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jueves, 14 de marzo de 2024

¿Quién va a llorar por mí?


Desperté con una resaca horrible. Me dolía todo menos la cara. Me levanté y fui al baño. Expulsé una cagada maloliente y de lo más necesaria, bajé dos o tres kilos. Luego vomité y tiré la cadena, se fue todo, una parte de mí. Volví a la cama. Intenté recordar. Sofía… pensé. Hacía meses habíamos comenzado con Sofía una relación carnal. Tenía ciertas habilidades. Habilidades especiales. Me enganchó. Era rubia, de ojos verdes, de facciones delicadas, bajita y, como toda niña rica, malcriada y caprichosa. Yo sabía cómo tratarla, aunque no era fácil, y ella sabía cómo lidiar conmigo y le resultaba.

Cada fin de semana de aquel verano iba a visitarla y me quedaba en su casa hasta el domingo. Como dije, nuestra relación era absolutamente carnal. Éramos jóvenes y estábamos calientes todo el tiempo. Echábamos polvos por todas partes. Cocina, living, comedor, baños, el cuarto de la madre. Ella era hija de padres separados. Vivía con su madre, la cual no solía estar mucho en la casa, pero incluso si allí estaba, no había problema con tener sexo, aunque nos limitábamos a hacerlo en la habitación de Sofía. Hacerlo en el cuarto de la madre me excitaba. Pensaba en aquella cuarentona voluptuosa y promiscua y enseguida se me ponía como un garrote. Era una vieja apetecible. Para mí era una vieja en aquella época, yo era un pendejo de apenas diecinueve años, no tenía idea de lo que era una mujer de verdad, no tenía idea de nada. Solía fantasear con ella y hasta le dediqué unas cuántas pajas. A veces me imaginaba llegar a su casa, y que Sofía no esté, y echarle un polvo violento en la cocina a su madre. También imaginé un trío, madre e hija, pero estaba fuera de mi alcance. Alguna que otra vez, la vieja nos interrumpió en pleno acto. Recuerdo una ocasión en la que entró al cuarto de su hija, mientras ésta me la estaba chupando con entusiasmo. Sofía no se dio cuenta, pero yo la vi, al principio con sorpresa pero luego la observé atentamente y sus ojos irradiaban lujuria y estaban puestos sobre mi pene erecto. Fue sólo un instante y luego desapareció. Fue tan excitante el momento que no pude contenerme y estallé a los pocos segundos. En aquel momento no lo pensé, pero tal vez aquella mujerona pudo haberme dedicado algunas pajas también. Me conformo con pensar que me dedico al menos una.

Con Sofía teníamos una relación bastante informal y eso me gustaba. En la semana casi no hablábamos, pero los fines de semana eran nuestros. Era agradable estar allí. Mucho sexo, mucha comida y mucho alcohol. Libertad absoluta para dos adolescentes en plena formación. A ella le fascinaba el helado, siempre había helado en su casa y a mí me fascinaba cubrir su concha de chocolate y lamer hasta dejarla seca. Le gustaba tanto que hiciera eso que comenzó a encerar las partes más interesantes de su cuerpo, no sólo con helado, sino también con dulce de leche, crema, nutella, etcétera, y me llamaba como si fuera un perro y yo iba, dispuesto a lamer. Nos pasábamos las tardes enteras en la piscina, bebiendo, tomando sol y hasta haciéndolo bajo el agua y era maravilloso. A veces venía la madre, envuelta en un pequeño bikini rosa que apretaba sus tetas al punto de hipnotizarme como un idiota. Y se acostaba a tomar sol con todo ese cuerpo voluminoso y bronceado. Intentaba no distraerme, pero era inútil cualquier intento. Alguna vez me pidió que le pasara protector solar en la espalda y yo, con la verga tiesa podía llegar a acceder hasta venderle mi alma si me lo hubiera pedido. Creo que Sofía se daba cuenta de lo que hacía su madre, por eso no le gustaba cuando nos acompañaba en la piscina. Pero no solía aparecerse mucho. Casi siempre éramos ella y yo y eso también estaba bien. 

Así eran todos los viernes y sábados. No podía pedir más. Luego llegaba el deprimente domingo y debía volver a mi vida y a la rutina y esperar al siguiente viernes.

Cierta noche, vino el novio de su madre, un abogado adinerado que representaba todo lo que me desagradaba. El tipo llegó en su Corolla gris topo, último modelo y se llevó a la mamá de Sofía y a todo lo que envolvía aquel vestido rojo apretado. Entonces Sofía me comentó algo.

- No puedo creer que sigan juntos.

- ¿Por?

- El tipo es un desagradable.

- ¿Ah, sí?

- Y mi mamá es una estúpida.

La historia parecía ir hacia algún lugar. Me serví un trago y me dediqué a escuchar.

- Hace unos años, ellos se tomaron un tiempo y cortaron unos meses. El tipo desapareció. No lo vimos más. En ese momento a mí me gustaba, siempre me gustó, desde que tengo memoria. Estuvo con mi mamá desde el divorcio. Siempre me trató bien, era cariñoso, divertido. Odié a mi mamá cuando se separaron…

- Ajam.

- Pero un día me lo cruzo en la calle al tipo. Me invita un café y no sé cómo, pero terminamos en un telo. Yo tenía dieciséis años y él cuarenta y cinco o así. Me dio vuelta como una media. Hice cosas con él que jamás volví a hacer con nadie. Y el hecho de que fuera mi padrastro lo hacía todo mucho más excitante.

- Mierda...

- Me garchó sin forro. Yo me quedé enamorada. Me dijo que hacía tiempo quería hacerme suya. Y lo consiguió. Pero después de aquel encuentro, desapareció. Me rompió el corazón.

- Parece que el corazón no fue lo único que te rompió.

- Basta, tarado. – dijo Sofía, dándome una leve cachetada en la mejilla – De verdad. No volví a saber de él, hasta que una noche mi madre me invita a una cena. Me dijo que era algo especial. Me preparo y todo, con mucha expectativa. Pensé que me iba a regalar algo. Pedimos un taxi y cuando llegamos al restaurante, ahí estaba el tipo. Me quedé boquiabierta. Era su cena de reconciliación. Me quería matar. De repente estábamos mi madre, el tipo y yo en la mesa, como si nada hubiera pasado, siendo una familia unida y feliz.

- Demasiado unida.

- Jamás volvimos a mencionar el tema. Es como si nunca hubiera pasado.

Comencé a respetar un poco más al tipo. Al fin y al cabo, se salió con la suya. Un soñador que había llevado a cabo su fantasía. ¿Cuántos pueden decir lo mismo? Era una putada para la madre, pero así es la vida. A mí no me tocaba ofenderme. No dije nada, pero ella parecía estar esperando recibir alguna especie de consuelo de parte de mí, lo cual nunca llegó. Decidí no hacerle caso y seguir con mi vida, pero eso le molestó.

- ¿No vas a decir nada? – dijo.

- ¿Sobre qué?

- ¿Cómo que sobre qué? ¿Escuchaste lo que te conté o dónde estabas?

- ¿Qué querés que te diga?

- No sé, algo.

- No sé qué decirte. Gracias por compartir.

- Sos un tarado.

Sofía no parecía tener muy claras las cosas o tal vez las tenía demasiado claras y eso me confundía. La cuestión es que yo no la entendía y tampoco estaba muy entusiasmado por hacerlo. Era una pequeña niña explosiva, bipolar y demasiado intensa. Eso a veces me desubicaba. Claro que aquello era algo bueno para el sexo, pero para nada más. Explotaba cada vez que me metía dentro suyo y se sarandeaba de un lado a otro y yo explotaba con ella. Era una bomba de intensidad y hormonas y la chupaba como nunca antes me la habían chupado en mi vida. Aspiraba, no discriminaba a las bolas, ni al culo. Fue la primera en chuparme el culo y hacerme la paja al mismo tiempo. Tenía manos suaves y salivaba absolutamente todo, incluso lo que no lamía. Era un lavado de verga, bolas y culo completo, instantáneo y artesanal. A veces, cuando comenzaba a mamar y yo ya estaba caliente por alguna razón, no lograba resistir mucho.

- Nena – le decía –, voy a explotar. No voy a llegar a cogerte.

- Dame toda la leche, papi. Damela toda.

No le importaba nada. Cuando me decía eso, al mismo tiempo que seguía lamiendo, manoseando y succionando con esa actitud petera incomparable, yo explotaba y le daba el premio. Ella se tragaba todo, como si de un elixir se tratase. Qué rico, Sofía. Grandes momentos pasamos juntos. A veces pensaba en su madre cuando acababa en la boca de su hija. Era abrumador. Y pensar que aquel tipo se había volteado a las dos. Merece mis respetos. Me pregunté si la madre tendría el mismo talento que la hija. Elegí creer que sí. Me masturbaba de lunes a viernes pensando en aquella escena, luego llegaba el fin de semana y comenzaba el maratón sexual. La pasábamos bien. No le daba mucha tregua a mi verga por aquellos días.

Un sábado por la noche, decidí salir a Coyote, un boliche en San Miguel, ya extinto. Salí con amigos. Yo no quería estar ahí, pero fuimos a un bar y me invitaron unos chupitos y después de algunas cervezas y algunos chupitos, me encontré en Coyote y más tarde frente a éste tipo enojado y musculoso y sus amigos también estaban allí, enojados y musculosos, pero más que nada, altaneros.

- Yo soy Pablo, el novio de Sofía. – dijo el mastodonte.

- ¿El rugbier? – yo estaba ebrio.

- Sí, vos sos el nuevo amiguito de ella, ¿no?

- No, yo no soy el amigo. Yo me la cojo no más.

El tipo abrió los ojos de par en par, como lechuza bajo sospecha, para luego echarme su peor mirada, una mirada violenta y desenfocada.

- ¿Qué dijiste? – dijo, furioso. Le cambió la cara en un micro segundo. Me miró como si me hubiera cagado en su almohada.

- Ella me dijo que habían terminado, flaco.

- Las pelotas.

El tipo me empujó con rabia, pero no logró derribarme con toda su fuerza y musculatura. Sus amigos no se movieron. Me reincorporé y me acerqué a él y le dije:

- Si tu novia es una zorra, no es mi culpa.

El tipo se abalanzó sobre mí, ésta vez para golpearme, pero fui más rápido y le atiné un cabezazo en el tabique. Creo que se lo quebré. Su nariz se convirtió en una canilla de sangre. Sangraba a borbotones. Nunca en mi vida vi tanta sangre salir tan rápido de un solo lugar. Lo dejé fuera de juego. Pero todavía faltaban los amigos. Reaccionaron al instante. Eran bastantes. Comenzaron a rodearme y luego a golpearme. Los golpes venían de todos lados. Me cubrí la cabeza, pero eran demasiados y era demasiado tarde y yo estaba demasiado borracho. Golpe por detrás, por delante, arriba, abajo. Eran como estar debajo de una catarata de piñas. Finalmente, decidí enfrentarlos, y salí de mi cascarón para lanzar puñetazos hacia todos lados y hacia ningún lugar al mismo tiempo. No tenía ni la más mínima idea de a dónde iban a parar mis puñetazos, pero estaba seguro de que alguno se comería un tortazo. Entonces golpeé a uno bastante grandote. Ya no me sentí rodeado de golpes y decidí alzar la vista. Había un patovica enfrente de mí. Me clavó una mirada asesina y me levantó del cuello como si fuera un muñeco. Salí dando gritos.

- ¡LOS ESPERO AFURA, PUTOS!

Una vez afuera, los esperé pero nunca llegaron. Estaba muy ebrio. Lo dejé salir. Un vómito denso y heterogéneo, lleno de pedazos de algunas cosas, embadurnó la vereda. Me senté en el suelo, dejándome caer sobre mis nalgas. Algunos se quedaron mirando, alguno se acercó y me preguntó algo.

- Tu vieja. – respondí.

- Andá a cagar borracho de mierda.

Me quedé allí esperando a que se me pasara un poco la borrachera y así poder caminar hasta mi casa. Cerré mis ojos y cuando los abrí ya había amanecido. Bien, pensé, es hora. Me levanté, pero no pude conseguirlo. Esperé cinco minutos y lo intenté nuevamente. Lo logré. Me puse de pie y comencé a caminar en dirección a mi cama. Quería dormir y nada más. En el camino me crucé con unas chicas desayunando hamburguesas, me dieron ganas y busqué una mesa. Me senté y me desvanecí por unos segundos. De repente, uno de los empleados me despertó golpeando la mesa.

- Acá no se viene a dormir, flaco. – dijo el tipo.

- Quiero una hamburguesa.

- No tenemos.

Observé a los demás, ellos me miraban también. Estaban comiendo. Hamburguesas y papas fritas.

- Sin fritas – dije – Gracias.

- No nos queda nada.

Entonces presté atención a la caja. Había alguien allí, pagando por una hamburguesa.

- Mirá, amigo –dije –, solamente quiero una hamburguesa.

- No nos quedan hamburguesas.

- ¿Papas?

- Tampoco. – me dijo el tipo y me agarró del brazo como invitándome a marchar – Te tenés que ir, flaco.

Me resistí. Logré sacarme de encima al tipo con un gancho de derecha. No se lo esperaba y cayó de espaldas contra una mesa. Lo esperé a que se reincorpore. El tipo parecía asustado, pero en cuanto se reincorporó observó a unas chicas que lo miraban. Se envalentonó. Puro ego. Vino hacia mí con furia. Lo vi en su cara. Yo no tenía nada personal contra él pero él parecía tener asuntos pendientes conmigo. Yo sólo quería una hamburguesa, pero el tipo quería matarme. Evadí su primer golpe que iba directo a mi nariz. Le di un izquierdazo en los riñones. Las pocas clases de boxeo dieron sus frutos al fin. Intenté darle de nuevo, pero el derechazo se desvió. Demasiado a la izquierda. El tipo arremetió contra mí con un empujón que me derribó. Caí en la mesa de las chicas. Tiré sus hamburguesas al suelo. Agarré una y le di un par de mordiscos. Tenía pepino, escupí. Me levanté como pude, estaba dispuesto a llegar hasta el último round. Pero vinieron sus compañeros, y entre todos me echaron.

- ¡LOS ESPERO AFUERA, PUTOS! – grité desde la vereda.

Esperé afuera pero nadie vino. Era hora de volver a casa. Hacía calor. Llegando a Muñiz, mi barrio, había más árboles y más naturaleza y podían oírse las chicharras. Me senté bajo un árbol y cerré mis ojos. El calor de la mañana me envolvió y me dejé envolver por él.

Ese mismo día, más tarde, desperté en mi cama. Me dolía todo pero no podía faltar a mi cita de todos los fines de semana con Sofía. Me vestí y fui a verla. No era muy lejos de casa, diez minutos a pie. Cuando llegué toqué timbre y en lugar de abrirme el portón como solía hacer, se acercó hasta las rejas. Tenía mala cara.

- Hola, nena. ¿Me vas a dejar pasar?

No respondió. Me miró de arriba abajo, con asco.

- ¿Qué pasa, nena? ¿No me vas a abrir?

- ¿Así que soy una zorra?

- ¿Qué? – dije, algo desconcertado.

Se dio media vuelta y se fue. La llamé pero decidió ignorarme. Me quedé pensando en sus palabras. No me quedó más que aceptar la situación. A los pocos minutos yo también me fui de allí. Volví a mi cama. El calor era insoportable. Me pregunté qué estaría haciendo Sofía. Tal vez estaba en la piscina, desnuda, con su madre. Ambas desnudas. Tal vez me llame en un rato y me invite a su piscina. No estaría mal. Tal vez tenía el corazón roto y estaba dolida y llorando. Pero, ¿quién va a llorar por mí?

¿Llorarían por vos?




Germán Villanueva

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