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miércoles, 29 de noviembre de 2023

Ratas

Los ocupas son como ratas. Uno no puede descuidarse. Es muy común en Barcelona, una ciudad que cada vez es más decadente. La policía no hace nada. La ley es así, pero yo vivo fuera de la ley desde hace tiempo. Por eso es que, cuando la ley no es capaz de dar una respuesta, me llaman. Soy un tipo duro, sí, pero no siempre ha sido así. Uno no nace duro, se hace. 

Hace rato que ya vivo alejado de todo. Pero la gente que me conoce sabe de lo que soy capaz. Mis servicios no son muy económicos, pero mi eficacia es indiscutible. Estoy acostumbrado a este tipo de cosas. La verdad es que yo no tengo una inclinación, no me importa un carajo nada. Sólo hago mi trabajo, y soy muy bueno en lo que hago.

Estos tipos llevaban allí metidos unos cuantos meses. Habían convertido el departamento en un nido de ratas y comenzaron a vender droga, entre otras cosas. La policía seguía sin hacer nada, como siempre, y el propietario estaba harto. Me contactó un domingo por la noche y me explicó la situación. El lunes viajé al centro de Barcelona, a El Born, para cumplir con el acuerdo. Eran las 7 de la mañana y me encontré con el propietario en un café. Me dio el dinero y las llaves del edificio, y después de aquel cortado, partí hacia el lugar en cuestión. Hacía frío, pero igual me quedé afuera del edificio un rato, observando, fumando, evaluando la situación. El propietario me contó que habían llegado a un acuerdo al principio. Les dio siete mil euros para que se vayan y se fueron, pero volvieron. Luego de varios intentos del propietario por recuperar su hogar y de varias agresiones más sufridas por parte de aquellas ratas, el tipo se dió por vencido. “Y la policía no hace nada”, me repetía. Yo ya sabía que la policía no hacía nada. Es parte del juego, supongo. Pero para eso estoy yo.

Entré al edificio. Era un cuarto piso. Subí las escaleras, tranquilamente. Piso por piso. Llegué al cuarto. Toqué la puerta. Nadie me atendió. Entonces toqué el timbre. Demasiado ruido, pensé. Pero ya estaba allí. Alguien abrió la puerta. Era una tipa de pelo azul. Tenía cara de dormida, como si se hubiera pasado la noche entera metiéndose coca.

- ¿Sí? – dijo y se quedó mirándome de arriba abajo. Parecía estar a punto de vomitar.

- Tienen que irse. – les dije.

- ¿Qué? – respondió confundida – ¿Quién coño eres, tío? Vete a tomar por culo.

Después de eso, cerró la puerta. Primer strike, pensé. Golpeé la puerta nuevamente y ésta vez me abrió un tipo tatuado. Tenía tatuajes en todos lados y los dientes podridos. Tenía aspecto de pandillero y se dirigió a mí como tal.

- ¿Quién coño eres? – dijo altanero – Si no te vas de aquí te voy a sacar a los golpes.

- O se van por las buenas, o voy a tener que…

- ¿Qué? ¿Qué vas a hacer, gilipollas? – insistió – Llama a la policía. Yo vivo aquí, subnormal. Vete a tomar por culo.

De nuevo me cerró la puerta en la cara. Segundo strike. Entonces golpeé nuevamente. Saqué mi pistola de debajo de mi chaqueta y de nuevo abrió la puerta. Esta vez iba armado con un cuchillo y me amenazó.

- O te vas a te saco las tripas, hijo de puta. – dijo.

Apunté mi pistola a su estómago, pero no pareció crear el efecto esperado. Me atacó y, sin pensarlo dos veces, disparé. El tipo se echó para atrás con cara de sorprendido y cayó al suelo, tocándose la herida. Estaba sangrando. La tipa de pelo azul se asomó a la escena. Vino hacia mí, corriendo y gritando, con un palo de amasar en la mano. La eliminé antes de que pudiera tocarme. El tipo intentó decir algo, pero lo silencié con un balazo en la cabeza. No había vuelta atrás. Después de eso, un perro intentó atacarme. Escuché sus pasos y sus ladridos. Fui más rápido. Lo esquivé y le atiné un par de tiros en la espalda. Quedó tieso al igual que los dueños. Recorrí el departamento. Había un negro grandote durmiendo en un colchón en el suelo. El lugar estaba destruido. Había olor a putrefacción y nada parecía estar bien. Desperté al negro y éste me vio a los ojos, luego vio mi pistola. Estaba aterrado. No podía dar marcha atrás. Me llevé el dedo índice a la boca y le hice una seña para que guardara silencio. El negro me hizo caso y no emitió sonido alguno. Apunté mi pistola a su cabeza y le volé la tapa de los sesos. La sangre manchó las paredes gastadas. Seguí recorriendo el lugar. No había nadie más allí. La pistola tenía silenciador, pero debía abandonar la escena cuanto antes. No era seguro quedarse mucho tiempo.

Los dejé allí, con la puerta abierta y la sangre esparciéndose a su alrededor. “El que mal anda, mal acaba”, decía mi viejo. Yo sé que ando mal, y sé que en algún momento llegará mi hora, pero hasta entonces, alguien tiene que encargarse de sacar a las ratas de la ciudad. Encendí un cigarrillo y me fui caminando tranquilamente por aquellas entretejidas calles. Las calles de lo que alguna vez fue mi barrio, pero ya no más. Ya no más.




Germán Villanueva

martes, 7 de noviembre de 2023

La espera de un hombre ridículo

Ahí estaba yo, en otra entrevista de trabajo, esperando. Esperaba a que terminaran de entrevistar a otro candidato mientras veía un partido de padel entre cuatro viejos bastante entusiasmados. El puesto era para recepcionista en un club de padel. Tenía sueño. No había podido dormir bien y no estaba acostumbrado a madrugar. Intenté distraerme escuchando un poco de Johnny Cash, pero mientras esperaba comencé a sentirme ridículo, nuevamente. Me he sentido ridículo en varias situaciones, pero nunca me sentí tan ridículo como cuando iba a una entrevista laboral por un trabajo que realmente no quería. Era el colmo del ridículo para mí. Todo lo ridículo que puede ser un hombre está ahí, en esos quince o veinte minutos, entre la espera y la entrevista, entre la expectativa y la realidad, entre la continuación de la desesperada búsqueda o el tortuoso trabajo. Ahí estaba yo, entre lo absurdo y lo ridículo, esperando. Siempre esperando. Iba bien vestido. Todo de negro, salvo por la camisa que era blanca. Había recortado mi barba y llevaba el pelo corto. Tenía pinta de buen empleado. Si no lo era, pensé, al menos tendría que parecerlo. El club era grande, con un techo alto, bastante espacioso y contaba con cuatro canchas de padel bien cuidadas. Nada que ver a las canchas de padel de mi antiguo barrio en Tortuguitas a las que solía ir cuando era chico. El padel ya pasó para mí, al igual que el tiempo. Sólo quedan los recuerdos. Ahora tengo el tobillo fisurado y he perdido mi entusiasmo por alguna parte a través de los años. He perdido aquella intensidad que alguna vez me caracterizó, y no me di cuenta cuándo fue, pero así fue, y no pude hacer nada para evitarlo. Sigo sin saber qué hacer. Seguí esperando.

Los cuatro viejos lo daban todo. Parecían estar jugando por algo más que un simple punto, tal vez jugaban por dinero o por alguna mujer. Se veía en cada golpe, en cada pelota que corrían, en cada gota de sudor que derramaban sobre la cancha. Luego pensé: a veces olvido que el orgullo también puede ser algo motivador por lo cual partirse el culo. La simplicidad de las cosas.

Finalmente vi pasar al otro sujeto por delante de mí. Luego me llamó la entrevistadora. Me senté frente a ella. La entrevista salió bien, pero debía irme cuatro días a Dublín y tuve que decírselo. No pareció gustarle que le haya hecho perder el tiempo de esa manera. No había nada que hacer. No le di mucha importancia y me fui de allí sin esperanzas. Camino a casa me topé con una editorial. Toqué timbre y me atendió un viejo medio cascarrabias y algo confundido. Le pregunté sobre la editorial pero no tenía idea. Me dijo que su socio se encargaba de eso. Le pregunté sobre el tema de la publicación y me dijo: "¿Qué parte de "no tengo idea" no te quedó claro?" Luego cerró la puerta. Decidí continuar mi camino. 

Bajé por aquella calle, derecho a la entrada del metro de la línea 4. En el metro de vuelta, le envié un mensaje a la editorial, intentando recuperar las esperanzas. Volví a casa, sin empleo, sin una promesa de empleo, sin una editorial, sin una promesa de publicación, sin comida en la heladera, pero con una novela entre manos en la que me puse a trabajar inmediatamente. Pero primero, necesitaba dormir un poco.




Germán Villanueva

lunes, 6 de noviembre de 2023

Perdido: Capítulo 10

Informe de la policía: Sábado 10 de enero
Agente López


Llegamos junto con el agente Ramírez a la casa de Luca Ricci, en Castelldefels, el sábado 10 de enero a las 4 de la madrugada.

Recibimos una llamada de una vecina que había visto algo extraño en la casa de Luca Ricci. Según la vecina que llamó, ella escuchó ladrar al perro de los Ricci y después vio cómo un hombre salía de la casa cargando un bulto. Luego, el hombre se fue, dejando el portón abierto.

Para cuando llegamos no había nadie en la escena. Encontramos el portón de la casa abierto y el cuerpo de Luca Ricci a metros de la entrada principal, con un tiro en la cabeza. No muy lejos estaba también el cadáver de su perro, Roko (según su placa), también con un tiro en la cabeza. Eran balas de una pistola 9 milímetros. Creemos que llevaba un silenciador, por eso no es escuchó ningún disparo. Parecía un trabajo hecho por un profesional.

Ingresamos a la casa y recorrimos la planta baja. No hallamos nada allí. Sólo algunas huellas de zapatos, de un hombre talla 42, aproximadamente. Según la descripción de la vecina y las huellas, creemos que el asesino pudo haber sido un hombre de entre 1,75 a 1,80 de altura. Subimos al primer piso y allí estaba el cadáver de Mónica Fabbri también con un tiro en la cabeza. Mónica tenía 32 años y, según las investigaciones, se encontraba desaparecida desde hacía diez años. Además de Mónica, no había nadie más en la casa. No había rastros de Sara Ricci, pero claramente estuvo allí. Asumimos que el sospechoso secuestró a Sara Ricci. Seguimos inspeccionando la casa, pero no encontramos nada más. 

Más tarde reportamos la desaparición de Sara Ricci y el homicidio de Luca Ricci alrededor de las 4.30 de la madrugada.

Creemos que este homicidio y secuestro tienen una conexión directa con lo que pasó en la propiedad de Ricardo Leone la noche del lunes 12 de enero (dos días después) donde se halló el cuerpo del ya mencionado Ricardo Leone, Francesco Bianchi, Mateo Rossi, Leonardo Esposito, Lorenzo Romano, Leonardo Giordano, Mateo Lombardi, Antonio Mancini, Andrea Ferrari, Mario Conte, Mauricio Caruso, Antonio Rinaldi, Leonardo Santoro, Daniel Messina y Lorenzo Giordano.

Al parecer, Luca Ricci y Ricardo Leone eran antiguos socios, pero su sociedad terminó cuando Luca Ricci decidió mudarse a Barcelona junto con Sara Ricci. Luca Ricci y Ricardo Leone llevaban un prostíbulo en Madrid. Allí también vendían cocaína, marihuana, heroína, éxtasis, metanfetamina y xanax.

Según varios relatos de testigos y documentos hallados en la propiedad de Ricardo Leone, éste también estaba implicado en el tráfico de niños y la trata de blanca. Creemos que Sara Ricci pudo haber sido una de las tantas víctimas de estas operaciones.

En la propiedad de Ricardo Leone se encontraron todo tipo de pruebas de estos delitos y se procedió a allanar el prostíbulo en Madrid. Allí encontramos los cuerpos maltratados, pero con vida, de Antonela Amato, Sabrina Rodríguez, Iryna Shevchenko, Anna Kovalenco, Lisa Johnson, Tamara Savchenko, Fiona Koval y Olena Yvanova.

Podemos asegurar, según la pruebas, que el asesino de Luca Ricci, secuestrador de Sara Ricci y principal sospechoso (actual fugitivo) fue el mismo autor de los homicidios de los ya mencionados: Ricardo Leone, Francesco Bianchi, Mateo Rossi, Leonardo Esposito, Lorenzo Romano, Leonardo Giordano, Mateo Lombardi, Antonio Mancini, Andrea Ferrari, Mario Conte, Mauricio Caruso, Antonio Rinaldi, Leonardo Santoro, Daniel Messina y Lorenzo Giordano. Aún no hay pruebas ni pistas de su identidad y se desconoce su paradero.

Sara Ricci aún sigue desaparecida.




FIN