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miércoles, 2 de octubre de 2019

Nadie lo sabe

Mi cuerpo era una carga, como si llevara una mochila de mí propio ser. Al mismo tiempo, me sentía vacío por dentro. Lo único que podía encontrar en aquella mochila era vómito y sangre. Me pesaban los ojos, la mandíbula, la cabeza, los brazos. No podía dar ni un paso.


Me desperté. Abrí los ojos, lentamente. La cama estaba deshecha. Me senté en una silla y me quedé observando la cama. Recordé a mi madre cuando me decía: “La cama es el reflejo de la persona”. Mi cama era un desastre. Quizá mi cama nunca estaba hecha porque dormía demasiado últimamente. No encontraba motivación en nada. Por aquellos días solía salir a caminar y me quedaba sentado en el banco de alguna plaza, observando a la gente y fumando. Tal vez veía pasar a una hermosa mujer y me imaginaba cómo sería. Siempre pensé que cuanto más buena estuviera una mujer, más loca tendría que estar. Así que intentaba evitar ese tipo de mujeres, porque al principio todo suele ser perfecto, pero al final terminan jodiéndote la vida.

Aquel día no me sentía diferente. Sentía que el tiempo se movía más rápido que yo. Mi cabeza estaba en otro lado. Me puse de pie. Di un paso al frente. La habitación se movía, yo no. Sentí que la habitación se hacía pequeña. Sonreí. ¿Todavía estaba borracho? Eso parece. No quería vomitar. Me acerqué a la ventana. No me quedaba mucho en aquel departamento. Debía dos meses de alquiler y el dueño ya estaba cabreado.

Entonces escuché los gritos de la pareja de al lado.

- ¡DEJAME VIVIR EN PAZ, HIJO DE PUTA!

- ¡VOY A DEJARTE VIVIR EN PAZ, PERO EN LA CALLE! ¡PUTA DE MIERDA!

- ¡MORÍTE INFELIZ DE MIERDA!

- ¡PUTA DE MIERDA! ¡VAS A VER DE LO QUE SOY CAPAZ!

- ¡NO! ¡SOLTAME MARICÓN!

Se escucharon unos golpes. Cosas que se rompían. Peleaban todo el tiempo, a cualquier hora. Uno no necesitaba un despertador con estos dos. Nunca quise meterme. Un par de veces tuve la intención, pero siempre me pareció que a ella le gustaba ese rollo. Es muy raro. Las personas son raras.

- ¡¿ESO ES TODO LO QUE TENÉS?! ¡SOS UN PUTO!

- ¡AHORA VAS A VER, ZORRA DE MIERDA!

- ¡PUTITO! ¡PUTITO!

Ellos eran felices así, al igual que algunos son felices viviendo siempre la misma rutina. Trabajando de 8 a 5. Por lo menos éstos hacían lo que querían, eran libres, no estaba atados a nada ni a nadie y la pasaban bien así.

Fui al baño, me lavé la cara y bebí largos tragos de agua. Volví a la cama y me recosté. Los ruidos se detuvieron y las náuseas desaparecieron repentinamente. Nadie gritaba. Los pájaros cantaban y se escuchaba ese particular sonido de verano de las cigarras. Hacía calor y no podía dormir. Entonces puse mis manos en mis pelotas y traté de cerrar los ojos para no volver a abrirlos nunca más. El sol de la tarde era como un somnífero. Me relajé y volví a soñar.

La verdad es que no me gustaba mi vida y lo peor de todo es que no hacía nada para cambiarla, porque… ¿para qué hacerlo? Nada tiene sentido. Pero aquello estaba comenzando a afectarme negativamente y lo sentía en mi cuerpo y en mi alma.

Esa noche bajé al bar que se encontraba al lado de mi edificio. Me senté en la barra y pedí una cerveza. El barman me conocía, no me cobraría por aquella botella. Mientras observaba a las personas, especialmente a las chicas, pensaba en que la depresión o el simple hecho de sentirme una mierda no me llevaría a ningún lado. Así que esa noche decidí hacer lo que se me daba mejor, emborracharme e intentar acostarme con alguna chica. Siempre me gustó aquel juego, el juego de la seducción. Era como una energía que recorría mi cuerpo y me recargaba. No importaban los resultados, sólo estar ahí y ser parte del juego.

Decidí ir por la chica más sexy, pero ésta me rechazó, luego fui por otra y también me rechazó. Volví a la barra y el barman me dio una cerveza.

- Yo invito. – me dijo, guiñándome un ojo.

Sabía que aquella cerveza se debía a que el tipo había sido testigo de mis fracasos y sólo sintió lástima por mí. Está bien, pensé, un premio consuelo perfecto. Bebí aquella cerveza con angustia, luego bajé mi mirada y me quedé contemplando a la gente. Me sentía mejor, no tenía idea de por qué. Me sentía confiado. Tres rechazos es lo mismo que dos, pensé. Bienvenido de vuelta al juego, Leo.

Esa noche dormí con una chica. No recuerdo su nombre, sólo su llanto después de haber tenido un orgasmo. Me dijo que se sentía estúpida y sola. Ambos estábamos ebrios y la entendí, y en ese mismo instante entendí todo lo demás. Porque todos nos sentimos estúpidos y tristes. Todos. Entendí que aquello que me pasaba a mí les pasaba a todos. Tal vez no con tanta frecuencia como a mí, pero todos sufrimos. Al final, nadie está solo, todos somos igual de miserables aunque a algunos se les noté más o menos. La verdad es que nadie tiene la respuesta para vivir una vida plena y feliz. Todos están en busca de aquello, pero nadie sabe en dónde está la felicidad. Es sólo un espejismo. Lo que nos mantiene realmente vivos es la esperanza.