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martes, 19 de septiembre de 2023

Perdido: Capítulo 8

Un viejo amigo


Fue un largo y solitario camino hasta Barcelona. Por momentos tuve la impresión de que alguien me seguía. Al principio era una moto, luego un coche negro. Cuando llegué a la autopista los perdí. Aunque mi cabeza estaba entre el camino y mis pensamientos. Hacía tiempo no sentía dudas. No son buenas en éste negocio. La última vez que tuve dudas casi pierdo la vida. Pero el hijo de puta de Ricardo me tenía agarrado de los huevos hace ya tiempo. Supongo que es el precio que hay que pagar.

Decidí pasar por el bar de un viejo amigo en el centro. Había vivido hacía años en Barcelona. No me gustaba. Demasiados turistas, demasiada humedad. Dejé la camioneta en un garaje y caminé. Todavía era de día. Tal vez el bar esté cerrado, pensé. Caminé y caminé. Aquellas calles, el olor a meo en cada callejón, la basura, la ropa colgada en los balcones. Estaba de vuelta. Cuando llegué al bar, estaba cerrado. Decidí caminar un poco y me detuve en una plaza. Encendí un cigarrillo y me quedé observando a la gente. Nada extraño. Nadie me seguía.

Se hizo tarde. Pasó la hora. Decidí encarar para el bar. Cuando llegué, estaba abierto. Intenté divisar a mi amigo, pero en lugar de eso vi a un pendejo idiota que ni siquiera me saludó al entrar. La gente va perdiendo todo.

- Un whisky doble. – dije.

- ¿Una mica més?

- Mejor no le hables en catalán a éste – dijo un tipo saliendo de la cocina –, o corres el riesgo de terminar en la parrilla.

- ¿Todavía tenés parrilla, viejo maricón? – dije.

- Claro. No hay nada como el asado argentino.

- Amén.

- ¿Black Label?

- Como siempre.

- Algunas cosas nunca cambian, ¿no?

- Nunca – dije – ¿Cómo estás, Pedro?

- No tan mal como vos, viejo. ¿Qué haces por acá?

- Paré a tomar algo. – el pendejo puso un vaso de whisky frente a mí – Tengo que cargar combustible.

- ¿Tenés hambre?

- Podría comer.

Pedro me sirvió un vaso grande de Malbec y unas cuantas aceitunas. Luego puso frente a mí un generoso plato de carne. Entraña, con algo de ensalada y un pedazo de pan. Estaba delicioso.

- Hacía tiempo no comía algo tan bueno. – dije.

- Me alegra.

- Gracias.

- No hay nada que agradecer.

Pedro se quedó mirándome. Sentía que podía escuchar sus pensamientos. Lo miré. Tenía una barba prominente, una panza con un kilometraje abultado y un par de ojos tristes.

- ¿Qué pasa? – dije.

- Seguís en el negocio, ¿no? – me preguntó.

- Sí, sigo. – Pedro negó con la cabeza como en señal de desaprobación – No te preocupes. Éste es mi último trabajo.

- Hace años te escucho decir eso.

- Ya estoy cansado, Pedro. Estoy viejo.

- Los años no vienen solos, amigo.

- No siento que sean los años los que pesan.

- Me imagino.

- No tengo por qué explicártelo a vos, viejo amigo.

- Eso fue hace tiempo.

- Algunos pueden dejar el pasado atrás. Y algunos… Bueno, a algunos nos cuesta más.

- Algunos sostuvieron la mano del diablo durante bastante tiempo.

- Es una buena manera de decirlo.

- ¿Sabes cuál es tu problema? – dijo Pedro, sirviéndome más vino – Tenés que reconciliarte con la vida, amigo.

- La vida no quiere reconciliarse conmigo. – dije, bebiendo un trago de vino.

- Hay que aprender a perdonarnos, Kilian.

- ¿Eso hiciste vos?

- Eso hago. Todas las noches.

Después de recargar energías, saludé a mi viejo amigo y seguí mi camino. Me deseó suerte. Necesitaría más que eso.

Ya era de noche. Volví al garaje, pagué las horas y partí hacia mi destino. Había mucho que perdonar. Tal vez demasiado.



Continuará...

lunes, 11 de septiembre de 2023

Perdido: Capítulo 7

Esto es un robo


Hice varios kilómetros antes de parar en aquella estación de servicio al costado de la ruta. Mi camioneta y yo necesitábamos combustible. No había nadie más allí. Estacioné junto a un surtidor, me bajé de la camioneta y llené el tanque. Luego me dirigí a la tienda. La empleada me miró de arriba abajo. Sus ojos transmitían sospecha y temor. No le presté atención. Caminé entre las góndolas buscando mi propio combustible. Me quedé allí, observando las botellas. Agarré un whisky y un six-pack de cerveza. De repente, dos tipos entraron al local. Estaban armados.

- ¡Esto es un robo! – exclamó uno – ¡Dame todo el dinero de la caja! ¡Rápido, puta!

La chica se quedó paralizada. Mientras uno le apuntaba con una 38, el otro se aproximó a mí y sacó un cuchillo.

- Tú – dijo –, dame todo.

- No creo que puedas con todo, amigo.

- ¿Me estás tomando el pelo? – exclamó, atónito – ¡Dame todo, hijo de puta!

El tipo arremetió contra mí, intentando meter sus sucias manos en mis bolsillos, pero lo detuve. Justo antes de que pudiera tocarme, estrellé la botella de whisky en su rostro. El tipo cayó al suelo al instante y se quedó allí, inmóvil. Los cristales de la botella se clavaron en el lado izquierdo de su cara y pronto la sangre comenzó a manchar el suelo. El otro se dio vuelta y me apuntó con su pistolita. Pero no fue lo suficientemente rápido. Le di un tiro en el pecho y éste cayó redondo al suelo y se quedó allí, quieto como su compañero. La sangre salpicó la cara de la empleada, la cual seguía paralizada. Sus ojos estaban tan abiertos como los ojos de una lechuza y ahora transmitían terror. Guardé mi pistola y agarré otra botella de whisky. Luego me acerqué al mostrador, dejé cincuenta euros frente a la muchacha y me alejé de allí.

Encendí el motor y me pareció ver una moto por el espejo retrovisor. Pero el estruendoso grito de la empleada de la tienda me distrajo y cuando volví a ver por el espejo, no había nada. Pisé el acelerador y me fui de allí.

Nadie extrañaría a aquellos dos, supongo.



Continuará...