadie más allí. Estacioné junto a un surtidor, me bajé de la camioneta y llené el tanque. Luego me dirigí a la tienda. La empleada me miró de arriba abajo. Sus ojos transmitían sospecha y temor. No le presté atención. Caminé entre las góndolas buscando mi propio combustible. Me quedé allí, observando las botellas. Agarré un whisky y un six-pack de cerveza. De repente, dos tipos entraron al local. Estaban armados.

- ¡Esto es un robo! – exclamó uno – ¡Dame todo el dinero de la caja! ¡Rápido, puta!

La chica se quedó paralizada. Mientras uno le apuntaba con una 38, el otro se aproximó a mí y sacó un cuchillo.

- Tú – dijo –, dame todo.

- No creo que puedas con todo, amigo.

- ¿Me estás tomando el pelo? – exclamó, atónito – ¡Dame todo, hijo de puta!

El tipo arremetió contra mí, intentando meter sus sucias manos en mis bolsillos, pero lo detuve. Justo antes de que pudiera tocarme, estrellé la botella de whisky en su rostro. El tipo cayó al suelo al instante y se quedó allí, inmóvil. Los cristales de la botella se clavaron en el lado izquierdo de su cara y pronto la sangre comenzó a manchar el suelo. El otro se dio vuelta y me apuntó con su pistolita. Pero no fue lo suficientemente rápido. Le di un tiro en el pecho y éste cayó redondo al suelo y se quedó allí, quieto como su compañero. La sangre salpicó la cara de la empleada, la cual seguía paralizada. Sus ojos estaban tan abiertos como los ojos de una lechuza y ahora transmitían terror. Guardé mi pistola y agarré otra botella de whisky. Luego me acerqué al mostrador, dejé cincuenta euros frente a la muchacha y me alejé de allí.

Encendí el motor y me pareció ver una moto por el espejo retrovisor. Pero el estruendoso grito de la empleada de la tienda me distrajo y cuando volví a ver por el espejo, no había nada. Pisé el acelerador y me fui de allí.

Nadie extrañaría a aquellos dos, supongo.



Continuará...

domingo, 27 de agosto de 2023

Perdido: Capítulo 6

Un último trago


Él entró muy tranquilo por la puerta después de uno de sus guardaespaldas. Se dirigió a mi mesa. Iba de traje negro, como siempre. Todavía le quedaba algo de pelo en la cabeza, no mucho, y eso hacía que su frente pareciera más amplia. Aquellos lentes, pensé, nunca se los quitaba. No quería que nadie viera aquella cicatriz en el ojo izquierdo que alguna vez me había enseñado como prueba de su oscuro pasado y su experiencia. Se acercó a paso lento con su maletín y se sentó frente a mí. Sonrió perversamente y puso el maletín sobre la mesa. Uno de sus hombres se quedó en la puerta del restaurante y otro se sentó en la barra. Estaban armados y me lo hicieron saber sutilmente. Supongo que también saben que estoy armado, pensé, y si no, deberían.

- Ha pasado tiempo. – dijo.

- No creí que vendrías.

- ¿No?

- Pensé que mandarías a Santiago.

- Santiago murió el mes pasado.

- ¿Qué le pasó?

- Se cayó sobre una bala. – dijo, riendo levemente – Sabes cómo es éste negocio.

- El trabajo está hecho. – dije, tratando de cambiar de tema.

- Lo sé. Nunca dudé.

- ¿Tenés el dinero?

- Tengo algo mejor.

En ese momento lo supe. No quería saber lo que había dentro de ese maletín, pero presentía que, inevitablemente, lo sabría. La mesera se acercó. Él pidió un café y yo un whisky. La mesera tomó nota y se fue algo nerviosa.

- La bebida te va a matar. – dijo él.

- ¿Por qué viniste?

- No quería que hubiera intermediarios ésta vez.

- ¿Qué es eso? – dije, refiriéndome al maletín que estaba en medio de nosotros.

- Digamos que es una especie de retiro.

- El trabajo se hizo…

- Tarde.

- Se hizo. – repliqué.

- Tarde. – insistió – Sin embargo, para que veas que soy un hombre comprensivo te traje esto.

- Sólo quiero mi dinero, Ricardo.

- Kilian – dijo –, ambos sabemos que esos veinte mil no van a pagar tu deuda.

Suspiré. Observé a sus guardaespaldas. El de la barra me miraba de reojo, parecía muy tranquilo. El de la puerta llevaba gafas y su cara no expresaba nada. Ambos parecían dos soldados sin pasado, androides sin vida, cosas. Pelo corto, afeitados al ras, cuerpos grandes y fornidos, frialdad. Iban de traje negro también, aunque, a diferencia de Ricardo, éstos llevaban camisas blancas.

La mesara se aproximó a la mesa. Dejó el café frente a Ricardo y el whisky frente a mí. Se retiró sin emitir un solo sonido. Había un clima tenso en el aire. Decidí encender un cigarrillo.

- ¿Qué hay en el maletín? – pregunté.

- Como te dije – replicó, agregando azúcar a su café –, es un retiro. Un último trabajo y listo. Tu deuda queda saldada.

- ¿De qué se trata?

- Un hombre. Trabaja para mí. Bueno, trabajaba.

- Ajam… – inhalé un poco de humo y bebí un trago de whisky.

- Me robó. Y bueno – dijo, bebiendo un trago de café –, ya sabes lo que le pasa a la gente que me traiciona. Pero no tengo que recordártelo.

Bebí otro trago de whisky. Observé a los dos guardaespaldas. Luego a la camarera, la cual estaba como oculta detrás de la barra, y al barman, el cual seguía muy tranquilo, leyendo el diario.

- ¿Nombre? – dije.

- Se llama Luca. – dijo él. Abrió el maletín y sacó una foto que me pasó. Observé la foto. Parecía un tipo común. De unos cuarenta años, ojos marrones, castaño, nariz prominente, un poco de barba. Nada que me indicara nada. – Ahora debe tener unos cincuenta y pico. Al parecer se encuentra viviendo en Castelldefels. Tiene un pequeño bar en la playa. Es casado…

- No necesito saber nada más. – lo interrumpí.

- Olvidé con quién estaba tratando – dijo sonriendo. Entonces dio vuelta el maletín y lo abrió. Frente a mí había una gran cantidad de euros en billetes de 100. – Esto salda tu deuda.

- ¿Cuánto hay?

- Cien mil.

Había algo que no me cerraba. Era demasiado para un pobre infeliz como aquel tipo. Fue entonces cuando Ricardo lo mencionó.

- Hay algo que tiene éste tipo.

- ¿Qué cosa? – dije, pensando en lo obvio que era éste hijo de puta.

- No es una cosa. – entonces sacó algo de su bolsillo y me lo enseñó. Era una foto de una niña. Tendría unos diez años. Rubia, ojos verdes. Estaba sonriendo, se veía feliz, inocente. La foto parecía vieja, estaba en muy mal estado – Se llama Sara.

- Ricardo…

- ¿Qué?

- Sabes que no hago esas cosas. Ni mujeres ni niños. Esa es la regla.

- Sabía que me dirías eso. – cerró el maletín y me lo entregó – Kilian… nos conocemos desde hace años, ¿verdad?

- Sí.

- No te estoy pidiendo un favor. Es un trabajo. El último trabajo.

- Ricardo…

- No quiero recordarte que todavía estás en deuda conmigo. No me obligues a repetirlo.

La expresión de Ricardo cambió. Ya no se veía amable y cordial como al principio. Conocía esa expresión. No estaba muy contento. Observé a los guardaespaldas. Me estaban mirando fijamente, amenazándome. Sostuve mi pistola. Podría irme ahora mismo, pensé. Podría reventarle los huevos a Ricardo por debajo de la mesa y abrirme paso a los tiros. Podría volver a ser un fugitivo, no sólo del estado, sino de la mafia. Podría ocultarme en las sombras, otra vez. No es fácil esa vida. 

Un último trabajo, pensé. Pero esto no es lo mío. No soy un asesino de niñas. ¿Qué podía hacer? ¿Por qué una niña? Es tan sólo una niña. Algo en mi interior me impulsó a preguntárselo. Pero me detuve. No podía hacer eso. No quería hacer más preguntas. No era una sabia decisión involucrarse en los asuntos de la mafia. Dudar no es bueno en éste negocio. Si no lo hacía yo, alguien más lo haría, y yo terminaría bajo tierra con aquella niña.

Observé a Ricardo. Sonreí falsamente. Solté mi pistola.

- El último trabajo. – dije, terminando aquel whisky.

- Así me gusta. – dijo él, posando una gran sonrisa – Salud.



Continuará...

miércoles, 16 de agosto de 2023

Perdido: Capítulo 5

Al honor lo enterraron hace rato


Me adentré en la ruta decidido a desaparecer. Encendí un cigarrillo y respiré profundo, dejando todo atrás. Es imposible escapar del pasado, Kilian. Lo intentaste alguna vez, pero no funcionó. Nunca funciona.

Me dieron una dirección. Era un restaurante al costado de la ruta. Un lugar de mala muerte. Conduje varios kilómetros antes de hacer mi primera parada. La camioneta necesitaba gasolina. Llegué a una estación de servicio y cargué. Intenté no hacer contacto visual con nadie. Había una chica en moto frente a mí. Tenía una buena figura. Imaginé cosas. Había pasado tiempo desde la última vez. Apenas sobreviviste la última vez, Kilian. Las mujeres eran un problema para mi estilo de vida. Llegué al punto en el que ya no estaba dispuesto a correr el riesgo. Una mujer puede hacerte volar o llevarte a lo más profundo del infierno, con la misma facilidad.

Me miró. Tenía una mirada penetrante. Era morocha, de ojos verdes. Parecía italiana. Tenía unos labios prominentes, carnosos, y un cabello largo que caía sobre sus voluptuosos pechos.

- Es peligroso fumar aquí, vaquero. – dijo con un acento extranjero.

- Ya me voy.

- Más te vale. – contestó, posando una sonrisa. Tenía una gran sonrisa – O voy a tener que echarte.

- No hay necesidad.

Intenté no sonreír, pero había pasado tiempo desde la última vez y ella estaba ahí y lucía bien y, probablemente, también oliera bien. No hice nada. Aquellas épocas habían quedado atrás. Terminé de cargar y me dirigí al local a pagar. Compré una botella de whisky y un paquete de cigarrillos. Cuando volví, ella seguía allí. Me subí a la camioneta y encendí el motor. Me guiñó un ojo y me regaló una mirada final. Arranqué y la dejé atrás.


Seguí mi camino, rumbo a aquel restaurante de mierda. Pasaron horas antes de que pudiera encontrarlo. Estaba alejado. Fumé un cigarrillo tras otro. Nadie hablaba de ningún asesinato en la radio. Supuse que era una buena noticia. Hice varios kilómetros. Había campo, casas y animales, al costado de la ruta. Cada tanto aparecía alguna persona. Divisé dos chicas rubias, con mochilas enormes a sus espaldas, haciendo dedo. Las ignoré. Alguien se detendría, tarde o temprano alguien siempre se detiene.

Encontré el restaurante. Estacioné al lado. Observé a mí alrededor antes de bajar de la camioneta. No había nadie. La mañana estaba terminando. Bajé y me dirigí a la puerta de aquel antro. Adentro estaba oscuro. El lugar parecía abandonado y olía mal, como a perro mojado e insecticida barato. Había un cuadro de Lennin detrás de la barra y el barman estaba leyendo un diario, parecía deprimido. Me senté en una mesa y se acercó una camarera.

- Buen día. – dijo.

- Buen día.

- ¿Va a desayunar?

- Sí, un café y… – dije, observando la carta –… unos huevos revueltos.

- Enseguida.

La mesera se llevó la carta y desapareció. El barman me miraba con sospecha y desprecio, supuse que miraba así a todo el mundo. Lo ignoré. Esperé allí un rato. Se hacía la hora. Encendí un cigarrillo y seguí esperando. De repente apareció la mesera con una bandeja. Me dejó el café y los huevos delante de mí. Al irse le miré el culo. Había pasado demasiado tiempo, volví a pensar. Bebí el café y me comí los huevos. Todo estaba asqueroso. Encendí otro cigarrillo y seguí esperando. En un momento, un coche negro estacionó delante del restaurante, justo al lado de mi camioneta. Era él. Venía a cerrar el trato. Traía un maletín y dos tipos lo acompañaban. Se acercaron a la entrada. Observé al barman tratando de matar una mosca y a la camarera detrás de la barra, mirándome con intriga. Yo tenía la pistola a mi lado, por si acaso. Nunca se sabe. Al honor lo enterraron hace rato.



Continuará...

martes, 8 de agosto de 2023

Perdido: Capítulo 4

Un silencio rotundo


La policía intentó hallarme, pero fue inútil. Era de noche y el bosque era espeso y profundo, y yo era astuto y rápido y sabía moverme en la oscuridad. Me oculté entre las sombras y me fui escabullendo hasta donde había dejado mi camioneta. Intenté recordar el camino, pero no fue fácil. Podía escuchar a los perros de la policía y veía las luces de sus linternas entre los árboles detrás de mí. No eran muchos, ni siquiera tenían intenciones de adentrarse en lo profundo del bosque, y yo sabía que, aunque lo hicieran, no me encontrarían.

Finalmente, llegué hasta el lugar. Allí estaba mi vieja Ford, justo donde la había dejado. Me subí y saqué una caja de cigarrillos que siempre guardaba en la guantera. Encendí uno. Me quedé allí, al costado de la ruta, viendo cómo una helada mañana se abría paso entre los árboles y el camino. Todavía no se veía el sol, pero la suave luz del alba se hizo presente. Me quedé allí un rato, observando a las ardillas, la ruta desolada, los árboles y las montañas a lo lejos. Era hora de partir. Parecía como si la naturaleza me estuviera observando. Hice mi trabajo, ahora tenía que irme.

Hice un par de kilómetros y en el camino, un coche patrulla pasó a mi lado. Éste se dirigía al pueblo, pero al verme, se dio la vuelta y comenzó a seguirme. Intenté ignorarlo. Entonces, encendió la sirena. Me detuve a un costado y puse mi mano derecha en la pistola que se encontraba al lado de mi asiento. El tipo estacionó detrás de mí, se bajó del coche y se aproximó, a paso lento.

- Buen día. – me dijo.

- Buen día. – respondí a secas.

- Apague el motor, señor. Por favor.

- Claro.

Apagué el motor. Entonces el tipo soltó:

- Documentos y licencia, por favor.

Busqué en la guantera y luego en mi billetera. Le di la documentación. El tipo se quedó analizando los documentos y luego levantó la mirada. Era joven, inexperto. Tenía un grano enorme en la punta de la nariz. Me daba asco. Me molestaba.

- ¿Qué hace tan lejos de casa? – me preguntó.

- Estoy de viaje.

- ¿Negocio o placer?

- Placer.

- Ajam…

El joven se quedó viéndome. No podía ver sus ojos por sus gafas, pero sentí su mirada. Sospechaba. Moví mi mano lentamente hasta la pistola. Estaba dispuesto a todo. Intenté disimular mis movimientos. Hubo un silencio rotundo. Clavé mis ojos en los vidrios espejados de sus gafas, aunque a veces me desviaba hacia su grano. Era asqueroso. Estaba dispuesto a matarlo allí mismo. No sólo por su impertinencia, sino porque no me gustaba su presencia, su existencia. Era una mosca en la sopa, una piedra en el zapato. El joven policía comenzó a darse cuenta lo que podría llegar a pasar si es que seguía con su juego. Estábamos solos en la ruta, a kilómetros de distancia del pueblo más cercano. Pude observar su expresión, su inexperiencia, su indecisión. Pude sentirlo. Tenía miedo. Lo sabía. Sabía quién era yo. Matar policías era un problema, pero no sería mi primera vez.

De repente, el joven policía tragó saliva y me devolvió los documentos. Estaba temblando.

- Que tenga un buen día, señor. – dijo, con una voz tensa y nerviosa.

- Gracias. – dije, dejando mi pistola.

En cuanto volvió a su coche, me marché. Sabía que irían tras de mí. Tenía que alejarme de aquel pueblo lo más rápido posible y eso hice.



Continuará...

jueves, 3 de agosto de 2023

Perdido: Capítulo 3

Entre los pinos y en el oscuro bosque


Cerró la puerta después de entrar. Intentó encender la luz pero no pudo. Corté los cables. Encendí un cigarrillo y el click de mi encendedor le indicó mi posición. Luego el fuego iluminó mi cara.

- Buenas noches, Sam. – dije.

- ¿Qué? ¿Quién habla? ¿Quién eres? – exclamó asustado.

- ¿Sabes, Sam…? – dije, exhalando un poco humo. Algo en mí me decía que no lo hiciera, pero no pude evitarlo –… No suelo compartir mi identidad con nadie, pero como ya no tiene mucho sentido, voy a decirte quién soy, para que te quedes tranquilo. Me llamo Kilian y soy un asesino.

- ¿Un asesino? – dijo Sam, echándose para atrás. Intentó abrir la puerta, pero sus piernas no podían moverse y sus manos eran torpes.

- Escuchame, Sam. No estoy de humor. No tiene sentido que corras. No hagas más difícil mi trabajo, ¿sí?

- ¿Tu trabajo? No entiendo.

- Claro que sí, Sam. – dije, mirándolo a los ojos – Sabías lo que te esperaba. Sabías que no podrías escapar de tu pasado. Sabías que, tarde o temprano, alguien vendría a buscarte.

- ¿Cómo…?

- ¿Cómo lo sé? – dije. Sam no dijo nada – Porque todos lo saben.

- Pero... yo...

- No sirven de nada las palabras, Sam. La verdad es que no me importa tu vida, ni lo que hayas hecho. No soy un juez, sólo un verdugo. Y soy muy bueno en lo que hago.

- Pero… pero...

- No soy un buen hombre, Sam. Pero éste no es mundo para los buenos hombres.

- ¿Quieres dinero? – dijo, ridiculizándose – Puedo darte dinero. Tengo algo…

- Basta ya, hombre. Al menos podrías tener lo huevos de morir dignamente.

- ¿Quién te manda? ¿Quién es tu jefe?

- ¿Jefe? – dije, sonriendo y sacando mi pistola. Pude sentir cómo latía fuertemente su corazón. Estaba desesperado. – Yo no tengo jefes, Sam.

- Por favor… – balbuceó, con lágrimas en los ojos – Por favor, piedad. ¡Piedad!

Sam se puso de rodillas, implorando por su vida. Estaba acostumbrado a aquello, incluso me daba pereza tener que pasar siempre por lo mismo.

- Sólo soy el mensajero, Sam. – apunté.

- Por favor... – cerró los ojos.

- Hasta luego.

¡BAM!

Sam cayó al suelo, sobre su propio charco de meo y sangre, y allí se quedó. La bala entró por su ojo izquierdo y se adentró en sus sesos. La sangre manchó las paredes y la alfombra. Sam no volvió a moverse, nunca más. Me acerqué al teléfono de la cómoda y marqué el número. Alguien atendió.

- El trabajo está hecho – dije – Tengan listo el resto en dos días.

Colgué.

La sangre del estúpido Sam se esparció rápidamente a su alrededor. Mejor me voy, pensé, antes de manchar mis botas.

En el pasillo me crucé con la recepcionista del hotel. Se veía bien. Necesitaba una mujer. Había pasado tiempo desde la última vez. Ya no recordaba cómo se sentía. Aunque la última mujer casi me mata. Tal vez sólo necesito algo de paz. Un trabajo como el mío puede alejarte demasiado de la realidad. 

Ella me vio a la cara con los ojos abiertos como dos faroles azules. Observó mi pistola y dejó salir un pequeño gemido de terror, luego se hizo a un lado. Pude oler su miedo. No dije nada y seguí caminando hasta la salida. Entonces escuché un grito proveniente de la habitación de Sam. Supongo que habrá visto el regalito que le dejé.

Debía irme. Salí por la puerta principal. La nieve comenzó a caer de pronto. No será fácil encontrar el camino con tal panorama, pensé. Todavía no se oían las sirenas. Me adentré entre los pinos y en el oscuro bosque.

La noche llegó a su fin.



Continuará...

martes, 25 de julio de 2023

Perdido: Capítulo 2

Sangre


Otra habitación oscura en otro hotel barato.

Mi memoria no es clara. Mis recuerdos se van desvaneciendo a medida que las noches me alcanzan. Soy una antigua leyenda urbana, un murmullo en el viento, un susurro en las oscuridades de los lugares más recónditos de un mundo olvidado. Me oculto en las sombras, en sitios olvidados por una sociedad a la que nunca pertenecí. A veces me nombran como un rumor, como un personaje de algún cuento fantástico, como un mito. Pero, la mayoría de las veces, prefieren no hablar de mí.

Recuerdo haber nacido hace ya mucho tiempo. La memoria me falla de vez en cuando, o tal vez sea el whisky. Demasiado whisky. Demasiadas resacas. Demasiados golpes. No estoy seguro. La verdad es que ya no estoy seguro de nada. El mundo me ha convertido en un escéptico.

Sigo siendo un hombre a pesar de las cosas que me tocó vivir, pero no recuerdo la última vez que fui un buen hombre. No soy una buena persona. Lo tengo claro. Tampoco me importa serlo. Nunca lo seré. Ya no hay vuelta atrás. Sé cuál es mi lugar, sé qué es lo que debo hacer y lo hago bien. Soy el mejor, y ellos lo saben. Por eso vienen por mí.

Intento pasar desapercibido y logro conseguirlo. Pero los problemas me siguen como las pulgas siguen a un perro malherido. No puedo ocultarme por siempre. Es necesario ensuciarse las manos para sobrevivir en este mundo de mierda. Y eso hago. Me ensucio. Aunque tengo el presentimiento de que puedo perderme entre tanta suciedad. Sé que, muy dentro de mí, sigo siendo aquel que alguna vez fui, pero a veces no me reconozco. Estoy condenado al abismo de mi propia naturaleza.

He venido a este pueblo miserable en busca de mi próxima presa. Estoy cerca. Puedo sentirlo. Habitaciones oscuras de hoteles baratos. Botellas de whisky vacías a mí alrededor, como cadáveres, mirándome, derramadas, apagadas. Ceniceros bombardeados de colillas de cigarrillos exprimidos entre las cenizas. Una cama revuelta. Tal vez alguna prostituta, o tal vez no. Una ventana que deja entrar un pequeño rayo de luz de otro puto día soleado. Luego oscurece y debo salir de allí para no volverme loco.

Llevo más años de los que quisiera viviendo aquella vida. La verdad es que no sé hacer otra cosa. A veces sueño con una vida normal, con una buena mujer, con una cabaña en las montañas y un trabajo decente, pero aquello se desvanece con el primer atisbo de realidad que golpea mi mandíbula. Mierda, si he recibido puñetazos de esos. Pero es lo que soy, un viejo peleador de la vida.

El dinero no sobra, pero no soy un hombre avaro. Me alcanza con muy poco. Perdí el interés en el dinero hace tiempo. Sin embargo, siempre sale algún que otro trabajo. Eso pasa cuando terminas siendo uno de los pocos que quedan en el negocio. La gente me busca por mi olfato y yo los busco por aburrimiento, quizás, y los encuentro. Siempre los encuentro.

Después de un par de tragos, decidí continuar con mi objetivo. Salí de aquel bar apestoso y me dirigí al único hotel de la zona. Un nido de ratas, pequeño y descuidado.

Otra habitación oscura en otro hotel barato.

Puedo olerlo.

Sangre…



Continuará...

martes, 18 de julio de 2023

Perdido: Capítulo 1

Relato de un testigo: Jueves 8 de enero


Era una noche fría, de esos fríos que ya escasean. Nadie jamás lo había visto por allí. Nos hubiéramos acordado de aquellos ojos. Entró por la puerta principal con un bolso de mano y un andar lento. Se acercó a la barra sin hacer contacto visual con nadie. Me pidió un vaso de whisky. Le serví un vaso de whisky y el tipo se lo bebió de un trago. Luego pidió otro y me dijo que dejara la botella. En esta parte del mundo suele juntarse mucha gente rara. Desamparados, marginados, fugitivos, o simplemente hombres que quieren dejar atrás su pasado. Estamos acostumbrados, pero éste sujeto era raro, muy raro y misterioso.

El tipo se quedó allí sentado en la barra, bebiendo su whisky. Me dio algo de lástima, se veía hambriento. Le di un plato de sopa que había sobrado de la noche anterior. No dijo nada. Comió cual soldado atrincherado, como si aquella fuera su última cena. Me acerqué e intenté sacar algo de conversación, pero no era un tipo muy elocuente. Tenía una voz grave y rasposa, como apagada y sombría. No dijo mucho, pero cuando hablaba sonaba como si rugiera. Me comentó que se dirigía al sur y que estaba de paso. Lo contemplé unos segundos. Llevaba una densa barba, camisa de franela, una chaqueta de cuero marrón, unos vaqueros azules, gastados, y unas botas como de leñador. Parecía un hombre solitario y malhumorado, como si se tratase de un trotamundos resentido con la vida o algo peor.

Antes de irse, el tipo tuvo un altercado con Rober, uno de los matones habituales del bar. Rober intentó marcar su territorio con el tipo. Le sacó su vaso de whisky y se lo bebió frente a él. Eso no le gustó nada al desconocido. Clavó su mirada en Rober, intimidándolo, y éste último se quedó petrificado ante él. El tipo arremetió contra Rober con un gancho izquierdo a una velocidad impresionante. Rober se desmoronó allí mismo. El tipo volvió a su asiento y se sirvió otro trago. He visto ojos en mi vida, créame, pero jamás vi algo así. Aquellos ojos imponían algo más aterrador que el miedo.

Después de eso, pagó en efectivo y se fue. Salió por la puerta principal y se perdió en la noche. Más tarde comenzó la nieve y pasó lo que pasó. El tipo desapareció. Nadie más lo volvió a ver. No sé qué habrá sido de él, pero pobre de la miserable alma que se cruce en su camino. No había nada bueno en aquel sujeto. Podía sentirlo. Aquellos ojos, jamás había visto nada igual.



Continuará...

jueves, 25 de mayo de 2023

Tu música molesta a la vecina del tercero

Era domingo y estaba soleado. Tenía un trabajo que hacer y me había tocado un buen día. Ser músico callejero a veces puede llegar a ser muy estresante, aunque prefería eso a todo lo demás. Aquel día me levanté algo tenso. Cagué una vez antes de desayudar y otra después. Me sentía bien, pero la resaca no me dejaba pensar con claridad. Después de la segunda cagada comencé a prepararme. Despedí a mi novia con un beso y salí.

Me subí al metro en Jaume I y luego combiné con la línea 2 en Paseo de Gracia. Me bajé en Sagrada Familia y marché hacia Avenida Gaudí. Una vez allí, me detuve a ver si no había nadie más antes que yo. Nadie. Me preparé. Armónica y guitarra. La gente casi no podía verme la cara por el sombrero y las gafas, y eso me gustaba. Entonces un imbécil de los que hacen piruetas allí me hizo una seña y luego se acercó.

- Yo estaba antes. – dijo, sin preámbulo.

- Cuando yo llegué no estabas.

- ¿Cómo no, amigo? Estaba ahí. – dijo, señalando un lugar. Yo sabía que no estaba ahí porque lo había verificado.

- Yo no soy tu amigo. Y no estabas. Ahora dejame trabajar.

- ¿Cómo dices? Habla español, tío.

- Yo estoy hablando español. Vos no sé.

El tipo era marroquí, intentaba hablar español, pero no se le entendía un carajo. Tal vez no estaba muy acostumbrado a escuchar el acento argentino, pensé. Siempre nos dicen que tratemos de entender al otro, sin importar lo estúpida que sea su opinión. Pero no estaba como para comprender a nadie aquel día. Decidí ignorarlo.

Comencé a tocar un tema de Bob Dylan. El tipo se fue, refunfuñando. Toqué tres canciones. Hubo algunos aplausos. Pasé por las mesas con mi sombrero y junté algunas monedas. Seguí con la terraza de al lado. Más o menos lo mismo que la anterior. Junté más monedas. Luego llegué a la tercera terraza. Comencé con Let it be. Justo al final, escuché unos gritos provenientes del edificio de enfrente. Otra vez la vieja del tercero.

- ¡Vete a la mierda! – gritaba – ¡Voy a llamar a la policía!

La ignoré y seguí tocando. Ella me sacó fotos con su móvil. ¿Para qué? Nunca lo supe. Tal vez para mostrársela a la policía. No tenía importancia. Continué con el show. Sospecho que ese tipo de personas saben que ya están muertas y andan por la vida tirando mierda. Destruyendo todo lo bello. Envidaban y se resentían por mi estilo de vida despreocupado. Les molestaba mi libertad. Les molestaba ser viejos, estar solos, tristes y olvidados. Necesitaban hacerse presentes en cualquier escenario y llamar un poco la atención de vez en cuando. Su rabia caía sobre las almas inocentes. Tenían de su lado al sistema, eso era lo malo, y el sistema respondía a aquella rabia irracional, pero perfecta. Porque su odio era tan perfecto que no dejaba lugar a la libertad. Mucho menos a la música.

Después de unos minutos, llegó la policía. Ambos subieron con sus motos sobre el paseo. Se bajaron y me hicieron señas, llamándome. Guardé mis cosas y me acerqué a ellos. Me pidieron papeles. Les di mi NIE y me retuvieron delante de toda esa gente que, minutos antes, me estaba aplaudiendo y que, ahora, me veía como un criminal. Los policías charlaban entre ellos. Uno se comunicaba por su radio con alguien. El otro estaba más atento a su alrededor. Yo seguía allí, parado delante aquellas dos criaturas vestidas de caballeros imperiales. Estaba intrigado, pero tranquilo.

- Tu sabes que no puedes tocar en las terrazas – dijo uno – Está prohibido.

- Lo sé. – Mentí – No va a volver a pasar. – Volví a mentir.

- Te vamos a tener que multar.

- ¿A mí?

- Sí. Los vecinos se han quejado.

- Sólo una vecina se queja siempre – reclamé – Todos la conocen. Es la vieja del tercero de aquel edificio – agregué, señalando al edificio de enfrente.

- Lo siento, pero vamos a tener que multarte igual. – insistió.

- Son sesenta euros si la pagas en los próximos veinte días. Sino son doscientos cuarenta.

- Esto es injusto.

- Es la ley.

- Yo nunca traigo micrófonos, ni altavoces, como otros.

- ¿Qué otros? ¿Has visto a otros?

Al final, los policías se apiadaron de mí. Tal vez porque sabían que yo tenía razón. Tal vez porque había otros peores que yo. No lo sé. La cuestión es que tuve que volverme a casa con diez euros. Los policías se fueron sobre sus motos. Yo encendí un cigarrillo y observé a los acróbatas entrando en calor. Los tipos cortaron una de las calles que bordeaba el paseo, encendieron un altavoz inmenso que se escuchaba a doscientos metros a la redonda, y comenzaron con sus piruetas. Nadie les dijo nada.

La gente se detuvo a verlos. Se acumuló un gran número de personas. Aplaudían y sonreían con el espectáculo. Me repugnó todo aquel teatro.

- ¿Cómo te fue? – me preguntó Oscar. Un argentino de sesenta años que trabajaba en una de las terrazas de allí.

- No fue el mejor día. Me sacó la policía.

- Mira estos hijos de puta haciendo piruetas. – dijo – Una vez les salió mal el show y le dieron una patada en la cabeza a una chica.

- ¿Y qué pasó?

- Nada, ¿qué va a pasar? Siguen rompiendo las pelotas. Ya los van a enganchar.

- Puede ser. Me voy a casa.

- Mañana será otro día, viejo.

- Hasta mañana.

Volví a casa y abrí una botella de vino. Mi novia no estaba. Afuera comenzó a llover. Había un par de vecinos discutiendo por el volumen de la música de uno de ellos.

- ¡No son horas! – gritaba el tipo que vivía debajo de nuestro departamento. Nunca eran horas para ese tipo.

Volví al sofá y encendí un cigarrillo. Observé los platos sucios. Una mosca revoloteaba sobre ellos. Me acerqué a la mosca y la agarré con un rápido movimiento. Cuando abrí la mano, escapó. La perdí de vista fácilmente, en una habitación llena de nada.

martes, 16 de mayo de 2023

Cuánta cerveza

Cuánta cerveza
que tomé.

El sabor ácido, agrio, vicioso,
recorría mis entrañas,
quemándome el estómago,
el hígado,
el alma.

Ella me buscó,
yo no hice nada más 
que mirarla,
y la vi
y me vio,
y vino a mí,
¿qué podía hacer
ante semejante
maravilla?

Me entregué,
porque la vida
es corta
y cruel  
y la muerte está
siempre detrás,
bailando con todos.

Me dio un beso
y se fue,
dejándome
su aroma
y el sabor
de sus labios.

Nada más.

Y se fue,
y yo me perdí
entre la noche
y la cerveza...

... cuánta cerveza.

La barriga
se quejaba
y la cerveza
me pedía seguir,
pero...
¿a dónde?

Tenía que volver
a casa,
vacío,
solo,
en la oscuridad
de una noche más,
de una noche menos.
Tarde o temprano,
siempre
hay que volver
a casa.

Las luces se apagan,
el techo sucumbe
sobre mí,
la suciedad,
una cama deshecha,
el ruido de los coches
allá afuera,
el silencio de la noche,
la pena,
la existencia.

Me espera
una mañana de trabajo,
una resaca,
órdenes,
el transporte público,
cientos de caras...

... ni siquiera 
me dijo su nombre.

La belleza de las individualidades

Se puede ver
el universo entero
en los ojos
de un individuo,
pero el ser humano
encontró la manera
de asesinar
su propia esencia
ante la masa.

Se sacrifica
la belleza
de la Individualidad
por y para
pertenecer.

miércoles, 10 de mayo de 2023

Otro perro muerto

Recuerdo que tenía unos ocho o nueve años cuando vi por primera vez a un perro muerto. El primero de tantos otros perros muertos que vería después. Recuerdo a éste en particular porque lo conocí cuando estaba vivo. Era el perro de mi primo Ariel. Se llamaba Bongo y era un perro salvaje y lleno de energía y maldad, pero ahora estaba ahí tirado en la esquina de nuestro barrio, completamente quemado y tieso. Más muerto que Dios.

- Mira, Leo – me dijo mi primo Ariel, mientras lo picaba con una rama y lo contemplaba –, tiene caca en la boca.

Observé al perro y, efectivamente, tenía caca en la boca. Agarré una rama y también comencé a picarlo. Tenía la boca abierta y llena de mierda. Era repugnante. El olor era intenso y putrefacto. Como pelos quemados y huevos podridos. El olor a perro muerto. Pero no muchos saben distinguir el olor a perro muerto. Algunos nunca en su vida vieron o verán a un perro muerto, pero era muy común ver perros muertos en aquel barrio del conurbano bonaerense. La gente de capital no sabía lo que era un perro muerto, pero nosotros ya conocíamos hasta el olor.

- ¿Cómo llegó ahí? – pregunté.

- ¿La caca?

- Sí.

- No sé.

No lo sabíamos. Había muchas cosas que no sabíamos. Seguimos picando a Bongo un rato más. Tenía los ojos abiertos, grises, apagados. Bongo era un ovejero alemán, pero a causa del fuego, había perdido su color y se veía completamente negro, las brasas habían cubierto la poca carne que le quedaba, se veían algunos huesos y estaba entre un montón de hojas y tierra y cenizas. Solía ser un perro problemático, lo recuerdo bien. Solía andar con otra perra, Dina, y juntos hacían desastres. Atacaban a la gente del barrio, a otros perros y mataban gatos y palomas y ratas. Recuerdo que, a mis siete u ocho años, lo encontré tirado enfrente de la casa de mi primo Ariel. Él estaba junto al perro, acariciándolo.

- Vení – me dijo –, es bueno. Se llama Bongo.

Mis padres me habían dicho que jamás me acercara a aquel perro. Me lo habían dicho varias veces. Me advirtieron sobre él. Me contaron que habían matado a la cabra de Carlos, un vecino excéntrico del barrio. Sí, tenía una cabra, así de excéntrico era. Pensé en aquellas advertencias de mis padres, así que, claramente, me acerqué al perro. Me senté junto a mi primo y ambos comenzamos a acariciar a Bongo. Éste no se inmutaba. Estaba con la lengua afuera y la boca abierta, respirando y observando a su alrededor. Yo nunca me di cuenta de que Bongo estaba incómodo. Cuando se es niño, no se sabe distinguir bien el estado del otro, pero cuando uno va creciendo se va haciendo más perceptivo. Bongo me miró, ofuscado, pero yo no pude notar que estaba molesto y entonces me lanzó un mordiscón directo a la cara. Me asusté y me alejé de él. Entonces comencé a sentir un fuerte ardor sobre mi ojo derecho y mi primo abrió sus ojos como una lechuza y su cara de espanto me dio a entender que aquello era más grave de lo que pensaba. Toqué mi ceja derecha con mi mano y luego observé mi mano. Estaba llena de sangre. Salí corriendo hacia mi casa, la cual quedaba sólo a unos metros. Entré llorando y gritando. Mis padres me vieron y se aterrorizaron, sobre todo mi madre. No entendían lo que pasaba. Pronto mi madre me lavó la herida y me puso agua oxigenada y un algodón, y mi padre comenzó a regañarme por haberlos desobedecido. Podría haberme sacado un ojo el muy hijo de puta. Por suerte no lo hizo y aquello no trascendió, ¿qué se podía hacer?

Odié a Bongo después de eso y me resentí con todos los perros del mundo. También generé cierto miedo y desconfianza hacia los perros grandes. Pero lo que siempre me pregunté fue qué le habrá pasado por la cabeza a Bongo en ese momento como para espantarme de esa forma. No quiso matarme, claramente. Si lo hubiera querido, podría haberlo hecho. Quiso alejarme de él y no sé por qué. Tal vez se sintió agobiado, tal vez su compañera, Dina, lo había dejado por otro perro y no estaba de humor como para lidiar con dos niños insensatos. Nunca lo supe, ni lo sabré. Ahora Bongo yacía frente a mí, muerto, quemado y con mierda en la boca.

Pero Bongo fue el primero de tantos otros perros muertos que vería después. Como dije, era muy común ver perros muertos en aquel tipo de barrios. Ese día me fui a dormir y pensé, durante la noche, en el cadáver de Bongo. Nunca supe qué fue lo que le pasó. Escuché, luego, que Carlos lo había envenenado. Claro, el tipo trabajaba en una fábrica de químicos y Bongo, aparte de matarle a su cabra, solía devorar su basura, como la de todos los demás vecinos, pero creo que Carlos lo odiaba más que el resto de nosotros. Era muy común ver las bolsas de basura destrozadas, y la basura desparramada por las calles de tierra y barro y en las zanjas y por todos lados. Así que un día Carlos puso uno de sus químicos de la fábrica de químicos donde trabajaba en una de sus bolsas de basura y por la noche Bongo fue a comer la basura de Carlos y chau Bongo. 

Nadie extrañaría a ese perro. Algunos vecinos se pusieron contentos con su repentina muerte. Recuerdo que yo fui uno de ellos. Pero entonces observé a mi primo aquel día. Él estaba triste, a pesar de todo, sollozando, al fin y al cabo, era su perro. Entendí que el punto de vista de cada uno puede variar según sus experiencias. Intenté consolarlo. Pronto nos olvidaríamos de Bongo y volveríamos a ver a otro perro muerto y nos acordaríamos de Bongo o de algún otro.

Más tarde, sus padres consiguieron otro perro. No era muy difícil conseguir un perro en aquel barrio. Los perros caían de los árboles, como los limones o las moras. Éste nuevo perro era bueno, no era como Bongo, por suerte. Luego de éstw, Ariel tuvo una perrita muy bonita. Se llamaba Morita, como esas dulces moras que brotaban sin cesar de los árboles que rodeaban nuestro barrio. Era una perrita muy simpática y estuvo con él hasta el último día.

Bongo me dejó una marca en la ceja derecha, una marca que llevaré el resto de mi vida. Ya no lo odio. Siempre me pareció un perro malvado y cruel, pero era sólo un perro. A lo largo de la vida fui conociendo la verdadera maldad y la verdadera crueldad y, de repente, Bongo ya no me parecía tan malo. Ahora Bongo ya no está y mi primo tampoco. Tarde o temprano todos nos convertimos en hojas y tierra y cenizas. 

La cicatriz que me dejó Bongo es casi imperceptible, pero el recuerdo de mi primo es una herida que cada tanto sangra y volverá a sangrar por el resto de mis días, si es que tengo la suerte de recordarlo por el resto de mis días. No sé qué fue de su perrita Morita, aunque recuerdo las moras que brotaban de los árboles. A mis hermanos y a mi padre le gustaban, para mí eran demasiado dulces. Jamás volví a ver uno de esos árboles. No hay muchos de esos en la ciudad.

No se le cae una idea a nadie


Siempre me dejó pensando
aquella franse que dice:
"No se le cae una idea a nadie",
y no creo que sea tan así.

A lo largo de mi corta 
(o no tan corta) vida,
me he topado con grandes ideas,
grandes mentes,
especiales,
personas que tienen algo para decir,
algo nuevo.
No fueron muchos,
pero ahí estaban,
a veces en lugares comunes,
con empleos comunes,
como en una zapatería
o un restaurante,
o en un almacen oscuro
en alguna fábrica.
Y ahí estaban, como cualquier otro,
porque no hay espacio
para las grandes mentes,
porque no hay espacio
para los grandes talentos,
porque no hay espacio
para las nuevas ideas.

La gente no quiere nuevas ideas,
le tienen miedo a las nuevas ideas,
le tienen miedo a las grandes mentes,
le tienen miedo a aquello que es diferente.
Ellos sólo quieren consumir 
la misma basura
que alguna vez funcionó
en el inconsciente colectivo,
porque los hace sentir seguros,
nostálgicos
y sin pensar,
porque pensar es algo que ellos
no quieren,
porque un pueblo ignorante
es más dócil,
más manipulable,
pero eso tampoco es nada nuevo.

Y los que promueven las ideas
controlan todo lo demás,
nuestros trabajos,
nuestras cajas de ahorro,
nuestros impuestos,
nuestro futuro,
nuestros sueños,
y hasta nos hacen creer 
que tenemos elección,
cuando en realidad,
nunca la tuvimos
y nunca la tendremos.

Así es
y así seguirá siendo,
porque mientras uno intenta
hacer algo nuevo 
y abrirse paso
entre tanta mierda,
las viejas y prehistóricas ideas
siguen y seguirán vendiendo,
y mientras eso pase
estamos condenados
a ser una especie
en peligro de extinción.

Aunque,
la verdad,
realmente no importa,
¿o sí?

lunes, 8 de mayo de 2023

A pesar del tiempo

A pesar del tiempo
sigo buscando,
a pesar del tiempo
sigo soñando.

Las alcantarillas
de la ciudad
me envuelven
con su pestilencia
y me llevan
a vagabundear
por las calles
oscuras y desoladas
de aquel basurero
europeo.

Las horas y las botellas
fluyen
y no se detienen
y me atraviesan,
arrebatándome
la poca dignidad
que me queda.

Las putas
me reciben
con los brazos abiertos
y las piernas abiertas
y los ojos cerrados,
y yo me hundo
en ellas,
a través de ellas,
borracho,
olvidado
en alguna cama,
en alguna pensión,
en algún bar,
en alguna esquina fría.

A pesar del tiempo
te esperé
y nunca volviste
de esa noche que te mantenía
lejos de mí,
todas las noches.

A pesar del tiempo
volví a intentarlo,
pero nada dura demasiado
en éste agujero,
nadie mantiene
sus empleos,
y los que lo hacen
son conformistas
que no se animan
a vivir
porque tienen miedo
a morir,
pero yo sé
que una vida no es vida
sin haberse guardado
algún as bajo la manga
frente a la muerte.

Y, a pesar del tiempo,
me fui
y no pienso volver
a ningún lugar.

jueves, 4 de mayo de 2023

Había un bar

Había un bar al que me gustaba ir durante las tardes que tenía libres. Era un bar ubicado en el centro de El Born, sobre la calle del Carders, en medio de dos edificios. Tenía una estructura antigua, muy europea. Allí trabajaba gente sin papeles, pero, de alguna manera, aquello era legal. Estaban apañados por el gobierno o algo así. Pero los camareros no duraban mucho. Siempre cambiaban. Y a mí me gustaba sentarme en una de las mesas que se encontraban bajo el arco gótico medieval de piedras que atravesaba el lugar. Y allí me quedaba bebiendo vino blanco, leyendo, escribiendo y fumando.

Era un lugar barato y estaba cerca de casa. El tipo de gente era muy variada. Viejos, jóvenes, turistas y residentes. Algunos iban a estudiar, otros a dibujar, otros a escribir, como yo; pero la mayoría iba a beber y pasar el rato. Me gustaba el vino blanco de la casa. Te lo servían en una botellita pequeña, con un corcho, y te lo traían a la mesa con un vaso de vermut. Era un ambiente tranquilo y relajado, como para detenerse a beber un par de copas y luego continuar con tu vida. Y eso hacía. Me bebía un par de copas de vino blanco de la casa y luego seguía con mi vida.

Tenía mucho tiempo libre por aquellos días y trataba de disfrutarlo al máximo. Para mí, aquella tarde que me tomaba para mí mismo, mi lectura, mis cigarrillos y mi soledad, eran un tesoro. Cerraban temprano, como a las 9 de la noche. Después volvía a casa y seguía con la lectura o la escritura, o veía alguna película con mi novia. Siempre que podíamos, y nos encontrábamos con ánimos, teníamos sexo, o no, en la convivencia todo se hace un poco rutinario y predecible. Pero la pasábamos bien juntos. Nos amábamos y nos lo decíamos con frecuencia. Charlábamos y bromeábamos todos los días y todas las noches. Bebíamos vino blanco, seco o dulce, y solíamos acompañarlo con olivas o papas fritas, mientras escuchábamos algún disco. Nos gustaba ver películas. A ella le gustaban los dramas desgarradores, yo prefería los clásicos. Ella solía irse a dormir temprano y me despedía con un beso y me pedía que no la despertara cuando me uniera a ella. Yo me quedaba en el living viendo la televisión o escribiendo, fumando un cigarrillo tras otro y bebiendo whisky. Pero no me quedaba mucho tiempo más. Luego me iba a dormir, y casi siempre la despertaba, y nos abrazábamos y dormíamos. No tenía horarios para despertarme, ni para nada más y eso me gustaba.

La vida era sencilla en Barcelona. Trabajaba como músico callejero. Me iba bien. Salía de jueves a domingos. Tal vez algún que otro feriado, pero no me agobiaba. Me lo tomaba con calma. No podía quejarme.

Ya tres años y medio en España, pensé. Yendo de ciudad en ciudad. Creando mi propio destino, jugando con mi suerte y apostando en cada decisión. Había peores cosas que abandonar tu tierra. Al fin y al cabo, yo era un privilegiado. No fue fácil llegar hasta donde llegué, pero yo ansiaba vivir. Sabía que tenía que endurecerme. Me hacía falta sufrir para convertirme en escritor. No se es buen escritor sin conocer el dolor, la soledad y la desesperación. Pero como dije antes, hay peores cosas, como la guerra. No me tocó ninguna guerra, por suerte, aunque sí me tocó quedarme en calle en plena pandemia, sin papeles ni dinero, luego de que me echaran de una habitación que alquilaba a duras penas en Fuengirola. Por aquellos días viví de vino y arroz durante meses y me tocó dormir en un sofá en un piso en Torremolinos, que compartía con otro argentino y un andaluz esquizofrénico. Lo recuerdo como una experiencia que me sirvió para comprender de qué se trataba aquel camino que tanto ansiaba recorrer. Siempre que podía me escapaba de aquel caótico piso en Torremolinos y me llevaba un libro conmigo. Por aquella época era el viejo Bukowski. Y caminaba sin rumbo por el paseo marítimo, observando los gatos, las chicas, el mar, escuchando Chet Baker y pensando en lo que me depararía el futuro, y en lo lejos que estaba de casa.

Un pequeño ratoncito pasó corriendo entre mis pies. No era un bar perfecto, pero tenía sus cosas. El ratoncito se escabulló rápidamente entre los pies de la gente, ansioso. Nadie se dio cuenta. Lo seguí con la mirada, pero pronto se perdió entre la multitud. Luego levanté la vista y observé a una anciana en un balcón. Estaba regando sus plantas y entonces se detuvo a contemplar una de ellas. Tocó sus hojas y comenzó a llorar. Intenté comprenderlo. La anciana sollozaba entre sus plantas, sola, como abandonada. Algo le hizo a la planta. Sacó un par de ramas que sobraban, supongo que sobraban. Luego dio un pequeño vistazo a la calle y volvió a la casa. Me quedé pensando en ella. Entonces dos chicas se sentaron frente a mí. Eran jóvenes y llenas de energía y de vida. No hacía tanto calor, pero estaban vestidas como si lo hiciera. Hablaban y hablaban sin parar. No entendía muy bien lo que decían. No pude distinguir el idioma, aunque parecían croatas o algo por el estilo. Tenían ojos azules, las dos, y eran altas y rubias. De un momento a otro, comenzaron a reír histéricamente. Reían y tonteaban. Me miraron y rieron de vuelta. ¿Qué es lo que les causará tanta gracia? Pensé. Tal vez nada. Tal vez sólo reían de la misma forma que la anciana lloraba. Tal vez no todo tenía porque tener un por qué. Aquel no era un bar perfecto, pero tenía sus cosas. 

Extrañaba a mi familia y a mis amigos, claro, pero no tanto como para hacer a un lado todo lo que había logrado. Uno no puede vivir la vida de los demás. Me costó llegar a dónde estoy y no tenía intenciones de volver al lunático y costoso país donde pasé la mayor parte de mi corta, o no tan corta, vida. Nunca fui muy apegado a nada. Salvo a la bebida. Pero la bebida siempre estaría ahí y también los cigarrillos y las mujeres.

Hacía años que no pisaba Buenos Aires y no ansiaba hacerlo, pero a veces, sólo a veces, me gustaría despertar y darle un abrazo a mi madre, luego volver a la cama y levantarme para almorzar con mi familia. Pero la vida era sencilla en Barcelona. Demasiado sencilla y maravillosa. Y los ravioles de los domingos de mi madre también eran maravillosos y olían bien y alimentaban el alma, al igual que ella, y las charlas con mi padre, compartiendo un vino. Él prefería el blanco, yo el tinto, aunque durante los últimos años, aprendí a disfrutar del vino blanco también.

lunes, 1 de mayo de 2023

A story of dos

Era primavera en Barcelona, llevaba tocando la guitarra en la calle unos cuantos meses, más de lo que había planeado. Pero me funcionaba. Tenía dinero y los problemas habían quedado atrás, por lo menos hasta el momento. Fue durante uno de aquellos mediodías bajo el sol europeo cuando la vi. Estaba sentada con una amiga en una mesa de una de las tantas terrazas de Avenida Gaudí. Era rubia de pelo rizado, tenía ojos verdes y una sonrisa brillante. Yo tenía gafas negras y sombrero, y lucía una camisa vieja y unos pantalones gastados y unos zapatos negros con los cordones rotos. Pero comencé a tocar Knocking of heaven´s doors y ella volteó a verme y fue entonces cuando lo supe. Después de tocar hubo unos cuantos aplausos. La terraza no estaba completamente llena, pero sí lo suficiente como para detenerme allí y tocar un par de canciones. Cuando pasé por las mesas ofreciendo mi sombrero como depósito de la generosidad del público, me detuve ante ella, que muy tranquilamente me dijo:

- You are really good. I don´t have cash, but I can invite you a drink, or a cigarette.

- Thank you – contesté con una sonrisa estúpida –, but I have to continue...

- Ok…

- Thank you anyway.

- Where are you from?

- Argentina, you?

- We are from England. – dijo su amiga.

- Ah, so you are here…?

- Holidays. – dijo ella, posando una sonrisa hipnotizante.

- Enjoy Barcelona – dije, dispuesto a marcharme. No tenía intenciones de involucrarme con ninguna mujer, no después de la última.

- It´s our last night here. – dijo ella, con expresión de lamento.

- Your last night…?

- What can we do tonight? – agregó su amiga – Is there a place you can recommend us?

- Well, you can go to Marula, if you like jazz and dance…

- Marula? – dijo la rubia, buscando en su móvil.

- Yes. Marula.

Entonces me percaté de que aún me quedaban un par de mesas por visitar, así que le dejé mi número y le dije que hablaríamos más tarde. Si no pasas por las mesas pronto, la gente te olvida y no te dejan nada. No podía arriesgarme. El tiempo nos vuelve tacaños. Pasé por las demás mesas. No junte nada. Me despedí de las chicas y continué con mi día.

Más tarde, cambié las monedas que había hecho aquel mediodía y me volví a casa con 50 euros. Nada mal. Cuando llegué, me despojé de mi guitarra, me desnudé y me metí en la ducha. Por suerte estaba solo en el piso. Odiaba compartir piso, pero no me daba para vivir solo. Hay que adaptarse o morir. Me bañé y me metí en la cama. Era un hermoso día primaveral y yo metido allí adentro, en un cuarto de dos por dos, a oscuras, con las ventanas cerradas por las putas palomas que, sin ningún reparo, me echaban su mierda encima. Cerré mis ojos y dormí.

Me desperté horas más tarde, con la verga dura. Fui al baño. Meé y luego ojeé mi móvil. Tenía un mensaje de ella. Se llamaba Fiona. “See you tonigh?”, decía. “Marula”, respondí.

Me vestí y salí para allá. Me dijo que estaban en un bar de copas justo al lado de Marula. Caminé y caminé. No tenía para el pasaje de metro. Cuando llegué, la vi a través de una ventana. Ella me vio y sonrió y se levantó de su asiento, alejándose de sus amigas. Se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla. El gesto me pareció una cosa adorable y no pude contener mi sonrisa, una sonrisa genuina y estúpida. De repente, sus amigas quedaron a sus espaldas y yo estaba ahí, frente a ella y frente a sus hermosos ojos verdes.

- I own you a drink. – dijo y se dirigió a la barra – What do you want?

- Eh… wine.

- Red wine or white wine?

- Red wine.

- Ok

Me invitó una copa de vino tinto, luego brindamos y nos quedamos charlando. Era muy agradable. Me presentó a sus amigas. Su amiga inglesa que había conocido esa tarde, y dos danesas insulsas. Hablamos un poco de todo. Ella estaba a mi lado y nuestra conversación se hizo más íntima.

- You look happy. – me dijo – Why are you happy?

- I don´t know. I thought you would cancel me.

- Yeah? Why did you think that?

- I don´t know.

- Have you been canceled by many girls?

- No, just the uglyes ones. – contesté riendo. Ella me devolvió la sonrisa y posó su mano en mi pecho.

- How long have you been here?

- In Barcelona?

- Yes.

- A couples of months. And you?

- I don´t live here.

- No, I know that. I mean, where are you from, exactly?

- Liverpool, do you know it?

- Yes. I´ve never been there, but yes… the land of the Beatles.

- I love the Beatles - exclamó - And you? Where are you from?

- Buenos Aires.

- Oh, nice. I have to go there, and “La Habana” too. I love Cuba.

- We have to go to Cuba together.

- It´s a promise. – dijo, estrechándo mi mano.

Luego de beberme la copa de vino, no pude contenerme más y le di un beso. Ella se dejó llevar. Estaba borracha y yo estaba ahí, frente a ella. Nuestras lenguas se lamieron la una a la otra en un encuentro húmedo y sensual. Mi mano bajó hasta su cintura y la atraje hacia a mí, sutilmente. Ella sintió el fuego. Pedimos otras dos copas de vino tinto, un afrodisiaco natural, y volvimos a besarnos apasionadamente. No pudimos contenernos mucho más. Le dije que fuéramos a su hotel. Me dijo que le avisaría a su amiga. Yo la esperé afuera. Encendí un cigarrillo y observé a la gente y las calles sucias y oscuras del barrio Gótico.

- Let´s go. – dijo ella, saliendo del bar.

Nos dirigimos al hotel, el cual se encontraba a unos pocos metros de la estación de Francia. Subimos las escaleras y atravesamos un living oscuro que nos llevó hasta la puerta de su cuarto. Comenzamos a desvestirnos al mismo tiempo que nos comíamos el uno al otro sobre la cama. Le saqué el corpiño, para luego jugar con sus pezones. Tenía un cuerpo espectacular. Me puse boca arriba y ella tomó el control de la situación. Comenzó a lamer todo por allí abajo. Glande, tronco, bolas, culo. Todo. Era una maravilla. Se me puso dura como un garrote y me puse el preservativo. Ella me montó y comenzó a galopar. Le di un par de embestidas, pero noté que me estaba desconcentrado un poco. Puto forro, pensé.

- I hate condoms – dije – Sorry.

Ella me miró lujuriosamente, mordiéndose el labio inferior.

- Are you clean? – me preguntó.

- Yes.

- Are you sure?

- Absolutly, and you?

- Always.

- Ok…

Me introduje suavemente. Fue hermoso. Primero coloqué mi glande en su clítoris y comencé a frotar. Ella estaba en el cielo y yo disfrutando de la vista. Me empalmé y la penetré con cariño. Le gustó. Estuvimos así un rato, hasta que comencé a darle duro. Puso sus piernas en mis hombros y yo le di y le di. Bombeé y bombeé hasta quedarme sin aire. Hubo un fuerte alarido. Me dijo que la tome del cuello y lo hice. Me miró a los ojos cuando tuvo su primer orgasmo, y justo después del segundo, yo saqué mi verga de su interior y rocié su abdomen con mi semen. Fue increíble. Había olor a leche y vagina y huevos y sudor. Calor humano y vino tinto. Demasiada testosterona y suspiros de placer. Fue como si nos hubiéramos regalado un par de años de vida mutuamente.

Me recosté en la cama y encendí un cigarrillo. Ella fue al baño. Yo me acerqué al balcón y me quedé viendo la Avenida. Los coches iban y venían. Las personas también. Observé mi pene, estaba flojo, dormido, como un borracho tirado en una esquina, vomitando semen, bañado en fluidos vaginales. Y las bolas a su lado, como dos perros fieles, peludos y arrugados.

Terminé el cigarrillo y apareció ella. Comencé a vestirme y ella me miró confundida.

- So… you are going.

- Yes – dije – And you come back to London tomorrow – me acerqué a ella y la tome del rostro – You are amazing.

- Is that the last thing you say before you never see someone again?

- No. – dije.

- Ok… Thank you. – contest ella, con una sonrisa algo triste.

- See you in the Habana.

- Let me know if you ever come to London.

- I´ll let you know.

Me fui caminando despacio. No tenía apuro de llegar a ninguna parte. Podría haberme quedado con ella. Aunque también podría haber hecho cualquier otra cosa, desde el principio.

viernes, 28 de abril de 2023

La papa asesina

Vivíamos en el Born, el epicentro de Barcelona, era un barrio ruidoso y lo supimos desde el principio. Sin embargo, el alquiler era barato y el barrio no estaba mal. Nos quedaríamos allí una temporada. Estábamos recién llegados de Madrid, y yo ya había vivido en Barcelona pero mi novia no había tenido el placer, o el disgusto. Sin embargo, éramos felices allí. El dinero no sobraba y mi trabajo como músico callejero no era algo muy estable, pero ella había empezado a estudiar, al mismo tiempo que comenzó a dar clases de yoga en la playa, y nos sentíamos bien. Teníamos nuestros problemas, como todos, pero había amor y con eso nos alcanzaba.

Cierta noche, me encontraba yo en la cama, con insomnio. Alejandra no tenía problemas para dormir, simplemente apoyaba su cabeza en la almohada y comenzaba a soñar. A veces se despertaba por alguna pesadilla, pero con la misma facilidad con la que se despertaba, se volvía a dormir. Entonces allí, estaba yo, sin poder pegar un ojo. Era viernes y el barrio era un movimiento constante de energúmenos y ostentosos personajes. Uno más despreciable que otro. Pero había uno en particular. Un hijo de puta que solía pasar con su skate cada puta noche. Aquella maldita patineta hacía un escándalo cada vez que se deslizaba por aquella calle adoquinada. De más está decir que lo odiaba profundamente. Todas las noches lo mismo y yo sabía que aquella noche no sería la excepción. Estaba seguro que pasaría tarde o temprano por mi calle, así que, entre tanto alboroto de viernes por la madrugada, me dirigí hacia la heladera y tomé una papa podrida del fondo del cajón de las verduras y me dispuse a esperar al engendro sobre ruedas. Me asomé al balcón y prendí un cigarrillo. Tenía la papa en la mano. Estaba dura y fría por los efectos de la nevera.

Pasó un rato y el tipo no aparecía. Habíamos tenido sexo con Alejandra esa noche, pero eso no me detuvo a la hora de ver cómo la vecina de enfrente salía de la ducha media desnuda. Fue un espectáculo que alimentó el morbo en mi interior durante unos segundos. Me sentí un pervertido, aunque yo no tenía la culpa de que ella estuviera en pelotas con la ventana abierta y ella tampoco tenía la culpa de andar en bolas por su casa. No había nada de malo en nada, pensé, y seguí fumando. De repente, ella se acercó a la ventana y clavó su mirada en mí, algo avergonzada y molesta a la vez. Entonces cerró la ventana y hasta ahí llegó el show. Yo me terminé mi cigarrillo y, de pronto, escuché el estruendoso ruido de aquellas ruedas que se aproximaban a la vuelta de la esquina. Era él.

Se apareció por la izquierda, como siempre. Tenía una oportunidad y la aproveché. Lancé la papa podrida con todas mis fuerzas y le di al tipo en la cabeza. Éste perdió el equilibrio y se golpeó violentamente contra una pared. Terminó en el suelo. Entré en pánico y me escondí rápidamente dentro de mi casa. Las luces estaban apagadas y no quise prenderlas. Me sentía mal, como si hubiera hecho algo grave, pero con la potencialidad de convertirse en algo peor.

Me fui a la cama, nervioso, y me quedé allí, suspirando y más despierto que antes. Alejandra no se enteró de nada. Sólo se dio vuelta sobre sí misma, cuando me uní a ella. Después de un rato, escuché un coche afuera y me percaté de las luces azules que entraban por la ventana. Era la policía. Mierda, pensé. La cagué. No era mi intención cagarla así, pero lo había hecho. Quizá lo mejor sea confesar, pensé. Aunque me contradije casi al instante. Lo mejor va a ser que me quede en la cama, sin mover un músculo y esperando a que todo pase.

Al día siguiente, me despertó Alejandra.

- ¿Qué pasa? – le pregunté. Se veía algo alterada.

- Es la policía – dijo – Quieren hablar con nosotros.

- ¿Sobre qué?

- No sé. Parece que hubo un incidente anoche. Levantate.

Ella volvió al living. Yo me incorporé segundos más tarde. Había un detective acompañado por un policía. El detective tenía algo en una bolsa.

- Buen día. – dije.

- Buen día. – respondieron ellos - Necesitamos hacerles unas preguntas, sólo serán unos minutos.

- Está bien – contesté nervioso - ¿Puedo ir al baño primero?

- Claro que sí.

Pasé al baño. Meé y me lavé los dientes y las manos. Todavía podía sentir en el olor a papa podrida en mi mano derecha. Me lavé bien las manos y me uní al interrogatorio. Me senté en el sofá junto con Alejandra y comenzaron las preguntas.

- ¿Escucharon algo anoche? – preguntó el detective.

- No. – dijo Alejandra.

- No. – dije yo.

- Hubo un incidente.

- ¿Qué pasó? – preguntó Alejandra.

- Un chico que paseaba en patineta perdió el equilibrio anoche y se desnucó al caer.

- Qué fuerte. – dijo Alejandra.

- ¿Y eso qué tiene que ver con nosotros? – pregunté.

- Encontramos esto en la escena – dijo el detective mostrando la bolsa. Allí dentro estaba la papa asesina.

Cuando la vi, el corazón comenzó a latirme fuerte. Intenté controlar mis emociones y mi cuerpo. Noté que los policías que observaban atentamente. No moví un solo músculo y continué diciendo:

- ¿Una papa?

- Sí – contestó el detective –, creemos que ésta patata es la responsable del crimen.

- Alguien la tuvo que haber lanzado desde uno de los balcones de esta calle. – agregó el policía.

- ¿Tienen idea de quién pudo haber sido? – dijo el detective.

- No. – respondimos nosotros.

- ¿Recuerdan que estaban haciendo anoche entre la 1 y las 3 de la madrugada?

- Yo estaba durmiendo – dijo Alejandra. Luego todos me miraron a mí.

- Ella dormía y yo salí un segundo a fumarme un cigarrillo al balcón, como suelo hacer y luego volví a la cama. Pero no vi nada raro.

- ¿Absolutamente nada?

- No. – respondí – Nada.

- La vecina de enfrente asegura haber visto a un hombre de éste edificio que la estaba observando mientras salía de la ducha.

- ¿Ah, sí?

- Sí, y la descripción del sujeto encaja con la suya.

- Bueno – dije algo avergonzado –, tal vez la vi cuando estaba fumando, ¿pero eso qué tiene que ver?

- Recién dijo que no vio nada raro.

- Bueno, nada raro que pudiera asociarse a lo que pasó.

Los tipos hicieron un minuto de silencio. Me miraron, como sospechando algo. Luego se miraron entre ellos y se despidieron. Tuve la extraña sensación de que no se fueron muy convencidos.

Al cerrar la puerta tras su partida, Alejandra me miró furiosa.

- Qué tragedia, ¿no? – comenté.

- ¿Así que estabas espiando a la vecinita de enfrente?

- ¿Qué? – dije – No, no fue así…

- ¿Ah, no? ¿Y cómo fue entonces? ¿Te estabas haciendo una paja mientras la mirabas?

Tal vez tendría menos problemas si hubiera admitido haber lanzado la papa, pensé.

martes, 4 de abril de 2023

Una tarde de verano cualquiera

Cierto día, salí a tocar la guitarra con la intención de ganar algo de dinero. Por aquel entonces no tenía trabajo y tampoco tenía intenciones de conseguirme uno. Tocando la guitarra en la calle ganaba más de lo que podía ganar siendo camarero en cualquier restaurante. Pero no pretendía mucho de aquel día. Mi voz no estaba en muy buen estado, pero era domingo, el mejor día de la semana para salir y, además, milagrosamente, no tenía resaca. Me preparé y salí. Había un bar frente a mi edificio. Probé suerte. Comencé con Bob Dylan y seguí con Andrés Calamaro. Había un tipo que no dejaba de mirarme con cierta admiración. Al parecer le gustaba lo que estaba escuchando. Cuando terminé, el tipo me hizo un gesto con la mano, llamándome.

- Siéntate - me dijo - ¿Quieres una cerveza?

- Me gustaría - dije yo -, pero tengo que seguir. Me quedan un par de cuadras todavía.

- ¿Tocarías ahora en el hospital por 50€?

- Claro. - dije sin pensarlo demasiado.

La verdad que 50 euros era a lo máximo que podía aspirar aquel día y si lograba hacerlo en un solo show, era una ganga.

El tipo terminó su cerveza y caminamos hasta el hospital San Pau. No estábamos lejos. En el camino me dio los 50€. Los guardé y escuché su historia.

- ¿Hay un evento en el hospital? - pregunté con ingenuidad.

- No. Está mi mujer.

- Oh…

- Tiene cáncer.

- Uh...

- Hace tres años estamos luchando. Nos conocemos desde los 16 años, imagínate. Ahora tenemos 40 y tres hijos. Ayer fue el cumpleaños del mayor, y ella sufrió un episodio. -dijo, sollozando y posando una falsa sonrisa de simpatía extraña.

No quise preguntar sobre el episodio. El tipo siguió con su relato.

- Hace poco el cáncer hizo metástasis. Pero yo no pierdo la esperanza, ¿sabes?

- Es lo último que se pierde.

- Exacto.

- Va a salir todo bien. Mi primo tuvo cáncer el año pasado… - le dije, pero no lo pensé en ese momento. No podía decirle que mi primo había muerto, no habría sido muy esperanzador escuchar eso -… Y salió adelante – mentí.

- Claro. Se puede. - afirmó el tipo - Lo importante es la buena energía y yo creo que esto le va a gustar.

- ¿Se puede tocar en el hospital?

- No lo sé.

- Bueno, no importa.

Llegamos hasta el hospital. Entramos por la puerta principal, subimos hasta el primer piso y caminamos hasta el cuarto donde se encontraba la dama en cuestión. Cuando entramos, ella estaba sentada junto a la ventana, viendo hacia la nada. Al verme, se sorprendió. Posó una gran sonrisa que no pudo contener hasta que me fui.

- ¿Qué es esto? – dijo, incorporándose.

- Una sorpresa para ti – dijo su marido, con una sonrisa tímida.

El tipo grabó todo el show. Supongo que conservará aquel vídeo hasta el fin de los tiempos, pensé. Nunca lo sabré. Sólo fui alguien que pasó por aquella sala una tarde de verano cualquiera, cantó un par de canciones y se fue.

La situación me afectó. Cuando me marché, pensé en Ariel, mi primo. Me pregunté por qué se lo había mencionado a aquel desconocido. Supongo que fue la empatía que habló por mí. Hacía justo un año que se había muerto, pero las casualidades no existen, ¿no?

Necesitaba un trago. Una cerveza fría. Caminé y caminé, el sol era abrumador y las rodillas me estaban matando.

Me pregunté qué habrá pasado con ella. Me pregunté qué habrá pasado con él.

domingo, 19 de marzo de 2023

El Suicidio de un Escritor - Parte III

Al parecer, la editorial y, en especial, el director, habían quedado tan fascinados con mi novela, que ya habían reservado un billete de avión para mí. El problema era que faltaba una semana y, para ese entonces, si no me mataba el sicario, probablemente lo haría Manuel. Tenía que hacer algo. Llamé a la editorial e intenté adelantar mi vuelo. Me dijeron que harían lo posible. Me llamaron a los pocos minutos y reprogramaron mi vuelo.

- ¿Mañana a la mañana? – dije.

- Sí, mañana a las 7 de la mañana. – dijo una voz del otro lado – Fue el único horario que pudimos conseguir…

- Está perfecto. Mañana a las 7 me tomo ese avión.

Golpearon la puerta, bruscamente. Era la muerte, lo presentí.

- Señor Villarreal, déjeme decirle que no solemos hacer estas cosas, pero el director de la editorial está tan interesado en usted que haría lo que fuera para…

- Está bien, está bien. Ya entendí. Nos vemos mañana.

- Bueno, técnicamente nos veríamos el miércoles, pero…

Colgué y me acerqué lentamente a la puerta.

- ¿Quién es? – pregunté.

- Llegó la hora, Leo. – dijo una voz del otro lado. Era él – Me contrataste para que te asesinara. No lo hagas más difícil. Abrí la puerta y terminemos con esto.

- No puedo abrirte.

- No me dejas otra opción.

El tipo le dio un tiro a la cerradura y ésta voló en pedazos frente a mis ojos. Luego dio una patada y la puerta se abrió violentamente. Intenté hacer algo, pero fue inútil. Ahí estaba él, con su pistola, sus guantes, sus lentes, su gabán, todo de negro. Era la muerte en persona. Levantó su pistola y me apuntó.

- ¡Espera! – exclamé – No quiero morir.

- Soy un profesional, Leo.

- Pero quiero cancelar el trabajo.

- El trabajo ya está pago.

- No quiero el dinero. Quiero vivir.

Al tipo no le importaba un carajo lo que le estaba diciendo. Seguía apuntándome, decido a asesinarme.

- Te llegó la hora. – dijo.

- Está bien, está bien. Pero acá no. Es la casa de mi amigo. Recién se fue a trabajar. No quiero que vuelva y se encuentre con… ya sabes.

Vicente se quedó pensando. Me miró. Observó el lugar. Sabía que me amigo tenía una hija pequeña, pudo verlo en los retratos. Creo que se compadeció de ella y volvió a clavar sus ojos en mí, o al menos eso creo, llevaba lentes.

- Acompáñame. – dijo.

El tipo me llevó en su coche, como un rehén. Ató mis manos con un cable, abrió el baúl de su coche y me ordenó que subiera. Me negué. Me apuntó con su pistola y volvió a pedirme que me subiera. Lo hice. Me encerró y, de repente, la oscuridad.

Encendió el coche y condujo un par de kilómetros. Mi corazón latía fuerte. Mi muerte había llegado y era demasiado tarde como para hacer algo. ¿Qué podía hacer? Trata de pensar, Leo. No podía hacer nada. Estaba atrapado en el baúl de un auto rumbo a mi inevitable destino, mientras en Europa me esperaba el director de aquella prestigiosa editorial para hacer de mí el escritor del siglo. Quizá valga más después de muerto. Quizá mi trágica muerte no sólo me convierta en un gran escritor, quizás hasta me convierta en una leyenda. ¿A quién quiero engañar? Quiero disfrutar de eso en vida. Quiero verme allí en Europa, viajando y teniendo éxito con mis escritos, gozando de la vida, del vino fino, de los paseos en barco, de una caminata bajo la lluvia en París, de las mujeres. Pensé en todas aquellas mujeres que jamás conocería y todas aquellas historias que jamás sucederían. No podía creer a dónde había terminado. Era el fin.

El coche se detuvo y escuché sus pasos acercándose a mí. Abrió el baúl y me dijo que bajara. Lo hice, aunque me costó un poco, ya que tenía mis manos atadas. Estábamos en un bosque, no muy lejos de la ruta. Podía escuchar los camiones y los autos a lo lejos. Había pinos, hojas de otoño en el suelo y un cielo azul que nos cubría acompañado de los rayos del sol. El atardecer estaba cerca. Vicente me apuntó con su pistola nuevamente. Cerré mis ojos y respiré profundo. Una suave brisa llenó mis pulmones de aire puro. Estaba rodeado por la naturaleza y allí moriría. Llegué a la conclusión de que la naturaleza no era lo mío. Añoré la ciudad y visualicé sus edificios, como árboles gigantescos, rodeándonos como si fuéramos ardillas desamparadas, viajando en autos, motos, colectivos, subtes, aviones. No éramos nada comparado con la naturaleza, pero en la ciudad éramos distintos. Pertenecíamos allí, podíamos ser algo en la ciudad, porque éramos parte de ella y ella parte de nosotros. Sentí una fuerte nostalgia hacía el cemento al encontrarme allí, pisando hojas secas y tierra. Nunca me había ido bien en la naturaleza. Recuerdo que cuando era niño fui de camping con mi familia una vez y, sin darme cuenta, me senté sobre un hormiguero y las hormigas me dejaron el culo hecho una fresa. Tuvimos que pasar la noche en el hospital. También recuerdo los pájaros por las tardes y los mosquitos por las noches y todos aquellos bichos raros que caminaban entre las cosas y se subían a mis pies o a mis manos. Pero también recuerdo las praderas interminables del campo y las estrellas allí en el cielo nocturno, mirándome y alumbrando mi camino junto con la luna, la cual parecía ser más grande y el aire puro y los murciélagos. Me sentía libre allí y, al mismo tiempo, vulnerable, porque la naturaleza es salvaje, hermosa, enorme y misteriosa, y nosotros somos sus hijos, malcriados y caprichosos. No somos nada allí. Llegamos al punto en el que nos convertimos en extraños ante ella, pensé.

- Hacelo. – dije – Estoy listo.

- Shh… cállate la boca. – me contestó.

- ¿Qué pasa ahora?

- Creo que alguien nos siguió. Cállate.

Se escuchó un disparo que ahuyentó una bandada de pájaros hacía el cielo. Nos pusimos a cubierto detrás del coche de Vicente. Un grupo de personas se acercaron a nosotros.

- ¡Entrega la pistola! – se escuchó. Me pareció una voz familiar.

- No digas nada. – me dijo Vicente – Esto me pasa por no hacer las cosas como corresponde. Mierda.

- ¡Salí de tu escondite, cagón!

Vicente salió, disparando. Un tipo cayó al suelo, pude verlo por debajo del coche. Los demás también comenzaron a disparar. Las llantas del auto estallaron, al igual que los vidrios. Al parecer, los tipos estaban escondidos detrás de unos árboles.

- ¡Charlemos! – dijo el desconocido – ¡El tipo que estabas a punto de asesinar, me debe 20.000 dólares! ¡Si lo matas, vas a tener que pagármelo vos!

- Yo no te debo nada. – exclamó Vicente.

- Pero tu rehén sí. ¡Decime, Leo… ¿por qué te mudaste?! ¡¿Creíste que te ibas a escapar de mí tan fácilmente?!

- Me quiere a mí. – le dije a Vicente – Quiere matarme.

- No va a conseguirlo. Jamás dejo un trabajo sin terminar. – me dijo, mirándome a los ojos.

Era Manuel. Había estado detrás de mí desde el minuto uno. Mierda, pensé. Todo se había complicado. Aunque… sí Vicente se encargaba de asesinar a éste tipo, mis problemas se reducirían a sólo un tipo que me quería matar. No estaba tan mal. Había que verle el lado positivo a las cosas.

- ¡Querías cagarme, ¿no, Leo?! – dijo Manuel, furioso – ¡No te lo voy a permitir!

Manuel y sus secuaces siguieron disparando contra nosotros. Entonces me percaté de que Vicente había desaparecido. Hubo un silencio. Sólo se escucharon algunos pájaros a lo lejos y el canto de las cigarras.

- ¿Leo? – dijo Manuel – ¿Estás ahí?

Me asomé a ver la situación. Fue entonces cuando vi a Vicente acercarse a uno de ellos con un cuchillo. Le tapó la boca al tipo y cortó su garganta como si fuera una pata de pollo. El tipo cayó al suelo. Luego se acercó, lentamente a otro e hizo lo mismo. Manuel se dio cuenta y salió corriendo hacia mí, con su pistola. Decidí que era el momento de huir. Me levanté como pude y corrí en dirección contraria a la carretera. Detrás se escuchaban los disparos y las balas que me perseguían y que pasaban a mi lado a toda velocidad, como insectos. Podía sentirlas, pero no podía parar. Intenté ocultarme detrás de los árboles a medida que seguía corriendo. No podía detenerme por nada del mundo. De repente, se escuchó un disparo, muy diferente a los demás. Luego, los disparos cesaron. Yo seguí corriendo, desesperado. Llegué a un río y crucé ese río y me encontré con unos pastizales y me adentré en ellos. Corrí y corrí entré las altas hierbas. Pisé un hormiguero y seguí corriendo. Me alejé lo más que pude de toda aquella disparatada escena, propia de una película de Tarantino, y cuando ya estaba lo suficientemente lejos, corrí más. Me encontré con un viejo espantapájaros y me espanté al verlo. Me sentí un pájaro luchando por su libertad, pero todavía tenía las manos amarradas sobre mi culo. Seguí corriendo y pisé otro hormiguero que me hizo caer y caí tan fuerte que casi me rompo la mandíbula. Me levanté con mucho esfuerzo y seguí corriendo. Escuché un disparo detrás de mí. Me desesperé. Corrí y corrí más. Estaba cansado, pero no sentía nada. Sólo quería mi libertad. Quería mi vida de vuelta. Si tan sólo no tuviera las manos atadas, pensé.

Seguí corriendo hacia ningún lugar. Alcancé una alambrada y salté por encima de ella, era pequeña, aunque rompí mi pantalón al cruzar. Me corté la pierna gravemente. La sangre y la transpiración recorrían mi cuerpo al igual que el terror y el miedo. Seguí corriendo con la fuerza que me daba el instinto y las desesperadas ganas de sobrevivir. Me encontré con otra carretera. Divisé un camión a lo lejos y me interpuse en su camino. Éste frenó de golpe. Me acerqué al camionero y le pedí por favor que me sacara de allí. Le dije que había sido víctima de un secuestro. El tipo se apiadó de mí al verme en tal estado y me llevó a la ciudad. El corte de mi pierna me estaba dejando sin sangre. Me desmayé en el camión y no supe más nada.

Me desperté horas después en el hospital. La enfermera me dijo que si no hubiera sido por el camionero, me hubiera muerto desangrado.

- ¿Cuándo puedo irme? – le dije – Tengo que tomar un avión.

- Le recomiendo que haga un poco más de reposo. Ya va a haber tiempo para volver a casa.

- ¿Y el camionero?

- Tuvo que irse. Pero le dejó saludos.

Suspiré fuertemente. Pensé en Vicente. No podía dejar que me encontrara. Debía irme de allí. En cuanto la enfermera se fue, me levanté y fui a por ese avión. Finalmente, me tomé el avión, dejando todo atrás.

Pasó un año. Me encontraba yo en Madrid, en una de las tantas presentaciones de mi novela. Había bastante gente, entre ellos fans y periodistas. Me preguntaron varias cosas, pero hubo una chica que me llamó la atención, no sólo por su apariencia, sino por la pregunta que me hizo.

- Usted habla mucho de los sueños en la novela… – dijo –… e insiste en la idea de arriesgar todo para conseguirlos. Incluso recalca la idea de los sacrificios que uno tiene que hacer para cumplir su sueño.

- Así es. – agregué.

- ¿Cree usted que sacrificó muchas cosas para alcanzar su sueño?

- Bueno, es una pregunta interesante. La respuesta es sí. Sacrifiqué muchas cosas.

- ¿Se puede saber qué cosas tuvo que sacrificar?

- Todo. Bueno, casi todo.

Después de la conferencia, firmé un par de libros, me hicieron un par de fotos y luego decidí invitar a aquella joven a un bar.

- Podemos seguir hablando de los sacrificios con una copa de por medio, ¿qué te parece? – le dije.

- Sería un placer. – dijo ella.

Llegamos a un pequeño bar. Mi agente se despidió de mí y, conociéndome bien, me dijo que me pusiera un preservativo. Le dije que lo tendría en cuenta. Una vez en el bar, pedimos un vino y conversamos un poco más de la novela. Me gustaba su forma de pensar y de ver las cosas. Hacía tiempo que una chica no me cautivaba de tal forma. Era rubia de ojos verdes, francesa.

- ¿Qué cosas tuvo que sacrificar? – me preguntó.

- Por favor, podés tutearme.

- Bueno. – dijo, sonriendo – ¿Qué cosas tuviste que sacrificar para cumplir tu sueño? – dijo, acercando su puño a mi boca, simulando un micrófono, mientras seguía riendo.

- Bueno, la verdad es que tuve que sacrificar mi vida.

- ¿Tu vida?

Pensé en toda aquella situación del pasado que aún me atormentaba por las noches. A veces, me imaginaba a Vicente, saliendo desde la oscuridad de mi cuarto con su pistola y su traje negro, apuntándome y disparando contra mí. Era una pesadilla que solía repetirse una y otra vez en mi cabeza. Todavía podía escuchar los disparos en aquel bosque del terror que tan atrás había quedado. Solía despertarme muy nervioso a altas horas de la madrugada y me quedaba pensando en aquel bosque y en Vicente. De vez en cuando, aquella pesadilla me dejaba noches enteras sin dormir. Por suerte, las mujeres y la bebida siempre estaban allí para abstraerme del pasado.

¿Cómo se vería desnuda? Pensé, observando sus curvas.

- ¿Estás? – me dijo.

- Sí, perdón.

- Creo que te perdiste por un momento.

- Me quedé pensando.

- ¿En qué estabas pensando?

- En nada… En vos.

- ¿En mí? ¿Y qué pensabas de mí?

- ¿Por qué no seguimos la charla en casa? – le propuse.

- Todavía queda algo de vino.

- Tenés razón. Ya vengo.

- ¿A dónde vas?

- Al baño.

Me levanté y me dirigí a los servicios. Una vez allí, me acerqué a un orinal y lo dejé salir. Un tipo se acomodó al lado mío. No le presté atención y me dirigí a lavamanos.

- Te dije que jamás dejo un trabajo sin terminar. – susurró el tipo.

Me lavé las manos y me quedé viéndome al espejo. Tenía una mancha roja en la camisa. Era una camisa nueva y eso me apenó.





FIN