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martes, 31 de diciembre de 2019

Sereno

Ya no sabía qué hacer, si no pagaba el alquiler, Elsa, la casera, me echaba. Elsa me dijo cierta noche: “O me pagas o te vas.” Fue honesta y brutal. Salí corriendo a comprar el diario. SE BUSCA SERENO PARA CASA QUINTA, decía el anuncio. Llamé al número.

- Hola. – dijo un hombre.

- Hola… – contesté –… llamo por el anuncio, el de sereno.

- Ah, sí. ¿Le parece si arreglamos una entrevista?

- Sí, claro.

El tipo me citó al día siguiente a su casa quinta. Había un perro allí, un rottweiler. Se me tiró encima antes de que pudiera tocar el timbre, por suerte estaba el portón en medio de nosotros. Un tipo salió se asomó desde la puerta de entrada.

- ¿Qué tal? – dijo.

- Sí, vengo para la entrevista de sereno.

- Ah, sí. Un segundo.

El tipo fue a atar a su perro asesino, luego abrió el portón y entré. El perro estaba alejado y atado, por mi culpa le pusieron una cadena en el cuello, pensé, él lo sabía y se me quedó mirando.

- Pase. – dijo el hombre.

Entré, era una casa quinta normal. Una piscina enorme, mucho verde, un par de árboles y una arquitectura gótica. Parecía un poco vacío allí dentro.

- Bueno… – dijo el tipo – Siéntese por favor.

- Gracias.

Nos sentamos en una mesa grande, muy grande. Todo allí era bastante grande. Había un chimenea cerca y dos sillones en el living. Supuse que nos encontrábamos en el comedor. El tipo estaba vestido de traje y parecía venir del siglo pasado. Tenía grandes patillas y largos bigotes, era raro.

- Bueno – dijo – ¿Tiene alguna experiencia como sereno?

- No, la verdad es que necesito el trabajo.

- Está bien, tampoco es muy difícil. Es sólo por el fin de semana.

- Perfecto.

- Serían unos 2.000 pesos, ¿está bien?

- Sí, muy bien.

- Bueno, todo bien entonces, ¿nos vemos mañana?

- Sí.

- Necesito una garantía de confianza, ¿trajo la fotocopia del documento como le pedí?

- Sí, claro.

Le di la fotocopia. El tipo la observó unos 3 segundos y la guardó en su saco. Luego se levantó y me dio la mano.

- Bueno, lo espero a las 9.

- Bueno, a las 9 entonces.

- Bien. – dijo el tipo – Sígame.

Me dio un pequeño recorrido por la casa. Era una mansión enorme. Me llevó hasta el cuarto de huéspedes, o sea, mi cuarto. Me gustó. Era espacioso, tenía una ventana amplia que daba al patio y una cama de dos plazas, y hasta un escritorio. Nos dirigimos a la puerta.

Fue una entrevista corta y concisa, pensé. Me agradó.

- Disculpe – le dije – ¿Su nombre?

- Ah, discúlpeme. Me llamo Gabriel Sosa.

- Bueno, Gabriel, un gusto.

- Igualmente, Leonel, hasta mañana.

Qué fácil, pensé. Salimos de la casa y nos dirigimos al portón. Me estaba yendo y el tipo me detuvo.

- Oiga – dijo – También tiene que cuidar a Roko.

- ¿Roko?

- Mi perro.

Miré al perro, él me miró. Había algo entre nosotros, una especie de odio mutuo. Nunca me agradaron mucho los perros. Supongo que era porque un ovejero alemán casi me saca el ojo de pequeño y me quedó el trauma.

- ¿Tiene algún problema con eso? – dijo el tipo.

- No, ningún problema.

- Bueno, lo espero mañana entonces.

- Hasta mañana.

Al día siguiente me levanté y cargué un bolso con varias cosas. Entre ellas ropa, cigarrillos y mi computadora. Quizá sucedía un milagro y decidía escribir alguna puta cosa, pensé, lo cual no estaría mal, ya que se supone que soy escritor.

Llegué cinco minutos antes. Toqué timbre pero nadie me atendió. Roko se me vino encima, otra vez, como una bestia sedienta de sangre humana. El tipo salió de la casa unos momentos después y volvió a atar a Roko. Luego volvió y abrió la puerta.

- Escúcheme… – dijo.

- Sí.

- … Hay suficiente comida en la heladera.

- Bueno.

- Le pido que ni se le ocurra invitar a nadie a mi casa.

- Está bien.

- Y hay que darle de comer a Roko, sólo por la noche.

- Bien.

- Acá está la mitad del pago, la otra mitad se la doy cuando vuelva.

- Bueno.

- Y otra cosa…

- Sí.

El tipo se me acercó y con tono un poco perturbador, me dijo:

- No vaya a curiosear por ahí. – Su expresión fue un poco siniestra, como advirtiéndome algo. Me quedé mirándolo – ¿Entendido? – dijo.

- Sí, sí, no hay problema.

- Bien.

Me dio las llaves, se subió a su coche y se fue. Entré y ahí estaba Roko, mirándome, resentido. Me odiaba el hijo de puta. Me dirigí a la casa y me recosté sobre el sillón. ¿Cómo había terminado yo viviendo en la casa de un ricachón? Busqué algo para comer en la heladera. Encontré jamón y queso y me hice un sándwich. Lo bajé con vino y me fumé un cigarrillo. Luego fui hasta mi habitación, subiendo las escaleras. Era una casa antigua, muy antigua. Los escalones chillaban. Llegué al primer piso y allí había un largo pasillo. Todo tenía un aroma algo tétrico. Al final del pasillo estaba la habitación de huéspedes. Entré y me recosté en la cama. Me quedé dormido casi al instante.

Me desperté a eso de las 4 de la tarde. Bajé y abrí otro vino. Mientras lo bebía, podía ver cómo Roko caminaba y caminaba, sin quitarme la mirada de encima. Ese perro de mierda, pensé, podría embriagarlo, tal vez así nos llevemos mejor. Decidí reservar el alcohol para mí.

Salí al patio y me acerqué a la piscina, hacía calor. Caminé hacia Roko con mi vaso de vino en la mano. Su mirada era perversa.

- Te desataría, pero tengo miedo que me comas. – dije en voz alta.

Di un trago de vino, me di vuelta y caminé hacia la casa. Entonces escuché la cadena de Roko y sus pasos. Volteé la cabeza y vi cómo el hijo de puta se me venía encima. La cadena lo detuvo a pocos centímetros de mí, casi me destroza, pensé. Estuvo muy cerca.

Estaba muy aburrido. Quisiera invitar a alguien, o hacer una fiesta, pensé. Pero no tenía a nadie a quien invitar, ni amigos, ni novia, ni conocidos, ni zorras. Nada. Las horas pasaban lentamente. Me recosté en el sillón y terminé la botella de vino. Estaba algo ebrio. Se hizo de noche y prendí algunas luces. Estaba fresco y me acerqué a la chimenea. Encendí el fuego y escuché un ruido, como unos pasos. Provenían de arriba. Tal vez había alguien, algún asesino o algún ladrón. Fui a ver. Subí las escaleras, lentamente. Los escalones chillaban demasiado. Un paso a la vez. Todavía se oían los pasos. PUM, PUM, PUM, PUM.

- ¿Hola? – dije.

El ruido cesó. Tal vez fue mi imaginación, pensé. Tal vez fue el vino. Me quedé allí, contemplando la nada misma. Cuando decidí regresar al sillón, volví a escuchar los pasos.

- ¿Qué carajo…? – me pregunté en voz alta.

Había alguien en la puta casa, estaba seguro. Bajé a la puerta principal y garré un paraguas que andaba por allí. Volví a subir, violentamente, como empoderándome de la situación.

- ¿Quién está ahí? – dije – ¿Hola?

Escuché unos ruidos en el baño.

- ¿Quién es? – exclamé, molesto – ¡Responde, hijo de puta!

Fui hasta al baño, me acerqué lentamente. Estaba preparado para lo peor. La puerta estaba cerrada. Puse mi mano en el picaporte y la abrí rápidamente. No había nada. Revisé todo el lugar, pero nada. Había una pequeña ventana, pero era demasiada pequeña como para que entrara una persona por allí. Volví abajo y busqué en la heladera algo de comida. Me hice unos fideos con salsa boloñesa. Abrí otra botella de vino.

El agua hervía, metí los fideos, mientras seguía bebiendo aquel costoso vino. Cuando estaba por sentarme a comer, algo me llamó la atención en la ventana. El reflejo de una niña subiendo las escaleras me hizo cagar encima.

- ¡Ey! – dije.

Me estaba volviendo loco. Me di vuelta y la vi. La seguí hasta el final de las escaleras, luego dobló hacia el pasillo y la perdí.

- ¿Qué mierda…?

Estaba alucinando. Sentí miedo. Esto no puede ser, me repetía una y otra vez. Tal vez fue el vino. Ese vino de mierda. No estaba acostumbrado al vino de categoría. Quizá me había pegado mal.

Volví a la mesa y seguí comiendo. Comí lo que pude. Me quedé pensando en la situación y tratando de convencerme de que lo que había visto no era real.

Lavé los platos, encendí un cigarrillo y apoyé mi culo en el sillón. Prendí la tele y me quedé viendo una película de John Wayne. De repente, mientras Johnny le disparaba a alguien, escuché una risa. Era la risa de una niña y provenía de arriba. Intenté olvidarlo y terminé el vino. Estaba alucinando. Tenía que beber más. Seguro este viejo tacaño tiene una colección de vinos en algún lado, pensé.

Dejé la botella y recorrí un poco la casa. Era gigantesca. Había unas grandes ventanas, cubiertas de unas largas cortinas, que dejaban ver todo el jardín.

- ¿A dónde guardaría un viejo ricachón su colección de vinos? – me pregunté.

Seguía hablando en voz alta para no sentirme tan solo. Había una puerta al lado de las escaleras. La abrí. Parecía ser el sótano. Estaba todo oscuro allí adentro. Prendí la luz y bajé. En ese momento pensé en que si llegaba a aparecer la pendeja esa de nuevo, directamente se me saldría la mierda del culo. Miré a mí alrededor y ahí estaba lo que andaba buscando. Cuatro estantes llenos de botellas. Busqué la mejor. Jamás había oído de aquella marca, pero era un Malbec de 1992, gran cosecha.

Cuando estaba subiendo las escaleras se cortó la luz y, de repente, la puerta del sótano se cerró de golpe. Me quedé allí atrapado con el vino en la mano.

- ¡Mierda! – dije.

Corrí hacia las escaleras, no podía ver nada. La botella casi se me cae al tropezar con uno de los escalones. Llegué hasta la puerta. Forcejeé. No podía abrirla.

- ¡La puta madre! – exclamé en voz alta.

Entonces escuché una voz del otro lado.

- Te dije que no curiosees…

Era la voz del viejo. Sentí que el corazón se me detuvo por un instante. Sentí una parálisis momentánea. Me puse blanco, como los dibujitos. No puede ser, pensé. Estoy loco.

Intenté abrir la puerta, nuevamente. Se abrió y salí. No podía ver nada. Fui a buscar mi teléfono celular y alumbré el camino con su la pantalla. Decidí irme de allí. Preparé el bolso. Metí el Malbec del ´92 allí. Cuando abrí la puerta de entrada allí estaba Roko, suelto y hambriento. Comenzó a correr hacia mí. Sus gruñidos eran como gruñidos provenientes del mismo infierno, asesinos. Quería matarme, quería sacarme las tripas y tragarse mi sangre y luego digerirme y cagar mis restos por ahí. Pude cerrar la puerta justo a tiempo, dejándolo afuera. Me estaba volviendo loco allí adentro. Intenté salir por la puerta de atrás, pero Roko también estaba allí. Era rápido el hijo de puta. Casi entra de no ser por mi reacción, la cual fue un poco más rápida que la suya. Sin embargo, el hijo de puta logró morderme la mano al intentar dejarlo afuera. Estaba muy nervioso y el corazón me latía a mil. Se oían pasos arriba y la risa de una niña. Todo estaba oscuro y una bestia asesina me rodeaba. No sabía qué hacer. Decidí abrir el Malbec y bebérmelo en medio de toda aquella situación.

Tenía la mano herida, fui al baño, me la lavé y me puse una venda. Decidí hacer una llamada de auxilio, pero no tenía señal en mi teléfono.

- ¡La puta que me parió! – dije en voz alta – ¿¡A dónde mierda estoy!? ¡Viejo hijo de puta!

Me quedé en el sillón, sentado, mientras escuchaba pasos arriba y alguna que otra risa. Me estaba volviendo loco. Me terminé el vino.

- ¡¿A dónde estás viejo de mierda?! – dije – ¡Estás acá, ¿no?, hijo de puta, pervertido, enfermo!

Debía salir de esa casa, pero el problema era el perro. Tenía que drogarlo o matarlo. Pero no había droga, no había nada. Quizá pueda ser más rápido que él y atravesar el jardín sin que me vea. Era muy arriesgado.

- ¡Comida! – me dije en voz alta – Le puedo dar la comida y mientras come, me voy.

Busqué la comida del perro de mierda ese. Preparé un plato y se lo tiré por una ventana que se encontraba al lado de la puerta trasera.

- Roko… – dije, llamándolo – ¡Vení, Roko. Vení, perro de mierda!

No venía, el muy hijo de puta. Me quedé esperando a que se acercara a comer. Se acercó segundos después. Visualizó la comida y empezó a comer.

- Muy bien, perrito de mierda, muy bien.

Me moví lentamente y fui por mi bolso. Me acerqué a la puerta principal y la abrí suavemente, pero algo pasaba. No se abría.

- ¿Qué mierda pasa? – dije.

No podía abrir la puerta. Lo intenté una y otra vez, hasta le di un par de patadas, pero nada.

- Yo me voy a ir de acá, ahora mismo.

Agarré una silla y la estrellé contra la ventana. Estalló. Los vidrios saltaron para todos lados. Me estaba yendo, pero de repente vi a Roko, estaba allí, observándome como un demonio. Volví a la casa, Roko me siguió.

- ¡Encima que te di de comer, hijo de puta!

Me metí en el baño, pero la puerta tampoco se abría. Subí por las escaleras y casi me alcanza. Le tiré con el bolso y lo retrasé un poco. Abrí la puerta de la habitación al final del pasillo y la cerré rápidamente. Escuché cómo Roko se estrelló contra la puerta, fuertemente. No podía respirar, casi vomitó mi corazón allí mismo.

- ¡Hijo de puta! – le grité.

Jamás había odiado tanto a un perro. No podía hacer más nada.

Estaba sobre la cama, pensando. Tal vez podría escapar por la ventana. Agarré las sábanas y até los extremos de cada una entre sí. Tal vez pueda hacer una especie de soga con esto, pensé. Acerqué la cama a la ventana y até un extremo de la soga hecha de sábanas a una pata de la cama. Me aseguré de que estuviera bien atada. No era muy larga, pero resistiría la caída. Comencé a bajar de a poco, pero allí abajo, estaba Roko, esperándome.

- ¡Hijo de puta! ¡Dejame ir!

Empecé a subir para volver a la habitación, pero la ventana se cerró de golpe. Me quedé allí colgado, entre la ventana cerrada y Roko. Comencé a notar que la sábana se estaba rompiendo. No resistiría mucho más. Decidí romper la ventana de un codazo y volví a la habitación. Estaba otra vez allí. Me dirigí rápido hasta la cocina, antes de que llegara Roko. Bajé las escaleras, agarré un cuchillo y lo esperé allí.

- ¡Dale, hijo de puta! ¡Vení!

El perro llegó con toda su furia. Me miró con ira y se me vino encima. Saltó con furia hacia mí, pero lo recibí con un cuchillazo en el pecho. Logró morderme el hombro. Me lastimó, yo seguí apuñalándolo hasta que no pudo luchar más. Quedó allí en medio de la cocina, muerto. Lo peor había pasado, tal vez el dueño se enojaría un poco, pero no me importaba.

Fui al baño, la puerta se abrió esta vez. Me lavé el cuello y cuando levanté la mirada, un escalofrío recorrió mi cuerpo al ver que, detrás de mí, había una niña con el cuello cortado, desangrándose. Me di vuelta, con miedo, no quería ver. No había nadie. Nadie. Ninguna niña. Ningún cuello. Ninguna sangre.

- ¡¿Qué carajo pasa acá?! – exclamé.

Fui a buscar mi bolso y ya me iba, cuando escuché a alguien golpeando la puerta del sótano.

- ¡Ayuda! ¡Ayuda! – decía.

Era la voz de una mujer y parecía bastante desesperada. Fui hasta allí y abrí la puerta, pero no había nada ni nadie. Me quedé aterrado. Las piernas no me funcionaban bien. Agarré mi bolso y alguien me tocó el hombro. Casi me desmayó del susto. Volteé para ver y allí estaba, era un tipo grande.

- ¿Quién sos? – dijo.

- ¿Qué…?

El tipo se quedó mirándome, parecía estar esperando una explicación. Yo estaba helado.

- Soy… el sereno.

- No, yo soy el sereno. – dijo él – ¿Quién sos vos?

- El señor Gabriel Sosa me contrató, soy el sereno.

- ¿Gabriel Sosa?

- Sí.

- Ah…

El tipo cerró sus ojos y parecía que sabía algo.

- ¿Qué pasa? – pregunté.

- Me dijeron que cada tanto pasaba esto, pero la verdad nunca pensé que… – dijo.

- ¿Qué cosa?

- Gabriel Sosa mató a su esposa y a su hija hace años aquí, y después se suicidó. Nunca encontraron los cuerpos de la mujer y la hija. Dicen que las enterró en el sótano, pero nunca aparecieron. Cada tanto algún que otro sereno encuentra a un tipo que cree que es el verdadero sereno contratado por Sosa.

- Pero a mí me contrató el señor Sosa. Yo lo vi y hablé con él y hasta me dio la mano.

El tipo se reía de mí.

- Me voy. – dije.

- Espera. – dijo el tipo – ¿Quién va a pagar todo esto?

- ¿Qué cosa?

- La ventana rota, el perro muerto.

- ¿Me estás jodiendo?

- No. Voy a llamar a la policía. No te muevas.

Le di un empujón al tipo mientras hacía la llamada y me fui de allí, como escapando de una prisión.

Nunca más volví a aquella casa y dejé de buscar trabajo por un tiempo, eso significó que la vieja Elsa me echara. Jamás volví a ver a Elsa, por suerte. Quizá todo fue un sueño. Quizá pueda escribir un mejor cuento, pensé. Pero ya era tarde.