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jueves, 2 de mayo de 2024

entre cuatro paredes


y de repente,

en un nuevo cuarto vacío,

me encuentro solo e inútil,

siento tu ausencia

y la soledad me viene a buscar,

cruel e imperdonable,

y me envuelve

un pasado que

me carcome las entrañas

entre cuatro paredes, frías,

y un futuro, 

que podría haber sido maravilloso,

me dice que 

ya no estás.






Germán Villanueva

miércoles, 1 de mayo de 2024

Reconectar


reconecto

con un café y un buen libro,

una mañana sin resaca

y el estómago lleno


reconecto con el aire que respiro,

un cielo despejado,

una siesta en un día libre

y el cantar de los pájaros


reconecto

escribiendo,

tocando la guitarra

y paseando por la ciudad

sin nada qué hacer,

sin un lugar a dónde ir,

sin responsabilidades

ni compromisos


reconecto

con tus labios y tu sonrisa,

con tu aroma y tu mirar,

con tus brazos envolviéndome,

trasladándome


reconecto

con tu voz

suave,

cálida,

sincera,

que me dice

adiós.






Germán Villanueva

lunes, 29 de abril de 2024

Tanto me diste


me despierta mi reloj biológico

y el dolor de espalda

por ya no dormir en nuestra cama,

un rayo de sol que no es mío,

los pájaros y los vecinos,

mis compañeros de piso

y el olor a café por la mañana


y por las noches es peor,

no tengo pesadillas ni sueños,

no hay nada...

ni llanto ni júbilo,

ni brillo ni oscuridad,

desearía sentir algo,

pero es que no me pasa,

desearía poder verte,

pero es que no sé si quiero


sólo espero que estés bien

y sigas bien

y no llores más,

porque tanto me diste

y tanto te quité

que tal vez te quedaste

con mi corazón en el camino

y hoy soy tu esclavo

y no me había dado cuenta de eso

ni de nada

hasta ahora.







Germán Villanueva

viernes, 26 de abril de 2024

Deberíamos


Deberíamos aprender a olvidarnos

y dejar pasar el tiempo,

deberíamos callar lo que no callamos

y entender lo que no entendemos,

deberíamos intentarlo

aunque nos parezca imposible,

deberíamos aprender a decir adiós

y guardar lo mejor,

deberíamos comenzar a vivir

nuestras propias vidas

sin pretender que ya no estamos,

deberíamos aprender a apartarnos

de un destino desastroso

y mirar al techo

mientras vemos un cielo estrellado.








Germán Villanueva

jueves, 25 de abril de 2024

Dulce primavera


Me ahoga tanta verdad,

me asusta

el proceso de una dulce primavera

que se asoma, 

cruel y vanidosa,

me tortura el misterio

de aquella mente

que me posee

y me pulveriza,

poco a poco,

la mirada

que no dice nada.


Los pájaros cantan 

en los árboles

y no los oigo, 

pero soy afortunado

por verlos volar

cerca de mí.






Germán Villanueva

viernes, 19 de abril de 2024

Voy a dormir


Estás tan lejos

pero escucho tu voz,

estás tan lejos

y por la mañana escucho tu voz

y el sol llegó para quedarse

allá arriba y entre las nubes.


Estás conmigo

pero no puedo tocarte,

estás conmigo

y quiero besarte

pero tus labios húmedos

se alejaron de mí

y me embriago con tus ojos

para pasar las noches vacías.


Espero tu regreso

y me envuelvo en mi ser,

mi alma y mi absurda existencia,

espero tu amor

y me desangro de lujuria

y soledad

y miedo,

ansioso por volver a verte.


Tu sombra me persigue

adonde quiera que vaya,

no me deja solo

y nunca lo hará.


Apago la luz,

enciendo una vela

y me ahogo

en el abismo de una cama

desierta,

ajena,

desolada,

ausente...


ha sido un largo día,

voy a dormir.







Germán Villanueva

lunes, 1 de abril de 2024

Como escritor


Como escritor,

no pienses,

escribe...


A veces, el método más eficaz

para dejar de pensar,

es beber

o perderse en la noche,

pero la escritura

siempre estará allí,

aunque no tengas

un centavo,

ni un techo,

ni una botella,

ni un amigo,

ni un amor,

aunque sólo tengas frío

y hambre y sueño

y el corazón roto...

la escritura

es todo lo que tienes

y tendrás.


Si piensas

que no estás haciendo lo suficiente

y deberías hacer más,

entonces vas bien,

si tienes suerte,

nunca dejarás de ser un inconformista.


No te preocupes

por los años o la edad,

todo lleva su tiempo

y a todo le llega su hora.


Todo se devanece,

no te preocupes

demasiado

por nada.


El suicidio es un gran escape,

como el alcohol o las mujeres,

sólo que no trae más problemas...


y la soledad es un privilegio,

no la sacrifiques

por cualquiera.


Una cosa es lo que eres

y otra muy distinta

es lo que debes ser.

No te confundas.

Sé quien eres,

siempre.


Y arriésgate siempre,

no importan las consecuencias,

sino el propósito.


Nada fue en vano.


Si ahora estás donde siempre quisiste estar

es porque estuviste en lugares

donde nunca quisiste estar.

La suerte,

frecuentemente,

llega después de la mala suerte.


Lánzate...


No mereces nada

ni nada te merece a ti.


Levántate

y busca aquello

que siempre deseaste,

no dejes que nadie te lo quite,

y no dejes de perseguirlo

nunca, nunca, nunca...


hasta el final.





Germán Villanueva

domingo, 17 de marzo de 2024

Sigo caminando



caminando bajo el sol

radiante,

fumando un cigarrillo,

con la petaca en mi saco,

cada tanto debo darle un trago

para no perder la costumbre.



no hay nada que hacer,

nadie a quien ver,

ya se fueron los amores,

se fueron muy lejos,

y los amigos

todavía no se levantaron, duermen,

y miro a la gente pasar,

caras y caras repetidas…



¿quién será aquella chica?

la sigo con la mirada,

pero la pierdo de vista,

entre la multitud,

mientras el sol envuelve

la ciudad entera y sus calles y sus pasillos,

las noches son cada vez más largas

y los días cada vez más cortos.



el sol sigue brillando allá arriba,

se acerca la primavera,

los autos siguen corriendo

y las personas corren también,

yo sigo caminando,

los zapatos me aprietan,

la petaca está vacía…



ya es hora de volver

a casa.





Germán Villanueva

jueves, 14 de marzo de 2024

¿Quién va a llorar por mí?


Desperté con una resaca horrible. Me dolía todo menos la cara. Me levanté y fui al baño. Expulsé una cagada maloliente y de lo más necesaria, bajé dos o tres kilos. Luego vomité y tiré la cadena, se fue todo, una parte de mí. Volví a la cama. Intenté recordar. Sofía… pensé. Hacía meses habíamos comenzado con Sofía una relación carnal. Tenía ciertas habilidades. Habilidades especiales. Me enganchó. Era rubia, de ojos verdes, de facciones delicadas, bajita y, como toda niña rica, malcriada y caprichosa. Yo sabía cómo tratarla, aunque no era fácil, y ella sabía cómo lidiar conmigo y le resultaba.

Cada fin de semana de aquel verano iba a visitarla y me quedaba en su casa hasta el domingo. Como dije, nuestra relación era absolutamente carnal. Éramos jóvenes y estábamos calientes todo el tiempo. Echábamos polvos por todas partes. Cocina, living, comedor, baños, el cuarto de la madre. Ella era hija de padres separados. Vivía con su madre, la cual no solía estar mucho en la casa, pero incluso si allí estaba, no había problema con tener sexo, aunque nos limitábamos a hacerlo en la habitación de Sofía. Hacerlo en el cuarto de la madre me excitaba. Pensaba en aquella cuarentona voluptuosa y promiscua y enseguida se me ponía como un garrote. Era una vieja apetecible. Para mí era una vieja en aquella época, yo era un pendejo de apenas diecinueve años, no tenía idea de lo que era una mujer de verdad, no tenía idea de nada. Solía fantasear con ella y hasta le dediqué unas cuántas pajas. A veces me imaginaba llegar a su casa, y que Sofía no esté, y echarle un polvo violento en la cocina a su madre. También imaginé un trío, madre e hija, pero estaba fuera de mi alcance. Alguna que otra vez, la vieja nos interrumpió en pleno acto. Recuerdo una ocasión en la que entró al cuarto de su hija, mientras ésta me la estaba chupando con entusiasmo. Sofía no se dio cuenta, pero yo la vi, al principio con sorpresa pero luego la observé atentamente y sus ojos irradiaban lujuria y estaban puestos sobre mi pene erecto. Fue sólo un instante y luego desapareció. Fue tan excitante el momento que no pude contenerme y estallé a los pocos segundos. En aquel momento no lo pensé, pero tal vez aquella mujerona pudo haberme dedicado algunas pajas también. Me conformo con pensar que me dedico al menos una.

Con Sofía teníamos una relación bastante informal y eso me gustaba. En la semana casi no hablábamos, pero los fines de semana eran nuestros. Era agradable estar allí. Mucho sexo, mucha comida y mucho alcohol. Libertad absoluta para dos adolescentes en plena formación. A ella le fascinaba el helado, siempre había helado en su casa y a mí me fascinaba cubrir su concha de chocolate y lamer hasta dejarla seca. Le gustaba tanto que hiciera eso que comenzó a encerar las partes más interesantes de su cuerpo, no sólo con helado, sino también con dulce de leche, crema, nutella, etcétera, y me llamaba como si fuera un perro y yo iba, dispuesto a lamer. Nos pasábamos las tardes enteras en la piscina, bebiendo, tomando sol y hasta haciéndolo bajo el agua y era maravilloso. A veces venía la madre, envuelta en un pequeño bikini rosa que apretaba sus tetas al punto de hipnotizarme como un idiota. Y se acostaba a tomar sol con todo ese cuerpo voluminoso y bronceado. Intentaba no distraerme, pero era inútil cualquier intento. Alguna vez me pidió que le pasara protector solar en la espalda y yo, con la verga tiesa podía llegar a acceder hasta venderle mi alma si me lo hubiera pedido. Creo que Sofía se daba cuenta de lo que hacía su madre, por eso no le gustaba cuando nos acompañaba en la piscina. Pero no solía aparecerse mucho. Casi siempre éramos ella y yo y eso también estaba bien. 

Así eran todos los viernes y sábados. No podía pedir más. Luego llegaba el deprimente domingo y debía volver a mi vida y a la rutina y esperar al siguiente viernes.

Cierta noche, vino el novio de su madre, un abogado adinerado que representaba todo lo que me desagradaba. El tipo llegó en su Corolla gris topo, último modelo y se llevó a la mamá de Sofía y a todo lo que envolvía aquel vestido rojo apretado. Entonces Sofía me comentó algo.

- No puedo creer que sigan juntos.

- ¿Por?

- El tipo es un desagradable.

- ¿Ah, sí?

- Y mi mamá es una estúpida.

La historia parecía ir hacia algún lugar. Me serví un trago y me dediqué a escuchar.

- Hace unos años, ellos se tomaron un tiempo y cortaron unos meses. El tipo desapareció. No lo vimos más. En ese momento a mí me gustaba, siempre me gustó, desde que tengo memoria. Estuvo con mi mamá desde el divorcio. Siempre me trató bien, era cariñoso, divertido. Odié a mi mamá cuando se separaron…

- Ajam.

- Pero un día me lo cruzo en la calle al tipo. Me invita un café y no sé cómo, pero terminamos en un telo. Yo tenía dieciséis años y él cuarenta y cinco o así. Me dio vuelta como una media. Hice cosas con él que jamás volví a hacer con nadie. Y el hecho de que fuera mi padrastro lo hacía todo mucho más excitante.

- Mierda...

- Me garchó sin forro. Yo me quedé enamorada. Me dijo que hacía tiempo quería hacerme suya. Y lo consiguió. Pero después de aquel encuentro, desapareció. Me rompió el corazón.

- Parece que el corazón no fue lo único que te rompió.

- Basta, tarado. – dijo Sofía, dándome una leve cachetada en la mejilla – De verdad. No volví a saber de él, hasta que una noche mi madre me invita a una cena. Me dijo que era algo especial. Me preparo y todo, con mucha expectativa. Pensé que me iba a regalar algo. Pedimos un taxi y cuando llegamos al restaurante, ahí estaba el tipo. Me quedé boquiabierta. Era su cena de reconciliación. Me quería matar. De repente estábamos mi madre, el tipo y yo en la mesa, como si nada hubiera pasado, siendo una familia unida y feliz.

- Demasiado unida.

- Jamás volvimos a mencionar el tema. Es como si nunca hubiera pasado.

Comencé a respetar un poco más al tipo. Al fin y al cabo, se salió con la suya. Un soñador que había llevado a cabo su fantasía. ¿Cuántos pueden decir lo mismo? Era una putada para la madre, pero así es la vida. A mí no me tocaba ofenderme. No dije nada, pero ella parecía estar esperando recibir alguna especie de consuelo de parte de mí, lo cual nunca llegó. Decidí no hacerle caso y seguir con mi vida, pero eso le molestó.

- ¿No vas a decir nada? – dijo.

- ¿Sobre qué?

- ¿Cómo que sobre qué? ¿Escuchaste lo que te conté o dónde estabas?

- ¿Qué querés que te diga?

- No sé, algo.

- No sé qué decirte. Gracias por compartir.

- Sos un tarado.

Sofía no parecía tener muy claras las cosas o tal vez las tenía demasiado claras y eso me confundía. La cuestión es que yo no la entendía y tampoco estaba muy entusiasmado por hacerlo. Era una pequeña niña explosiva, bipolar y demasiado intensa. Eso a veces me desubicaba. Claro que aquello era algo bueno para el sexo, pero para nada más. Explotaba cada vez que me metía dentro suyo y se sarandeaba de un lado a otro y yo explotaba con ella. Era una bomba de intensidad y hormonas y la chupaba como nunca antes me la habían chupado en mi vida. Aspiraba, no discriminaba a las bolas, ni al culo. Fue la primera en chuparme el culo y hacerme la paja al mismo tiempo. Tenía manos suaves y salivaba absolutamente todo, incluso lo que no lamía. Era un lavado de verga, bolas y culo completo, instantáneo y artesanal. A veces, cuando comenzaba a mamar y yo ya estaba caliente por alguna razón, no lograba resistir mucho.

- Nena – le decía –, voy a explotar. No voy a llegar a cogerte.

- Dame toda la leche, papi. Damela toda.

No le importaba nada. Cuando me decía eso, al mismo tiempo que seguía lamiendo, manoseando y succionando con esa actitud petera incomparable, yo explotaba y le daba el premio. Ella se tragaba todo, como si de un elixir se tratase. Qué rico, Sofía. Grandes momentos pasamos juntos. A veces pensaba en su madre cuando acababa en la boca de su hija. Era abrumador. Y pensar que aquel tipo se había volteado a las dos. Merece mis respetos. Me pregunté si la madre tendría el mismo talento que la hija. Elegí creer que sí. Me masturbaba de lunes a viernes pensando en aquella escena, luego llegaba el fin de semana y comenzaba el maratón sexual. La pasábamos bien. No le daba mucha tregua a mi verga por aquellos días.

Un sábado por la noche, decidí salir a Coyote, un boliche en San Miguel, ya extinto. Salí con amigos. Yo no quería estar ahí, pero fuimos a un bar y me invitaron unos chupitos y después de algunas cervezas y algunos chupitos, me encontré en Coyote y más tarde frente a éste tipo enojado y musculoso y sus amigos también estaban allí, enojados y musculosos, pero más que nada, altaneros.

- Yo soy Pablo, el novio de Sofía. – dijo el mastodonte.

- ¿El rugbier? – yo estaba ebrio.

- Sí, vos sos el nuevo amiguito de ella, ¿no?

- No, yo no soy el amigo. Yo me la cojo no más.

El tipo abrió los ojos de par en par, como lechuza bajo sospecha, para luego echarme su peor mirada, una mirada violenta y desenfocada.

- ¿Qué dijiste? – dijo, furioso. Le cambió la cara en un micro segundo. Me miró como si me hubiera cagado en su almohada.

- Ella me dijo que habían terminado, flaco.

- Las pelotas.

El tipo me empujó con rabia, pero no logró derribarme con toda su fuerza y musculatura. Sus amigos no se movieron. Me reincorporé y me acerqué a él y le dije:

- Si tu novia es una zorra, no es mi culpa.

El tipo se abalanzó sobre mí, ésta vez para golpearme, pero fui más rápido y le atiné un cabezazo en el tabique. Creo que se lo quebré. Su nariz se convirtió en una canilla de sangre. Sangraba a borbotones. Nunca en mi vida vi tanta sangre salir tan rápido de un solo lugar. Lo dejé fuera de juego. Pero todavía faltaban los amigos. Reaccionaron al instante. Eran bastantes. Comenzaron a rodearme y luego a golpearme. Los golpes venían de todos lados. Me cubrí la cabeza, pero eran demasiados y era demasiado tarde y yo estaba demasiado borracho. Golpe por detrás, por delante, arriba, abajo. Eran como estar debajo de una catarata de piñas. Finalmente, decidí enfrentarlos, y salí de mi cascarón para lanzar puñetazos hacia todos lados y hacia ningún lugar al mismo tiempo. No tenía ni la más mínima idea de a dónde iban a parar mis puñetazos, pero estaba seguro de que alguno se comería un tortazo. Entonces golpeé a uno bastante grandote. Ya no me sentí rodeado de golpes y decidí alzar la vista. Había un patovica enfrente de mí. Me clavó una mirada asesina y me levantó del cuello como si fuera un muñeco. Salí dando gritos.

- ¡LOS ESPERO AFURA, PUTOS!

Una vez afuera, los esperé pero nunca llegaron. Estaba muy ebrio. Lo dejé salir. Un vómito denso y heterogéneo, lleno de pedazos de algunas cosas, embadurnó la vereda. Me senté en el suelo, dejándome caer sobre mis nalgas. Algunos se quedaron mirando, alguno se acercó y me preguntó algo.

- Tu vieja. – respondí.

- Andá a cagar borracho de mierda.

Me quedé allí esperando a que se me pasara un poco la borrachera y así poder caminar hasta mi casa. Cerré mis ojos y cuando los abrí ya había amanecido. Bien, pensé, es hora. Me levanté, pero no pude conseguirlo. Esperé cinco minutos y lo intenté nuevamente. Lo logré. Me puse de pie y comencé a caminar en dirección a mi cama. Quería dormir y nada más. En el camino me crucé con unas chicas desayunando hamburguesas, me dieron ganas y busqué una mesa. Me senté y me desvanecí por unos segundos. De repente, uno de los empleados me despertó golpeando la mesa.

- Acá no se viene a dormir, flaco. – dijo el tipo.

- Quiero una hamburguesa.

- No tenemos.

Observé a los demás, ellos me miraban también. Estaban comiendo. Hamburguesas y papas fritas.

- Sin fritas – dije – Gracias.

- No nos queda nada.

Entonces presté atención a la caja. Había alguien allí, pagando por una hamburguesa.

- Mirá, amigo –dije –, solamente quiero una hamburguesa.

- No nos quedan hamburguesas.

- ¿Papas?

- Tampoco. – me dijo el tipo y me agarró del brazo como invitándome a marchar – Te tenés que ir, flaco.

Me resistí. Logré sacarme de encima al tipo con un gancho de derecha. No se lo esperaba y cayó de espaldas contra una mesa. Lo esperé a que se reincorpore. El tipo parecía asustado, pero en cuanto se reincorporó observó a unas chicas que lo miraban. Se envalentonó. Puro ego. Vino hacia mí con furia. Lo vi en su cara. Yo no tenía nada personal contra él pero él parecía tener asuntos pendientes conmigo. Yo sólo quería una hamburguesa, pero el tipo quería matarme. Evadí su primer golpe que iba directo a mi nariz. Le di un izquierdazo en los riñones. Las pocas clases de boxeo dieron sus frutos al fin. Intenté darle de nuevo, pero el derechazo se desvió. Demasiado a la izquierda. El tipo arremetió contra mí con un empujón que me derribó. Caí en la mesa de las chicas. Tiré sus hamburguesas al suelo. Agarré una y le di un par de mordiscos. Tenía pepino, escupí. Me levanté como pude, estaba dispuesto a llegar hasta el último round. Pero vinieron sus compañeros, y entre todos me echaron.

- ¡LOS ESPERO AFUERA, PUTOS! – grité desde la vereda.

Esperé afuera pero nadie vino. Era hora de volver a casa. Hacía calor. Llegando a Muñiz, mi barrio, había más árboles y más naturaleza y podían oírse las chicharras. Me senté bajo un árbol y cerré mis ojos. El calor de la mañana me envolvió y me dejé envolver por él.

Ese mismo día, más tarde, desperté en mi cama. Me dolía todo pero no podía faltar a mi cita de todos los fines de semana con Sofía. Me vestí y fui a verla. No era muy lejos de casa, diez minutos a pie. Cuando llegué toqué timbre y en lugar de abrirme el portón como solía hacer, se acercó hasta las rejas. Tenía mala cara.

- Hola, nena. ¿Me vas a dejar pasar?

No respondió. Me miró de arriba abajo, con asco.

- ¿Qué pasa, nena? ¿No me vas a abrir?

- ¿Así que soy una zorra?

- ¿Qué? – dije, algo desconcertado.

Se dio media vuelta y se fue. La llamé pero decidió ignorarme. Me quedé pensando en sus palabras. No me quedó más que aceptar la situación. A los pocos minutos yo también me fui de allí. Volví a mi cama. El calor era insoportable. Me pregunté qué estaría haciendo Sofía. Tal vez estaba en la piscina, desnuda, con su madre. Ambas desnudas. Tal vez me llame en un rato y me invite a su piscina. No estaría mal. Tal vez tenía el corazón roto y estaba dolida y llorando. Pero, ¿quién va a llorar por mí?

¿Llorarían por vos?




Germán Villanueva

lunes, 4 de marzo de 2024

El valor de las cosas


No creo que te olvides,

tampoco yo,

de la triste

realidad

de una historia

que terminó

antes de empezar,

porque no somos nada

sin emociones,

porque los finales tristes

también

son románticos

y lo que proyecta

un futuro incierto

nos apasiona,

nos ilusiona,

nos sorprende.



Todavía no soy tan viejo

como para dejar que

la vida me sorprenda

porque el valor de las cosas,

esas cosas

que valen la pena recordar,

a veces nos pone contra las cuerdas,

obligándonos a elegir,

pero no tuvimos que elegir,

o elegimos no elegir,

porque no le dimos lugar,

a esa historia

que terminó

antes de empezar.



Y no estuvo bien,

no estuvo mal,

así lo decidimos,

ignorando lo que nos pasó,

engañando a nuestros corazones,

y dejando todo atrás,

el momento,

el lugar,

un café.



Y no puedo evitar

lamentarme

de que sólo nos quede

esa pregunta de mierda

que jamás creímos

que llegaría

pero llegó...



¿qué hubiera pasado?






Germán Villanueva

miércoles, 21 de febrero de 2024

Y la rueda gira y gira

Se cansaron de mí y un día me llegó una carta que decía: "Por medio de la presente le comunicamos que la Dirección de esta empresa ha tomado la decisión de proceder a la extinción de su contrato de trabajo por despido disciplinario... etcétera, etcétera..."

Me encontraba sin trabajo y todavía faltaba para cobrar lo que me debían esos hijos de puta. Era viernes y yo había decidido que si el lunes no tenía el dinero, iría hasta sus oficinas centrales a reclamarlo. Pero había tres días de por medio. Esa noche fui a un bar, al de siempre, a emborracharme como siempre.

Apenas llegué al bar, la pelirroja me vio y se me tiró encima. Hacía tiempo quería llevarme a la cama, pero por alguna extraña razón todavía no lo había conseguido. Tenía un escote revelador aquella noche. Era bajita y risueña y muy putona, le gustaba hacerse la putona con todos, pero había algo debajo de todo aquel manto de falsa alegría y sonrisas pretenciosas, aunque nunca me interesó demasiado descubrirlo. Hice todo lo posible para mirarla a la cara, pero ella apoyaba sus tetas contra mi pecho siempre que podía. Era una devoradora de hombres y yo estaba orgulloso de que todavía no había podido conmigo. Antes de que la pelirroja pudiera intentar algo, apareció la rubia. La rubia se acercó con sus cabellos dorados y sus ojos verdes, hizo a un lado a la pelirroja y me llevó directo a la barra, como si fuera su muñeco. No le gustaba la pelirroja, sólo a los hombres nos gustaba la pelirroja. Una vez en la barra, pedí una cerveza tras otra. Toni me sirvió una tras otra sin nada que agregar. Ella hablaba y hablaba. Se veía muy bien aquella noche, como todas las noches. Su sonrisa era verdadera, no como la de la pelirroja, y cuando sonreía entrecerraba sus ojos y era más bella que antes y a cualquiera le agradaba verla sonreír. Tenía muchos problemas, como todos. Yo era su amigo y tenía que escuchar sus problemas, lo manejaba bastante bien, pero entonces me tocó hablar de los míos.

- ¿Y por qué te echaron ahora? - me preguntó.

- Lo de siempre.

- ¿Qué hiciste?

- Que no hice...

- Bueno - dijo riendo - ¿Qué no hiciste?

- Esto... - dije y me lancé directo a su boca.

Esquivó mi torpe movimiento y luego sonrió con esa sonrisa cautivadora.

- ¿Qué haces? - dijo - Somos amigos. Nada más.

- Hace mucho que somos amigos.

- Con más razón.

- Mirá, vos me gustás y yo te gusto, ¿no? - asumí las cosas - Estamos en un bar un viernes a la noche, todavía somos jóvenes...

- Creo que es la cerveza la que habla.

- Bueno, lo intenté.

Volví a mi trago y ella dijo algo más y luego me dejó solo y desapareció. Pedí un whisky con hielo. Necesitaba algo más fuerte. 

- ¿Cómo estás tan seguro? - me dijo el barman.

- ¿De qué?

- De que ella gusta de vos como vos de ella.

- No estoy seguro de nada, Toni. Servime otro.

Toni rellenó mi vaso y agregó otro hielo.

- No te pases esta noche - me dijo - Te conozco cuando te pones depresivo.

- ¿Por qué iba a estar depresivo?

- Te despidieron y la chica que te gusta te rechazó, además de toda esa mierda interna que te acompaña siempre.

- Cerrá el culo, Toni.

- Ya no va a ser lo mismo con ella, sabés, ¿no?

- ¿De qué hablás?

- De la amistad.

- Me importa un huevo la amistad.

- Cómo estamos hoy, eh.

Una banda se subió al escenario, un escenario algo abandonado, hacía juego con el bar. Comienza el show. Guitarras distorsionadas y un baterista con entusiasmo sobrenatural. Sería interesante. Me quedé allí sobre la barra, observando. Ella estaba entre el público, la rubia. Un tipo detrás de ella la agarraba de la cintura. Mierda, pensé, siempre lo mismo. Entonces ella sacó las manos del tipo de su cintura y se alejó un poco. El tipo volvió a poner sus manos sobre ella y ella se dio vuelta para decirle algo. Estaba enojada y cuando se enojaba te clavaba esa mirada, una mirada terrorífica. El tipo sonreía como un estúpido. Ella le dio la espalda y el tipo siguió tonteando. De pronto la apoyó, con poco disimulo, y ella lo notó y volvió a darse la vuelta para sacárselo de encima. La banda seguía tocando. Nadie se percató de aquella situación. Me levanté de mi asiento y me dirigí al tipo, apartando a la gente a mi alrededor. El tipo no me vio venir. Lo agarré del hombro y lo acomodé para un derechazo perfecto que lo dejó casi fuera de combate. Tambaleó y se cayó sobre una mesa. Para mi sorpresa, se reincorporó rápidamente y se abalanzó sobre mí. Afortunadamente no sabía pelear. Pero yo resbalé y casi me dobló el tobillo. Todos se dieron vuelta para ver el show de medio tiempo. El tipo me buscó pero no me encontró. Ella me sacó de allí antes de que algo peor pasara. Salimos del bar. Nos escabullimos entre la multitud.

- ¿Qué te pasa? - dijo ella - ¿Sos pelotudo?

- Toni va a estar enojado - dije.

- ¿Porque te peleaste otra vez en su bar?

- No, porque me fui sin pagar.

- Lo conocés, ya le vas a pagar.

La acompañé a la parada de colectivo. Era tarde. Nos quedamos allí sentados esperando aquel colectivo fantasma.

- Quiero decirte algo - le dije -, algo que hace tiempo quiero decirte.

- Decime.

- Lo del beso...

- No te preocupes por eso.

- Pero me gustás. Realmente me gustás. Hace tiempo.

Ella no dijo nada. Justo en ese momento vino su colectivo y se fue sin decir nada. Yo me quedé allí solo esperando una respuesta que nunca llegó. Si tuviera cigarrillos ahora me fumaría uno, supongo. Me levanté y caminé, tal vez vuelva a casa. La noche era fría y silenciosa y se abría paso entre los callejones.

Al día siguiente volví al bar. No había mucha gente. Me senté en la barra. Toni no estaba de humor.

- No te hagas el boludo que me debés lo de anoche todavía.

- Te voy a pagar. El lunes tengo que cobrar un buen dinero.

- Una cerveza. Nada más.

- Gracias, Toni.

Toni me sirvió una cerveza que desapareció a los pocos minutos. La rubia no apareció aquella noche. Cuando me estaba yendo me cruzó la pelirroja.

- ¿Ya te vas, guapo?

- Ya me voy.

- ¿Y tu amiga? ¿Te dejó plantado hoy?

- Parece que sí.

- Entonces esta noche no te me escapas.

La pelirroja me invitó un whisky, luego otro. Una banda comenzó a tocar. No sonaban mal. La pelirroja estaba caliente, como de costumbre. Se me acercó y me dio un beso. Tonteamos un poco más. Más tragos, más risas. Luego me agarró la verga fuertemente. Me sorprendió. Casi me machaca los huevos.

- Vamos - dijo tomándome de la mano.

- ¿A dónde?

Me llevó al baño, decidida. El baño era un asco, sucio por donde lo vieses, el olor a orina era insoportable, pero eso no la detuvo. Una vez allí, me bajó los pantalones y lo sacó. Lo puso frente a su cara y lo miró un rato, como examinándolo, luego lo puso en su boca y comenzó con el asunto. Era ruda pero eficaz. Se me puso dura como un cascote, pero me faltaba para acabar, me faltaba mucho. Entonces ella se puso de pie, me dio la espalda, apoyó sus manos contra la pared y se subió la minifalda. No llevaba nada debajo. Se entregó cual perra en celo. Sin dudarlo me zambullí en aquel matorral colorado y húmedo. Por un instante pensé en la rubia. Bombeé con ganas. Me quedé sin aire y las piernas me temblaban. Fue un polvo rápido pero intenso. Demasiado intenso. Casi relleno su interior con mis fluidos. Por un momento perdí el control pero supe volver a la tierra justo a tiempo y todo cayó al suelo o por alguna parte. A ella le gustó, otra vez asumí las cosas. Salimos del baño y había una cola de tres o cuatro tipos allí. Me miraron mal, pero bien. Salimos a fumar. No debí hacerlo sin protección, pensé. No con ella. Pero ya estaba hecho. Fumamos un cigarrillo y me dijo algo que parecía haber estado esperando a decir durante un tiempo.

- Sabía que un día te iba a tener.

- Todo llega.

- Cuando quieras repetimos.

- Todo pasa también.

Aquella noche no pasó nada más interesante. La pelirroja terminó yéndose con otro. Tal vez no le gustó lo suficiente como para repetir. Yo volví a casa solo. No sé por qué lo hice. Pienso que la vida, a veces, simplemente es jodidamente aburrida.

El domingo por la tarde me llamó la rubia. Quería verme. Nos vimos en un café. No me daba ni para un café, estaba en la ruina. Había gente charlando, gente riendo, algunos tomados de las manos, yo seguía allí solo esperando y observando todo sin hacer nada. Ella atravesó la puerta, se veía bien. Agradable a la vista. Se sentó frente a mí.

- Gracias por esperarme, ¿qué vas a tomar?

- Nada.

- Dale, te invito un café.

Los cafés tardaron. Ella no dijo nada. Yo tampoco. Entonces me miró.

- Me enteré de lo que hiciste.

- ¿Qué hice?

- Con la colorada puta esa.

- ¿Te molesta?

- Me da asco.

- ¿Por qué?

- Pensé que eras distinto a los demás.

Llegaron los cafés. Bebí el mío de un sorbo. Me olvidé de ponerle azúcar. Estaba horrible pero me sacó la resaca de golpe.

- Gracias por el café.

- ¿Por qué con ella?

- Porque estaba ahí. - respondí inocentemente - No sé. Vos no estabas.

- No perdiste tiempo.

- No voy a esperarte toda la vida.

- No te pedí que lo hicieras.

Hubo un silencio incómodo. Ella sacó un billete y lo dejó en la mesa. Se levantó y me dijo adiós. El mozo se acercó, agarró el billete y se fue. No había nadie más allí. Comenzó a llover. Caminé bajo la lluvia. La verga me ardía.

Al día siguiente desperté con un ardor infernar en el glande. Cuando meé me salió algo amarillo y me ardió como la mierda. Colorada hija de puta. Debí suponerlo. Debí asumirlo. ¿Puedo ser tan pajero? Me lavé con jabón y agua tibia. Más tarde pasaría por la farmacia. Fui directo a las oficinas centrales de aquel trabajo de mierda a pedir lo que me correspondía. Al llegar me encontré con la recepcionista, una flacucha malhumorada con cara de culo.

- Buen día - dije - Vengo a cobrar un dinero.

- ¿Su nombre?

- Leonel Villarreal.

Busco en su computadora. Se veía concentrada. Me pregunté cuándo habría sido su última vez.

- Sí - dijo -, Leonel Villarreal. Trabajó dos días con nosotros - lo dijo como echándomelo en cara - Lo siento, todavía no está lo suyo.

- Necesito el dinero ahora.

La verga comenzó a picarme intensamente. Me rasqué. Todo allí parecía húmedo. No me sentía bien. Tenía el estómago revuelto y estaba sudando como un cerdo.

- Lo siento, pero no puedo hacer nada - dijo ella sin mucho reparo -. Recursos humanos...

- Me chupa un huevo recursos humanos. Necesito la plata ahora.

- No está bajo mi control, señor. Nosotros le comunicaremos cuando tengamos su dinero. No se preocupe.

- Gracias, no me voy a preocupar sólo porque vos me lo dijiste.

Me fui de ahí cojeando. Tuve que esperar unos días para cobrar ese dinero. Cuando finalmente me pagaron, compré los medicamentos que me había recetado el médico. Era gonorrea. 

No volví a ver a la rubia. Se mudó a alguna parte, lejos. La pelirroja seguía haciendo de las suyas con todos menos conmigo y yo me había gastado casi todo en esas putas pastillas. Por suerte o por desgracia conseguí trabajo, pero ésta vez me cansé yo de ellos. Y la rueda gira y gira, mientras nosotros, todos nosotros, seguimos dando vueltas dentro de ella, con nuestros problemas, porque siempre hay algo.







Germán Villanueva

viernes, 16 de febrero de 2024

Escribir


Si me preguntas

qué significa escribir

para mí,

no creas que responderé

que es mi pasión,

no es mi pasión,

tampoco es un hobbie,

mucho menos un hobbit,

escribir no es algo divertido,

no me genera una carcajada

como tal vez puede

generarle a algunos

y lo agradezco,

pero para mí

escribir

no es más que una necesidad,

como comer,

dormir,

cagar,

respirar,

escribir me mantiene vivo,

me salvó de la locura,

del suicidio,

escribir es parte de mí,

escribir está en mi esencia,

no conozco otro yo

que no sea escritor,

no hay una versión de mí

que no vomite palabras

para sentirse libre

en esta jaula,

en esta ciudad,

en este caos,

en este laberinto

de problemas y

callejones oscuros,

escribir

es

tan

necesario

como

el

aire

y

tan

inevitable

como

soñar.




Germán Villanueva

jueves, 15 de febrero de 2024

5 am



Llevaba varios días sin dormir muy bien que digamos. Me despertaba cada noche a mitad de la noche para mear, luego volvía a dormir, pasaba una hora y lo mismo. Al día siguiente me levantaba con la sensación de no haber descansado un carajo. El problema era mi horario de entrada laboral y el lugar donde trabajaba. El aeropuerto de Barcelona. Entraba a las 7.30 y como yo soy un tipo que le cuesta mucho afrontar cada mañana, necesito al menos una hora para mentalizarme antes de salir, además de desayunar cualquier cosa. Tenía que levantarme a las 5 de la mañana para poder hacer todo eso bien. Pero no iba a ser fácil. Esa noche quería dormir, necesitaba dormir. Hacía poco la policía había echado a los ocupas del quinto. Nos sorprendió que la policía los echase, habrá habido alguna influencia en el asunto, porque el tema de los ocupas en España es una mafia y los tipos habían estado allí instalados durante meses. ¿Por qué ahora? No nos importó el por qué, lo importante es que ya no estaban. Eran ratas ruidosas y escandalosas, tenían un perro y vivían haciendo quilombo. Mi novia y yo no soportábamos más la situación. Eran gente de lo más repugnante y detestable. Se la pasaban subiendo y bajando las escaleras a los gritos. Peleaban entre ellos y con los vecinos. A mí nunca me dijeron nada, a mi novia tampoco. Ya habíamos perdido la cuenta de cuántos eran, pero siempre estaban subiendo y bajando todo tipo de personajes indeseables. Llegamos a la conclusión de que era un narcopiso. Era un edifico viejo y bastante dejado. Nuestro piso era barato, muy barato para ser el centro de Barcelona, pero aquello era parte del paquete, supongo. Un día se los llevaron, sellaron la puerta del quinto con una plancha de acero y jamás volvieron. La paz volvió al edificio, pero no por mucho. Esa noche necesitaba dormir, los ocupas ya no estaban y no había nada que pudiera molestarme. Cené temprano, me tomé un vasito de whisky y me fui a la cama. Cerré mis ojos. Se sentía bien estar allí, calentito en la oscuridad. De repente, sonó el timbre. ¿El timbre? Me pregunté. ¿A quién mierda se le ocurre tocar el timbre a las once de la noche? Más vale que valga la pena, pensé y me levanté.

- ¿Quién es? -le pregunté a Alejandra, mi chica.

- Creo que son los del principal. Dicen que no tienen llave.

- ¿Los que dejaron entrar a los ocupas?

- Sí.

- No les abras. Que se jodan.

Volví a la cama. Cerré mis ojos. Timbre, otra vez. Me asomé por el balcón y allí abajo había una chica y un tipo envuelto en ropa tres talles más grandes que él. La chica gritó:

- No tengo llaves! Abreme, por favor.

- No. -contesté.

- Lo siento - dijo Alejandra.

No queríamos saber nada con ningún outsider. Nos habíamos librado de los ocupas recientemente y sin explicación alguna. Habíamos tenido suerte. Esta vez nadie nos tomaría el pelo. Cerré la ventana del balcón y volví a dormir. Después de un rato se escuchó a la chica gritar desde la calle y tocar todos los timbres de todos los departamentos. Me levanté decidido a mandarla a la concha de su re putísima madre que la parió. Entonces me asomé al balcón de nuevo.

- ¿Qué hacés, flaca? - grité.

- No tengo llaves y quiero entrar a mi departamento...

- ¡Me chupa un huevo! Quiero dormir. !No me rompas los huevos!

- Pero...

- ¡No me rompas los huevos!

- ... No tenemos...

- ¡NO ME ROMPAS LAS HUEVOS!

Cerré la ventana del balcón. Volví a la cama. Alejandra llamó al dueño del principal.

- Dice que son ellos - dijo ella - Dice que son sus inquilinos.

- Bueno, abríles y que se dejen de romper las pelotas.

Cerré mis ojos. Todo era oscuridad. Pero aquella escena no me dejaría dormir durante un par de horas. No tengo la habilidad de dormirme fácilmente, nunca la tuve.

Al día siguiente parecía un zombie. No entiendo cómo hay gente que hace esto todos los días de su vida durante años hasta que se muere. No tenía hambre pero tenía que desayunar, de lo contrario estaría famélico en dos horas.

El viaje era eterno, aburrido y lleno de miserables almas. Todos llevaban mala cara a esas horas, estaban tristes, desganados, suicidas, bueno, suicida me sentía yo, pero tal vez a los demás les pasaba lo mismo, no era muy descabellado pensarlo. Las estaciones pasaban, primero diez estaciones de la línea 1, luego el trasbordo, y otras diez estaciones de la línea 9 hasta el aeropuerto. Todo era tan absurdo que cada mañana pensaba más y más en la posibilidad de mandar todo a la mierda. Pero siempre llega el después, tarde o temprano hay que enfrentar otro día. Qusiera escapar de mis responsabilidades sin tener que asumir las consecuencias. Pero eso es algo imposible de hacer en el mundo adulto. Entonces pensé que no había aprovechado lo suficientemente bien mi infancia. Ya no se podía hacer nada. ¿Realmente quiero vivir esta vida por el resto de mi vida? No voy a dejarme morir. Tenía más ganas de escribir. Al parecer, enfrentarme a la realidad de una forma tan cruda, despertaba algo en mí, como un sistema de defensa o supervivencia ante el inminente final. Tenía que sobrevivir de la mejor forma posible y para mí no había otra mejor forma posible que vivir de mis palabras. Pero cuando estaba cómodo, aquella sensación desaparecía. Así funcionaba yo, no había más vueltas que darle.

¿Quién va a querer cortarse el pelo si antes tiene que desembuchar más de 100€ en comprar un perfume de mierda? Para mi sorpresa, mucha gente, aunque nadie por las mañanas. Así que ahí estaba yo, muerto de sueño, parado como un idiota y mirando a la nada misma viendo pasar el tiempo a cuenta gotas. Así estuve dos horas, luego tres y cuatro. Hasta llegar a las tres y media de la tarde. Me fui de ahí cagando. Escapé como si de un campo de concentración se tratase. Me metí al metro, diez estaciones, luego hice el trasbordo con el otro metro, otras diez paradas y bajé en el arco del triunfo. Había gente en la calle y el sol me iluminó la cara. Quería dormir, faltaban horas para enfrentar el próximo día. Tal vez sobreviva. Llegué a casa, estaba solo. Fui directo a la cama. Me dormí. Desperté horas más tarde, ella trajo cerveza. Me quedaban pocas horas. Brindamos, bebimos y comimos empanadas. Me sentí afortunado.







Germán Villanueva

lunes, 1 de enero de 2024

Ladrones

Entraron por la fuerza. Fue una noche del año 2001. Yo tenía diez años y el país se estaba yendo a la mierda. La puerta quedó abierta, tras haber salido alguien, pero nadie se percató. No era muy común vivir con miedo en Argentina por aquellos días. No estábamos acostumbrados.

Los tipos entraron con una pareja, como para no dejar testigos en la calle. Era la vecina de al lado, Ailén, y su novio, un novio diferente al de la semana pasada. Cuando entraron, uno de los ladrones amenazó a mi tío, el cual estaba jugando con nosotros en la computadora. Estábamos haciendo dibujos en el Paint, era una computadora nueva y todavía no existía internet. Al menos no en aquel barrio. El ladrón puso su pistola en la cabeza de mi tío y éste, creyendo que era uno de sus hijos, contestó tranquilamente: “Dejate de joder, boludo”. Pero el tipo de la pistola lo ignoró y mi tío se dio cuenta de lo que realmente estaba pasando y sacó a mi hermana de su regazo y la puso a salvo en el suelo. Les dijo al ladrón que tenga cuidado por lo niños. El tipo lo ignoró y lo llevó con los demás. Yo me quedé helado, pálido, igual que en los dibujos animados. Observé al ladrón, lo vi a los ojos, pero no pude hacer nada. Estaba paralizado. Eran dos, vestidos con chaquetas de cuero marrón, uno tenía pelo corto y otro pelo largo, pero parecían no tener rostro. Uno de ellos tenía la mano izquierda metida en un bolsillo, pretendiendo tener un arma, el otro la tenía y hacía alarde con ello. Recuerdo haber observado la pistola. Nunca había visto una pistola y era oscura y metálica e imponía miedo y poder. No era como en las películas, era real y alguien podía morir. En un momento logré escabullirme hasta llegar al cuarto de mis padres y ahí estaba mi madre. Ella ya estaba al tanto de todo, como siempre, y vi cómo arrojaba los ahorros de toda su vida por encima de aquel gran armario de madera, un armario clásico y espacioso, el cual terminó desapareciendo con la mudanza. Los ahorros cayeron del otro lado, perdiéndose en la más recóndita oscuridad, entre la pared y aquel enorme armatoste de madera. Mi madre me dijo que vaya por mis hermanos y fui en busca de mis dos hermanos menores y los abracé fuertemente. Luego, los invasores, nos obligaron a salir de la habitación y nos llevaron a todos a lavadero, un cuarto que se encontraba en el fondo de la casa. Nos encerraron allí, pero antes de encerrarnos, se llevaron a mi padre. Cerraron la puerta y nada más pudo oírse, sólo el lamento inconsolable de mi madre. Además de todo lo que pretendían llevarse, mi padre se había ido con ellos y podría no volver.

De repente, sonó una alarma. Era la alarma de la camioneta. Mi padre les dio una copia de la llave que no tenía la alarma. Los ladrones no dispararon, solamente salieron corriendo. Lograron llevarse algo de plata, no mucha. Logramos salir ilesos. Mi padre hizo la denuncia, mi madre todavía seguía temblando, mi tío parecía estar en shock y mis hermanos seguían asustados. Los policías llegaron una vez finalizada la fiesta, como aquel que llega para el final y ya no hay alcohol, ni putas, ni música, ni nada. No parecían sorprendidos cuando mi padre y mi tío comenzaron a describir a los delincuentes. Los conocían, sabían quiénes eran. Pero seguían libres, libres y con un poco más de plata en los bolsillos. La impunidad era absoluta.

Salió bien, dentro de todo, pero pudo haber salido mal. A veces no hay tiempo, a veces no hay segundas oportunidades, a veces es sólo cuestión suerte. Una sociedad absurda, una autoridad incompetente, un estado corrupto, un barrio turbio, un país destrozado. A veces, lo único que se puede hacer, es acostumbrarse.

Recuerdo un momento en especial, cuando el tipo de la pistola nos apuntó, a nosotros, los niños. Observé el cañón de la pistola, oscuro, y envolví a mis hermanos entre mis brazos. Mi madre se interpuso entre la pistola y nosotros y exclamó: “Con los chicos no”. En ese momento, cerré mis ojos y cuando los abrí, ya estaba escribiendo este relato.




Germán Villanueva