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martes, 7 de diciembre de 2021

El tren

Eran las 12 de la noche y estaba allí solo. Era una vieja estación de tren. No había nadie más que yo y eso me llamó un poco la atención, pero no di importancia. El tren llegó justo a tiempo. Sólo pasaba dos veces al día, a las 12 del mediodía y a las 12 de la noche. Me subí y aquello fue todavía más extraño. Mi vagón estaba vacío, pero no sólo mi vagón, todo el tren parecía estar igual. No había nadie más que yo allí. Me senté y cerré mis ojos. Me dejé mecer por el movimiento del tren y el sonido de sus ruedas por las vías. Tenía sueño y dormí.

Habré estado durmiendo un buen rato, porque cuando me desperté ya estaba amaneciendo. Decidí estirar mis piernas y recorrer el tren. Era un tren jodidamente largo. No parecía tener fin. De repente, en mi caminata, divisé unas piernas. Alguien estaba allí conmigo. Eran las piernas de una mujer. Me quedé parado, mirando aquellas piernas. Me acerqué lentamente. Entonces el tren tomó una curva y allí la vi. Estaba sentada y con las piernas cruzadas. Me acerqué a ella. Estaba dormida y pensé en despertarla, pero en lugar de eso, me senté frente a ella. La observé. Era muy hermosa. Pelirroja, tenía pecas y vestía de negros. Llevaba puesto un gabán negro, una blusa negra, una falda negra y unas botas, también negras. Comencé a tener hambre y me quedé dormido allí.

Después de un rato, una voz me despertó.

- Hola. – dijo la pelirroja.

Noté que se encontraba en la misma posición en la que la encontré.

- Hola. – contesté.

- Pensé que no había nadie.

- Yo también.

- ¿Quién sos?

- Me llamo Leonel, ¿vos?

- Erika.

- Un gusto, Erika.

- ¿Hace cuánto estás viajando?

- Un par de horas, ¿vos?

- Un día, más o menos.

- ¿Un día?

- Sí.

- ¿Dónde vas?

- No sé. – contestó, algo perturbada y confundida – Tampoco sé cómo llegué acá.

- Ahora que lo mencionas – dije, pensando – Yo tampoco sé.

- ¿Dónde vas o cómo llegaste?

- Ninguna de las dos.

- ¿Qué hacemos acá, entonces?

- No sé, pero hay que bajar.

- No es un tren que suele hacer muchas paradas. – agregó.

- En la próxima nos bajamos. Tenemos que salir de acá.

- Es agradable.

- Pero no sabemos a dónde vamos, Erika. Tenemos que irnos.

- Tenés razón.

- ¿Por qué no lo hiciste antes?

- ¿Qué cosa?

- Bajarte.

- No sé – dijo, avergonzada – Tenía miedo.

- ¿De qué?

- De quedarme varada en algún lugar.

- Estamos varados acá.

- Lo sé…

Erika y yo estuvimos hablando por un rato. No sabíamos cómo habíamos llegado allí. Simplemente aparecimos en una estación desierta y abordamos el primer tren que se nos presentó, sin dudarlo. Pero habían pasado horas y las dudas comenzaron a llegar.

El tren hizo su primera parada y nos miramos a los ojos. Me puse de pie, estaba dispuesto a bajar, pero Erika se quedó allí sentada, paralizada. Me acerqué a ella.

- ¿Qué pasa? – le dije.

- No quiero bajar.

- ¿Por qué? Ya hablamos de esto.

- Sí, ya sé.

- Quizá no haya otra oportunidad.

Ella no contestó. No podía dejarla sola. El tren cerró sus puertas y siguió su camino. Volví a mi asiento y deje salir un suspiro. Observé la estación que dejamos pasar, estaba vacía. El tren siguió. No íbamos a ningún lado y ambos lo sabíamos.

Horas después, otra estación. Erika no quiso bajar. Yo me quedé allí con ella. Las puertas se cerraron nuevamente y el tren siguió su camino. Observé aquella estación, también vacía. Seguimos viaje.

Las estaciones pasaban y pasaban y las puertas se cerraban y se cerraban.

- ¿Por qué terminamos acá? – me preguntó ella.

- No sé.

- Quizá…

- ¿Qué?

- Tal vez por algo estamos acá…

- O quizá nada tenga sentido.

Dejamos pasar otra estación. Me lamenté y me quedé viendo cómo nos alejábamos de ella. Así fue durante un par de estaciones más. Erika y yo casi no hablábamos. Ella estaba encerrada en su pensamiento y en su miedo de quedarse varada en alguna estación y perder el tren, un tren que nos llevaba ningún lado. No quería ver la realidad y yo no quería dejarla sola.

Entonces llegó otra estación y, de repente, ella se puso de pie. Me quedé mirándola, sorprendido e ilusionado.

- Estoy lista. – dijo, y bajamos.

Las puertas volvieron a cerrarse, pero ésta vez, estábamos del lado de afuera. Vimos cómo el tren se alejaba, hasta que lo perdimos de vista. Notamos que la estación estaba vacía, como todas las demás.

- ¿Vamos? – le dije.

- ¿A dónde?

- A caminar.

Inspeccionamos la estación. No había un alma allí. Salimos a una calle también desierta. Miramos hacia ambos lados. Nada. Cruzamos la calle y poco a poco fuimos llegando a un pueblo fantasma. Casas vacías, locales cerrados. Nada ni nadie a nuestro alrededor. Sólo se sentían nuestros pasos sobre la tierra. El cielo estaba nublado.

- Parece que va a llover. – le dije.

- Son las 12 del mediodía, ¿no?

- Sí.

- Hay un tren que pasa a las 12 de la noche.

- ¿Y? – respondí, molesto – No voy a volver a subirme a otro tren.

- ¿Y qué vamos a hacer acá?

Comenzó a llover y nos refugiamos en un bar. Una vez allí, destapamos una botella de whisky y bebimos un trago cada uno, luego otro y otro más. Nos emborrachamos. Afuera llovía furiosamente. Podía escucharse los truenos, pero no nos importaba. El bar estaba oscuro, sólo la luz de una luna llena entraba por la ventana, iluminando el suelo de madera. Erika movió un espejo y lo puso en el suelo, frente a la ventana. La luz de la luna se reflejó en el espejo y el lugar se iluminó un poco más.

- Bravo. – dije con una copa en la mano.

Ella sonrió y brindamos. La miré a los ojos. Había algo especial en sus ojos. Después de aquel trago, Erika tiró su vaso al suelo y salió corriendo a la calle. Intenté detenerla, pero cuando la vi bailando bajo la lluvia, supe que era feliz. La vi bailar mientras el agua empapaba su cuerpo. Fue un espectáculo maravilloso. Entonces me llamó. Dije que no, pero insistió y me tomó de las manos. Ambos nos quedamos allí, bailando lentamente bajo la lluvia. La miré y me miró. Era hermosa. Nos besamos y fue mágico. Entonces, justo en ese instante, escuchamos el claxon del tren. Eran las 12. Corrimos hacia la estación, pero no llegamos. El tren pasó y nos quedamos allí, bajo la lluvia. Erika se largó a llorar y yo la abracé.

- Deberíamos dormir un poco. – le dije.

- Sí.

Entramos a un hotel. Estaba vacío, como todo. Fuimos hasta la habitación más cercana. Nos desnudamos y nos metimos a la cama. Ella estaba helada y se acercó a mí. Yo nunca sufrí el frío. Mi cuerpo estaba caliente y más con ella al lado. La besé y el beso se extendió por demás. Lo hicimos y fue cálido, salvaje y perfecto. Después dormimos. Nos perdimos el siguiente tren. Cuando nos despertamos volvimos a hacerlo y luego volvimos a dormir. Así fue durante todo el día, hasta que se hicieron las 12 y decidimos salir de la cama y tomarnos aquel tren. Estuvimos esperándolo sin decir mucho. Entonces llegó el tren y ella subió, pero yo me quedé allí.

- ¿Qué haces? – me dijo.

- Me quedo.

- ¿Qué?

- No puedo ir con vos, Erika.

- ¿Por qué?

- No lo entenderías.

- No lo entiendo. – dijo, confundida.

- Voy a esperar el siguiente.

- Te acompaño, entonces. – dijo, bajando del tren, pero antes de que pudiera poner un pie sobre el andén, la detuve.

- Tenés que seguir tu camino.

- Pero quiero seguir con vos.

- Yo también, pero no vamos a poder llegar a donde queremos juntos.

- ¿Cómo sabes eso?

- Porque no sabemos a dónde vamos.

- Pero sí sabemos a dónde queremos ir, ¿o no?

- ¿Lo sabemos?

Las puertas del tren se cerraron y Erika se quedó allí, en el tren, y yo en la estación. Se fue y caminé hasta el bar. Entré y observé el espejo en el suelo y el vaso roto. Me acerqué a la barra y pedí un trago.

martes, 2 de noviembre de 2021

Todo lo demás es poesía

Existe
la hipocresía
y la falsedad,
existe
la mentira
y la traición,
existe
el engaño
y la calumnia,
existe
la prepotencia
y la soberbia,
existe
la simulación
y el fraude…
todo lo demás
es poesía.

sábado, 30 de octubre de 2021

Como un gato sin bigotes

Últimamente me siento
como un gato sin bigotes,
voy sorteando la vida
paso a paso
sin rumbo
pero sin penas,
aunque tal vez mi pena
más grande
sea haberme alejado
de vos.


Sé que andarás por ahí,
siguiendo una estrella fugaz
como si el hambre
de gloria estuviera buscándote,
estuviera acechándote
y te encontrará
si es que sabes esperar,
y ser paciente es lo más difícil
pero espera,
espera por ella.


Y aunque siga desorientado,
como un gato sin bigotes voy,
sigo hacia adelante,
tropezando,
cayendo
y levantándome,
una y otra vez,
y estás cada vez más lejos,
cielo nublado,
caminos separados,
me entierro a mí mismo
y olvido quién soy
y lo que fui,
para renacer
en algo nuevo,
en algo viejo,
pero siempre
solo.

jueves, 5 de agosto de 2021

Cuando el cielo y el infierno se junten

Una noche
vino el diablo
a visitarme
y me dijo que venía
por mí,
que era mi hora
y que no se iría sin mi alma.
Me resistí,
pero no había otra opción,
y le dije que no podía irme.
“¿Por qué?”,
me preguntó,
y yo estaba en el sofá
y vos seguías en la cama
durmiendo
“No puedo dejarla”,
le dije,
a lo que respondió:
“Ya es tarde.”
Entonces le pedí un último favor…
“Déjame fumarme un último cigarrillo
y prométeme una cosa…”
Y el diablo se quedó allí,
esperando mi petición,
hubiera hecho cualquier cosa
para llevarme,
me había esperado durante muchos años,
y yo era su favorito
y lo sabía.
“Dime”, contestó ansioso,
y le dije
que nunca viniera a buscarte,
que nunca se interponga en tu camino
y que te dejara en paz.
“Vale”, contestó.
Y terminé mi cigarrillo
y me fui con él,
y ese fue mi último deseo.
Tal vez nunca lo sepas,
pero yo siempre supe
que no pertenecemos
al mismo lugar
y quizá puedas entenderlo
o no.
Ahora ya tengo que irme
pero espero que te acuerdes de mí
por la mañana
y me tengas presente
en tu vida habitual
y mientras te preparas un café
te preguntes:
“¿Qué habrá sido de él?”
Yo estaré esperándote
el día que el cielo
y el infierno
se junten.

martes, 20 de julio de 2021

Un whisky con hielo

Era una noche fría de otoño. El reloj marcaba las doce en punto. No había mucha gente en la calle. La gente sabía que no era conveniente pasearse por aquel barrio a esas horas. Albert, el barman de un pequeño bar llamado Chill, un bar que se encontraba en los oscuros rincones de la ciudad, estaba limpiando algunos vasos, cuando éste hombre entró por la puerta principal y se dirigió a la barra. El hombre se sentó en uno de los bancos que estaban cerca de la barra e hizo un gesto con las manos para que Albert se acercara a él. Albert se acercó, pero no le gustó el gesto del hombre. Se sintió como un perro. Así se siente trabajar, pensó.

- ¿Si? - dijo Albert.

- Un whisky.

- ¿Alguno en particular?

- Johnny Walker.

Albert se dio vuelta y tomó la botella de Johnny, pensando que había algo raro en aquel hombre, algo que no le causaba ningún buen sentimiento. Sirvió al tipo en un vaso. El tipo agarró el vaso y lo observó, analizándolo.

- Hielo. - dijo.

- Enseguida.

Albert colocó un hielo en el vaso del hombre.

- ¿Así o más? - preguntó.

- Así está bien.

Albert se quedó contemplando al hombre. Era un tipo de rasgos rústicos. Se notaba que había vivido. Tenía barba, unos cincuenta y pico de años, ojos tristes y una mirada desinteresada, como si nada le importara. Vestía una camisa negra, unos vaqueros azules y unas botas marrones. Parecía salido de una película de western. Sin duda, llamaba la atención.

El hombre encendió un cigarrillo y se quedó allí, observando el lugar. Albert notó que el hombre no era de la ciudad, o al menos eso sospechó, y decidió sacar conversación, después de todo, era un trabajo aburrido.

- Usted no es de por aquí, ¿no? - le preguntó.

El tipo lo miró de reojo, como con asco y desprecio.

- ¿Y a usted que le importa? - respondió.

Albert se quedó pasmado ante la respuesta del hombre. No sabía qué decir.

- Era sólo para sacar conversación. - replicó Albert y decidió cerrar la boca.

Un par de tipos entraron al bar, pero en cuanto observaron a éste extraño sujeto sobre la barra, decidieron marcharse. Algo raro había en aquel hombre.

Al cabo de 10 minutos, el tipo ordenó otro whisky. Albert se lo sirvió.

- Vine a buscar a alguien. - dijo el hombre.

Albert se sorprendió de que el hombre estuviera socializando con él y sólo atinó a decir:

- ¿Un amigo?

El hombre no contestó y siguió con su whisky. Albert se dio cuenta de la poca atención que le prestaba el hombre y decidió volver a sus asuntos.

Al cabo de otros 10 minutos, el hombre ordenó otro whisky con hielo y cuando Albert le acercó el vaso, el tipo soltó:

- No es un amigo.

- Ah... ¿Una mujer? - dijo Albert, sonriendo.

El hombre no hizo caso y siguió con su whisky con hielo. Jamás puso un ojo en Albert. Su cara era como una roca, sin expresión y con cierto resentimiento.

Albert estaba un poco incómodo, pero entendió el juego y decidió esperar.

Pasaron 15 minutos y el tipo ordenó otro whisky con hielo. Albert tenía curiosidad de lo que le diría el hombre. Preparó su whisky y se lo acercó, expectante. Entonces el hombre dijo:

- No es una mujer. - dijo el tipo, mirando a Albert a los ojos por primera vez.

- ¿Y qué es? - dijo Albert.

- Un muerto.

- ¿Un muerto?

Albert notó un bulto debajo de la camisa del tipo, pero no pudo hacer nada. Se quedó helado. Un escalofrío intenso recorrió su espalda en menos de un segundo.

Un ruido estridente desde el interior del Chill bar llamó la atención de algunos perros aquella noche. Pero a nadie le importó. La gente de la ciudad estaba acostumbrada a ese tipo de cosas.

El hombre salió del bar y se fue caminando despacio por una calle oscura y estrecha. La niebla se apoderó de su silueta mientras el tipo se alejaba fumando. Jamás volvió a pasar por aquel bar, ni por aquella ciudad y nadie supo nada más de él, por lo menos hasta ahora.

jueves, 3 de junio de 2021

Fuimos

Fuimos
como una fuerza natural,
dejándolo todo entre nosotros.

Fuimos
como siempre quisimos ser,
arrasando tierras y mares completos.

Fuimos
como el tiempo y el espacio
relativos entre todos los demás.

Fuimos
como alguna vez soñamos
moviéndonos entre las sábanas hasta el amanecer.

Fuimos
jóvenes y adultos
llorando y riendo en habitaciones baratas y vacías.

Fuimos
almas heridas y mentes retorcidas
indagando en los misteriosos rincones de nuestras oscuridades.

Fuimos
fuego y hielo antes de la tormenta
uniendo nuestros corazones desesperados sin mirar atrás.

Fuimos
inconscientes e inocentes
vagando entre caminos inesperados de un mundo destrozado.

Fuimos
viento y marea
soplando y hundiendo barcos de una seguridad social.

Fuimos
todo y nada
y dejamos de pretender para renacer auténticos, silenciosos y olvidados.

domingo, 2 de mayo de 2021

¿A dónde será que se fue el mundo?

¿A dónde será que se fue el mundo?
Si seguimos más preocupados
por el dinero
que por nuestras propias vidas.
¿A dónde será que se fue la vida?
Si dejamos de vivir
para seguir muriendo
lentamente.


¿A dónde se van los pájaros?
Si el cielo es infinito
y el sol quema
mientras que la luna no nos deja ver nuestras sombras.
¿A dónde van las miradas?
Si estamos tan distraídos
con todo lo demás
que sólo el vino podrá ayudarnos.


¿A dónde vas a ir a parar ésta noche?
Si nunca dijiste adiós
y, sin embargo, te vi salir por esa puerta
después de escupirme la cara.
¿A dónde iré a parar ésta noche?
Si los días no me alcanzan
y el tiempo se escurre entre mis dedos.


¿A dónde será que se fue el mundo?
Si todos somos caballos
dando vueltas en círculos,
corriendo sin destino.
¿A dónde será que se fue tu amor?
Si el mío sigue aquí
dispuesto a ser pisoteado una vez más.


¿A dónde será que se fueron nuestras promesas?
Si por cada una que hiciste
dos más rompiste
mientras yo sigo ahí,
esperando y emborrachándome para olvidar.
¿A dónde habrás estado anoche?
Que todavía sigues atrapada en mis sueños
y hasta en mis peores pesadillas
y corres y sigues corriendo.


¿A dónde se irá el dolor?
Si tan sólo veo tu sombra
mientras me invade el odio
por haberme quedado solo
en una habitación oscura,
mientras la música suena fuerte allá afuera.
¿A dónde será que se fueron las horas?
Si cuando apagaste el reloj
jamás volví a llegar temprano
a ningún lugar.


¿A dónde será que se fue el mundo?
Si ya no somos nada
y nada es eterno resplandor
de un pasado distante
y un futuro brillante
que nos aparta
y nos une a la vez,
para convertirnos,
poco a poco,
en presente.

martes, 20 de abril de 2021

El jardín

       Antes de seguir cavando, pensé en beber una cerveza. Necesitaba un descanso. Aquello ya estaba hecho, ya no me importaba nada más. Fui hasta la cocina y abrí una cerveza fría que me esperaba en la nevera. Volví al patio trasero y me quedé contemplando todo aquello. Ella jamás me hubiera dejado hacer aquel pozo en el jardín, le gustaba mucho ese jardín y lo cuidaba como si fuera un santuario. Recuerdo que lo primero que hizo cuando compramos aquella casa, fue hablar de las cosas que haría en el jardín. Le gustaba decorar. Estuvo meses decorando el jardín, aunque siempre había algo más. Alguna flor, alguna maceta, algún cambio. Si pudiera verlo ahora me mataría. Pero ya no estaba.

      Decidí limpiar un poco la casa. Había platos y copas rotas en el suelo. Una de las hornallas seguía encendida. El agua hervía. La apagué. La radio también seguía encendida. También la apagué. El silencio era necesario. Encendí un cigarrillo y comencé a dar vueltas. No quería volver a verla. La amaba pero me había roto el corazón. Fue duro para mí terminar con lo nuestro, aunque ella lo haya hecho primero.

      Recuerdo que la primera vez que se fijó en Marc, había sido hacía dos meses atrás. Marc había vuelto del ejército hacía poco y volvimos a retomar el contacto, como en los viejos tiempos. Pasábamos casi todas las noches bebiendo y recordando anécdotas. Me había olvidado lo que era tener un mejor amigo.

      Aquella noche habíamos tenido una pelea y ella sabía cómo presionarme. Comenzó a coquetear con Marc frente a mí. Él no decía nada, sabía cómo era Jessica cuando bebía.

-          Qué lindos te quedan los lentes, Marc. – dijo ella, acariciando su antebrazo.

-          Gracias, Jessi. – contestó él, algo incómodo.

      Jessica estaba borracha y comenzó a hacer de las suyas. Me tocaba el pene, bailaba cualquier cosa y seducía a Marc. Le gustaba llamar la atención de los hombres, siempre le gustó, y no le costaba mucho conseguirlo. Era una mujer muy atractiva. Pelirroja. Siempre me gustaron las pelirrojas, tenía cierta debilidad por ellas.

      Después de un par de partidas de pool, decidimos volver a casa. Marc se quedaría en el sofá aquella noche. Nos emborrachamos. Yo había estado trabajando desde las 8 de la mañana y ya eran las 3 de la madrugada. Necesitaba dormir y me fui a la cama. Marc y Jessica se quedaron en el living hablando de la vida. Sospecho que fue en ese momento cuando comenzó aquella historia. Pero todas las historias tienen un final y el final de aquella historia había sido predecible, pero poco común. La verdad es que la distancia entre Jessica y yo era notoria y sus extrañas desapariciones se convirtieron en moneda corriente. Ya no teníamos sexo, ni siquiera hablábamos como personas civilizadas. Cada vez que interactuábamos era para discutir. Sin embargo, tampoco me imaginé llegar a casa una noche y encontrar a mi esposa junto a mi mejor amigo, pero así fue. Algo inesperado. Aunque tampoco vi venir lo que ocurrió después. Aunque, al fin y al cabo, eso es lo bueno y lo malo de la vida.

      Debía seguir limpiando. El suelo seguía sucio y no había estado cavando durante horas para nada. Había que terminar.

      Acabé el cigarrillo y me reincorporé. Hacía calor y estaba sudando como un cerdo. Siempre odié el verano. Las moscas y los mosquitos me rodeaban y se posaban en mi frente. A Jessica siempre le gustó el verano. Otra cosa en la cual discerníamos. Pero, a pesar del calor y las moscas y los mosquitos, me sentía tranquilo. Volví al patio trasero. Me quedé viendo un pájaro que revoloteaba sobre ella. Jamás me hubiera dejado destruir su jardín así y yo jamás lo hubiera hecho, pero lo hice. Lo hice por amor.

domingo, 4 de abril de 2021

Juan y Carlos



Me di cuenta que mi vida no tenía sentido. Tenía 40 años y nada más que eso. Sólo acumulaba años y alcohol. Las mujeres me odiaban y los hombres me despreciaban. Ni yo mismo me soportaba. Estaba desempleado y viviendo en una habitación de mala muerte, sin ningún futuro. La única mujer que me había amado alguna vez se había ido hacía años y yo todavía seguía pensando en ella, como si hubiera sido ayer. Tenía un sueño que fracasó y una mujer que se cansó de mí, al igual que todos los demás.

Un día decidí, decidí terminar con mi vida, pero fue entonces cuando conocí a este tipo. Recuerdo nuestro primer encuentro. Él estaba sentado sobre la barra en este bar, un bar oscuro y lleno de pobres miserables. Me acerqué a la barra y pedí un whisky. Él estaba tomando lo mismo. Se me quedó viendo y levanté mi vaso, brindando a la distancia con mi nuevo colega. Luego pedí otro whisky y él también. Entonces se acercó a mí y pude verlo más de cerca. Su cara me parecía bastante familiar. Tenía ojos cansados. Se veía igual de mal que yo, o peor. Su mirada, al principio, me generó una sensación extraña, como si estuviera viendo en mi interior, dentro de mi alma.

- ¿Qué pasa? – le pregunté.

- Juan. – me dijo, dándome la mano.

- Carlos. – contesté, estrechándola.

De la nada, este extraño sujeto comenzó a reír. Se reía en mi cara, como burlándose de mí. Lo observé con desprecio, pero luego entendí que no se estaba riendo de mí, sino de lo absurdo de la vida, tal vez. Su risa me alegró el día y, de a poco, fue divirtiéndome al punto que comencé a reír con él. El bar se inundó de carcajadas. Todos nos veían como si estuviéramos locos, pero nosotros seguíamos riendo. No podíamos parar. Lo intentamos, pero no podíamos. Nuestras vidas eran miserables, pero nosotros reíamos y seguíamos bebiendo. No sabía nada de aquel sujeto, y él tampoco me conocía en lo más mínimo, pero teníamos algo en común. La risa.

Nos quedamos en aquel apestoso bar bebiendo y riendo hasta altas horas de la madrugada. El bar cerró y nos fuimos de allí, riendo.

Supuse que lo encontraría la noche siguiente en aquel mismo bar, pero no. Me decepcioné al no encontrarlo allí. Fui la noche siguiente después de esa y tampoco estaba. Volví a pensar en el suicidio, pero sonreí al verme al espejo. Era una idea absurda, pero no tan absurda.

Una noche, volví al bar y allí lo vi. Estaba en la barra. Me acerqué a él y pedí dos vasos de whisky.

- Uno para mí y otro para mi amigo. – le dije al barman.

El tipo se quedó viéndome, confundido.

- ¿Qué espera? – le dijo Juan.

El tipo sirvió dos vasos de whisky, los bebimos de una sola vez y enseguida comenzamos a reír. JAJAJAJAJA, JAJAJAJAJA, JAJAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJAJA, JAJAJAJAJA, JAJAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJAJA, JAJAJAJAJA, JAJAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA, JAJAJAJA.

Era algo que parecía no acabar nunca. Intenté controlarme, pero estaba llorando de la risa. No podía más. Nadie reía en aquel antro, aparte de nosotros. Brindamos y reímos toda la noche, hasta que el bar cerró y volvimos a casa.

Los domingos por la noche. Ese era el día. Nos encontrábamos todos los domingos por la noche en aquel apestoso bar y reíamos y bebíamos. La bebida nos mantenía unidos. La risa nos distraía. Poco a poco, nuestros encuentros se transformaron en rutina y esa rutina nos devolvió la alegría de vivir. Éramos felices riendo y bebiendo. Nada podía detener nuestra euforia cuando nos veíamos. La vida era simple.

Una noche, unos tipos se acercaron a nosotros y nos dijeron: “Locos de mierda”. Recuerdo haberme reído en sus caras justo antes de que nos dieran una golpiza. Mientras nos pegaban en el suelo, Juan y yo seguíamos riendo. La vida era un chiste para nosotros. Esa noche, después de que alguien me diera una patada en la cabeza, me desmayé.

La golpiza había sido grave. De repente me encontré en una cama grande, herido. El lugar era brillante y enorme y estaba solo. Decidí volver a dormir.

Horas más tarde, me despertó una mujer.

- Buen día, ¿cómo se encuentra hoy? – me dijo.

- ¿Dónde está Juan?

- ¿Dónde cree que está?

- No sé. ¿Está bien?

- ¿Usted cómo se encuentra?

- Bien, un poco adolorido.

- Si usted está bien, él está bien.

- ¿Puedo verlo?

- Claro, después de que responda algunas preguntas.

La mujer comenzó a preguntarme cosas. Yo no entendía de qué hablaba. Pensé en que si no encontraba a Juan, me volvería loco. La tipa se fue algo decepcionada por las respuestas que le di y me dejó solo en aquella oscura pero brillante habitación.

Esa noche volví a contemplar el suicidio desde mi cama y lloré. Hacía tiempo no lloraba. De repente, desde la oscuridad, apareció Juan con una botella de whisky. Me sirvió un trago y comenzó a reír. Se veía mal y eso era aún más gracioso. Ambos reímos a carcajadas. Nadie podía pararnos. Nadie.

Volvió a la noche siguiente y la siguiente. Me visitaba todas las noches y me daba whisky y reíamos hasta quedarnos dormidos. Luego se iba y volvía aquella extraña mujer.

- ¿Te parece divertido lo que te pasó?

- No.

- Me dijeron que te reís todas las noches.

- A veces.

- ¿De qué te reís?

- De la vida.

- ¿Qué tiene de gracioso la vida?

- Todo…

La mujer me dejó solo y yo me quedé esperándolo. Las horas pasaban y él no venía. Se hizo de día y me quedé dormido. No vino aquella noche.

La noche siguiente tampoco apareció. Temí que le hubiera pasado algo. Tal vez lo habían encontrado. Tal vez estaba en problemas. Me preocupé por él y lo odié, al mismo tiempo.

- ¿Cómo estás hoy?

- Mal.

- ¿Por qué?

- Por la vida.

- ¿Qué te hace sentir mal de la vida?

- Todo…

Entonces lo vi por la ventana. Me saludó. Traía una botella de whisky en la mano. Levantó la botella, brindando conmigo a la distancia, y le dio un trago. Comenzó a reírse a carcajadas. Yo dejé salir una pequeña risa.

- ¿Qué es tan gracioso?

- Es que… ja, ja, ja… Me hace reír.

- ¿Quién?

- Mi amigo.

- ¿Juan…?

- Sí. ¿Lo conoce?

- Sí… lo conozco.

- Es muy gracioso.

- Sí, lo es.

- Ni siquiera lo conozco. Quiero decir, no sé nada de su vida, pero… ja, ja, ja.

- Entiendo, y cuénteme, ¿qué lo hace tan gracioso a Juan?

- No sé… Es fácil no ver lo que uno no busca, doctora.

La tipa se fue y yo me quedé viendo a Juan por la ventana. Seguía bebiendo y riendo. Entonces abrió la ventana y me pasó la botella. Estiré mi mano, pero no pude alcanzarla. Me moría de ganas de beber un trago.

martes, 16 de marzo de 2021

Cuando el fuego no arda más

¿Nos estarán
tirando aluminio
con dormicum?
¿Nos estarán
intoxicando
otra vez?

No me da miedo
la muerte,
me da miedo
el miedo a la muerte
y si no duermo
por las noches
es porque
la oscuridad
es abrumadora
y los lamentos
son tan salvajes
que enloquecemos
al verlos
suicidarse
sobre la almohada.

No somos mierda,
dejamos
de serlo
hace ya tiempo
y cuando
nuestros ojos
se cierren eternamente
volveremos
a formar parte
del absurdo
y del todo.

¿Nos estarán
matando
con sus palabras?
¿Nos seguirán
torturando
con sus temores?

Dime
si ésta noche
dormirás,
dime
si el viento
dejará de soplar
cuando el fuego
no arda
más.

viernes, 26 de febrero de 2021

Entre los dos

Cuando aquello vuelva
y te golpeé,
como suele hacerlo siempre,
déjate llevar,
afuera
el cielo está gris
y adentro también.

Cuando vuelva
entrégate al vacío,
y aferrate al primer cigarrillo
o a la primera botella que veas.
Cuando vuelva
y te golpeé fuertemente
busca una mujer
para compartir ese momento,
no hay mejor lugar
que aquellas caricias,
aquellos besos,
aquellos brazos,
aquellas piernas,
aquel aroma.

Cuando vuelva,
y lo hará,
mantente firme,
pero si quieres caer,
cae
y cierra tus ojos
y que la oscuridad te envuelva
y que la soledad
se convierta en tu mejor amiga,
exprímela.

Déjate llevar,
deja que te lleve,
no te resistas,
deja que arda,
deja que penetre,
deja que te absorba,
déjalo ser,
sumérgete.

La puerta está entreabierta,
al igual que tus párpados,
y una lágrima
recorre tus labios
y los míos,
abrázame ésta noche,
aunque no pueda
sentirte.

La melodía equivocada
y, de pronto,
todo es melancolía
y nostalgia,
hasta que el sol
te despierte,
hasta que el sol
ilumine nuestra habitación.

Me tenés
mal acostumbrado, nena,
y además,
el invierno llegó
para quedarse
entre los dos.

lunes, 4 de enero de 2021

Amaneceres

Los días pasan
como capítulos
en blanco y negro
de un libro
que fue escrito
para nadie
y las noches
parecen durar años
y los años
se quedan quietos,
mientras la vida contempla
la muerte
de millones
de amaneceres.