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viernes, 3 de mayo de 2019

No digas nada


- ¡Escribís sobre mujeres y no sabes un carajo de mujeres! – dijo mientras subía su pantalón.

- Puede ser, pero no sé mucho más de lo que sabe nadie.

- ¿Qué?

- Nada.

- Siempre con esas frases de mierda.

Suspiró, enfadada. Tal vez yo tenía razón. Tal vez ella no sabía nada, ni siquiera de ella misma. Tal vez yo no sabía absolutamente nada, era lo más probable. Tal vez nadie sabía nada de nadie, ni siquiera del que más creían saber.

- Me voy.

- Más te vale que no vuelvas más.

- Sos un asco. – dijo – Me das asco.

- Yo también te amo.

- ¡Hijo de puta!

Dio un portazo y se fue. El sonido de sus tacos altos fue disminuyendo a medida que se alejaba de mí. Se había ido. Iba a volver, yo lo sabía y ella también, o tal vez no.

Esa noche salí. Fui al bar de siempre. Estaba lleno de humo y putas y borrachos. Allí me sentía bien. Cada tanto había una pelea y era magnífico. A veces yo era el protagonista de alguna de ellas.

Pedí una cerveza y me senté en la barra.

- ¿Cómo estás, Leo? – me preguntó José, el barman.

- Como siempre…

- Luchando.

- Sí, perdiendo.

Después de un par de cervezas escuché una voz familiar y alguien que me tocó el hombro.

- Te dije que se te veía de nuevo por acá te iba a matar.

Me di vuelta y allí estaba, era Mario, el ex novio de la que me acababa de dejar.

- No me acuerdo de eso. – contesté.

Mario era un tipo robusto, de bigotes y pelo largo. Siempre estaba vestido de cuero y llevaba una remera de los Ramones que tendría más años que los mismísimos Ramones. Pero yo no tenía miedo. ¿Cómo podía tenerle miedo a ese tipo? Era un cavernícola, un ignorante, un tipo que no tenía nada más que sus puños y sus ridículos bigotes.

- Otra vez haciéndote el gracioso. – dijo – Te voy a partir la cara.

- Mucha charla y poca acción.

Me miró, sorprendido. La gente no sabe cómo actuar ante respuestas que no esperan recibir. Pero Mario sí lo supo. En ese instante me dio un derechazo directo en la mandíbula. Caí al suelo y sonreí. Me gustaba ir a un bar y cagarme a trompadas. Era mi estilo de vida. Por desgracia esa no era mi noche. Mi chica me había dejado, Mario había dado el primer golpe, yo estaba en el suelo y me estaba cagando. Pero me levanté y logré darle un gancho en la pera. No se la espero. Mi boca sangraba y la de él también. Comenzamos. Mario se movía de un lado a otro y me decía cosas como: “Te voy a romper el culo”.

Yo me reía y esperaba. Con el paso de los años uno aprende a esperar. De repente dio el primer golpe, pero yo estaba atento, lo esperaba. Lo esquivé y logré darle un golpe seco en el estómago. Se quedó sin aire. Comencé a reírme y me quedé parado frente a él, riendo.

- ¿Qué pasa, bigote? ¿Te quedaste sin palabras?

Miré al público que habíamos generado. Observé a una mujer, una que no había visto antes. Tenía el pelo corto, por los hombros, ojos grandes y labios rojos, como el fuego. Llevaba una blusa y una minifalda y ese escote y esas piernas. Era un infierno y estaba ardiendo. Sonrió y me distraje. Mario me trajo de vuelta a la tierra con un recto en la nariz. Logró romperla. Caí al suelo, derrotado. Sí no me hubiera distraído, pensé.

Me sacaron del bar y después de un par de minutos logré ponerme de pie y caminé hasta casa. Cuando llegué descorché una botella de vino que había reservado para una noche especial, prendí un cigarrillo y me senté en la oscuridad. Durante aquella época me la pasaba yendo a los bares y emborrachándome.

Intentaba escribir algo nuevo, algo fresco y renovador. Sabía que no era especial, aunque siempre lo creí, todos lo creen. Necesitaba escribir una novela, una novela que me llevara a algún lugar. Necesitaba dar el golpe, me aterraba la idea de no lograrlo nunca y ser infeliz toda mi vida. Sólo me interesaban dos cosas, ella y mi sueño de ser escritor. Mientras tanto me emborrachaba hasta más no poder y me cogía a cualquier puta que pasara frente a mí. La vida es dura para un soñador, no se pude vivir de un sueño. Y lo más probable es que nunca llegue a conseguirlo, pensaba, a veces, y seguía bebiendo, ahogado en una depresión constante y desesperante.

Escribí un par de poemas aquella noche que me dejó y bebí un par de botellas de vino y me quedé dormido en el suelo. Tuve una pesadilla. Estaba yo en un cuarto vacío. Había una ventana y ahí estaba ella y sus ojos me miraban fijamente y no supe qué decir.

- Nadie te ama. – decía – Nadie te ama. Nadie te ama. Nadie te ama.

- Yo te amo. – contesté.

- No amas a nadie. No amas a nadie – repitió – Nunca amaste a nadie, ni siquiera a vos mismo.

No podía salir de allí y escuchaba su voz una y otra vez que me taladraba la cabeza y me volvía loco. Al final desperté y no pude volver a dormir.

Pasaron cinco días y ella volvió. La extrañé mucho. Siempre hacía lo mismo y sabía que sus partidas lograban romperme el corazón y yo la dejaba entrar, siempre la dejaba entrar, pero estaba enamorado.

- Extrañaba tu olor. – dije.

- ¿Puedo pasar? – dijo ella.

- No.

- ¿No me querés más?

- No, nunca te quise.

- ¿Qué…?

- Te amo.