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miércoles, 21 de febrero de 2024

Y la rueda gira y gira

Se cansaron de mí y un día me llegó una carta que decía: "Por medio de la presente le comunicamos que la Dirección de esta empresa ha tomado la decisión de proceder a la extinción de su contrato de trabajo por despido disciplinario... etcétera, etcétera..."

Me encontraba sin trabajo y todavía faltaba para cobrar lo que me debían esos hijos de puta. Era viernes y yo había decidido que si el lunes no tenía el dinero, iría hasta sus oficinas centrales a reclamarlo. Pero había tres días de por medio. Esa noche fui a un bar, al de siempre, a emborracharme como siempre.

Apenas llegué al bar, la pelirroja me vio y se me tiró encima. Hacía tiempo quería llevarme a la cama, pero por alguna extraña razón todavía no lo había conseguido. Tenía un escote revelador aquella noche. Era bajita y risueña y muy putona, le gustaba hacerse la putona con todos, pero había algo debajo de todo aquel manto de falsa alegría y sonrisas pretenciosas, aunque nunca me interesó demasiado descubrirlo. Hice todo lo posible para mirarla a la cara, pero ella apoyaba sus tetas contra mi pecho siempre que podía. Era una devoradora de hombres y yo estaba orgulloso de que todavía no había podido conmigo. Antes de que la pelirroja pudiera intentar algo, apareció la rubia. La rubia se acercó con sus cabellos dorados y sus ojos verdes, hizo a un lado a la pelirroja y me llevó directo a la barra, como si fuera su muñeco. No le gustaba la pelirroja, sólo a los hombres nos gustaba la pelirroja. Una vez en la barra, pedí una cerveza tras otra. Toni me sirvió una tras otra sin nada que agregar. Ella hablaba y hablaba. Se veía muy bien aquella noche, como todas las noches. Su sonrisa era verdadera, no como la de la pelirroja, y cuando sonreía entrecerraba sus ojos y era más bella que antes y a cualquiera le agradaba verla sonreír. Tenía muchos problemas, como todos. Yo era su amigo y tenía que escuchar sus problemas, lo manejaba bastante bien, pero entonces me tocó hablar de los míos.

- ¿Y por qué te echaron ahora? - me preguntó.

- Lo de siempre.

- ¿Qué hiciste?

- Que no hice...

- Bueno - dijo riendo - ¿Qué no hiciste?

- Esto... - dije y me lancé directo a su boca.

Esquivó mi torpe movimiento y luego sonrió con esa sonrisa cautivadora.

- ¿Qué haces? - dijo - Somos amigos. Nada más.

- Hace mucho que somos amigos.

- Con más razón.

- Mirá, vos me gustás y yo te gusto, ¿no? - asumí las cosas - Estamos en un bar un viernes a la noche, todavía somos jóvenes...

- Creo que es la cerveza la que habla.

- Bueno, lo intenté.

Volví a mi trago y ella dijo algo más y luego me dejó solo y desapareció. Pedí un whisky con hielo. Necesitaba algo más fuerte. 

- ¿Cómo estás tan seguro? - me dijo el barman.

- ¿De qué?

- De que ella gusta de vos como vos de ella.

- No estoy seguro de nada, Toni. Servime otro.

Toni rellenó mi vaso y agregó otro hielo.

- No te pases esta noche - me dijo - Te conozco cuando te pones depresivo.

- ¿Por qué iba a estar depresivo?

- Te despidieron y la chica que te gusta te rechazó, además de toda esa mierda interna que te acompaña siempre.

- Cerrá el culo, Toni.

- Ya no va a ser lo mismo con ella, sabés, ¿no?

- ¿De qué hablás?

- De la amistad.

- Me importa un huevo la amistad.

- Cómo estamos hoy, eh.

Una banda se subió al escenario, un escenario algo abandonado, hacía juego con el bar. Comienza el show. Guitarras distorsionadas y un baterista con entusiasmo sobrenatural. Sería interesante. Me quedé allí sobre la barra, observando. Ella estaba entre el público, la rubia. Un tipo detrás de ella la agarraba de la cintura. Mierda, pensé, siempre lo mismo. Entonces ella sacó las manos del tipo de su cintura y se alejó un poco. El tipo volvió a poner sus manos sobre ella y ella se dio vuelta para decirle algo. Estaba enojada y cuando se enojaba te clavaba esa mirada, una mirada terrorífica. El tipo sonreía como un estúpido. Ella le dio la espalda y el tipo siguió tonteando. De pronto la apoyó, con poco disimulo, y ella lo notó y volvió a darse la vuelta para sacárselo de encima. La banda seguía tocando. Nadie se percató de aquella situación. Me levanté de mi asiento y me dirigí al tipo, apartando a la gente a mi alrededor. El tipo no me vio venir. Lo agarré del hombro y lo acomodé para un derechazo perfecto que lo dejó casi fuera de combate. Tambaleó y se cayó sobre una mesa. Para mi sorpresa, se reincorporó rápidamente y se abalanzó sobre mí. Afortunadamente no sabía pelear. Pero yo resbalé y casi me dobló el tobillo. Todos se dieron vuelta para ver el show de medio tiempo. El tipo me buscó pero no me encontró. Ella me sacó de allí antes de que algo peor pasara. Salimos del bar. Nos escabullimos entre la multitud.

- ¿Qué te pasa? - dijo ella - ¿Sos pelotudo?

- Toni va a estar enojado - dije.

- ¿Porque te peleaste otra vez en su bar?

- No, porque me fui sin pagar.

- Lo conocés, ya le vas a pagar.

La acompañé a la parada de colectivo. Era tarde. Nos quedamos allí sentados esperando aquel colectivo fantasma.

- Quiero decirte algo - le dije -, algo que hace tiempo quiero decirte.

- Decime.

- Lo del beso...

- No te preocupes por eso.

- Pero me gustás. Realmente me gustás. Hace tiempo.

Ella no dijo nada. Justo en ese momento vino su colectivo y se fue sin decir nada. Yo me quedé allí solo esperando una respuesta que nunca llegó. Si tuviera cigarrillos ahora me fumaría uno, supongo. Me levanté y caminé, tal vez vuelva a casa. La noche era fría y silenciosa y se abría paso entre los callejones.

Al día siguiente volví al bar. No había mucha gente. Me senté en la barra. Toni no estaba de humor.

- No te hagas el boludo que me debés lo de anoche todavía.

- Te voy a pagar. El lunes tengo que cobrar un buen dinero.

- Una cerveza. Nada más.

- Gracias, Toni.

Toni me sirvió una cerveza que desapareció a los pocos minutos. La rubia no apareció aquella noche. Cuando me estaba yendo me cruzó la pelirroja.

- ¿Ya te vas, guapo?

- Ya me voy.

- ¿Y tu amiga? ¿Te dejó plantado hoy?

- Parece que sí.

- Entonces esta noche no te me escapas.

La pelirroja me invitó un whisky, luego otro. Una banda comenzó a tocar. No sonaban mal. La pelirroja estaba caliente, como de costumbre. Se me acercó y me dio un beso. Tonteamos un poco más. Más tragos, más risas. Luego me agarró la verga fuertemente. Me sorprendió. Casi me machaca los huevos.

- Vamos - dijo tomándome de la mano.

- ¿A dónde?

Me llevó al baño, decidida. El baño era un asco, sucio por donde lo vieses, el olor a orina era insoportable, pero eso no la detuvo. Una vez allí, me bajó los pantalones y lo sacó. Lo puso frente a su cara y lo miró un rato, como examinándolo, luego lo puso en su boca y comenzó con el asunto. Era ruda pero eficaz. Se me puso dura como un cascote, pero me faltaba para acabar, me faltaba mucho. Entonces ella se puso de pie, me dio la espalda, apoyó sus manos contra la pared y se subió la minifalda. No llevaba nada debajo. Se entregó cual perra en celo. Sin dudarlo me zambullí en aquel matorral colorado y húmedo. Por un instante pensé en la rubia. Bombeé con ganas. Me quedé sin aire y las piernas me temblaban. Fue un polvo rápido pero intenso. Demasiado intenso. Casi relleno su interior con mis fluidos. Por un momento perdí el control pero supe volver a la tierra justo a tiempo y todo cayó al suelo o por alguna parte. A ella le gustó, otra vez asumí las cosas. Salimos del baño y había una cola de tres o cuatro tipos allí. Me miraron mal, pero bien. Salimos a fumar. No debí hacerlo sin protección, pensé. No con ella. Pero ya estaba hecho. Fumamos un cigarrillo y me dijo algo que parecía haber estado esperando a decir durante un tiempo.

- Sabía que un día te iba a tener.

- Todo llega.

- Cuando quieras repetimos.

- Todo pasa también.

Aquella noche no pasó nada más interesante. La pelirroja terminó yéndose con otro. Tal vez no le gustó lo suficiente como para repetir. Yo volví a casa solo. No sé por qué lo hice. Pienso que la vida, a veces, simplemente es jodidamente aburrida.

El domingo por la tarde me llamó la rubia. Quería verme. Nos vimos en un café. No me daba ni para un café, estaba en la ruina. Había gente charlando, gente riendo, algunos tomados de las manos, yo seguía allí solo esperando y observando todo sin hacer nada. Ella atravesó la puerta, se veía bien. Agradable a la vista. Se sentó frente a mí.

- Gracias por esperarme, ¿qué vas a tomar?

- Nada.

- Dale, te invito un café.

Los cafés tardaron. Ella no dijo nada. Yo tampoco. Entonces me miró.

- Me enteré de lo que hiciste.

- ¿Qué hice?

- Con la colorada puta esa.

- ¿Te molesta?

- Me da asco.

- ¿Por qué?

- Pensé que eras distinto a los demás.

Llegaron los cafés. Bebí el mío de un sorbo. Me olvidé de ponerle azúcar. Estaba horrible pero me sacó la resaca de golpe.

- Gracias por el café.

- ¿Por qué con ella?

- Porque estaba ahí. - respondí inocentemente - No sé. Vos no estabas.

- No perdiste tiempo.

- No voy a esperarte toda la vida.

- No te pedí que lo hicieras.

Hubo un silencio incómodo. Ella sacó un billete y lo dejó en la mesa. Se levantó y me dijo adiós. El mozo se acercó, agarró el billete y se fue. No había nadie más allí. Comenzó a llover. Caminé bajo la lluvia. La verga me ardía.

Al día siguiente desperté con un ardor infernar en el glande. Cuando meé me salió algo amarillo y me ardió como la mierda. Colorada hija de puta. Debí suponerlo. Debí asumirlo. ¿Puedo ser tan pajero? Me lavé con jabón y agua tibia. Más tarde pasaría por la farmacia. Fui directo a las oficinas centrales de aquel trabajo de mierda a pedir lo que me correspondía. Al llegar me encontré con la recepcionista, una flacucha malhumorada con cara de culo.

- Buen día - dije - Vengo a cobrar un dinero.

- ¿Su nombre?

- Leonel Villarreal.

Busco en su computadora. Se veía concentrada. Me pregunté cuándo habría sido su última vez.

- Sí - dijo -, Leonel Villarreal. Trabajó dos días con nosotros - lo dijo como echándomelo en cara - Lo siento, todavía no está lo suyo.

- Necesito el dinero ahora.

La verga comenzó a picarme intensamente. Me rasqué. Todo allí parecía húmedo. No me sentía bien. Tenía el estómago revuelto y estaba sudando como un cerdo.

- Lo siento, pero no puedo hacer nada - dijo ella sin mucho reparo -. Recursos humanos...

- Me chupa un huevo recursos humanos. Necesito la plata ahora.

- No está bajo mi control, señor. Nosotros le comunicaremos cuando tengamos su dinero. No se preocupe.

- Gracias, no me voy a preocupar sólo porque vos me lo dijiste.

Me fui de ahí cojeando. Tuve que esperar unos días para cobrar ese dinero. Cuando finalmente me pagaron, compré los medicamentos que me había recetado el médico. Era gonorrea. 

No volví a ver a la rubia. Se mudó a alguna parte, lejos. La pelirroja seguía haciendo de las suyas con todos menos conmigo y yo me había gastado casi todo en esas putas pastillas. Por suerte o por desgracia conseguí trabajo, pero ésta vez me cansé yo de ellos. Y la rueda gira y gira, mientras nosotros, todos nosotros, seguimos dando vueltas dentro de ella, con nuestros problemas, porque siempre hay algo.







Germán Villanueva

viernes, 16 de febrero de 2024

Escribir


Si me preguntas

qué significa escribir

para mí,

no creas que responderé

que es mi pasión,

no es mi pasión,

tampoco es un hobbie,

mucho menos un hobbit,

escribir no es algo divertido,

no me genera una carcajada

como tal vez puede

generarle a algunos

y lo agradezco,

pero para mí

escribir

no es más que una necesidad,

como comer,

dormir,

cagar,

respirar,

escribir me mantiene vivo,

me salvó de la locura,

del suicidio,

escribir es parte de mí,

escribir está en mi esencia,

no conozco otro yo

que no sea escritor,

no hay una versión de mí

que no vomite palabras

para sentirse libre

en esta jaula,

en esta ciudad,

en este caos,

en este laberinto

de problemas y

callejones oscuros,

escribir

es

tan

necesario

como

el

aire

y

tan

inevitable

como

soñar.




Germán Villanueva

jueves, 15 de febrero de 2024

5 am



Llevaba varios días sin dormir muy bien que digamos. Me despertaba cada noche a mitad de la noche para mear, luego volvía a dormir, pasaba una hora y lo mismo. Al día siguiente me levantaba con la sensación de no haber descansado un carajo. El problema era mi horario de entrada laboral y el lugar donde trabajaba. El aeropuerto de Barcelona. Entraba a las 7.30 y como yo soy un tipo que le cuesta mucho afrontar cada mañana, necesito al menos una hora para mentalizarme antes de salir, además de desayunar cualquier cosa. Tenía que levantarme a las 5 de la mañana para poder hacer todo eso bien. Pero no iba a ser fácil. Esa noche quería dormir, necesitaba dormir. Hacía poco la policía había echado a los ocupas del quinto. Nos sorprendió que la policía los echase, habrá habido alguna influencia en el asunto, porque el tema de los ocupas en España es una mafia y los tipos habían estado allí instalados durante meses. ¿Por qué ahora? No nos importó el por qué, lo importante es que ya no estaban. Eran ratas ruidosas y escandalosas, tenían un perro y vivían haciendo quilombo. Mi novia y yo no soportábamos más la situación. Eran gente de lo más repugnante y detestable. Se la pasaban subiendo y bajando las escaleras a los gritos. Peleaban entre ellos y con los vecinos. A mí nunca me dijeron nada, a mi novia tampoco. Ya habíamos perdido la cuenta de cuántos eran, pero siempre estaban subiendo y bajando todo tipo de personajes indeseables. Llegamos a la conclusión de que era un narcopiso. Era un edifico viejo y bastante dejado. Nuestro piso era barato, muy barato para ser el centro de Barcelona, pero aquello era parte del paquete, supongo. Un día se los llevaron, sellaron la puerta del quinto con una plancha de acero y jamás volvieron. La paz volvió al edificio, pero no por mucho. Esa noche necesitaba dormir, los ocupas ya no estaban y no había nada que pudiera molestarme. Cené temprano, me tomé un vasito de whisky y me fui a la cama. Cerré mis ojos. Se sentía bien estar allí, calentito en la oscuridad. De repente, sonó el timbre. ¿El timbre? Me pregunté. ¿A quién mierda se le ocurre tocar el timbre a las once de la noche? Más vale que valga la pena, pensé y me levanté.

- ¿Quién es? -le pregunté a Alejandra, mi chica.

- Creo que son los del principal. Dicen que no tienen llave.

- ¿Los que dejaron entrar a los ocupas?

- Sí.

- No les abras. Que se jodan.

Volví a la cama. Cerré mis ojos. Timbre, otra vez. Me asomé por el balcón y allí abajo había una chica y un tipo envuelto en ropa tres talles más grandes que él. La chica gritó:

- No tengo llaves! Abreme, por favor.

- No. -contesté.

- Lo siento - dijo Alejandra.

No queríamos saber nada con ningún outsider. Nos habíamos librado de los ocupas recientemente y sin explicación alguna. Habíamos tenido suerte. Esta vez nadie nos tomaría el pelo. Cerré la ventana del balcón y volví a dormir. Después de un rato se escuchó a la chica gritar desde la calle y tocar todos los timbres de todos los departamentos. Me levanté decidido a mandarla a la concha de su re putísima madre que la parió. Entonces me asomé al balcón de nuevo.

- ¿Qué hacés, flaca? - grité.

- No tengo llaves y quiero entrar a mi departamento...

- ¡Me chupa un huevo! Quiero dormir. !No me rompas los huevos!

- Pero...

- ¡No me rompas los huevos!

- ... No tenemos...

- ¡NO ME ROMPAS LAS HUEVOS!

Cerré la ventana del balcón. Volví a la cama. Alejandra llamó al dueño del principal.

- Dice que son ellos - dijo ella - Dice que son sus inquilinos.

- Bueno, abríles y que se dejen de romper las pelotas.

Cerré mis ojos. Todo era oscuridad. Pero aquella escena no me dejaría dormir durante un par de horas. No tengo la habilidad de dormirme fácilmente, nunca la tuve.

Al día siguiente parecía un zombie. No entiendo cómo hay gente que hace esto todos los días de su vida durante años hasta que se muere. No tenía hambre pero tenía que desayunar, de lo contrario estaría famélico en dos horas.

El viaje era eterno, aburrido y lleno de miserables almas. Todos llevaban mala cara a esas horas, estaban tristes, desganados, suicidas, bueno, suicida me sentía yo, pero tal vez a los demás les pasaba lo mismo, no era muy descabellado pensarlo. Las estaciones pasaban, primero diez estaciones de la línea 1, luego el trasbordo, y otras diez estaciones de la línea 9 hasta el aeropuerto. Todo era tan absurdo que cada mañana pensaba más y más en la posibilidad de mandar todo a la mierda. Pero siempre llega el después, tarde o temprano hay que enfrentar otro día. Qusiera escapar de mis responsabilidades sin tener que asumir las consecuencias. Pero eso es algo imposible de hacer en el mundo adulto. Entonces pensé que no había aprovechado lo suficientemente bien mi infancia. Ya no se podía hacer nada. ¿Realmente quiero vivir esta vida por el resto de mi vida? No voy a dejarme morir. Tenía más ganas de escribir. Al parecer, enfrentarme a la realidad de una forma tan cruda, despertaba algo en mí, como un sistema de defensa o supervivencia ante el inminente final. Tenía que sobrevivir de la mejor forma posible y para mí no había otra mejor forma posible que vivir de mis palabras. Pero cuando estaba cómodo, aquella sensación desaparecía. Así funcionaba yo, no había más vueltas que darle.

¿Quién va a querer cortarse el pelo si antes tiene que desembuchar más de 100€ en comprar un perfume de mierda? Para mi sorpresa, mucha gente, aunque nadie por las mañanas. Así que ahí estaba yo, muerto de sueño, parado como un idiota y mirando a la nada misma viendo pasar el tiempo a cuenta gotas. Así estuve dos horas, luego tres y cuatro. Hasta llegar a las tres y media de la tarde. Me fui de ahí cagando. Escapé como si de un campo de concentración se tratase. Me metí al metro, diez estaciones, luego hice el trasbordo con el otro metro, otras diez paradas y bajé en el arco del triunfo. Había gente en la calle y el sol me iluminó la cara. Quería dormir, faltaban horas para enfrentar el próximo día. Tal vez sobreviva. Llegué a casa, estaba solo. Fui directo a la cama. Me dormí. Desperté horas más tarde, ella trajo cerveza. Me quedaban pocas horas. Brindamos, bebimos y comimos empanadas. Me sentí afortunado.







Germán Villanueva